—¡Hermano! —gritó Balam—. ¡Doy gracias a los dioses porque nos has encontrado!
Kaan estalló de alivio, rabia, alegría.
—¿Por qué os fuisteis de Copan de noche, como ladrones? ¿Por qué robasteis la piedra con los glifos?
Balam le dedicó una mirada dolida.
—¡Como un ladrón! Hermano, ¿es que no te dijo nada el jefe Ocelote? Le dejé un mensaje para ti.
—No me dio ningún mensaje —dijo Kaan con gesto sombrío.
—¡Y yo que confiaba en ese necio! —dijo Balam, maravillándose por la facilidad con la que las mentiras salían de su boca en los últimos tiempos, disfrutando al ver que la expresión de Kaan pasaba de la ira a la perplejidad. Manipular a los demás era una forma de poder que le gustaba—. ¡Lo hice por ti! Entre Mayapán y Copan tú hiciste el trabajo, tú encontraste el camino, abriste sendas nuevas, y yo y mi grupo nos limitamos a seguirte. Pensé que ahora me tocaba a mí. Le dejé un mensaje al jefe Ocelote para que me siguieras. ¡Pero doy gracias a los dioses porque ahora estás aquí!
Cuando vio que Kaan no parecía muy convencido, se apresuró a añadir:
—Hermano, he encontrado a la diosa prosaica.
El rostro de Kaan se iluminó al momento.
—Estos hombres —dijo Balam señalando a los cuatro muertos— sacrificaron su vida para salvarla. Pero ¡hay tanta agua! La diosa vive en un río subterráneo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tonina, que se adelantó hasta ellos.
Balam le lanzó una mirada. Le habría gustado cogerla por el pescuezo en aquel mismo momento y estrangularla. Pero tenía planes para ella y para Kaan.
—Pregunté entre los campesinos locales —dijo—. Los que cultivan maíz son gente amable —añadió, pensando en el hombre al que había torturado hasta matarlo para conseguir la información que necesitaba: una estela de piedra, como las que habían visto en Tikal y Copan, muy antigua, oculta entre la vegetación de la selva—. Allí —dijo señalando, y todos vieron la losa de piedra, tan alta como un hombre, ladeada—. El campesino dijo que la leyenda habla de una estela que señala el lugar donde se oculta la diosa. Solo había que comprobar las estelas que hay por aquí (y son muchas, hermano). Hasta que encontramos ésta.
Kaan y Tonina vieron que faltaba un trozo.
—¿Veis? —dijo Balam, y colocó la piedra con los glifos, que encajaba a la perfección, de modo que completaba el rostro de una mujer sentada en un trono.
Kaan miró hacia la entrada de la cueva.
—¿Está ahí abajo?
—Sin duda, pero no será fácil llegar a ella.
Entraron, y encontraron un pequeño río que discurría por el interior.
—El río desciende para seguir por debajo de la colina, allí —dijo Balam señalando las aguas oscuras, mientras su voz resonaba por la cueva. A pesar de la escasa luz, vieron una abertura en la roca—. Mis hombres trataron de nadar al interior de esa abertura, pero los cuatro quedaron atrapados y cuando conseguimos sacarlos ya era tarde.
Tonina vio que, desde donde estaban, era difícil determinar la anchura de la abertura, o su profundidad.
—Yo iré —dijo.
Una expresión de desdén pasó por el rostro de Balam, pero nadie la vio, porque todos los ojos estaban puestos en Tonina. La odiaba más que nunca. Una simple chica, alardeando de hacer algo que ni sus hombres más fuertes habían logrado.
Kaan la aferró por los hombros.
—Si no vuelves pronto —le dijo—, iré a buscarte.
—Tú no sabes nadar —susurró mirándole a los ojos.
Él apretó los dedos sobre sus hombros.
—Lo haré si tengo que hacerlo.
Tonina pensó que iba a besarla, allí, delante de todos. Él acercó el rostro, y Tonina deseó que la besara, aunque también le asustaba. Pero Kaan se apartó, porque de pronto recordó que estaban delante de Balam y los demás.
Antes de meterse en el agua, Tonina pensó en la gran multitud que esperaba fuera de la cueva, observando con nerviosismo, una gente que la había seguido llena de confianza, primero cuando buscaba la flor, y ahora con la esperanza de encontrar a la diosa. Sabía que todos se estaban haciendo la misma pregunta: ¿concedería la diosa más de un deseo y, de no ser así, el deseo de quién sería concedido? En cada corazón, la respuesta era «el mío».
Tonina se detuvo para rezar una plegaria:
—Espíritus de la cueva, vengo en son de paz, no os deseo ningún mal. Solo quiero hablar con la diosa prosaica.
Se metió en aquellas aguas rápidas, manteniendo la cabeza por encima de la superficie, y dejó que la corriente la llevara hacia la abertura en la roca. Tragó aire y se sumergió, buscó la abertura a tientas y pasó por ella.
Kaan permanecía a un lado del río, mirando con inquietud al agua. Mientras, Balam salió con sus hombres de la cueva y les dio instrucciones para que les arrebataran la diosa en cuanto Tonina saliera con ella.
—Si es necesario, matad a Kaan y a la chica, pero la diosa debe ser nuestra.
Nadar bajo aquellas aguas subterráneas no se parecía en nada a nadar en el mar. Tonina jamás había vivido aquella oscuridad bajo el agua, no veía ni un espejeo de sol. Tratando de no pensar en la roca sólida que la rodeaba, o que no había ninguna superficie sobre su cabeza a la que subir si necesitaba aire, se impulsó agitando los brazos de forma regular y decidida. Era un proceso lento y difícil, porque continuamente encontraba salientes de roca y pasajes estrechos. El túnel no parecía tener fin. Los pulmones empezaban a dolerle. Pero no tenía espacio para dar la vuelta y la corriente era muy fuerte. ¡Se ahogaría!
Y si no salía, Kaan iría a buscarla…
Pero de pronto, estaba fuera, cayendo por una cascada a una laguna negra. Tonina salió enseguida a la superficie, boqueando para respirar, y nadó hasta la orilla. Antes de salir esperó unos momentos, para recuperar el aliento y permitir que sus ojos se adaptaran a la luz débil de lo que resultó ser una caverna más grande y abovedada.
Cuando recuperó el aliento y el pánico remitió, salió del agua y se levantó temblando. Empezó a distinguir más cosas: paredes de piedra, un suelo frío de tierra, estalagmitas con forma cónica que subían del suelo y se encontraban con las estalactitas. Parecía que la luz entraba por una abertura en el techo, muy arriba. El sol penetraba por allí, e iluminaba la laguna, la cascada y…
Sus ojos se abrieron desorbitadamente. Justo bajo la abertura del techo, en unos cuadrados creados en el suelo de tierra de la caverna, había un jardín, verde, denso, florido. Desde donde estaba veía tomates, bayas, madreselva. Enrejados y cenadores aparecían cubiertos de enredaderas con flores. En la pared más alejada, Tonina vio una zona dispuesta para dormir, con esterillas, mantas y un pequeño altar. También una para cocinas, con un hueco ennegrecido para el fuego e hileras de odres y cuencos de barro.
Oyó un jadeo y al darse la vuelta vio una aparición. De modo instintivo hizo una señal de protección en el aire, pero entonces se dio cuenta de que estaba ante una mujer que parecía tan perpleja como ella misma.
El momento se prolongaba. Las dos se miraban a través de las cortinas de luz moteada por el polvo, envueltas en el sonido refrescante de la cascada. Por encima del sonido del agua, a Tonina le pareció oír el canto melodioso de un pájaro, pero no podía apartar los ojos de la mujer de blanco. Unos ochenta años, pensó Tonina, inmaculadamente limpia. Su túnica larga y blanca, aunque parecía gastada y deshilachada, estaba limpísima, igual que sus cabellos blancos, que le llegaban más abajo de la cintura y llevaba recogidos en dos largas trenzas.
—¿Eres un fantasma? —preguntó la mujer finalmente. Hablaba maya, y su voz era suave y cordial.
Tonina apenas podía hablar. ¿Cómo dirigirse a una diosa?
—No.
—Pero… tu rostro…
Tonina se dio cuenta de que sus pinturas debían de haberse borrado, y seguramente se la veía algo demacrada.
—He venido a liberarte.
Otro jadeo.
—¿Es cierto?
Tonina asintió, mientras su pelo y sus ropas chorreaban agua.
—Mis amigos están esperando para rescatarte.
La mujer se echó a llorar.
—Llevo tanto tiempo esperándoos —dijo sollozando entre sus manos.
Con torpeza, Tonina se acercó y le puso una mano en el hombro. La diosa era extrañamente frágil y huesuda.
Cuando levantó su rostro, vio que estaba arrugado y ajado y por un momento Tonina pensó en la h’meen.
—¿Cheveyo está con vosotros? —preguntó entonces la mujer.
—¿Cheveyo?
—Tal vez os envía el rey.
—¿Qué rey?
—Pac Kinnich, que ocupa el trono.
Tonina y su grupo habían oído decir que la ciudad cercana de Palenque había quedado abandonada hacía tiempo.
—No hay ningún rey —dijo dulcemente, mientras su cabeza empezaba a pensar cómo sacarla de allí.
La anciana miró sus manos manchadas, sus largos cabellos blancos.
—Llevo muchos años aquí abajo. Supongo que mi amado Cheveyo habrá muerto. Todo el mundo se ha ido. Incluso el perverso hombre que me metió aquí se convirtió en polvo hace tiempo. ¿Cuál es tu nombre, niña?
—Tonina.
—Yo soy Ixchel. Que los dioses te bendigan por salvarme, Tonina. Si puedo hacer algo para recompensarte, no dudes que lo haré.
Tonina examinó la caverna. ¿Cómo saldrían de allí?
—No podemos salir por donde he venido —dijo señalando la cascada—. ¿Hay algún otro modo de salir? —preguntó, aunque sabía que era una pregunta absurda, porque de haber habido una salida sin duda la diosa ya la habría utilizado—. Debemos apresurarnos —dijo tras pensar de repente que Kaan se sumergiría también en el río subterráneo si tardaba demasiado. No sobreviviría. En ese momento oyó de nuevo el canto melodioso de un pájaro y esta vez lo vio, posado, con una pata sujeta a una cuerda.
Tonina miró llena de asombro. Había oído hablar de un extraordinario pájaro que se llamaba quetzal, una pequeño periquito de color verde y rojo con unas plumas verdes iridiscentes en la cola que valían más que el oro o el jade. El quetzal se relacionaba con Kukulcán, uno de los dioses supremos de los mayas, y por eso matar al pájaro sagrado se castigaba con la muerte. Aunque Tonina había recorrido diversas selvas, no había visto ni una sola vez a aquel pájaro legendario.
El ave estaba posada tranquilamente, con el pecho hinchado y la larga cola tocando el suelo de la cueva. Ixchel le acarició la cabeza.
—Fue sentenciado a esta muerte en vida conmigo, y ha sido mi leal compañero todos estos años.
Tonina vio que la cuerda sujeta a la pata del pájaro era muy larga, así que podía revolotear por la caverna sin escapar por el agujero. ¿Y si liberaba al pájaro? ¿Lo verían salir Kaan y los demás y sabrían que tenían que subir a mirar a lo alto de la colina?
Se lo propuso a Ixchel.
—Hagámoslo —dijo ésta—. Pero deja que le ate algo, para que tus amigos sepan que viene de mí y no es un ave salvaje más.
Tonina observó mientras el quetzal dejaba que Ixchel le sujetara un lazo a una de las patas. Ella cortó la cuerda con su cuchillo y las dos mujeres dieron unas palmadas para que el pájaro echara a volar.
El pájaro voló, voló y salió por la abertura y fue… ¡en la dirección equivocada! Algo tarde, Tonina pensó que seguramente la época de cría del quetzal era la primavera y el verano. ¿Lo moverían sus instintos a volar en busca de una pareja?
Así que las dos se quedaron mirando al orificio del techo, con los ojos puestos en un cielo que las nubes empezaban a oscurecer.
Nada.
El tiempo pasaba.
De pronto… ¡el pájaro volvió a entrar!
—¡No! —gritó Tonina cuando volvió a posarse en su percha.
Ixchel le habló, acariciándole la cresta, y entonces dio unas palmadas otra vez y el pájaro volvió a marcharse, como si esta vez hubiera comprendido su misión, porque cuando llegó a la abertura voló en la dirección correcta.
Entretanto, en la entrada de la cueva, Kaan empezaba a inquietarse. Tonina llevaba demasiado tiempo dentro. ¿La prisión de la diosa estaba tan abajo? ¿Y si había quedado atrapada en aquel río subterráneo que seguía hasta la bahía de Campeche? ¡Iría a parar al mar! Maldiciéndose por haberla dejado ir —sin duda debía de haber alguna otra forma de rescatar a la diosa—, se quitó el manto y avanzó.
—¡Señor, no lo hagas! —exclamó Lampiño—. ¡No sobrevivirás!
Pero Kaan estaba decidido.
De repente Un Ojo gritó:
—¡Mirad! ¿Qué es eso?
Todos levantaron la vista, resguardándose los ojos del sol del atardecer, y vieron al hermoso quetzal volando en un amplio círculo sobre sus cabezas, con su cola larga y brillante ondeando.
—Lleva algo sujeto a la pata —dijo Kaan—. No es un ave salvaje.
Entonces el quetzal descendió en picado hacia la cresta de la colina y Kaan echó a correr, con los otros detrás.
Treparon a la colina, sin apartar los ojos del pájaro, que bajaba y volvía a subir, hasta que llegaron arriba, donde buscaron frenéticamente entre la densa maleza, y hasta que encontraron la abertura.
Kaan se dejó caer de rodillas y llamó. La voz de Tonina le respondió desde abajo:
—¡Estoy aquí! ¡La he encontrado!
Echaron un columpio improvisado con cuerdas y una hamac y, mientras ayudaba a Ixchel a instalarse en el asiento y luego se sentaba con ella y se agarraba, Tonina supo lo que le pediría a la diosa cuando llegaran arriba: que concediera el deseo de Kaan. «Yo siempre estoy a tiempo de encontrar a mi familia —pensó mientras las subían lentamente—. Pero Cielo de Jade solo tiene cincuenta días…»
Mientras subían a Tonina y a Ixchel, los guerreros de Balam esperaban en tensión para hacerse con la diosa. Balam sabía que los otros no ofrecerían mucha resistencia, porque estarían desprevenidos. Se apoderaría de la diosa y huiría antes de que Kaan tuviera tiempo de sacar su puñal.
Pero en cuanto la mujer de cabellos blancos apareció, los hombres de Balam cayeron de rodillas y apoyaron la frente en el suelo. El propio Balam fue incapaz de moverse. Estaban en presencia de una diosa viva.
Kaan corrió para ayudar a Tonina a desprenderse de las cuerdas.
—Doy gracias a los dioses porque estás viva —dijo. Las pinturas del rostro de Tonina se habían corrido, y tenía la ropa mojada—. Tonina, es justo que seas tú quien pida el deseo. Eres tú quien ha salvado a la diosa, mientras yo esperaba fuera a salvo.
Pero ella sonrió y le puso la mano en el brazo.
—Kaan, ésta es Ixchel, y ha dicho que nos recompensará como pueda por haberla liberado.
—Preciosa dama —dijo Kaan arrodillándose a los pies de Ixchel—. Te honramos… —Se le quebró la voz.
Los ojos de Ixchel se llenaron de lágrimas cuando vio a todas aquellas personas que habían ido a rescatarla… ¡almas bravas y nobles! Entonces miró al cielo, las nubes, los árboles que se extendían como un gran mar verde hasta el horizonte, y se estremeció de alegría.
—¿De verdad soy libre? —susurró.
—¡Somos tus sirvientes! —exclamó Balam, que finalmente volvió en sí y vio que hacerse con la diosa no iba a ser tan fácil—. ¿Cómo podemos servirte?
—Deseo que me llevéis a los templos del Tiempo. Pero me temo que no podría caminar tanto.
Balam se dio un golpe en el pecho.
—Permíteme que te lleve.
Ella lo miró un largo momento, evaluando la frente hundida, los ojos rasgados, el mentón hacia atrás y la nariz grande con un pegote para realzarla.
Luego miró a Kaan, arrodillado ante ella, y estudió sus bellas facciones: nariz recta, mandíbula angulosa. Sí, el pelo largo recogido en una cola de jaguar, las orejeras de jade, los tatuajes eran mayas y sin embargo… aquel hombre no era maya.
—Deseo que me lleve este hombre —dijo.
Balam se apartó, con el ceño fruncido, mientras Kaan cogía con suavidad en sus fuertes brazos a aquella mujer, ligera como una pluma, y echaba a andar. Con Tonina a su lado y el quetzal volando sobre sus cabezas, Kaan encabezó una emocionada procesión por el bosque hacia la legendaria ciudad.