Aquella noche acamparon junto al lago, y por primera vez Kaan no se quedó aparte de los demás. Encendió una hoguera e invitó a unos pocos a acompañarle: Tonina, Un Ojo, la h’meen y sus ayudantes, Lampiño y su esposa.
Y al desconocido.
—¡Soy portador de mensajes! —dijo en tono orgulloso y con la boca llena de pavo asado—. Viajo por el camino blanco llevando noticias a la gente. Ya habréis visto la cabeza tan grande que tengo. Es porque caben muchas más cosas que en una cabeza normal. Puedo recordar noticias, anuncios, declaraciones e incluso mensajes de amor. —Se dio unos toquecitos en la sien—. En estos momentos, llevo dos veces trece mensajes para gente de todo el territorio, y llego hasta el mismísimo istmo. En cuanto recito el mensaje, se desvanece y deja sitio para uno nuevo.
Tomó un sorbo de pulque y prosiguió:
—Las familias se separan y se dispersan. Os sorprenderíais. Hijas que se van para casarse en tierras lejanas. Hijos que se van en busca de nuevas ocupaciones. Un hombre que se une al ejército de un rey. Un mercader que se demora en una ciudad. Hay tantas cosas que hacen que la gente se separe… Y cuando necesitan anunciar un nacimiento, una boda, una muerte, o cualquiera de las noticias que suele haber en las familias, mandar una carta sobre papel es demasiado costoso y arriesgado. ¡Así que me envían a mí!
—Parece una ocupación solitaria —comentó la h’meen, pensando en el aspecto tan curioso de aquel hombre: alto y huesudo, cráneo ancho y ojos muy separados. Su manto estaba decorado con símbolos que lo identificaban por su oficio.
—¡En absoluto, honorable herborista! Tengo esposas en las cuatro esquinas de la tierra, hijos sanos, bellas casas y abundante comida. Las visito a todas con regularidad, y entre una y otra soy libre. Pocos son los bandidos que me molestan, pues no tengo nada de valor, e incluso ellos necesitan un medio para comunicarse, ¿no es cierto? Rara vez se me acercan. Es una buena vida.
Limpió a conciencia el último hueso de pavo y lo arrojó al fuego.
—Y a vosotros, buena gente, ¿puedo preguntar qué os trae por estas tierras? —Sus ojos escrutaron el campamento—. No parece que viváis aquí, y sois un grupo dispar. Ancianos, niños, y no todos sois mayas… —Sus ojos miraron con gesto pensativo a Tonina.
—Buscamos una flor —dijo Tonina.
Él se hurgó los dientes con un palito.
—¿Qué tipo de flor?
—Una capaz de curar.
Él se encogió de hombros.
—Hay muchas flores que curan en la selva tropical. ¿Qué aspecto tiene?
Tonina estaba a punto de contestar, pero Kaan alzó una mano. Desde que habían llegado a Uxmal había encontrado a mucha gente demasiado predispuesta a decir dónde estaba la planta a cambio de una recompensa. Y como consecuencia, habían seguido muchas pistas falsas.
—¿Qué tipo de flores conoces, hombre? —preguntó Kaan con cautela.
El mensajero procedió a describir diferentes flores y los lugares únicos donde se encontraban. La h’meen escuchaba y asentía, porque las reconocía todas.
El desconocido calló. Miró al fuego entrecerrando los ojos.
—Creo que hay otra —dijo pensativo—. Pero solo la he visto una vez. Es de color escarlata, como las alas de un guacamayo. Pero no crece hacia el sol, sino hacia el suelo, así —y dicho esto juntó las muñecas y encogió los dedos hacia abajo—. Crece en un arbusto alto con muy pocas flores.
—¿Y se encuentra en Quatemalán? —preguntó Tonina, que de pronto parecía entusiasmada.
—¿Quatemalán? No —dijo meneando su enorme cabeza—. Esta flor crece cerca de los dioses, razón por la cual tiene poderes mágicos. Crece muy arriba, en las montañas de la región de Copan.
—¿Y dónde está eso?
—Más hacia el sur —terció Un Ojo—. Donde las montañas tocan el cielo. —Él nunca había estado allí, pero había oído decir que era un territorio peligroso.
—¿Y esa flor cura todos los males?
El hombre se encogió de hombros.
—¿Quién puede decirlo? Yo solo la he visto una vez. Es hermosa, eso seguro. Pero yo no me he beneficiado de sus propiedades curativas. Ni conozco a nadie que lo haya hecho.
—¿Muy lejos hacia el sur? —preguntó Tonina con voz suave, y lanzó una mirada a Kaan.
El viajero arrugó la nariz.
—¿Decís que veníais de Uxmal? La distancia que hay entre Uxmal y Tikal es la que hay de aquí a Copan.
—Otros veinte días de viaje —musitó Kaan.
—Ay, no, amigo mío, porque es una zona montañosa, y viajar por ella es difícil. Hay escarpadas pendientes, pasos inaccesibles, ríos, cascadas, extrañas bestias y tribus salvajes. Dos meses lunares como mínimo, quizá más.
—¿Y la flor no crece en ningún otro sitio? —preguntó Tonina.
—La honorable herborista real sin duda os confirmará que algunas plantas solo se encuentran en determinados climas.
Tonina miró a la h’meen, quien asintió; un extraño ánimo se abatió sobre los presentes. La noticia era buena y era mala. Ahora sabían dónde encontrar la flor, pero estaba más lejos de lo que pensaban, y había que atravesar territorio peligroso.
Finalmente, Tonina no vio otra salida y dijo:
—Iré a Copan.
Vio que Kaan la miraba con desaprobación. Sabía lo que estaba pensando: llevarla a la costa de Quatemalán era una cosa, pero recorrer la gran distancia que los separaba de Copan era imposible. Él debía volver a Teotihuacán para el rito sagrado, y antes debía detenerse en Mayapán. Si seguían hacia Copan, no lo lograría.
Tonina quería que llegara a Teotihuacán a tiempo. Ignoraba cuál era el propósito del ritual en honor de Cielo de Jade, aunque parecía que tenía que ver con que a lo mejor la hubieran asesinado. Kaan tenía que finalizar su peregrinación antes de determinada fecha, y ella tenía que encontrar la flor antes del inicio de la temporada de los huracanes.
Mientras sus compañeros meditaban sobre este nuevo contratiempo y se preguntaban por qué los dioses siempre enviaban malas noticias junto con las buenas, Kaan miró al fuego frotándose la mandíbula. Las leyes que dictaba la religión le obligaban a ayudar a Tonina, y sin embargo, le debía a Cielo de Jade una venganza. Y ahora no podía hacer las dos cosas.
—Iré sola —dijo Tonina con decisión. Esperó alguna objeción de Kaan. De nuevo se sentía impaciente por escapar a su influencia.
Deseó no haberle animado a que se metiera con ella en el lago aquella tarde. ¿Cómo había podido ser tan necia para actuar así, sabiendo como sabía que su corazón empezaba a traicionarla? Guama y Huracán, la isla de la Perla, Águila Brava… incluso la flor roja ocupaban cada vez un espacio más pequeño en su pensamiento, porque Kaan lo acaparaba todo. Ella solo quería compartir con él la alegría del agua, y enseñarle que no había nada que temer. Pero en vez de eso, Kaan se había acercado y la había cogido de las manos y ella se había sentido tan alterada que había estado a punto de gritar.
Antes de que Kaan pudiera protestar por el anuncio de Tonina, la h’meen dijo:
—Iré contigo. Deseo ver qué plantas crecen en las montañas de los dioses.
—Yo también iré —añadió Un Ojo.
La h’meen le había devuelto la esperanza. Los poderes de la flor mágica lograrían hacerlo atractivo para las mujeres.
—Noble Kaan —dijo Tonina desde el otro lado de la hoguera—, me has protegido mientras cruzábamos tierras peligrosas y me has traído a este lugar, donde he encontrado el camino hacia la flor roja. Estoy segura de que los dioses están satisfechos porque has pagado tu deuda conmigo; el mundo ha recuperado el equilibrio. No puedo pedirte que sigas sacrificándote.
Turbado, Kaan miró a Tonina; sus pensamientos y sus emociones se arremolinaban en su interior. La forma de guiarlo en el agua, la sonrisa de sus labios, la mojada túnica de algodón que se pegaba a los pechos y marcaba los pezones…
Pero Tonina no formaba parte de su destino. Sus caminos se habían unido solo temporalmente. Él tenía obligaciones que reclamaban su atención: el consorcio en Mayapán, llegar a Teotihuacán y salvar el alma de Cielo de Jade.