La gente había recorrido grandes distancias para asistir al Juego 13. Los koxol estaban ocupados aceptando apuestas y entregando resguardos. Los encargados de vigilar estaban situados en los muros en pendiente del campo, listos para gritar los movimientos de los jugadores a la multitud exaltada. Y había vendedores con todo tipo de mercancías, desde mechones de pelo de sus héroes a tortitas bañadas en miel.
Tonina, que estaba junto a Cielo de Jade en el extremo abierto del campo, no dejaba de pensar si Kaan sacrificaría su honor para salvar a su amigo. Por su parte, Un Ojo pensaba que si Mayapán perdía saldría de la ciudad tan deprisa como pudiera, se dirigiría hacia la costa más próxima, compraría una canoa y se perdería en el olvido.
Mientras los nobles y espectadores agraciados ocupaban sus asientos en los extremos del campo, dándose codazos y discutiendo dónde le correspondía sentarse a cada uno, la dama Seis Palomas vertió un cuenco de un brebaje especial en la canasta donde Cielo de Jade llevaba sus cuencos de kaukau. El brebaje estaba mezclado con poleo, una hierba que estimulaba el flujo menstrual.
La h’meen, la botánica real, que estaba también allí, menuda y frágil, ocupaba un lugar de honor, con su pequeño perro acomodado en el regazo.
Mientras los dos equipos se alineaban ante los sacerdotes y el murmullo de sus voces llenaba el aire, Tonina se preguntó si Kaan estaría confesando su intención de perder deliberadamente.
A Tonina le pareció que el juego de ese día, aunque emocionante, era una repetición del Juego 12, y no entendía que a aquella gente le gustara ver lo mismo una y otra vez. Sus ojos no se apartaban de Kaan; mientras, Un Ojo le iba susurrando al oído si cada jugada que hacía era buena o mala. La mañana fue larga, los equipos parecían igualados. Para el descanso de mediodía, la puntuación de Mayapán y la de la ciudad sureña de Chacmultún era idéntica.
Hubo una pausa para responder a la llamada de la naturaleza y estirar las piernas; luego, el juego se reanudó.
Seis Palomas observaba a Cielo de Jade que, uno a uno, se fue bebiendo todos sus cuencos de kaukau. Finalmente, cogió el que Seis Palomas había colocado entre los suyos y se lo llevó a los labios. Seis Palomas sonrió discretamente con expectación. Cuando el poleo hubiera hecho su trabajo y hubiera expulsado el feto del vientre de Cielo de Jade, incluso ella, la dócil Cielo de Jade, tendría que enfurecerse con la adivina por no haber sabido preverlo. Echaría a la joven y ella la recogería.
Balam falló una jugada y la chusma lo abucheó. Cuando Kaan intervino para recuperar la pelota, también él falló, y la multitud respondió con un estruendoso rugido de desaprobación.
Sorprendida por aquellas jugadas tan malas, Seis Palomas se olvidó de Cielo de Jade y se concentró en el juego. ¡Era increíble, el equipo de Mayapán estaba perdiendo! Los espectadores daban rienda suelta a su ira, y el rey consultaba con sus cortesanos, con una expresión muy lúgubre en el rostro.
Tonina vio que la dama Seis Palomas se inclinaba hacia delante, haciendo chirriar las dos banquetas bajo su peso. Se llevó una mano regordeta al pecho, con los labios entreabiertos. Y Tonina supo que no conocía el pacto secreto que su marido había hecho con Kaan.
Ahora todos estaban tensos. La pelota y los jugadores iban arriba y abajo. Pasando, recibiendo. Interceptando. La preocupación de Cielo de Jade aumentó. Seis Palomas tenía una expresión cáustica. Algo raro estaba pasando. Kaan había fallado tres jugadas. El partido se acercaba al final, y Tonina sintió que su corazón se aceleraba. Los partidarios de Chacmultún ya estaban celebrando la victoria.
—Gran Lokono —rezó Tonina—. Arroja tu luz: en el corazón del hombre que se llama Kaan.
Dos jugadores de Chacmultún tenían la pelota, y se la pasaban entre ellos mientras corrían hacia la meta, al tiempo que sus compañeros de equipo mantenían a raya a los del equipo de Mayapán. Kaan corría junto a Balam, tratando de encontrar un hueco para poder intervenir y, por un instante, apartó los ojos del juego y miró hacia la línea de meta de Chacmultún, detrás de la que estaban las familias y las esposas de los jugadores. En ese instante vio a Cielo de Jade y, detrás, a la joven alta de las islas, que había dicho a su mujer que daría a luz un hijo varón.
Balam estaba a punto de interceptar la pelota pero entonces, de repente, ante miles de ojos perplejos, Kaan saltó de lado por delante de Balam, interceptó la pelota con el codo y la lanzó al aire. Entonces, en una maniobra de la que todos sabían que se hablaría durante años, saltó girando como un remolino, golpeó la pelota una segunda vez con el otro codo y la lanzó disparada contra el muro de piedra, donde rebotó en un ángulo muy cerrado y pasó por el aro.
La multitud enloqueció. Nadie en la historia de aquel juego había logrado hacer pasar la pelota por el aro dos veces.
La gente invadió el campo de juego. Se derramó sobre el terreno ensangrentado como una marea que engulló a jugadores y sacerdotes, y levantaron a Kaan y a Balam a hombros.
Ninguno de los dos sonreía, pero nadie se fijó. Ambos estaban muertos de miedo, porque sabían qué iba a pasar. Lo habían visto otras veces, con otros hombres. El mundo de Balam estaba a punto de venirse abajo. Estaba a punto de perderlo todo, y si perdía su posición sería el hombre más despreciado del mundo.
Los guardias rodearon enseguida a las familias de los ganadores para protegerlas del entusiasmo exacerbado de la chusma. Tonina, Un Ojo y Águila Brava se unieron al grupo de Cielo de Jade y sus sirvientes, y el enano susurró:
—¡Gran Lokono!
De repente era un hombre muy rico.
La dama Seis Palomas se levantó de sus banquetas y dedicó una sonrisa amable pero agria a Cielo de Jade, que no se había bebido el cuenco especial de kaukau. Habría otras oportunidades, se dijo la esposa de Balam mientras miraba con avidez a la joven isleña, decidida a tenerla bajo su techo. Volvió su atención hacia su heroico marido, a quien los seguidores fanáticos llevaban a hombros por el campo. Durante el juego se había empezado a preocupar, porque parecía que jugaba tan mal… En cambio, ahora sabía que todo había sido una farsa. Él y Kaan lo tenían todo preparado, habían planificado aquel increíble final. Y había sido una idea excelente, porque a la gente le había encantado. Ahora adorarían a Balam más que nunca, y sería más rico, porque Seis Palomas sabía que había hecho una importante apuesta en aquel juego. A partir de entonces no habría nada que no pudiera tener.
La chica con la copa profética estaría en su poder al anochecer.
Aunque los partidarios de otros jugadores de Mayapán llevaban a sus favoritos a hombros, Kaan y Balam eran quienes arrastraban con ellos a la mayoría, que los siguió por las calles de la ciudad en medio de un griterío ensordecedor. Los que llevaban a hombros a los héroes eran privilegiados; habían apostado mucho y habían ganado. En el caso de Kaan, eran un grupo selecto que se hacía llamar Nueve Hermanos, y cuyos miembros adoraban el juego de la pelota y a sus jugadores. Vestían los colores de Mayapán y entonaban un canto dedicado al juego, al campo, a la pelota y a los vencedores.
Mientras el grupo de Kaan se desviaba en dirección a su casa, el de Balam siguió por otro camino hacia la casa de éste, donde tendría lugar la celebración. Pero cuando la ruidosa procesión entró en la estrecha calleja, se encontraron unos guardias que les cerraban el paso. La verja del alto muro de la casa de Balam estaba abierta y no dejaban de salir hombres cargados con todo tipo de objetos: cerámicas, estatuas, tapices.
Empezaron a oírse gritos de protesta entre la multitud, pero Balam pidió calma. Lo bajaron al suelo y observaron, confusos, mientras Balam se acercaba a un hombre que parecía importante y que estaba consultando un libro de cuentas.
—¿Qué significa todo esto? —dijo Balam, aunque ya lo sabía. Aun así, tenía que hacer aquel papel delante de sus cientos de admiradores.
El hombre de la túnica azul apenas le miró.
—Estamos aquí para saldar una deuda.
Entonces Balam vio al hombre de párpados pesados del consorcio cerca del muro.
—Dame tiempo —le dijo en voz baja a aquel hombre de expresión pétrea—. ¡Lo devolveré todo!
Pero el hombre del consorcio no dijo nada, y todos aquellos valiosos objetos siguieron desfilando ante su mirada inescrutable.
—¿Qué es esto? —oyó que decía una voz familiar.
La multitud se apartó para dejar paso a Seis Palomas. La mujer desplazó su oronda figura entre los presentes y fue directa a la verja, donde unos hombres estaban sacando un baúl de madera lleno de ropa, sandalias, tocados. Empujó al que tenía más a mano con tanta fuerza que el hombre cayó de espaldas.
Los guardias la rodearon enseguida y la cogieron por sus brazos carnosos.
—¡Cómo os atrevéis! —gritó. Y volviéndose hacia su marido dijo—: ¡Esposo, quiero una explicación!
Antes de que Balam pudiera responder, un soldado salió de entre la multitud con Ziyal llorando en sus brazos.
—¿Es ésta la niña? —preguntó al hombre que sujetaba el libro de cuentas.
—La hija —musitó el otro haciendo una marca en el libro.
Mientras Seis Palomas trataba de coger a su hija, le ataron unas cuerdas a las muñecas y al cuello; ella no dejó de resistirse y chillar.
—Llevadme a mí en vez de a ella —dijo Balam al hombre del consorcio, porque comprendió con horror lo que estaba pasando—. Dejad en paz a mi familia. Vendedme a mí.
Los ojos indiferentes se volvieron hacia él.
—Ellas valen más.
—No es culpa mía si no hemos perdido —susurró Balam, tratando de mantener la voz baja—. ¡Lo intenté! Convencí a Kaan para que me ayudara. Pero cambió de opinión. Es culpa suya. Lo visteis perfectamente, perdí todos los puntos que pude. Estaba haciendo honor al pacto que tenía con vosotros. ¡Es a la esposa de Kaan a la que tendríais que llevaros, sus tierras, sus riquezas!
—Kaan es un hombre de honor —contestó el otro—. Le respetamos por lo que ha hecho… o más bien por lo que no ha hecho. La responsabilidad es enteramente tuya, Balam. —Y omitió expresamente la palabra señor, para que Balam supiera que no solo iba a perder a su familia y sus posesiones.
Cuando los hombres echaron a andar con Seis Palomas y Ziyal, Balam quiso abrazarlas, pero su mujer le escupió en la cara y le dio la espalda para que no pudiera tocar a su preciosa hija. En sus ojos llenos de odio Balam no vio perdón.
—Cuando nuestra hija sea lo bastante mayor para comprender —le dijo con desprecio—, le diré lo malo que era su padre, y sabrá que debe maldecir su nombre todos los días de su vida.
Cuatro soldados armados se llevaron a Seis Palomas entre la chusma, y la última imagen que Balam tuvo de su familia fue a Ziyal en brazos de Seis Palomas, extendiendo los brazos hacia él, gritando:
—¡Taati!
Cuando los esclavos acudieron a la entrada principal para atender a su amo, Cielo de Jade salió a recibirle también. Estaban en mitad de la noche, y Kaan parecía derrotado.
—No he podido encontrarle —dijo, y aceptó de buena gana el agua que le ofrecían—. He buscado en todas partes. Balam ha desaparecido.
A Kaan le dolía todo, porque el juego le había dejado lleno de arañazos y magulladuras. Tampoco había podido celebrar la victoria, porque enseguida se enteró de lo sucedido en la casa de Balam.
—Es culpa mía —dijo Kaan—. Si hubiera hecho lo que Balam me pidió, ahora tendría su casa y su familia.
—No, amado esposo. Has hecho lo correcto. Los juegos son sagrados. Balam ha condenado su alma por acceder a cometer semejante sacrilegio. Mañana debes comprar sin falta a su mujer y a su hija.
Kaan ya lo había decidido así. Por mucho que costara, incluso si para ello tenía que invertir todas sus tierras y sus riquezas, se aseguraría de que Seis Palomas y Ziyal no fueran vendidas como esclavas.