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Negras nubes de tormenta ocultaban el horizonte, pero despidieron a Kaan bajo un límpido cielo de verano en una celebración a la vez alegre y triste, pues todos sabían que su misión era de redescubrimiento, y que debía ir solo.

Lampiño se arrojó a sus pies y lloró.

—Señor, ¿qué he hecho para disgustarte?

Kaan ayudó al gigante a levantarse, y vio con asombro las lágrimas que caían por su ancho rostro de maya.

—No me has disgustado, mi querido amigo. No temas. Sigo siendo Kaan, el jugador de pelota. El hombre al que has seguido todos estos meses continúa aquí. Pero también soy otro. Y cuando vuelva, lo entenderéis.

—Mi tribu es nómada —dijo Ixchel—, no tenemos un hogar permanente, porque buscamos Aztlán. Quizá estarán en Chapultepec, no lo sé. Tú debes averiguarlo. Éstos son los cuatro nombres que necesitarás. —Le había pedido a la h’meen que los escribiera en papel, en glifos mayas y náhuatl—. Son los padres de mi madre y los padres de mi padre. Busca a sus descendientes. Noble Tenoch, es fundamental que nos aseguremos de que tú y mi hija no estáis unidos por un parentesco demasiado próximo.

—No sufras, honorable Ixchel —dijo Kaan, y añadió—: Y por el camino preguntaré también por Cheveyo.

Un Ojo se adelantó para darle unos consejos.

—Si te encuentras con la tribu del fango en los llanos del Junco, no elogies a sus mujeres, porque los hombres te lapidarán.

Le dio unas piezas de jade y le enseñó algunas palabras en náhuatl que podían serle útiles, como «paz» y «amigo». Luego invocó a Lokono, el espíritu de todas las cosas, para que velara por él.

La h’meen le obsequió con algunas hierbas medicinales y té revigorizante, y con un amuleto que, según dijo, en su día llevó la primera h’meen de Mayapán.

Finalmente, Kaan logró que Balam prometiera que se quedaría con el grupo y lo protegería hasta su regreso.

—Van hacia el valle de Anáhuac, hermano. Justo del otro lado está Teotihuacán, que es a donde tú te diriges.

—Hermano —dijo Balam—, te doy mi palabra de que tu gente estará protegida, porque no confío en ese sapo de Humo Turquesa. —Entonces entrecerró los ojos y dijo—: ¿Ya no deseas vengarte de los hombres que asesinaron a tu esposa?

—No he olvidado mi deber de vengar su muerte. Y volveré a Mayapán para asegurarme de que se hace justicia. Pero ahora sé que primero debo encontrar a mi pueblo y descubrir quién soy, porque solo entonces podré plantarme ante los asesinos de Cielo de Jade con fuerza y honor.

—¿Dónde piensas ir exactamente, hermano? —preguntó Balam, que había intentado averiguar sin éxito el nombre de la tribu chichimeca de Kaan.

Después del banquete, Ixchel había pedido a su gente que no desvelara la verdadera identidad de Kaan. Y a Kaan le había dicho: «Hay poder en los nombres. Tus enemigos podrían usar tu nombre contra ti. Por eso el dios que nos creó, Huitzilopochtli, nos prohibió llamarnos aztecas mientras no hayamos encontrado nuestro hogar. No digas a nadie quién eres hasta que hayas encontrado a tu familia».

—Te lo diré cuando regrese, hermano —dijo Kaan solemnemente.

El último adiós fue para Tonina, a quien entregó una copia del mapa y mostró los puntos donde podían encontrarse: Matacapan, Tlacotalpan, los llanos del Junco, la bahía de la Garza. Y una vez más le pidió que siguiera la antigua ruta comercial. Luego la besó en los labios ante la multitud y en un susurro le prometió que volverían a encontrarse en el camino al valle de Anáhuac.