En un lugar de la costa este que algún día se conocería como Veracruz, Tonina y su gente viraron tierra adentro para seguir hacia el oeste, por un camino entre montañas y elevados pasos que les llevaría al valle de Anáhuac. Una vez más, Tonina se alejaba del mar, de sus espíritus rectores, los delfines, y sentía un gran pesar en el corazón.
Hacía cuatro meses que Kaan se había ido, pero la separación seguía doliendo. ¿Habría llegado a Chapultepec? Le había dicho que estaría allí para el solsticio de invierno, y faltaban pocos días. No había dicho cuánto tiempo se quedaría con su tribu, ni si emprendería el viaje de regreso enseguida. Pero sí le había dicho que la distancia entre los dos se acortaría conforme ella y su grupo avanzaran hacia el noroeste.
Sin embargo, aquella multitud enorme y lenta había hecho pocos progresos en los cuatro meses transcurridos desde que dejaron Tehuantepec, a causa de las tormentas, de un terrible huracán de final de temporada y, finalmente, en la llanura costera, por un brote de fiebres que hizo que muchos cayeran enfermos y obligó a los otros a cuidarlos, bajo la supervisión de la h’meen.
Ahora estaban descansando al pie de colinas que gradualmente se iban convirtiendo en montañas cubiertas de bosques de pinos. A su espalda, el mar; delante, volcanes dormidos y nieve.
Y Kaan.
Tonina miró atrás a través de los árboles, hacia el lugar donde estaba el extenso campamento. Podía haber ido a buscar agua en algún lugar más cercano, pero necesitaba estar sola y pensar.
Su madre nunca le había dicho qué pago había pedido Humo Turquesa a cambio de casarse con ella. Pero el hombre había organizado unos espléndidos festejos y había sido fiel a su palabra: no la tocó la noche de bodas. Dos meses después, pudo anunciar respetablemente que estaba embarazada. Intuía que algunos sospechaban que cuando se casó ya estaba encinta, pero sin duda pensaban que el hijo era de Kaan. Todos lo tenían por un héroe, así que la perdonaban, sobre todo porque había hecho lo más honorable y había buscado un padre para el pequeño.
Pero ¿qué pasaría, se rumoreaba, cuando Kaan regresara?
A Tonina también le preocupaba el regreso de Kaan, pero por otros motivos. No debía ver al bebé bajo ningún concepto. No tendría ninguno de los rasgos de Humo Turquesa —piel casi negra, ojos redondos, nariz chata—, sino los de Balam: piel rojiza, nariz grande, ojos rasgados, y enseguida sabría la verdad.
No podía dejar que eso pasara. Conocía demasiado bien el fuerte sentido de la justicia que movía a Kaan. Si se enteraba de lo que Balam le había hecho, seguiría a su antiguo amigo hasta los confines de la tierra y lo desafiaría en un combate que no podría ganar.
Cuando se inclinó para llenar la calabaza en la corriente, trató de pensar qué podía hacer para asegurarse de que Kaan y ella no volvieran a encontrarse.
—Mucha gente, una gran caravana y guerreros —decía el campesino que cultivaba maíz, y señaló al camino que se perdía por el este siguiendo el pie de las colinas.
Kaan le dio las gracias y siguió sin demorarse. Por fin la había encontrado.
Mientras andaba por el sendero, por un valle cubierto de cascadas y lagunas cristalinas, Kaan se alegró de que Balam hubiera faltado a su palabra y hubiera abandonado a su gente a merced de Humo Turquesa, un hombre de moral cuestionable. Porque aquello le había obligado a tomar una decisión que debía haber tomado hacía meses, cuando se dejó convencer y se separó de Tonina para ir a Chapultepec y averiguar si estaban emparentados.
Se había sentido mal cuando se fue, durante su viaje, y se sintió mal cuando, dos meses después, en un asentamiento para viajeros, supo que Balam había roto su promesa. Pero ahora haría las cosas bien. ¿A quién le importaban los lazos de parentesco? Se casaría con Tonina.
Cuando se agachó para llenar la calabaza, Tonina notó que el bebé se movía en su interior y, una vez más, experimentó emociones encontradas de amor y odio: amor por el bebé, odio por el padre.
Se llevó la mano a la espalda y se incorporó. Se sobresaltó al ver que un extraño se acercaba por el sendero. Lo observó, con los ojos cada vez más abiertos, porque le pareció que su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Aquel extraño se parecía a Kaan…
—¡Guay! —susurró.
Kaan se detuvo en el sendero, sin acabar de creer lo que veía.
No era la joven isleña que aquellos últimos meses había viajado con él en su mente y su corazón, sino la mujer nahua en la que se había convertido, con los cabellos recogidos en dos rodetes que enmarcaban bellamente su rostro y dejaban al descubierto un cuello largo y esbelto. Los colores intensos la favorecían, pensó al ver los escarlatas y amarillos de su túnica y su falda, que realzaban su piel color de miel. Había algo distinto, aunque no habría sabido decir el qué. Se la veía menos delgada, con el rostro más lleno. Seguramente era porque comía mejor, y eso era bueno.
Kaan dejó caer sus fardos y sus armas y echó a correr. Tonina se quedó muy quieta. Pero cuando Kaan se acercó, dejó caer la calabaza y corrió a sus brazos. Kaan gimió de alegría. Ella lloró contra su hombro, agarrándose a él con fuerza, como si tuviera miedo de caerse.
—No puedo creer…
—Pensaba que…
—Rezaba para que…
—Soñaba que…
Sus labios buscaron los de ella en un beso desesperado. Ella lo saboreó. Él aspiró su aroma. Tonina en sus brazos. Kaan abrazándola.
Finalmente, Kaan se apartó para verla y empaparse de ella, de aquel rostro sin pinturas, con ojos en forma de hoja, la nariz y el mentón fuertes, aquella boca grande que había dominado de aquella forma su pensamiento.
—Tonina, llevo dos meses de camino, desde que supe que por la zona había un pequeño ejército dirigido por un príncipe maya. Supuse que sería Balam. ¿Qué pasó? ¿Por qué se fue?
Tonina sintió que se le cerraba la garganta, porque el terror y la vergüenza de aquel momento volvieron a su mente… Balam arrastrándola a los árboles, sujetándola con fuerza, imponiéndose a ella.
—No sabemos… —empezó a decir, tratando de respirar—, no sabemos por qué se fue. La mañana después de tu marcha nos levantamos y él y sus hombres se habían ido.
Kaan apretó los labios.
—Me ha traicionado. Me prometió que se quedaría. Ha faltado a su promesa porque yo he cambiado, porque ya no soy maya. Y os dejó sin protección.
—Lampiño también se fue. Pero no sabemos adónde.
Kaan pensó en lo que le decía, y asintió. Lampiño era un hombre bueno y sencillo, con un único pensamiento: el juego de la pelota y sus héroes.
—Habrá vuelto a Mayapán.
Kaan la cogió por los hombros y cuando se inclinó para volver a besarla, ella lo detuvo.
—Kaan, muchas cosas han cambiado en tu ausencia.
Él le dedicó una mirada inquisitiva.
—Estoy casada.
Él se quedó mirándola.
—Fue por necesidad —se apresuró a añadir Tonina—. No hay amor.
Él quitó las manos de sus hombros.
—¿Qué quieres decir, casada?
—Kaan —dijo ella con tanta delicadeza como pudo. Habría preferido estar en los confines del mundo. Sabía que estaba a punto de hacerle un daño terrible—. Tuve que casarme.
—¿Por qué? ¿Con quién te has casado?
—Con Humo Turquesa —dijo, y de nuevo se apresuró a añadir—: Fue por necesidad.
Kaan la miró un momento y entonces comprendió: la marcha de Balam. En un primer momento, una de las condiciones de Humo Turquesa para aceptar el acuerdo fue casarse con Tonina. Y aquel jefe deshonroso había aprovechado la marcha de Balam para conseguir lo que quería.
—Humo Turquesa amenazó con dejaros —dijo Kaan furioso— si no te casabas con él.
Tonina calló. No estaba mintiendo exactamente. Era cierto que se había casado con el jefe zapoteca por necesidad… solo que era una necesidad distinta de la que él imaginaba.
—Puedes divorciarte y casarte conmigo. Es sencillo. No podrá oponerse. Y estoy dispuesto a luchar si es necesario.
—Kaan, estoy embarazada.
Él se quedó petrificado y la miró con expresión perpleja. La brisa jugaba con su pelo, levantaba mechones del flequillo y hacía aletear su manto escarlata. Tonina oía el sonido de las abejas, el zumbido de una libélula. La sombra de un busardo ratonero se deslizó sobre el suelo.
Kaan dejó escapar el aliento. Ahora entendía aquel cambio en su aspecto. A pesar de la túnica amplia y la falda, se la veía más llena. Y se dio cuenta de que ya no llevaba el cinturón de cauri. El jefe Humo Turquesa se había cobrado aquel premio.
—No tendría que haberme ido —dijo él finalmente—. Creí que Balam te protegería. —Se sentía dolido y furioso; no podría superarlo. ¡Tonina embarazada de otro hombre! Pero la culpa era suya, y se prometió que la compensaría—. Lo siento —dijo acariciándole la mejilla—. Te dejé sola, y tenías que defenderte a ti y a los nuestros. Debe de haber sido una decisión muy dura para ti. Y ese hombre…
Ni siquiera quería pensar en ello. Humo Turquesa con Tonina…
—Jamás volveré a dejarte. Me quedaré a tu lado pase lo que pase. Sé que ahora debes pensar en el bebé, y que Humo Turquesa no querrá divorciarse. No dejará que otro hombre eduque a su hijo.
—Kaan —dijo Tonina con suavidad—. Debes irte. No hay… —La garganta se le cerró—. No hay nada para ti aquí. Tu sitio está en Chapultepec; allí encontrarás a tu familia, y podrás contarles qué mujer tan valiente y maravillosa era tu madre.
—¡No te dejaré! —exclamó él.
Tonina temblaba, y sentía que estaba a punto de ceder. Divorciarse de Humo Turquesa habría sido tan fácil… Entonces ella y Kaan podrían amarse por fin, como marido y mujer. Pero cuando el bebé naciera, Kaan sabría la verdad. Por él, para evitarle un mayor dolor y nuevos deseos de venganza, no debía permitir que se quedara.
—Seguimos caminos diferentes —le dijo mientras las lágrimas caían por su rostro—. Tú debes encontrar a tu pueblo, yo debo encontrar Aztlán. Cuando el bebé nazca en primavera, mi madre y yo seguiremos camino hacia allí. Ve a Chapultepec. Encuentra a tu gente. Y luego vuelve a Mayapán. Olvídame.
El cuerpo de Kaan se sacudía, su rostro se veía crispado por el dolor. ¿Cómo podía irse? Y sin embargo, ¿cómo iba a quedarse y ver cada noche cómo Tonina se retiraba a la intimidad con otro hombre, ver cómo su vientre se hinchaba con la simiente de otro, sabiendo que la había perdido, como pensó hacía cuatro meses, cuando la vio salir de la choza en la playa?
Una vez más, el impulso de maldecir a los dioses estaba ahí. Levantó el rostro al cielo, y quiso maldecirlos a todos, sí, aquellos seres veleidosos y crueles que jugaban a su antojo con hombres y mujeres.
Entonces dejó caer los hombros. Sus ojos se llenaron de lágrimas, porque sabía que estaba mirando a Tonina por última vez.
—¿Dejará que sigas con tu búsqueda? —preguntó. Se refería a Humo Turquesa.
—Sí —contestó ella con un suspiro—. No se interpondría en una misión sagrada. En realidad, creo que se siente orgulloso.
Kaan se quitó el colgante que llevaba al cuello y se lo puso en las manos a Tonina. Era el medallón de la flor roja.
—Naciste para esto —dijo con la voz llena de dolor—. Ha sido tu tonali desde el principio. He sido un necio al pensar que los dioses nos habían unido por alguna razón. Para ellos no somos más que juguetes. Y se ríen de nosotros.
Un Ojo conocía la tendencia de Tonina a pasear sola, y se había impuesto la obligación de ser su guardián, aunque ella no lo sabía. Al seguirla de lejos, siempre oculto, se aseguraba de que estuviera protegida. Aquella mañana no fue una excepción y así fue como presenció el crucial encuentro junto al arroyo desde detrás de unas rocas, y oyó cada palabra.
Tonina no le había dicho a Kaan la verdad. Pero tenía que saberla, se dijo Un Ojo. De otro modo, aquel perro sarnoso no sería castigado por sus actos. Un Ojo no había dicho a nadie que el hijo era de Balam, ni siquiera a la h’meen. Si aquello se sabía, la ira de todos sería grande. Saber que su amada Tonina había sido violada los enfurecería hasta tal punto que quizá se convertirían en una turba desbocada sedienta de venganza.
El grupo de viajeros había seguido aumentando, porque la diosa Ixchel seguía consiguiendo adeptos. Y ahora su hija tenía un estatus más relevante. Desde que Tonina salió simbólicamente de «debajo de tierra» —la choza de hierba de la playa de Tehuantepec—, transformada, igual que le había pasado a su madre, el halo de magia y misterio de las dos mujeres se había intensificado. Cheveyo, el padre, también formaba parte de ese halo, y aquellos que estaban en Palenque hacía veinte años lo recordaban como un chamán bueno y sabio. Les gustaba la idea de seguirle el rastro hasta Aztlán… (aunque en realidad Un Ojo había oído un extraño rumor que nadie creía, y según el cual también él había sido encerrado en una de las muchas cavernas subterráneas que rodeaban la ciudad y seguía bajo tierra). Y luego llegó la transformación de Kaan, cuando se presentó en la playa durante la ceremonia de Tonina como un hombre distinto. Todos estaban convencidos de que los dioses habían tocado con sus poderes aquella playa y todo cuanto había en ella.
Quizá tenían razón, decidió Un Ojo pensando en el amor sosegado que había surgido entre él mismo y la h’meen durante el viaje. No se trataba de un amor apasionado, sino de un profundo afecto como Un Ojo nunca había sentido. Por una vez en su vida, el bienestar de otra persona le preocupaba más que el suyo propio. ¿No era un milagro?
Por eso no podía dejar que nadie en el campamento supiera la verdad sobre el hijo de Tonina. Sin embargo, Balam debía ser castigado. No podía quedar impune después de lo que había hecho. Sí, Kaan se aseguraría de hacer justicia.
Cuando estuvo seguro de que Tonina no podía verle, dejó su escondite y corrió en pos de Kaan.
—¡Noble Kaan! ¿O debo llamarte Tenoch?
Kaan se volvió y, al ver al enano, sonrió. Pero mientras se acercaba jadeante por el sendero, Un Ojo vio que era una sonrisa triste.
—Por los huesos de mi bisabuelo, qué alegría volver a verte, noble Kaan. ¿No te quedas con nosotros?
—Solo he venido a… —Su voz vaciló, mientras sus ojos escrutaban el verde del bosque. No, Tonina se había ido.
Un Ojo extendió el brazo y dijo:
—Me encargaron que te entregara esto —y le dio la bolsita de piel de ciervo de Balam.
—¿Qué es? —preguntó Kaan y se la guardó en su fardo sin apenas mirarla.
En aquel instante, todos los reproches que Un Ojo se había hecho en su vida se unieron en uno, y deseó con todas sus fuerzas poder volver atrás, arrebatarle a Kaan la bolsita. Porque en aquel momento vio su dolor, su tristeza. Se dio cuenta de que sería una crueldad añadir a sus hombros una carga mayor de la que ya llevaba si permitía que supiera lo que había sucedido entre Balam y Tonina. Pero ¿cómo pedirle que le devolviera la bolsita sin despertar su curiosidad, sin darle algún tipo de explicación?
—Solo quería desearte lo mejor en tu viaje —dijo Un Ojo sintiéndose un miserable, maldiciéndose por su cobardía, maldiciendo el día en que nació, y el día en que se le ocurrió robar una bolsita de perlas a una isleña como él en el mercado de Mayapán.