26

Un Ojo entró cuando Tonina estaba arreglando su fardo.

—Necesitaremos esto —dijo, y dejó en el suelo los bastones para caminar—. Toda la ciudad habla de Kaan. Dicen que él también se va. Que irá de peregrinación a una ciudad santa del norte. Solo, según cuentan. Sin sirvientes, sin guardias. Tonina, estaba pensando que, ya que podemos pagar uno o dos guardias, a ti, a Águila Brava y a mí nos iría bien…

—Águila Brava se ha ido —dijo Tonina con voz quebrada.

Por la mañana, cuando se había despertado, estaba sola en la esterilla. En el lugar que ocupaba Águila Brava encontró la pluma azul. Ni siquiera había podido despedirse. Aunque… ¿había hablado con ella mientras dormía? Le parecía recordar un sueño: «No temas, volverás a verme. Cuando más me necesites, yo estaré allí».

Un Ojo no parecía sorprendido. No le había dicho a nadie que creía que Águila Brava era una sombra cambiante; sin embargo, lo sucedido confirmaba sus sospechas. Como todo el mundo sabía, esos seres pertenecían al reino místico y solo convivían con los humanos durante breves períodos y debido a circunstancias especiales. Tal vez Águila Brava era un mensajero. Quizá nunca lo sabrían.

—Te agradezco tu ayuda —dijo Tonina con voz tensa, pues no quería prolongar la despedida—. Has sido bueno conmigo cuando te he necesitado. Siempre te estaré agradecida. Pero ahora debo seguir mi camino.

Un Ojo arrugó la nariz.

—¿De qué hablas?

—Debo ir a Quatemalán yo sola.

—¿Cómo, sin mí? —Su único ojo parecía querer salir de la órbita—. ¿Estás loca? ¿Una chica viajando sola?

Tonina no podía explicarlo, no tenía palabras para describir hasta qué punto le había afectado la marcha de Águila Brava… la sensación de tristeza y de decepción, incluso de rabia, la sensación de que la había traicionado. Así que dijo:

—He estado sola desde el día en el que me echaron al mar en un cesto de juncos. Aunque Guama y Huracán me querían, no era de su sangre. Nunca he pertenecido a nadie salvo a mí misma. Mi querido Un Ojo, has sido bueno conmigo, y por eso te bendigo, si eso sirve de algo.

Un Ojo se asustó. No podía dejar que aquello pasara. Tenía sus planes.

—Pero ¿quién te traducirá?

—Ya he aprendido mucho, y aprenderé más por el camino.

Él asintió con pesar.

—Sí, sé que lo harás. Al menos, deja que viaje contigo una parte del trayecto. —Pero cuando vio la resolución en su mirada, maldijo para sus adentros a las mujeres decididas y dijo—: Muy bien.

Ahora tendría que cambiar sus planes, aunque Un Ojo se preciaba de su capacidad de adaptación.

Entonces, su cuerpo recio y deforme fue golpeado por una emoción tan nueva y desconocida que se sacudió.

No quería separarse de Tonina.

El comerciante nunca se había casado, pero había conocido el placer de muchas mujeres. Podría decirse que nunca había amado, o que había amado miles de veces. Pero aquella nueva emoción le produjo una fuerte sacudida, y en su mente se formaron unas palabras que no llegó a pronunciar: «Nunca te dejaré».

—Lamento que tengamos que separarnos, pero lo entiendo —dijo con el corazón apesadumbrado—. Tonina, mi querida jovencita, espero que encuentres la flor mágica, y rezo para que puedas volver a tu isla. Pediré a Lokono que te bendiga, y espero que algún día volvamos a encontrarnos.

Dicho esto, el enano cogió sus dos fardos de viaje, el palo y las dos bolsitas con sus ganancias, que constituían una modesta fortuna, se limpió con gesto melodramático una lágrima imaginaria de su ojo, se sorbió los mocos, se volvió y salió con tanta dignidad como permitían sus torpes andares.

Tonina siguió recogiendo sus pertenencias, y reprimió el impulso de llamar al enano. Sabía que despedirse de él ahora sería menos doloroso que descubrir tarde o temprano que se había ido, como le había pasado con Águila Brava, y volver a sentirse abandonada. Pensó en la traición de Macu —cómo había atacado su canoa, cuando ella pensaba que lo que quería era pedirla en matrimonio— y se estaba preguntando si aquél sería su destino cuando oyó que Un Ojo regresaba y se aclaraba la garganta para llamar su atención.

—¿Has olvidado algo? —dijo ella y, al volverse, vio con un sobresalto que Kaan estaba en la entrada, vestido con un sencillo manto blanco de viaje. Llevaba su pelo largo recogido casi en la coronilla en una cola de jaguar que le hacía parecer aún más alto e imponente.

—El gran Kaan desea que te diga algo —dijo Un Ojo.

Ella, expectante, miró a Kaan. Su aspecto la desconcertó. Su manto y el taparrabos no eran distintos de los de un simple campesino; los brazos y los tobillos estaban desnudos, sin adornos, y los pendientes habían desaparecido.

Kaan habló a Un Ojo en maya, luego el comerciante le dijo a Tonina:

—El gran Kaan dice que irás con él.

Ella miró al enano, luego al héroe de Mayapán.

—¿Ir adónde?

Un breve intercambio entre los dos hombres, y luego:

—Un viaje hacia el oeste y el norte. Dice que partiréis enseguida.

Cuando Kaan ya se iba, Tonina le dijo en maya:

—¡Espera! No entiendo.

Kaan se volvió a mirarla, ligeramente sorprendido al oírla hablar en su idioma. Le habló a Un Ojo, que a su vez habló a Tonina.

—Los dioses han decretado que debes viajar con él.

—¡Los dioses! Pero ¿por qué?

—Creo —dijo el enano profiriendo un sonido exasperado— que es por esa fijación que tienen por mantener el mundo en equilibrio. Cuando un maya salva la vida de otro, éste está obligado a convertirse en su sombra hasta que pueda rescatarlo. Una vida por otra vida. Equilibrio. Tú le has salvado la vida, así que supongo que tienes que quedarte con él hasta que él te salve a ti.

Tonina se preguntó si los mayas tendrían más leyes que estrellas había en el cielo.

—Por favor, dile que es libre de irse. No tiene ninguna obligación para conmigo.

Un Ojo tradujo, y Kaan miró a Tonina realmente perplejo.

—¿Le has repetido lo que he dicho? —preguntó Tonina.

—Sí, pero no se cree que no vayas a ir con él. Es el gran Kaan, y está acostumbrado a que la gente le obedezca. Además, tampoco entiende que tengas tus propios planes. Para él eres una adivina itinerante que va errando por la tierra buscando oportunidades. Y además eres mujer. Me parece que pensaba que te ibas a poner loca de contenta por poder ir con él.

Tonina miró a Kaan con aire pensativo; recordó la noche de la muerte de Cielo de Jade, y el dramático momento que habían compartido en el cenote. Un momento de intimidad que los había unido.

—¿Por qué se va de viaje? —preguntó. No entendía por qué Kaan, que ahora era más admirado que nunca, iba a dejar la ciudad que lo adoraba como a un dios.

—Solo sé que se trata de una peregrinación a la ciudad de los dioses, muy lejos, hacia el noroeste.

—Pero es que yo tengo que ir hacia el sur —dijo ella con decisión.

A Kaan no le hizo falta que el enano tradujera. La actitud de Tonina era clara: no quería ir con él. Kaan estaba sorprendido y desconcertado. Cuando preguntó a Un Ojo las razones de su rechazo y éste le explicó que debía ir urgentemente a Quatemalán —para encontrar una flor—, su desconcierto aumentó. ¿No se trataba solo de una adivina ambulante que buscaba un plato de comida gratis? ¿Por qué entonces había actuado en la Gran Sala con el resto de músicos y bailarines?

Por un momento, Kaan consideró la posibilidad de obligarla a ir con él. Pero ¿cómo? Ciertamente, secuestrarla sería una ofensa a los dioses. Y sin guardias ni sirvientes no podría tenerla siempre vigilada. Le indicó a Un Ojo que dijera una vez más que debía ir con él y que hiciera hincapié en que era algo que los dioses habían decretado y que sería libre de buscar su flor cuando llegaran a Teotihuacán.

Tonina, que empezaba a impacientarse con aquella torpe conversación a tres bandas, le dijo a Un Ojo:

—¿Cómo se dice en maya «debo seguir mi propio camino»?

Un Ojo se lo dijo y ella se lo repitió a Kaan, que se quedó impresionado. Pero él volvió a insistir.

Kaan también estaba impaciente por marcharse.

—Dile que cuando lleguemos a Teotihuacán será libre de marcharse hacia el sur.

Pero Tonina había memorizado las palabras que Un Ojo había estado utilizando y le dijo directamente a Kaan:

—No puedo ir contigo. Debo ir al sur. Yo debo obedecer a mis dioses.

—Señor —terció Un Ojo cuando intuyó que habían llegado a un punto muerto y vio de pronto una oportunidad para favorecer sus propios intereses. Podía resultarle beneficioso viajar con un héroe tan famoso—, ¿puedo hacer una sugerencia? El camino a Quatemalán está cuajado de peligros. Seguro que si viajas hacia el sur con ella y te aseguras de que llega sana y salva a la costa los dioses lo verán como una forma de salvarle la vida.

—No, la chica vendrá conmigo —insistió Kaan.

Un Ojo trató de pensar. Él quería seguir junto a Tonina, y ahora sabía que la única forma de lograrlo sería que Kaan viajara con ella, porque así necesitarían un traductor. Y, puesto que Tonina no aceptaría nunca ir con Kaan, tenía que convencer al héroe para que la acompañara a ella. Tras repasar en su cabeza lo que sabía de aquel hombre y recordar que, aunque no era demasiado religioso, respetaba a los que sí lo eran, y sobre todo que siempre se había guiado por un código de honor, dijo:

—Señor, debes saber que la chica tiene que llegar a la costa lo antes posible. —Le habló de Huracán y de su enfermedad, de la flor mágica que salvaría a su pueblo. Y añadió—: Hizo un juramento sagrado. Y está obligada a respetarlo.

Kaan se quedó mirando al enano. ¿La chica estaba ocupada en una búsqueda sagrada? Él había supuesto que tenía prisa por asuntos de mujeres: una madre que se estaba muriendo, una hermana preñada que pronto iba a parir… lo normal en las mujeres que viajaban. Y ahora Un Ojo hablaba de honor.

Kaan se sumió en sus pensamientos. Nunca olvidaría el grito de alegría de Cielo de Jade cuando la chica le dijo que tendría un hijo varón. Había llevado la alegría a su discreta esposa, que temía que ya nunca podría tener hijos. Y ahora se enteraba de que tenía una misión sagrada, como él. Pero una estaba hacia el norte, y la de ella hacia el sur.

En aquel momento entendió por qué se tenía a los enanos por hombres sabios; lo que el hombrecillo había dicho sobre el viaje a Quatemalán tenía sentido. Sí, si llevaba a la chica sana y salva hasta la tutela de sus dioses, su vínculo con ella quedaría roto. Haciendo cálculos con rapidez en su mente, Kaan decidió que podía acompañarla a Quatemalán y aún le quedaría tiempo para llegar a Teotihuacán antes del solsticio de verano.

—Muy bien —dijo al final—. Dile que la llevaré hasta Quatemalán.

Para su sorpresa, Tonina dijo que no, que quería viajar sola. Él se quedó mirándola. ¿Por qué iba a preferir nadie estar solo?

A Un Ojo también le sorprendió su respuesta.

—¿Por qué has dicho que no?

Tonina tampoco acababa de entenderlo, y menos lo bastante para explicarlo a aquellos dos hombres. Tenía que ver con Kaan y el temor que le inspiraba, o más bien, con el temor que le inspiraba algo que ella llevaba en su interior.

—Ni siquiera quiere que yo la acompañe —dijo Un Ojo con expresión desdichada—, y soy su mejor amigo.

—¿Vas a ir sola? —le preguntó Kaan a Tonina—. ¿No tienes miedo? —Nunca había conocido a una mujer con el valor para viajar sola por voluntad propia.

—Hice una promesa, y pienso cumplirla —contestó ella con una calma que no sentía.

Kaan volvió a sumirse en sus pensamientos. Honor. Sí, él sabía lo que era eso. Hizo una rápida evaluación de aquella joven a quien había tomado por una oportunista. No solo era valiente, también mantenía sus promesas.

La observó, mientras ella se inclinaba sobre su fardo de viaje y colocaba dentro sus cosas, con sus largos cabellos tintineando por las pequeñas conchas ensartadas en los diferentes mechones. Ese sonido le irritaba. Y olía a coco… aunque no era exactamente desagradable, solo distinto. No le gustaba la idea de viajar con ella, pero no tenía elección.

—¿Qué quieres? —preguntó finalmente.

Ella lo miró con expresión desconcertada. Kaan extendió los brazos.

—Soy un hombre rico. Si vienes conmigo a Teotihuacán te daré lo que quieras.

—Yo solo quiero volver a casa.

Viendo que con miedo y sobornos no podría disuadirla, Kaan dijo:

—Está decidido. Iré contigo.

Ella seguía diciendo que no, así que Un Ojo trató de pensar en algo. Sabiendo lo que sabía de Tonina, que era de esas mujeres ingenuas que ponen el bienestar de los demás antes que el suyo propio, le habló de la naturaleza de la peregrinación de Kaan. Que era para rezar por el alma de su mujer.

Tonina le dedicó una mirada perpleja. Ella pensaba que hacía el viaje por motivos egoístas. Entonces lo entendió: Cielo de Jade quizá hubiera sido asesinada. Sin duda habría algún ritual maya para borrar la mala suerte de un acto tan espantoso.

Finalmente, pensando en la pluma azul y en la bondad que Cielo de Jade había mostrado con Águila Brava, dijo:

—De acuerdo, puedes venir conmigo a Quatemalán.

—Está decidido, señor —dijo Un Ojo frotándose sus manos regordetas de alegría—. Conozco algunas buenas rutas, y tengo amigos por el camino, porque soy famoso a todo lo largo y ancho de…

—No —le interrumpió Kaan—. La chica y yo iremos solos.

—Pero, señor —empezó a decir Un Ojo, sintiendo que el pánico se adueñaba de él.

—Los dioses lo ordenan —dijo Kaan, y sin añadir nada más, salió.