Lampiño empezó una nueva calabaza de pulque y bebió con liberalidad, olvidando en su embriaguez ofrecer una libación a los dioses.
Estaba sentado sobre un tronco que el mar había arrastrado a la orilla, lejos del campamento principal, bajo la luna y las estrellas, con la única compañía del sonido de las olas que rompían. Se sentía profundamente triste. Kaan ya no era un héroe del juego de pelota, que era a lo que él, Lampiño, había dedicado su vida. Desde que partieron de Mayapán, Kaan había jugado muy poco. Luego su amada esposa tuvo una muerte terrible. Y ahora su nueva y joven esposa le estaba engañando con un artesano que hacía flautas.
Dio otro trago de licor, se pasó su gran mano por la boca y lloró. Añoraba los viejos tiempos, cuando el juego de pelota era su vida, cuando vivía por la emoción de la victoria, las apuestas, el honor de llevar a su héroe a hombros. Lampiño habría seguido a Kaan hasta el fin del mundo, mientras algún día volvieran a Mayapán y a los juegos.
Pero Kaan… ¡mostrarse ante todos como un despreciable chichimeca!
Lampiño arrojó la calabaza vacía a un lado, se puso en pie y fue dando tumbos a ciegas hacia el bosque, sin hacer caso de las enredaderas que le hacían tropezar ni de las hojas cortantes que laceraban su piel. Ya no sentía el mundo bajo sus pies.
Cuando llegó dando traspiés a un campamento y vio a los hombres sentados en torno a pequeñas fogatas y a las mujeres que preparaban tortitas con aquel familiar «pat pat», Lampiño se detuvo tambaleante y pestañeó.
Sus ojos nublados se posaron en Balam, que lo miró sobresaltado. El hombre se levantó lentamente y Lampiño recordó que aquél era un príncipe maya, un verdadero héroe de la pelota.
Balam se acercó. Conocía a aquel hombre y entendía su dolor. Sí, algunos de los seguidores de Kaan se habían sentido traicionados por lo sucedido. Así que puso una mano en el ancho hombro de Lampiño y preguntó:
—¿Vienes a decirme algo, amigo?
Lampiño veía a dos Balam ante él, tenía náuseas.
—¿Decir? —musitó.
Y entonces pensó: «¡Sí! ¡Tengo que decírselo! Necesito que todo vuelva a ser como antes. Soy un hombre sencillo que vive por una sola cosa. Busca a Kaan y haz que vuelva para que podamos regresar juntos a Mayapán y a los juegos».
—Gran príncipe, mi señor se va a las tierras altas —dijo con la voz arrastrada—, al lago Texcoco, en busca de una tribu llamada chapultepeca. Mi señor dice que él es chapultepeca. Tienes que decirle que no lo es.
Lampiño se dejó caer de rodillas, entre sollozos, y luego cayó de bruces al suelo. Unos instantes antes de perder el conocimiento, recordó —demasiado tarde— que Kaan había arriesgado su vida para sacarle de las arenas movedizas en las afueras de Palenque.
Balam y sus hombres estaban listos para partir antes del alba. Escudriñó la zona donde habían estado acampados para asegurarse de que no se dejaban nada y de que no había nada que pudiera indicar adónde iban —la multitud que dormía en la playa pensaría que él y sus mayas habían seguido camino hacia Teotihuacán—. Satisfecho al ver que dejaba un campamento limpio —con la excepción de la cabeza del gigante peludo que había traicionado a Kaan—, Balam dijo a su primo que iniciaran la marcha con discreción, para que nadie los oyera.
—Yo tengo que hacer una cosa. Os alcanzaré enseguida.
Balam sabía que Tonina tenía la costumbre de bañarse cada mañana si había corrientes de agua cerca. Así que sabía que en aquellos momentos estaría sola, rezando sus oraciones, quitándose la ropa y preparándose para nadar en el agua como un pez.
Espiando entre los árboles, la vio en la orilla del mar mientras el cielo empezaba a aclararse, desnuda, salvo por los colgantes de protección y el cinturón de cuerda que llevaba a la cintura. Tonina estaba rezando, por eso no le oyó cuando se acercó sigilosamente por la arena fría y sus brazos la aferraron por sorpresa desde atrás, la rodearon con fuerza por la cintura, la pegaron a un cuerpo poderoso y le taparon la boca con fuerza. Tonina se resistió, trató de morder y gritar, clavó los talones en la arena, pero el atacante era más fuerte y logró arrastrarla hacia los árboles.
El ataque fue brutal y doloroso, porque Tonina luchaba contra una fuerza muy superior. Él le sujetó los brazos por encima de la cabeza y le abrió las piernas. Los gritos de Tonina se oían amortiguados, no podía quitárselo de encima. Balam volcó toda su ira, su rabia, su amargura y desesperación en aquella agresión… Seis Palomas muerta en la subasta de esclavos, Ziyal gritando «taati» cuando se la llevaban. «¡Tendrías que haber elegido a mi esposa!», exclamó mentalmente mientras atacaba a la adivina que había elegido a Cielo de Jade en la Gran Sala y había destruido su vida para siempre.
Cuando terminó, se arrodilló sobre ella y, tras desenvainar su cuchillo de obsidiana, cortó el cinturón de cauri. Sus ojos se encontraron con los de Tonina; en ellos no vio llanto ni vergüenza, solo ira y un gesto desafiante. A Balam le gustó. Hubiera deseado quedarse y utilizarla algunas veces más, o llevarla con ellos y dejar que sus hombres disfrutaran de ella. Pero su gente la buscaría, les seguiría, y Balam debía dirigirse hacia su destino.
Cuando quiso apartarse, Tonina se incorporó de un salto y le arañó la cara; entonces él le asestó un fuerte golpe en la cabeza que la hizo caer al suelo inconsciente.
Antes de volver al sendero para seguir a su ejército, Balam guardó el cinturón de cauri en una pequeña bolsa de piel de ciervo, fue con sigilo hasta el campamento de la playa y buscó al enano, que dormía junto a la h’meen. Balam le dio una patada y cuando logró que despertara, le arrojó la bolsita de piel de ciervo y gruñó:
—Cuando vuelva puedes darle esto a tu amo.