—¡Bendición de los dioses! —les dijo Un Ojo agitando sus pequeños brazos.
Kaan y Tonina contemplaron el campamento. ¿Cómo era posible que un grupo tan grande los hubiera seguido sin que se dieran cuenta?
—Les dije que no hicieran ruido —explicó Un Ojo acercándose con aquellos andares suyos que tanto alegraban a Tonina. ¡Cuánto le había añorado!—. Les dije que no había que molestaros en vuestro viaje sagrado.
—¿Qué es esto? —preguntó Kaan furioso. No podía creer que hubiera tanta gente entre los árboles encendiendo hogueras. Había ancianos y niños, perros y pavos que arañaban el suelo.
—Señor —dijo Un Ojo—. Mi intención era venir solo, pero la h’meen real me pidió que la dejara acompañarme y no pude negarme. Luego se corrió la voz, ya sabes cómo son las cosas en la ciudad, y antes de que me diera cuenta me encontré a esta multitud siguiéndonos.
Kaan frunció el ceño. Ciertamente, la h’meen de los jardines reales estaba allí, una niña que parecía una anciana, sentada ante una hoguera, envuelta en una manta, con un perro pequeño y gordo en el regazo. La escoltaban dos ayudantes que lucían los símbolos del rey de Mayapán.
Kaan reconoció a algunos miembros de los Nueve Hermanos, tan fanáticos del juego de pelota que cuando se celebraba alguno descuidaban sus granjas y a sus familias. Habían protestado y se habían lamentado enérgicamente cuando se anunció que Kaan iba a ser arrojado al cenote y luego, cuando salió, lo vitorearon. Cuando supieron que iba a abandonar Mayapán, no debieron de dudar en recoger sus cosas y seguirlo con sus esposas y sus hijos.
—Tonina y tú —se apresuró a decir Un Ojo cuando vio su expresión de ira— sois las criaturas más afortunadas del mundo, porque sobrevivisteis al sacrificio en el cenote. Algunos de los que están aquí desean seguirte a Teotihuacán y buscar el perdón de los dioses; otros siguen a Tonina, con la esperanza de que la flor mágica cure sus males. Incluso la h’meen real —añadió expresamente— espera que la flor detenga la extraña enfermedad que consume su cuerpo y lo envejece prematuramente.
—Debemos ir solos —dijo Kaan con voz tranquila y contundente.
—Oh, pero es que no vamos con vosotros. Somos viajeros y seguimos el mismo camino. Vosotros nos guiáis, nosotros os seguimos.
—¿Y crees que podréis engañar a los dioses?
—¡Oh, nada más lejos de mi imaginación! Después de todo, esto no es culpa mía.
Cuando se corrió la voz de que Kaan viajaría a Teotihuacán, la h’meen mandó llamar a Un Ojo y preguntó si podía acompañar al gran Kaan, pues deseaba ver el mundo antes de morir. El enano, que sospechaba que Kaan sería incapaz de decir que no a la respetada guardiana del jardín real, había aceptado. Intuyendo posibles beneficios, hizo correr la voz de que Kaan partiría a mediodía; puso especial atención en que los Nueve Hermanos se enteraran.
Un Ojo rezó para que Kaan no le preguntara cuáles eran sus motivos para seguirlos. ¿Cuántas mentiras podía decir en un día?
La verdad era muy simple. Cuando empezó a llegar gente a las puertas de la ciudad, pidiendo permiso para unirse a la caravana que iba a seguir a Kaan el héroe, Un Ojo decidió pedir un modesto importe —por la comida y los servicios, decía él—, además de una pequeña comisión, pues era lo justo. Según sus cálculos, para cuando llegaran a Quatemalán, sería lo bastante rico, no para comprarse una canoa, sino una isla entera, con toda su población, y podría vivir como un rey el resto de sus días.
La paz del campamento se vio alterada por un chillido. La mujer de uno de los Nueve Hermanos le estaba arrojando fruta a su marido, un gigante que se encogía y se protegía la cabeza con los brazos.
—¡No pienso seguirte ni un paso más! —le gritó la mujer, y le arrojó otra pieza de fruta que le acertó en la cabeza con un sonido hueco—. Tú y tus estúpidos juegos. ¡Estás loco!
Kaan y Tonina vieron con asombro que, después de desfogarse, la mujer cogió a su hijo más pequeño en brazos, indicó a los otros que la siguieran y echó a andar entre los árboles en dirección a Mayapán. Otras mujeres la siguieron. Cuando el Hermano acobardado se puso finalmente en pie, cubierto de pulpa y pepitas, todos se echaron a reír. El hombre no hizo caso, y corrió a los pies de Kaan para declarar su lealtad incondicional.
El cabecilla de los Nueve Hermanos se acercó. Todos le conocían como Lampiño. Un apodo irónico, porque Lampiño era el hombre más peludo del lugar. En Mayapán era un próspero apicultor, pero había cedido sus panales y su casa a un primo para poder seguir a Kaan.
Cuando Lampiño declaró su lealtad al héroe empezaron a acercarse más hombres. Kaan retrocedió y Un Ojo trató de intervenir, gritando a todos que se apartaran. Kaan se sentía abrumado. Se suponía que tenía que peregrinar en solitario a la ciudad de los dioses, y ¡ahora resultaba que llevaba a una multitud indisciplinada detrás! Aferró a Un Ojo por el manto y le susurró con brusquedad:
—¡No podéis venir conmigo! Debo hacer este viaje yo solo porque de lo contrario no habrá servido de nada.
Un Ojo se soltó y se aclaró la garganta.
—Señor, si me permites un momento… Según tengo entendido, ahora no vas a Teotihuacán. Estás escoltando a mi amiga a Quatemalán, nada más. Una vez hayas dejado a Tonina en la costa, iniciarás tu viaje sagrado, y entonces prometo por los huesos de mi bisabuelo que irás solo.
Mientras Kaan consideraba sus palabras, Un Ojo se apresuró a añadir:
—Con nuestra ayuda, te será más fácil complacer a los dioses. —Y con un gesto de la cabeza señaló a Tonina.
Kaan suspiró. Era cierto. Si llevaba a Tonina sana y salva hasta las costas del sur sería como haberle salvado la vida y, con toda aquella gente acompañándolos a través de los peligrosos territorios que había más allá de Uxmal, su objetivo estaba más que asegurado.
—Muy bien —dijo, y entonces se volvió y se alejó entre los árboles para volver a su campamento.
Tonina no le siguió. Ella se quedó un momento para decirle algo a Un Ojo.
—Estoy muy contenta de verte. —Se inclinó para besarle, una caricia suave y húmeda contra su mejilla, mientras sus largos cabellos le rozaban el hombro—. Te necesito —añadió, y el corazón de Un Ojo voló a las estrellas—. Necesito que me enseñes maya. Tengo que aprender su lengua lo antes posible. No puedo viajar con Kaan. Debo seguir sola.
Un Ojo asintió, decepcionado porque la alegría de Tonina no se debiera al placer de volver a verle, pero disimuló y dijo:
—Te enseñaré lo que tú quieras.
Y esto lo dijo porque Tonina le había besado y porque él, el comerciante taino, el hombre más bajo del mundo, acababa de enamorarse de la mujer más alta.