55

Todos contemplaban la escena asombrados. No se oía nada salvo el susurro del mar. Y entonces empezaron a oírse murmullos aquí y allí, hasta que todos hablaban a la vez.

—Acércate, Tenoch de Chapultepec —dijo Ixchel sonriendo.

La voz le temblaba de emoción; aquélla era la respuesta a sus plegarias que había estado esperando: que Kaan reencontrara su verdadero yo. Ahora podrían casarse, su hija podría unirse a un hombre de honor y coraje. En los largos y solitarios años que había pasado en la caverna, sin otra compañía que la de un pájaro que no podía hablar, Ixchel solo había soñado con una cosa: poder sostener algún día un nieto en sus brazos.

El nieto de Cheveyo.

Kaan se acercó al «trono» de Tonina y vio la expresión de respeto y alegría de ella; se preguntó por qué se había resistido durante tanto tiempo a aquel cambio inevitable. Él era aquel nuevo hombre… no, en realidad no era nuevo, había nacido para ser aquel hombre. ¿Lo había sabido siempre su madre? ¿Era ésa la razón por la que, a pesar de saber que se estaba muriendo, había insistido en que él viajara a Teotihuacán?

Durante toda su vida se había comportado como si fuera maya. Pero ahora que sabía quién era, en su interior sentía que ese acontecimiento le traspasaba hasta la médula. «Cuando vuelva a Mayapán lo haré como Tenoch de Chapultepec. Demostraré a los hombres del consorcio que el mío es un pueblo orgulloso y honorable. Y maldecirán el día en el que nacieron.»

—Chapultepec —dijo Ixchel de nuevo, frunciendo el ceño—. ¿La colina del Saltamontes?

Kaan se apartó el manto para mostrar el tatuaje que se había hecho en el pecho. Cuando salió trastabillando de la jungla, debilitado por aquella revelación, aunque también revigorizado, buscó a uno de los muchos barberos que viajaban con ellos y el hombre hizo su trabajo al amparo de una caoba gigante. Luego buscó discretamente a una familia que confeccionaba tejidos caros de algodón para venderlos a los ricos y a los nobles. Y cuando acabó, buscó un tatuador que conociera los símbolos tribales de los nahuas.

La herida aún sangraba, pero Ixchel veía claramente el tatuaje, que lo identificaba como miembro del pueblo de la colina del Saltamontes, «chapultepec» en náhuatl.

—El día que me hicieron la marca de mi tribu, cuando era niño, traté de no llorar —dijo con una sonrisa—, pero lo hice. Luego olvidé qué significaba la marca, y con el paso del tiempo se fue borrando. Pero ahora el nombre de mi tribu ha vuelto a mi memoria.

—¿Conoces el nombre de tu clan?

—Lo he olvidado, noble Ixchel.

Sus ojos se volvieron hacia Tonina, que le miraba con los labios entreabiertos, así que no vio la mirada de temor que pasó por el rostro de Ixchel.

—Perdóname por haber interrumpido vuestra celebración, honorable Malinal, pero tengo asuntos urgentes. Ha llegado a mis oídos que el jefe Humo Turquesa quiere atacarnos esta noche. Y pienso interceder en vuestro nombre.

—¿Interceder? —dijo Ixchel asustada, mientras sus ojos se volvían hacia la densa jungla, donde se imaginaba ya a los guerreros ocultos.

—Amigo mío —dijo Kaan dirigiéndose a Un Ojo, que miraba con la boca abierta—, quiero que tú y la h’meen visitéis al jefe Humo Turquesa. Decidle que Tenoch de Chapultepec solicita la presencia del jefe en un importante festejo, que deseamos su bendición y queremos honrarle.

Un Ojo no cuestionó sus órdenes. Elegirlos a él y a la herborista real era una decisión lógica, puesto que eran los únicos miembros de aquella gran multitud que podían tener algún valor a ojos del jefe zapoteca. Lo que Un Ojo no veía tan claro era la drástica transformación de Kaan. Pero entonces miró a Tonina en su trono y ya no tuvo ninguna duda.

Balam se abrió paso entre la multitud y se acercó a Kaan mirando con recelo.

—¿Qué pretendes, hermano? —gruñó, escrutándolo de arriba abajo con desagrado—. ¿Has perdido el juicio?

—Mi mente nunca ha estado más lúcida, hermano —replicó Kaan—. Dijiste que no había elección, o nos íbamos de este lugar inmediatamente o luchábamos. Pero te equivocabas. Hay otra alternativa.

—¿Y qué alternativa es ésa?

—Hacernos amigos de Humo Turquesa. Venceré a mi enemigo cuando lo convierta en mi amigo, hermano.

—¿Y cómo piensas lograrlo?

—Utilizando dos armas que Humo Turquesa no espera… la humildad y el respeto. —Kaan sonrió—. Ningún líder puede resistirse si le brindas la ocasión de mostrarse magnánimo.

—Estás llamando al desastre —le advirtió Balam—. Pero no te preocupes. Mis guerreros estarán preparados cuando tus intentos fallen.

Se volvió y se alejó, seguido por sus primos.

Mientras esperaba la respuesta de Humo Turquesa, Kaan invitó a todos a seguir con los festejos y lo hicieron encantados. Todos hablaban de aquel cambio en su líder, de su espléndida figura, y decían que ya lo sabían, que sabían que tarde o temprano entraría en razón y se daría cuenta de cuál era su sitio. Todos se felicitaban por su acierto al haber seguido a un héroe.

Kaan se volvió hacia Tonina y dijo:

—Ahora sé por qué no podía dejar de mirarte en el mercado de Mayapán la primera vez que te vi. Debí de intuir de algún modo que estábamos conectados. Ahora sé que no fue casualidad que nos encontráramos, fue el destino.

Se inclinó hacia delante para que solo ella pudiera oírlo.

—Tonina —le dijo con apasionamiento—, en una ocasión me preguntaste por qué no quería ser un líder, y yo te dije que era por algo que mi madre me había dicho de niño. «No debes fallar», me dijo. Eso la aterraba, y pronto empezó a aterrarme a mí también. Pero cuando te he visto salir de la choza esta mañana, una avalancha de recuerdos olvidados ha caído sobre mí. Y gracias a esos recuerdos me he dado cuenta de que había malinterpretado las palabras de mi madre. Cuando dijo «No debes fallar», yo pensé que tenía miedo de que me convirtiera en un fracasado. Pero en realidad no era ése el significado, sino todo lo contrario. Todos estos años, sus palabras han hecho que me reprimiera. Pero ya no.

Había más, pero aquél no era el lugar; ni siquiera era capaz de expresar con palabras los nuevos sentimientos, las nuevas revelaciones que iluminaban su mente como un sol radiante. Los exploraría más tarde, y trataría de reconciliarse con el hecho de que su madre nunca se avergonzó de su raza, nunca alentó en él el desprecio que Balam y otros mayas sentían por su pueblo. Eran otros los que habían inculcado prejuicios en su corazón. Porque ahora sabía que en realidad su madre siempre estuvo orgullosa de su raza.

Y Kaan quería que estuviera orgullosa de él.

El sol se ocultó detrás de la jungla y la playa se cubrió de sombras alargadas. El manto escarlata de Kaan adoptó un tono intenso y exuberante. Tonina no podía apartar los ojos de él: era Kaan y no lo era. Parecía como si al aceptar finalmente lo que era hubiera abierto la puerta a un nuevo poder y seguridad interior. Tonina intuía que sus dudas y sus preocupaciones habían desaparecido, porque ante ella veía a un hombre fuerte y seguro, que sabía quién era y cuál era su misión en la vida.

Quería que la cogiera en sus brazos. Anhelaba el contacto de sus labios sobre los de ella. Quería que toda aquella gente desapareciera y la dejara a solas con aquel hombre al que deseaba con tanto anhelo.

Entonces pensó: «El día de hoy señala la fecha de mi nacimiento, hace veintidós años, en la ciudad maya de Palenque, hija de Ixchel y Cheveyo. Pero también señala el nacimiento de Tenoch de Chapultepec». Supo que para el resto de sus días aquél sería el día más importante de su vida.

Kaan reprimió el impulso de tomar a Tonina en sus brazos y llevarla a un lugar más privado donde pudieran estar solos, tocarse, sentirse, hacer el amor lejos de los ojos curiosos, porque ahora por fin podían estar juntos. Pero primero debía proteger a su gente.

Así que se apartó de Tonina, y en ese momento oyó cierto alboroto en el lindero del bosque. El jefe Humo Turquesa acababa de llegar.

El pomposo jefe zapoteca desfiló lentamente hacia el centro de la multitud que estaba congregada en la playa, acompañado de esposas y ayudantes, esclavos y asistentes. Era un hombre bajo, con una gran barriga, ataviado con pesados ornamentos de conchas, huesos y plumas, pero sus ojos eran despiertos, y delataban una aguda inteligencia.

La multitud, inquieta, se abrió para dejar paso a los feroces zapotecas, cuyas lanzas estaban rematadas por cráneos humanos. Humo Turquesa se detuvo ante Kaan y entrecerró los ojos; luego los abrió con exageración, porque ante él veía una cara conocida, aunque era un hombre diferente que hasta hacía apenas cuatro días se había hecho llamar Kaan y vestía como un maya. En cambio, ahora decía llamarse Tenoch y vestía a la manera de los nahuas, así que seguramente no sería uno de los suyos.

A Tonina, el jefe le pareció un hombre de aspecto curioso, pues su piel era tan oscura que casi parecía negra. Sus ojos eran extraordinariamente redondos y algo saltones, y la nariz era carnosa y chata. Entonces se dio cuenta de que se parecía a las extrañas cabezas olmecas de la jungla y, en vista de que muchos de los que iban con él tenían los mismos rasgos, pensó si no descenderían de aquella antigua raza.

Tomaron asiento sobre unas esterillas, mientras las mujeres traían pulque y bandejas de comida. Los soldados de Humo Turquesa, fuertemente armados, esperaron detrás de su jefe mientras la gente se arremolinaba para ver la importante reunión. Tonina siguió en su asiento en un lado del círculo e Ixchtel se sentó en el contrario. La h’meen estaba junto a Ixchel, con papel en blanco sobre las piernas, pinceles, botes de tinta. Un Ojo estaba en la parte interna del círculo, por su buena suerte.

En la Gran Sala de Mayapán, Kaan había presenciado muchas audiencias con Su Excelsa Eminencia, así que sabía que al negociar un acuerdo, nunca había que abordar la cuestión principal directamente, sino que se empezaba con interminables cumplidos y elogios, se invocaba a todos los dioses que pudieras recordar, se bendecía a todos los miembros de la familia del otro. Tras verter libaciones a los dioses y arrojar pedazos de comida al fuego, él y Humo Turquesa brindaron por la tribu y los dioses del contrario con pulque; luego, todos esperaron educadamente a que Humo Turquesa probara las almejas al vapor antes de abalanzarse también sobre aquellas delicias. Cuando Humo Turquesa decidió que los estaban tratando con el debido respeto, invitó al «honorable Tenoch» a decir lo que quería.

Kaan sorprendió a todos, pues no dijo al jefe lo que él y los suyos necesitaban. Recordando lo que había observado en la Gran Sala, se concentró en mencionar lo que él y su grupo podían ofrecer al jefe zapoteca. La idea era convencer a Humo Turquesa de que no podían vivir sin las cosas que les ofrecían, y que podía disfrutar de todas esas ventajas sin hacer nada, que lo único que tenía que hacer, dijo Kaan, a cambio del algodón, los cestos, la ayuda de cazadores y pescadores expertos, de esposas para sus hombres solteros, de la buena suerte de un enano y una herborista real, de las oraciones y los elogios de cientos de personas… a cambio de toda aquella abundancia, lo único que el jefe tenía que hacer era brindarles la protección de sus guerreros.

—¿Durante cuánto tiempo necesitáis mi protección? —preguntó el jefe, pues desde hacía cuatro noches sabía que aquella gente iba hacia el norte en busca de un hogar mítico y ancestral.

Kaan sacó un mapa de papel de corteza. Él y su grupo iban siguiendo una antigua ruta comercial que se extendía desde Teotihuacán, al norte del valle de Anáhuac, hasta Chichén Itzá en el lejano este y hasta Copan por el sur.

—Estamos aquí —dijo señalando el glifo que representaba el asentamiento de Humo Turquesa. La calzada que pasaba por Tehuantepec era una continuación del camino blanco de los mayas, y viajeros y mercaderes la utilizaban desde hacía más de mil años—. Nos dirigimos al valle de Anáhuac, y de allí seguiremos hacia el norte, a Azdán.

Humo Turquesa estudió el mapa con el ceño fruncido mientras mascaba el tabaco. Él no entendía todos aquellos signos.

—¿Dónde está Zempoala?

—Aquí —dijo Kaan, señalando un glifo.

—Muy bien —musitó Humo Turquesa—. Es territorio totonaca, son mis aliados. Ahora tú también eres mi aliado, Tenoch de Chapultepec, y mi ejército os acompañará hasta los límites de nuestro territorio, donde podéis negociar la protección con el jefe Acayucan, que está casado con mi hermana.

Pero antes de sellar el acuerdo con su huella, Humo Turquesa levantó un dedo regordete y manchado de tabaco y dijo:

—No confío en el maya y sus guerreros.

—No te preocupes por Balam. Él hará lo que yo diga.

—¡Que así sea!

La multitud rompió en vítores y palabras de admiración. El propio Kaan estaba sorprendido por su capacidad de negociador. Pero sabía que si tenía esa habilidad era porque ahora sabía quién era realmente. Kaan el maya no habría sabido resolver la situación tan bien.

—Y ahora, debemos sellar el trato —dijo el jefe, frotándose sus manos regordetas—. Acordaremos algunos matrimonios.

Kaan pestañeó.

—¿Matrimonios?

A una señal de Humo Turquesa, llevaron a una tímida joven al interior del círculo.

—Para unir nuestras dos tribus —dijo el jefe—, te casarás con mi hija. —Y acto seguido señaló a Tonina y dijo—: Y yo me casaré con ella.