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Conmocionada, Tonina observó a aquella mujer cuyos cabellos blancos resplandecían a la luz del fuego; los demás guardaban silencio, atónitos.

—Éste es el motivo por el que os he hecho regresar —dijo la h’meen—. No era por las peligrosas trampas en las colinas, sino por la increíble historia de Ixchel. Cuando la he escuchado me he dado cuenta de que tú eras ese bebé.

—Perdóname, pero… ¿la honorable Ixchel no es demasiado mayor para ser la madre de Tonina?

—Mientras comíamos, honorable madre —dijo la h’meen dirigiéndose a Ixchel—, hubo algo que me intrigó. Mientras hablabas o sonreías vi que tus dientes estaban sanos, que no faltaba ninguno. Me pregunté cómo era posible y se me ocurrió que quizá no eras tan anciana como creíamos. ¿Qué edad tenías cuanto Pac Kinnich te encerró bajo tierra?

—Estaba en mi decimonoveno verano.

—¿Y en qué año fue eso?

—Fue el año de los cinco huracanes.

—Honorable Ixchel, de eso hace veintiún años, lo que significa que solo tienes cuarenta años.

—¡Por el gran Lokono! —susurró Un Ojo.

—Recuerdo ese año —dijo Kaan mirando a Tonina con asombro—. Recuerdo los huracanes, cinco seguidos. Yo tenía siete años; así que, en efecto, fue hace veintiún años.

Ixchel frunció el ceño.

—Pero, miradme. Soy una anciana.

—Creo —se aventuró a decir la h’meen— que haber pasado tanto tiempo en la oscuridad, comiendo alimentos que apenas veían el sol te ha hecho envejecer antes, como me ha sucedido a mí.

Ixchel, con los ojos muy abiertos y brillantes, se volvió hacia Tonina.

—Entonces, ¿es cierto? ¿Podrías ser mi hija? Pac Kinnich envió hombres en canoas para que la capturaran, pero cuando volvieron dijeron que el mar se la había tragado. ¡Mintió!

Ixchel rompió en sollozos y se cubrió el rostro con las manos. Tonina fue a su lado y rodeó sus frágiles hombros con el brazo.

Lloraron juntas, madre e hija, demasiado emocionadas para hablar. Un Ojo se sorbió la nariz al pensar en su madre, que había muerto hacía mucho tiempo. Y a Kaan se le humedecieron los ojos al recordar el momento de la despedida con su madre, en la cocina del palacio.

Ixchel se fijó en el fardo de viaje de Tonina, que estaba abierto, y exclamó:

—¡Señales y portentos!

Entonces, al recordar que había otras personas con ellas, se apartó de Tonina y trató de recomponerse.

Durante un largo momento, miró a aquella joven alta y fuerte que tenía a su lado, consciente de que le iba a costar asimilar el milagro. Luego dijo:

—Cuando Pac Kinnich me llevó a lo alto de la colina para hacerme bajar a la cueva dijo que, puesto que había arrojado a mi bebé al agua para que él no pudiera capturarlo, yo viviría bajo el agua, para que nadie pudiera llegar a mí. Y si ahora has llegado hasta mí es justamente porque estaba bajo el agua. Yo te entregué al mar y los dioses te convirtieron en una excelente nadadora.

Apoyó una mano temblorosa en la mejilla pintada de Tonina.

—El río subterráneo que pasa por la caverna desemboca en la bahía de Campeche. Por eso rezaba a los dioses para que te encontraran y te trajeran de vuelta. Cuando rezaba lloraba y mis lágrimas iban al mar. Los dioses del mar bebieron mi llanto y oyeron mis plegarias y las han contestado.

De repente se acordó de su amado y apuesto Cheveyo y pensó que si ella era más joven de lo que creía, quizá su esposo seguía con vida. Cuando Pac Kinnich la encerró en la cueva, le dijo que le había mostrado a Cheveyo una prenda suya manchada de sangre, como prueba de que estaba muerta. Su marido le creyó y se fue de Palenque. Tenía que haber ocurrido de ese modo, porque si él hubiera creído que estaba viva la habría buscado incansablemente, y posiblemente la habría encontrado.

Ixchel se estremeció de esperanza. ¡Cheveyo podía estar vivo!

—Honorable madre —dijo Tonina pensando que ese nombre honorífico cobraba ahora todo su sentido—. He buscado la flor por todas partes. Pero no hay flores rojas que cuelguen de ningún árbol. No como ésta. —Señaló la piedra que Ixchel sostenía en su mano.

—¿De un árbol? La flor crece hacia arriba, en forma de copa.

Levantó la cuerda para que todos vieran los pétalos que miraban hacia arriba.

Entonces Tonina se dio cuenta de que Guama había mirado el medallón al revés.

—Pero no la hallarás en cualquier bosque —dijo Ixchel—, porque es muy especial.

—¿Dónde puedo encontrarla?

Ixchel miró a las personas que había junto al fuego. El secreto de la flor roja no era para todos los oídos.

—No puedo hablar de eso ahora. Estoy cansada.

Tonina deseaba saber más, pero la h’meen dijo:

—Ahora debéis iros. Ixchel necesita descansar.

Tonina abrazó tiernamente a su madre y le dio un beso de buenas noches.

—Volveremos a hablar mañana, mi querida niña. Tengo tanto que contarte… pero debes saber una cosa: por tus venas corre la sangre de un linaje noble y muy antiguo. Y esto —dijo cogiendo el paquete envuelto en plumas y apretándolo contra su pecho— algún día será tuyo.