A la mañana siguiente, Kaan pidió la atención de todos. En el campamento se hizo el silencio; todos los ojos estaban puestos en él.
Mientras miraba aquellos rostros expectantes, Kaan pensó: «No soy un líder». Pero entonces oyó la voz de su madre hacía mucho tiempo: «No debes fallar».
Kaan siempre había sabido que no fracasaría si no hacía cosas que estuvieran por encima de sus capacidades, ésa era la razón por la que nunca había aceptado ser capitán en el juego de pelota. Y ahora tampoco quería hacerlo, pero miró a Tonina, recordando su encuentro de la noche anterior —un momento de revelaciones personales— y supo que tenía que hacerlo.
Estaba nervioso. Él no era un orador experto, no estaba acostumbrado a dirigirse a tanta gente. «Soy un hombre de acción, no de palabras», pensó, irguiéndose y poniéndose bien derecho. Pero entonces pensó que las palabras eran una forma de acción y dijo con voz autoritaria:
—Aunque solo me estáis siguiendo, debéis guiaros por mis normas. No habrá más demoras. Debemos viajar con rapidez. Si no podéis seguirnos, dad la vuelta y volved a casa.
Hizo una pausa y miró a cada rostro, igual que hacía su maestro en el juego de pelota, cuando miraba a cada jugador a los ojos para asegurarse de que le habían entendido.
—Todos deben participar en las tareas de caza y recolección, todos deben ayudar —siguió diciendo. Estaba dictando unas normas rudimentarias similares al código de honor de los jugadores, que se basaba en la confianza y la justicia, la honradez y el respeto—. La comida será de todos y se distribuirá en consecuencia: primero los ancianos, luego los niños, las mujeres y finalmente los hombres. Antes de cada comida se ofrecerán libaciones a los dioses y en cada hoguera se sacrificará una parte del alimento. No se tolerarán la blasfemia o el sacrilegio. No se tolerarán los hurtos. Quien sea sorprendido robando perderá una mano. El adulterio será castigado con la muerte. La ley de los mayas se aplicará aquí como se aplica en la ciudad.
Mientras él hablaba, la h’meen registraba sus palabras en un nuevo libro. Antes de reclamar la atención de la chusma, Kaan había pedido respetuosamente a la herborista real que escribiera las leyes que iba a dictar ese día para darles validez y asegurarse de que se aplicaban. La mujer estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, mojando el pincel en la tinta y dibujando glifos y símbolos sobre papel de corteza.
—Éstas son las leyes por las que nos guiaremos —dijo Kaan finalmente.
Luego paró, examinando los rostros de los presentes, esperando que estallaran. Cuando vio que nadie le desafiaba, que todos asentían y proferían murmullos de aprobación, se sintió algo perplejo. Había sobrepasado sus capacidades y no había fallado.
Añadió una última orden.
—No soy vuestro líder. Debéis elegir un jefe entre vosotros, alguien que sea justo y sabio y ante el que llevaréis vuestras quejas. Y ahora preparaos para continuar.
Mientras la multitud se ponía en movimiento y hablaba de este nuevo giro en los acontecimientos, Tonina se acercó discretamente a Kaan.
—He estado pensando —le dijo—. ¿No es esto como salvarme la vida?
Él, que le sacaba una cabeza, la miró. Los símbolos blancos recién pintados volvían a ocultarle el rostro, y de nuevo Kaan se preguntó qué aspecto tendría realmente bajo las pinturas.
—¿Ah sí?
—Tú mismo lo has dicho. Ante nosotros hay un territorio peligroso. De haber continuado yo sola, quizá habría muerto, pero anoche tú lo evitaste al hacerme regresar. Has saldado tu deuda.
Él pensó en sus palabras.
—No es tan fácil engañar a los dioses —fue su respuesta, y se alejó.
—Un consejo de amigo —le dijo Un Ojo, que en ese momento se acercó a ella. La oronda moza maya estaba levantando el pequeño campamento del enano y recogiendo sus cosas—. Si quieres deshacerte pronto de Kaan, no le hagas más favores. Eso aumenta la deuda que tiene contigo y nunca te lo quitarás de encima.