28

Kaan se dio cuenta de que había cometido un error, pero ya era demasiado tarde.

No hacía ni un día que habían salido de Mayapán y ya se arrepentía de su decisión de viajar con Tonina a Quatemalán.

Él iba delante, abriendo camino por la selva, tratando de mantenerse a distancia y no pensar en la joven isleña que caminaba detrás. Pero sus largos cabellos, trenzados de arriba abajo con diminutas conchas, no dejaban de tintinear, y le recordaban constantemente su presencia. A Kaan no le gustaba. Las mujeres mayas no atraían la atención sobre sí mismas de esa forma.

Así que siguió abriéndose paso entre la vegetación con su cuchillo, deseando ir por el camino blanco. Habría sido más rápido y fácil. Pero aquella mañana, incluso con aquel atuendo sencillo, mucha gente le había reconocido y se había acercado en busca de su buena suerte. Por eso había decidido seguir por el bosque. También en los bosques encontraron granjas y campamentos donde saludaban al héroe, pero con el paso de las horas, la presencia humana se había ido reduciendo y acabaron recorriendo zonas completamente vírgenes.

El día llegaba a su fin, y sin embargo, a pesar de la inminente oscuridad, Kaan siguió caminando sin saber que, detrás, Tonina sentía lo mismo que él: deseaba no haber accedido a dejar que la acompañara.

Él había tomado la delantera desde el principio, decidía por dónde iban. Y Tonina quería decidir por sí misma, En aquel instante lo llamó y le pidió que pararan. Pero él no hizo caso.

—Estoy cansada —dijo finalmente en maya y, sin esperar a que Kaan contestara, se paró, dejó el fardo en el suelo y escudriñó la zona.

Kaan se volvió, sorprendido. Aún podían seguir un buen rato, pero vio que Tonina ya se había puesto a despejar un espacio para hacer un fuego. Dejó caer sus fardos y sus armas con irritación y, puesto que no deseaba su compañía, buscó otro sitio y se preparó para pasar la noche. Estaban lejos del camino, lejos de los campamentos de otros viajeros, con las ramas de los árboles como cubierta y gran cantidad de leña seca que quemar.

Tonina formó un círculo de piedras en el suelo y, ayudándose con unos útiles que Guama había metido en su fardo, no tardó en encender un fuego que lanzaba chispas hacia las estrellas.

En cambio, Kaan descubrió que no tenía ni idea de cómo se hacía un fuego. Cuando preparó su fardo para el viaje, no se le ocurrió que hubiera que llevar nada para encender un fuego. En su vida nunca habían faltado los fuegos de cocina. Pero jamás había tenido que encender uno. Miró a Tonina con irritación. No pensaba pedirle ayuda. Así que también él hizo un pequeño círculo de piedras, lo llenó de ramitas y maleza seca y trató de provocar una chispa con dos piedras.

Cuando se hizo la oscuridad el bosque se llenó de sonidos, pero solo uno de los círculos de piedras estaba iluminado. Tonina pensó en invitar a Kaan a sentarse ante su fuego, pero no deseaba su compañía, así que encendió una ramita y, sin decir palabra, fue y la colocó encima del pequeño montón de leña de Kaan. Mientras veía cómo Tonina venteaba las llamas y encendía el fuego, siempre con el molesto sonido de las conchas de sus cabellos, Kaan se preguntó si en realidad los dioses seguían sin perdonarle y si aquello era un castigo por haber blasfemado.

Tonina volvió junto a su fuego y los dos comieron por separado y en silencio los alimentos que habían comprado en el mercado: huevos de pavo, carne de ciervo y semillas de girasol saladas. De momento la comida y el agua no serían problema. Pero los dos sabían que más allá de Uxmal estarían en territorio desconocido.

Tonina miró a Kaan, y vio su rostro iluminado por las llamas. Tenía un perfil impotente: frente alta, mandíbula poderosa, nariz grande. No la nariz grande de los mayas, que resaltaban como un pegote de arcilla, sino recta, con carácter. Pómulos altos, mejillas muy hundidas. Tonina se sorprendió de que le resultara muy atractivo. Sí, le sorprendió. Kaan no era guapo… ¿cómo iba a serlo, si ella se había criado pensando que los rostros redondos y blandos de los isleños eran la máxima expresión de belleza? Sin embargo, le parecía guapo, y eso la desconcertaba.

Kaan sentía la mirada de Tonina sobre él. ¿Es que no sabía que era una grosería mirar a la gente así?

Kaan siguió mirando las llamas de su hoguera y pensó de nuevo en la noche en que se enteró del embarazo de Cielo de Jade. ¡Se había sentido tan feliz! Su sueño siempre había sido ver a un hijo suyo participar en el juego de pelota y convertirse en el héroe supremo de todos los jugadores. Incluso de pequeño. En sus sueños, su hijo era un auténtico maya, no un niño rechazado por los demás por ser de una casta inferior.

Un tintineo lo devolvió al presente. Kaan frunció el ceño. Otra vez aquel irritante entrechocar de las conchas de sus cabellos. Tonina se había levantado para inspeccionar los árboles cercanos. Kaan la observó, y vio que se quitaba la esterilla de dormir que llevaba sobre los hombros, la extendía y sujetaba los extremos a unas ramas fuertes. ¿Acaso iba a dormir en un árbol?

Entonces se dio cuenta de que era una hamac y pensó si no tendría que haber comprado también una. Tampoco había pensado en la cuestión del sueño cuando cogió su esterilla de dormir y la manta de algodón que utilizaba en su casa. Vio que Tonina trepaba por el árbol y se instalaba con pericia en la hamaca de fibra de palma, le daba la espalda y se echaba un manto de algodón encima. Sin decir siquiera buenas noches.

De pronto Kaan se sentía muy cansado. Extendió su esterilla y se tumbó, pero no acababa de estar cómodo. El suelo del bosque era irregular, y había piedrecillas. La noche era fría, y su fuego acabó por apagarse. Cielo de Jade siempre se había ocupado de que estuviera cómodo. Y llevaba la casa tan bien que él no se había dado cuenta del esfuerzo que hacía. Aunque era jugador de pelota y estaba acostumbrado a la dureza y a los golpes del campo de juego, no estaba familiarizado con las dificultades de la vida.

Miró a Tonina, en su hamac, iluminada por el fuego de su hoguera, y se fijó en sus curvas, y en la forma en que la hamaca se adaptaba a su cuerpo. Sus cabellos colgaban hacia un lado. Dio un suspiro en sueños y la hamac osciló levemente; de pronto, Kaan sintió una punzada de deseo que le sorprendió y le avergonzó. ¡Estaba deshonrando la memoria de Cielo de Jade! Pero, sin duda, que su cuerpo reaccionara ante la figura de una joven no tenía nada que ver con lo que llevaba en su corazón. Se volvió de lado, dando la espalda a aquella curiosa y seductora criatura que colgaba de los árboles, y cerró los ojos.

Mientras esperaba el sueño, Kaan se consoló pensando que seguramente él y Tonina no estarían juntos mucho tiempo. El territorio que mediaba entre Mayapán y Uxmal era seguro porque estaba bajo la protección de dos reyes. Pero una vez hubieran pasado por Uxmal, entrarían en una región agreste que sin duda ofrecería muchas oportunidades para que salvara la vida de la chica y, por tanto, cortara el vínculo que los unía.

Reconfortado por la idea de que en unos días se libraría de ella, Kaan rezó unas oraciones a la diosa luna, patrona del juego de pelota, y finalmente se durmió.

En cambio Tonina no acababa de conciliar el sueño. La imagen de Kaan y de su madre en las cocinas reales no dejaba de atormentarla y llenaba su corazón de un ansia nueva: encontrar a sus padres. Pero la perspectiva la asustaba, y se preguntó si, cuando encontrara la flor roja, sería capaz de vencer la tentación de quedarse y buscar a su gente en lugar de volver directamente a la isla de la Perla. Si tenía la posibilidad de encontrar a su padre y a su madre, ¿sería lo bastante fuerte para obligarse a volver al lado de Guama y de Huracán?

Finalmente, Tonina se durmió y soñó con Águila Brava. Había vuelto y ella corría a recibirlo, con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos. Despertó con el rostro mojado por el llanto. Oyó que alguien lloraba y pensó que aún estaba soñando, hasta que miró abajo y vio a Kaan envuelto en su manto, sobre su esterilla, llorando en sueños, llamando a Cielo de Jade. A Tonina le sorprendió, porque luego también pronunció el nombre de Balam.

Sintió el impulso de tenderse junto a él y abrazarlo, como había hecho con Águila Brava. Cuando Kaan calló, Tonina trató de volver a dormir, pero de pronto oía extraños sonidos entre los árboles. Se le puso la piel de gallina al pensar en los animales que poblaban el bosque, en los fantasmas y demonios que acechaban en la oscuridad. Rezó pidiendo la protección de Lokono y esperó que el humo de las hogueras bastara para ahuyentar a los malos espíritus.