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El día siguiente se inició con rezos y danzas, soldados que desfilaron en una complicada formación, sonido de trompetas, y la gran cantidad de gente acampada preparándose para el ritual.

Finalmente, llegó la hora. Bajo el sol del mediodía, la gente ocupó su lugar en la antigua plaza, ante la pirámide de Kukulcán; los tambores sonaban rítmicamente y la procesión echó a andar por un sendero llamado senda sagrada, por zonas de bosque tupido, ante casas abandonadas y granjas echadas a perder. Los músicos tocaban una música alegre y la gente batía palmas para avisar a los dioses de que iba a suceder algo bueno. Tonina sentía sus piernas débiles y avanzaba dando traspiés; con frecuencia se volvía a mirar, esperando un rescate que no llegaba. Más adelante, Kaan caminaba en el centro de un grupo de sacerdotes.

La procesión salió de entre los árboles a un enorme espacio abierto rodeado de grandes árboles. Tonina no veía lo que había en el centro, pero cuando la hicieron subir por una escalera de piedra caliza y llegó arriba, sus ojos se abrieron perplejos.

Habían subido hasta el borde de un enorme socavón que había en medio del bosque, excavado en la piedra, y abajo había aguas verdes, salpicadas de mosquitos y verdín. Parecía un lugar encantado, atemorizador, y Tonina se preguntó si era allí donde la iban a decapitar.

Se hizo el silencio. Kaan y Tonina se quedaron solos, uno al lado del otro, en un pequeño saliente. Tonina escrutó los rostros de la gente que se agolpaba en el borde del cenote y vio con sorpresa que la madre de Kaan estaba allí, con el manto echado sobre la cabeza, como si quisiera pasar inadvertida. Tonina miró a Kaan. Él también la había visto y, por primera vez desde la muerte de Cielo de Jade, la joven vio emoción en su rostro. ¿Ira? ¿Desdén? Qué terrible para aquella pobre mujer, presenciar la ejecución deshonrosa de su hijo.

Tonina trató de localizar a Un Ojo y a Águila Brava, convencida de que la salvarían. Pero no los veía por ningún lado.

Otro testigo del sacrificio se ocultaba entre los árboles, el príncipe Balam. Ciego de desesperación, había seguido la procesión desde Mayapán, dando tumbos por el camino blanco, como un poseso. Kaan iba a ser sacrificado a los dioses, y eso significaba que iría directo al Cielo 13.

Eso no era lo que Balam quería. Él quería que Kaan viviera para siempre, deshecho y amargado, corroído por el remordimiento y la culpa.

Sonó una solitaria trompeta. Los sacerdotes se adelantaron con incensarios humeantes mientras cargaban los cuerpos de Tonina y Kaan con pesados ornamentos de jade y grandes piedras. Tonina estaba desconcertada. ¿Qué tenía que ver aquello con una decapitación? Miró abajo, al agua. ¿Iban a arrojarlos al pozo? Aquello no tenía sentido, solo tenías que nadar hasta el borde y salir.

¿O había temibles monstruos acechando en aquellas aguas? ¿El mismo monstruo cuyos huesos yacían en el fondo de la laguna? Aquello era peor que la decapitación. Ser desmembrado poco a poco…

Notó una mano brusca contra su espalda: los estaban empujando.

Cayeron a la vez al agua y se hundieron. Tonina se liberó enseguida de las piedras y empezó a nadar hasta la superficie. Pero entonces vio que Kaan se debatía frenéticamente, mientras de su boca brotaban grandes burbujas de aire. Aunque había logrado librarse de las pesas, Tonina comprendió horrorizada que él no sabía nadar. Kaan se hundía y mientras Tonina nadaba hacia él vio esparcidos por el fondo los esqueletos de incontables víctimas.

El miedo la asaltó. El monstruo voraz podía aparecer en cualquier momento. Tragárselos y escupir los huesos.

Sabía que tenía que alcanzar a Kaan antes de que tratara de respirar. Lo aferró, tiró de él y, tras poner su boca sobre la suya, dejó escapar una bocanada de aire y empezó a mover las piernas para subir con él a la superficie. Pero él estaba histérico y se debatía, tratando de soltarse, de abrir la boca y respirar. Tonina no separó su boca de la de Kaan, mientras sus fuertes piernas los impulsaban a los dos hacia la luz.

Notó que su cuerpo se volvía nacido y temió que hubiera muerto.

Cuando salieron a la superficie, la boca de Tonina aún estaba sobre la de Kaan. Le sujetó el rostro por encima del agua mientras insuflaba aire a sus pulmones, luego se apartó y le comprimió el pecho con la mano libre. Le salieron unos hilos de agua de la boca y quedó inerte en sus brazos, con los ojos cerrados, pálido. Tonina volvió a respirar en su boca, sin pensar en la gente que miraba desde arriba, perpleja y callada.

Cuando Kaan finalmente tosió y escupió agua, el eco resonó por los muros de piedra caliza del pozo y a éste se unió otro sonido, el rugido espontáneo de los que miraban, que comprendieron que las víctimas habían sobrevivido al sacrificio.

Tonina no pensó en lo que iba a pasar, se limitó a nadar hacia la pared de piedra mientras sujetaba a Kaan con un brazo por el mentón y buscaba algún asidero natural en la piedra irregular. Sus ojos vieron con perplejidad unas escalerillas de cuerda que caían y que unos hombres fornidos sujetaban desde arriba; la gente los vitoreaba y los animaba a subir. Tonina subió delante y sujetó por la muñeca a Kaan quien, instintivamente se cogió a los travesaños de cuerda con fuerza. Cuando llegó arriba, Tonina fue recibida entre gritos de alegría. La gente se arremolinaba a su alrededor tratando de tocarla, hasta que Un Ojo y Águila Brava se abrieron paso entre el gentío y la arrancaron de allí. De pronto todo el mundo se olvidó de ella, todos querían honrar a Kaan. Su Excelsa Eminencia caminó hacia Kaan, que estaba empapado y sin aliento, y le echó un manto escarlata sobre los hombros; entonces declaró que había sido bendecido por los dioses.

Balam se ocultó de nuevo entre los árboles, sorprendido porque Kaan había sobrevivido. Ahora sería más héroe que nunca.