Tonina abrió los ojos con un sobresalto.
Parpadeando en la oscuridad, intentó descubrir qué la había despertado. Se dio cuenta de que estaba sola en la esterilla. Águila Brava no estaba a su lado.
Se incorporó y miró a su alrededor. Los sirvientes roncaban en sus esterillas, amontonados en el dormitorio. Vio que Un Ojo dormía en los brazos de una rolliza lavandera.
—Tonina…
Oyó que la llamaban con un susurro, pero no reconocía la voz.
—Tonina, ven aquí.
Se levantó de su esterilla, pasó por encima de los esclavos y los sirvientes dormidos y cruzó la puerta que llevaba al huerto; allí vio a un hombre de pie bajo la luz de la luna. Le resultó familiar. Llevaba un magnífico manto de plumas; blanco en los hombros y negro hasta los pies.
—¿Águila Brava? —preguntó mientras se acercaba, sintiendo la brisa fresca sobre su piel.
Él tendió las manos hacia Tonina.
—¡Has recuperado la voz!
—Estaba durmiendo y soñé que la voz volvía a mi garganta —dijo Águila Brava—. Me levanté y salí para oír el viento.
—Pero pareces tan distinto… ¿Qué ha ocurrido?
Mientras Tonina observaba su rostro, las facciones se alteraban, cambiaban sutilmente, como si un escultor invisible estuviera modelándolas.
—He recuperado la memoria —dijo con una sonrisa—. Todo ha vuelto de repente. Tonina, recuerdo quién soy, quién es mi gente, dónde está mi hogar. Ahora sé que ha llegado el momento de partir. No puedo seguir adelante contigo.
—Pero ¿quién eres? ¿Dónde vives, quién es tu gente?
Su rostro resplandeció a la luz de la luna; sus pómulos se alteraron, cambiaron. Sus cejas se volvieron más espesas.
—No puedo contártelo todo, Tonina. Pero te diré que mi hogar está muy lejos, en las montañas. Me mandaron aquí con un propósito, pero ahora debo irme.
—¿Por qué? —preguntó ella.
Tonina se agarraba con fuerza a sus manos para impedir que se marchara. Sus sentimientos hacia él eran cada vez más profundos, pero no en un sentido romántico, sino tal como supuso que debían de ser entre hermanos. Le había sido de tanta ayuda… y ella había cuidado de él.
—No puedo explicártelo, pero algún día lo comprenderás. —Sonrió con ternura—. Has velado por mí, pero ya no será necesario.
Tonina frunció el ceño. De repente, no parecía el joven Águila Brava. Ahora era un hombre. Pero incluso así… No era exactamente un hombre, porque seguía cambiando: su rostro se afilaba, sus hombros encogían, el manto vibraba. Tonina sintió el hechizo de ese momento.
—Te agradeceré eternamente que me rescataras de los cazadores. No temas, volverás a verme. Cuando más me necesites, yo estaré allí.
Se soltó de las manos de ella y extendió los brazos; el manto de plumas relucía a la luz de la luna. Embelesada, Tonina vio cómo se desvanecía lentamente ante sus ojos. Miró a su alrededor y vio que estaba sola. En ese momento vio un águila en lo alto, con sus extraordinarias alas extendidas hacia las estrellas, gritando «cri cri» y volando hacia la luna hasta desaparecer.
Tonina se quedó mirando con desesperanza. En ese momento, vio que algo caía suavemente a sus pies. Se inclinó para cogerlo y reconoció la pluma azul curativa que Cielo de Jade había regalado a Águila Brava.