La subasta de esclavos se celebraba cada veinte días, el primer día del mes. Pero debido a la excepcionalidad de la situación, se celebró una subasta especial. No solo se vendería a Seis Palomas y a Ziyal, también todos sus bienes personales. Los vecinos pujaron entusiasmados; por fin podrían tener aquellos libros, joyas y las estatuas que tanto habían envidiado.
Kaan no estaba entre el público general, él ocupaba un asiento especial muy cerca de la tarima de subastas. La gente se peleaba para estar cerca de él. Había hecho pasar la pelota por el aro de piedra. Sin duda irradiaba buena suerte. Tonina, Águila Brava y Un Ojo encontraron sitio al frente de la multitud. A Un Ojo el corazón le latía con violencia. En cuanto terminó el partido había ido a cobrar sus ganancias y buscó a un par de mujeres para celebrarlo bebiendo pulque.
Una vez se hubieron vendido los bienes y los esclavos domésticos, sacaron a Seis Palomas con gran dramatismo. El subastador recitó con voz resonante sus atributos y habló de su sangre noble. La mujer iba ataviada con una túnica de algodón escarlata, que resaltaba su peso prodigioso, y llevaba la cabeza bien alta; no pensaba darle a aquella gente el gusto de verla hundida.
A continuación sacaron a Ziyal. Alrededor del cuello llevaba el emblema de jade de Uxmal que su padre solía llevar al cinto y que lo identificaba como príncipe, y que ahora demostraba también que ella era de sangre real. La niña tenía el rostro enrojecido y abotargado de tanto llorar y parecía asustada cuando la pusieron junto a su madre en la plataforma.
Kaan se sentía espantosamente mal. Se consideraba culpable. Había mirado al extremo del campo de juego y allí había visto a su esposa. Y detrás, la adivina que había dicho que Cielo de Jade llevaba un hijo varón. Fue incapaz de vender el juego.
Pero al menos podía hacer una cosa por su amigo: compraría a su esposa y a su hija. Estaba dispuesto a pujar hasta que el resto de interesados se echara atrás. Por desgracia, el subastador anunció que una persona que no deseaba darse a conocer acababa de comprarlas en una transacción especial llamada tu’ux-a-kah, «placer de los dioses».
La multitud gruñó de desaprobación, porque la puja habría sido un buen entretenimiento, pero entonces, cuando ya se llevaban a madre e hija, ante los ojos horrorizados de Kaan, Seis Palomas logró soltarse de los guardias que la sujetaban y se arrojó a por su hija.
—¡Ziyal!
La niña se volvió al instante y se abalanzó sobre su madre. Seis Palomas utilizó su peso para apartar a los guardias; uno cayó de la tarima, y provocó una oleada de risas entre el público. Seis Palomas cogió a la niña en sus brazos carnosos y se volvió, buscando una salida.
Más guardias aparecieron en la tarima, mientras el subastador llamaba al orden. Arrancaron a Ziyal de sus brazos. Madre e hija no dejaban de chillar; también los presentes, que abucheaban o animaban y empezaban a hacer apuestas. Kaan trató de llegar a la tarima, donde los guardias intentaban controlar a Seis Palomas. Pero la mujer era notablemente rápida para ser tan voluminosa, y utilizaba su peso para defenderse. De un golpe derribó a dos guardias, a otro le golpeó con la rodilla en la entrepierna.
—¡Ziyal! —gritó mientras más y más guardias la rodeaban y se llevaban a la niña.
Cuando Kaan consiguió por fin subir a la tarima, el guardia que había recibido el rodillazo se incorporó y, gritando de rabia, levantó su vara en alto y golpeó con fuerza la cabeza de Seis Palomas; se oyó un crac escalofriante.
Seis Palomas se desplomó. La multitud calló y observó con fascinación cómo su inmensa mole caía al suelo y sus sesos se desparramaban sobre los antiguos tablones.