El amanecer llegó a la ciudad y la casa de Cielo de Jade se llenó de vida. El primer pensamiento de Un Ojo fue que debía ir al mercado y hablar con los cazadores de águilas. Cuando los encontró la noche anterior le parecieron demasiado hambrientos y mezquinos para entablar cualquier negociación. Decidió retirarse y volver al día siguiente. El primer pensamiento de Tonina fue el de visitar el jardín real. Y Águila Brava, que había tenido sueños agitados, despertó con la sensación apremiante de que debía encontrar a su gente.
Pero los planes de los tres quedaron arruinados cuando el jefe de la servidumbre entró y anunció que Cielo de Jade reclamaba su presencia para que le dijeran la fortuna, tras lo cual la acompañarían al juego de pelota.
La noticia desanimó a Tonina y a Águila Brava; en cambio, Un Ojo estaba extático. ¡Asistir a un juego de pelota real! El solo había visto juegos en pequeños poblados, con equipos insignificantes que competían por premios insignificantes. Pero aquello era el torneo del año; los mejores equipos se enfrentaban en trece partidos. Ese día Mayapán jugaba contra Tulum, y se rumoreaba que las apuestas eran altas.
Después de desayunar alubias y tortitas en las cocinas, Tonina se dio otro baño de sudor, se limpió los dientes con una mezcla de ceniza, miel y menta y se puso ropa limpia. Luego, ella y Águila Brava fueron conducidos ante la señora de la casa.
Cielo de Jade era una mujer muy religiosa e iniciaba cada jornada leyendo el Libro del Consejo a sus esclavos y sirvientes. El Popol Vuh, el texto sagrado de los mayas.
—En el principio —leyó con voz reverente—, todo estaba suspendido, todo estaba callado e inmóvil, el cielo estaba vacío. Solo estaban las plácidas aguas y un mar sereno y tranquilo. Y entonces llegó la palabra. Tepeu y Gucumatz aparecieron en la oscuridad y hablaron. Mientras hablaban, unieron sus pensamientos hasta que éstos se convirtieron en palabras.
Luego despidió a la servidumbre, que no se retiró en silencio como era su costumbre, sino parloteando animadamente, porque hasta el más modesto había apostado algo en aquel juego. De nuevo llevaron a Tonina a la estancia privada de Cielo de Jade, que bebió de la copa de cristal y miró con expresión esperanzada a la joven isleña.
—¿Ganará hoy el equipo de mi esposo? —preguntó.
Un Ojo tradujo.
Tonina no quería aventurarse a decir un resultado concreto. Y no quería mentir. Así que dijo:
—No puedo leer la fortuna de aquellos que no han bebido de esta agua, señora. El espíritu de la copa solo puede hablar por ti.
Cielo de Jade meditó en estas palabras.
—Muy bien —dijo finalmente—; entonces, ¿seré hoy la esposa de un vencedor?
Muy lista, pensó Un Ojo, y reparó en la forma en que la dama se retorcía las manos. Era evidente que estaba preocupada.
—Voy a decirle que sí —le dijo a Tonina—. Si nos equivocamos y Kaan no gana, diré que no había entendido bien la pregunta, que mi maya no es muy bueno. Reza para que eso nos ayude a salvar el pellejo. Y ahora haz como si estuvieras viendo cosas en el agua y di algo.
—Quiero ir al jardín del palacio —dijo Tonina.
Tras lanzarle una mirada —aquella jovencita era irritantemente obstinada—, Un Ojo se volvió hacia Cielo de Jade y le sonrió.
—Señora, la copa profética dice que sin duda serás la esposa de un vencedor.
—Hoy —dijo Cielo de Jade claramente, pues sabía que las adivinas solían mostrarse muy ambiguas.
—Hoy —concedió Un Ojo a desgana. Pero entonces se animó pensando que iba a asistir a un gran juego. Y luego, a una reunión secreta con los cazadores de águilas.
Un Ojo tenía nuevos planes. Aunque en un primer momento había decidido no volver a la casa de Cielo de Jade cuando entregara a Águila Brava a los cazadores, decidió que, en lugar de cobrar su recompensa y dirigirse hacia la costa para comprar una pequeña embarcación y navegar hasta una isla desocupada, continuaría comerciando por diferentes ciudades mayas… y Tonina sería su acompañante.
No podía despreciar la habilidad con que la joven interpretaba su papel de adivina. ¡Cuántas cosas, qué grandes beneficios podrían conseguir juntos! Sí, seguro que podía convencerla. Ninguna mujer se había resistido nunca a sus encantos. Y, si bien Tonina no era tan regordeta o experimentada como a él le gustaba, aparte de que era demasiado alta —sobre todo para un enano—, aprendía deprisa, y él podía enseñarle muchos trucos. Quizá con el tiempo hasta podrían retirarse a una isla…
Cielo de Jade partió hacia el campo de juego de pelota. Iba acompañada por seis ayudantes, dos de ellas diestras comadronas que estaban atentas a cualquier señal que indicara que el embarazo no iba bien. Detrás iban los guardias de la casa, con un atuendo tan espléndido como los guardias del palacio, y tras ellos, Tonina y sus dos amigos. La pequeña procesión avanzó por la plaza central y, después de que dejaran atrás la imponente pirámide de Kukulcán, siguió por una bulliciosa avenida; a su paso la gente lanzaba vítores —¡era la esposa del gran Kaan!— y arrojaba flores. Cielo de Jade no hizo ningún gesto, se limitó a seguir andando con expresión serena, con la mente en asuntos más espirituales. El torneo anual de los Trece Juegos se había originado hacía varias generaciones por motivos religiosos y, aunque su significado ritual se había perdido y ahora la gente solo lo veía como un espectáculo, a las familias de los jugadores se les exigía que mantuvieran el decoro.
Cuando llegaron al campo de juego, un prado lleno a rebosar de gente, Tonina se dio cuenta de que el extraño prado que ella y Águila Brava habían visto en Chichén Itzá había servido en otro tiempo para aquellos extraños juegos de pelota. Pero, mientras que el campo de juego de Mayapán y sus alrededores estaban llenos de vida —vendedores de comida, acróbatas y malabaristas, hombres que hacían y aceptaban apuestas con gran rapidez—, daba la sensación de que el de Chichén Itzá no se utilizaba desde hacía generaciones.
Tonina reparó en una curiosa actividad —grupos de hombres que se pasaban entre ellos extraños objetos— y preguntó a Un Ojo quiénes eran.
—Se llaman koxol —dijo—. Así es como se dice en maya «mosquito». Son hombres que tienen como oficio las apuestas; saben leer y escribir y manejarse con los números. Llevan con ellos tiras de papel de corteza de árbol para escribir el nombre de cada persona y lo que apuesta. El que hace la apuesta se pincha el pulgar con una espina y aprieta el dedo contra el papel.
—¿Por qué se llaman mosquitos? —preguntó Tonina, maravillada por la rapidez con la que escribían en el papel, dejaban que la gente pusiera su huella y volvían a escribir, pasando los pedazos de papel sobre las cabezas de la gente a la velocidad del rayo.
—Es un apodo muy viejo. Supongo que es porque son muy rápidos, es difícil atraparlos y escapar de ellos. ¡Y siempre te chupan la sangre! —Un Ojo se rió, luego encogió los hombros—. O a lo mejor es por esos gorros altos y puntiagudos que llevan. Parecen mosquitos.
—¿Y por qué la gente acude a esos hombres?
—¿Y cómo si no esperas hacer una apuesta con dos granos de cacao?
La ignorancia de la joven en aquellos asuntos era apabullante.
—¿Qué son esas cosas que se pasan de unos a otros? —preguntó. Se refería a los pequeños pedazos de papel que los koxol intercambiaban con la gente.
—Resguardos —dijo Un Ojo—. Digamos que quieres apostar cinco perlas al juego de mañana. Le enseñas al koxol tus perlas, él escribe en un papel el objeto que apuestas, la cantidad y tu nombre, y para certificarlo pones tu huella con sangre. El koxol te da un papel donde dice lo que te llevarás si ganas. Por ejemplo, puedes jugarte perlas contra granos de cacao. Cuando acaba el juego, si tu equipo pierde, el koxol te devuelve el papel donde pusiste tu huella y tú le das las perlas. Si tu equipo gana, le das el papel que él te había dado y él te paga los granos de cacao que te había prometido.
A Tonina le parecía mucho trabajo para ganar tan poco, y muy arriesgado. No tenía intención de apostar sus perlas, ni ninguna otra cosa.
Sonaron las trompetas y la gente empezó a congregarse en el campo de juego. Los nobles y los miembros de la realeza se instalaron en lo alto de los muros inclinados que flanqueaban el campo, de modo que podían ver el juego desde arriba. Estaban sentados sobre esterillas, mantas o banquetas; detrás estaban la baja nobleza y los ricos. Luego venía el vulgo, que se peleaba tratando de ver algo. Los extremos del enorme campo de juego estaban abiertos. En uno de los extremos estaba Su Excelsa Eminencia, su familia y su corte; el otro estaba reservado para las familias de los jugadores favoritos. Mujeres orondas con muchos hijos, todos bellamente ataviados, instalados sobre esterillas y banquetas. La dama Cielo de Jade ocupó un lugar de honor junto a una mujer voluminosa que, según averiguó Tonina, era la dama Seis Palomas, la esposa del príncipe Balam. Cabeza en forma de cono, ojos bizcos y dientes frontales salidos, como Cielo de Jade. Pero ahí se acababa el parecido. Seis Palomas era inmensamente gorda, y hacían falta dos banquetas para sostener sus imponentes nalgas.
Tonina y Águila Brava se situaron detrás de Cielo de Jade, quien, sabiamente, proporcionó a Un Ojo una banqueta para que pudiera subirse y ver por encima de las cabezas de los que estaban sentados delante. Juntos, miraron con expectación al campo vacío. A aquella distancia, Tonina pudo observar libremente al rey, y vio que incluso allí no dejaba de mirarse en un espejo que un noble arrodillado sostenía ante él.
Entonces se preguntó dónde estaría Kaan. Tonina se había despertado en mitad de la noche y vio que una comitiva de hombres con pesadas capas lo escoltaba fuera de la casa, entre murmullos.
Sonaron las trompetas, la multitud rugió. Unos músicos con elaboradas vestimentas salieron de una entrada oculta, soplando en sus caracolas, tocando flautas y silbatos, aporreando tambores, sacudiendo sonajas de calabaza. Detrás iban los majestuosos sacerdotes, con incensarios humeantes, lanzando bendiciones al campo de juego, al equipo, incluso al balón de goma. Finalmente, los dos equipos salieron al sol, en medio del rugido ensordecedor de la multitud. Caminaron en círculos opuestos, hombres musculosos y cubiertos de cicatrices que levantaban los brazos ante su público extasiado y dejaban, con una visible expresión de orgullo en el rostro y en el porte, que sus gritos de adoración los envolvieran. Cada equipo estaba formado por seis hombres; los de un lado llevaban plumas verdes en la cabeza, los del otro azules. Todos llevaban un extraño atuendo que Tonina no comprendía.
—Eso que llevan alrededor de la cintura —pudo susurrarle Un Ojo casi al oído, porque estaba sobre la banqueta— se llama yugo. Se hace poniendo relleno de algodón en una estructura de madera. Los hombres también llevan piezas acolchadas en las rodillas y los codos. Es para protegerles, y aun así se hieren, y a veces hasta pueden morir.
Los jugadores desfilaron por todo el campo, y Tonina vio que el entusiasmo de la multitud aumentó cuando Kaan pasó. Aquella admiración de la gente por sus héroes del juego de pelota la desconcertaba. Un Ojo le había dicho que aunque Kaan era de raza inferior, no le tenían en menos. De hecho, si lo admiraban tanto era, en parte, por haber sido capaz de erigirse por encima de los suyos y alcanzar la fama. En cambio, Balam era un príncipe de sangre noble, y Tonina veía que a él la gente lo admiraba por eso.
Los dos equipos se detuvieron ante una hilera de sacerdotes y juntos se entregaron a un murmullo extraño y colectivo.
—¿Qué hacen? —Buscó con la mirada la figura de Kaan. Su cuerpo relucía al sol, como si se lo hubiera untado con aceite. Sin el manto, Tonina pudo ver la musculatura de su espalda y sus brazos.
—Confiesan sus pecados —susurró Un Ojo—. Por si mueren durante el juego. Los mayas tienen miedo de morir con los pecados sobre su alma. Creen que cuando la persona muere o es sacrificada, su alma no muere, sino que entra en un estado de reposo, hasta que vuelve a renacer. Lo llaman la resurrección del alma. Si muere sin confesión, el alma está condenada a los nueve niveles del infierno y no vuelve a renacer.
Cuando los sacerdotes acabaron la extensa ceremonia de bendición, los jugadores se situaron en el campo, un equipo frente al otro.
—El primer equipo que consiga nueve puntos gana —le explicó Un Ojo—. Los puntos se consiguen cuando un jugador del equipo contrario falla un lanzamiento a los aros verticales… ¿los ves? Allí, en el centro de los muros laterales. Un equipo también marca un punto si sus oponentes no consiguen devolver la pelota antes de que rebote por segunda vez, o si permiten que salga de los límites del campo. Y no solo se pueden sumar puntos, también se pueden perder, y a veces eso hace que los juegos se alarguen mucho. Por eso aquellos escribas que ves llevan un registro de todo lo que pasa, y al final comparan lo que han contado.
Para Tonina todo aquello no tenía sentido, pero tampoco importaba. La energía y el entusiasmo de los miles de espectadores la arrastraba, y en su interior sentía una exaltación desconocida. Cuando la pelota apareció y empezó el juego, sintió que un grito brotaba de su garganta.
La acción era rápida y violenta, y a Tonina le costaba seguirla. Con frecuencia perdía de vista la pelota y se sobresaltaba cuando los espectadores empezaban a lanzar vítores. Pero pronto vio que las paredes inclinadas que formaban los lados del campo se utilizaban para hacer rebotar la pelota y mantenerla en juego. También se podía mantener la pelota en juego golpeándola con la parte superior de los brazos, con el torso, con los muslos. Corrían arriba y abajo por el campo, arrojando la pelota al aire con gran rapidez y agilidad. Los jugadores chocaban y caían, se incorporaban de un salto y seguían corriendo. Era agotador, incluso para un observador.
—A pesar del acolchado de protección —dijo Un Ojo—, con frecuencia los jugadores sufren graves heridas. Pero el riesgo es insignificante comparado con la gloria que consiguen los mejores. El más alabado es aquel que consigue pasar la pelota por uno de esos aros de piedra. Kaan lo ha hecho. Por eso es un héroe. Por eso es rico. Los ganadores reciben importantes premios. Y también apuestan por sus equipos, y se hacen más ricos.
Un Ojo lanzó un bufido cuando un jugador de Tulum falló un bloqueo y la multitud lo abucheó.
—No siempre se hacen ricos. Apuestan sus casas, sus campos, sus graneros de maíz. Hasta venden a sus hijos para apostar, o se ponen a sí mismos como garantía y se convierten en esclavos si sus familias no pueden cubrir la apuesta. Aquel de ahí, el que ha perdido el balón, apuesto a que acaba de perder alguno de sus huertos.
El sol ya estaba alto en el cielo, el ambiente empezaba a caldearse. El juego seguía. Si un jugador caía, lo sustituían. Los vendedores se movían entre el público, ofreciendo sus mercancías a gritos. La gente consumía cuencos de kaukau y al acabar los tiraba al suelo. Devoraban tortitas rellenas de alubias, maíz y chile, mientras sus ojos seguían clavados abajo, en el campo de juego. Los sirvientes colocaban discretamente orinales de cerámica ante sus amos para que respondieran a la llamada de la naturaleza.
Los jugadores estaban sudados, sucios, incluso ensangrentados, pero el ritmo del juego no disminuía. La pelota iba y venía, hasta que el príncipe Balam se arrojó al suelo, la desvió con un movimiento inesperado y la lanzó al aire, contra el rostro de un adversario que corría hacia él. La pelota golpeó al jugador, que cayó de espaldas con un sonido escalofriante. La multitud gritó, sonó una trompeta y, mientras unos hombres con túnicas salían al campo, se hizo el silencio. Había tanta tensión que el aire se podía cortar. Todos estaban pendientes de los hombres que examinaban al caído con preocupación; le tocaron brazos y piernas, apoyaron el oído contra el pecho, hasta que finalmente uno de ellos se levantó y, sujetándole los brazos en alto, gritó:
—¡Bendición de los dioses, Yaxik de Tulum ha muerto!
Hubo un gran alboroto y Tonina temió que hubiera una avalancha, pero entonces vio que la gente estaba contenta, y que incluso los que llevaban la cinta azul de Tulum se alegraban de la muerte del jugador.
Al ver su cara de perplejidad, Un Ojo dijo:
—Se alegran por él. Incluso su viuda se alegra, porque ha ido directo al Cielo 13, donde vivirá con los dioses por toda la eternidad.
Tonina miró un instante a Cielo de Jade que, a pesar de la gruesa capa amarilla de cosmético, estaba visiblemente pálida. Y temblaba. ¿Temía por la vida de su marido? ¿Se alegraría si Kaan muriese durante el juego?
Entonces Tonina comprobó con sorpresa que también ella temía por Kaan, y se preguntó por qué; por qué de pronto la seguridad de aquel hombre la llenaba de preocupación y ansiedad.
El juego se reanudó y, mientras los jugadores seguían con la misma energía, Tonina empezó a entender el caos que sus ojos veían. Las complejidades del juego la hechizaban, la conexión entre los diferentes miembros de cada equipo, como si los unieran unos hilos invisibles, como si pudieran ver en la mente de los otros. Vio que Kaan saltaba para coger la pelota mientras el voluminoso maya Balam se movía a su alrededor y cerraba el paso a un jugador de Tulum; luego, los dos corrían acompañando la pelota hacia la otra meta. Sin embargo, Tonina no había visto en ningún momento que se comunicaran entre sí.
En aquel instante la pelota silbó en el aire y a punto estuvo de acertarle a Kaan en la cabeza, pero Balam la interceptó velozmente de un salto, golpeándola con el muslo. Tonina lanzó una exclamación. Un segundo más y Kaan habría muerto. ¿Cómo sería poner la vida en manos de otra persona como hacían aquellos jugadores? Sumergirse en el mar para sacar perlas era una ocupación solitaria. Tonina siempre había trabajado sola, y su vida no dependía de nadie más que de sí misma.
Cuando el juego acabó y la gente empezó a invadir el campo para levantar a hombros a sus favoritos, Kaan se dirigió al extremo del campo para dejar la pelota ceremoniosamente a los pies de Cielo de Jade. Estaba sucio, sudado, ensangrentado, pero colocó el trofeo ante su mujer con respeto y adoración. Cuando vio la expresión de sus ojos, Tonina se sorprendió, porque se dio cuenta de que estaba celosa.
La multitud se acercó corriendo y los guardias de la ciudad formaron un círculo alrededor de Kaan, su mujer y sus amigos, Tonina se apartó y dijo a Águila Brava y a Un Ojo que ya podían ir al jardín del palacio.
—Sí —dijo Un Ojo, pues él mismo tenía que hacer cierto recado y estaba impaciente—. Me llevaré a Águila Brava al mercado. Necesita un manto. Y quiero que se corte el pelo. La gente no deja de mirarle.
—¿Prefieres ir con él o conmigo? —dijo Tonina volviéndose hacia Águila Brava.
Águila Brava contestó tocando el brazo de Tonina.
El enano reprimió una mueca de disgusto. Había acabado por ver al joven como una mercancía que le pertenecía, y no podía arriesgarse a perderlo de vista.
—Entonces iré con vosotros. Tengo curiosidad por ver cómo es el jardín de un palacio real. —Y sonrió, renegando mentalmente por la tozudez de Tonina.
El diminuto comerciante no entendía aquella insistencia por ir inmediatamente. ¿Por qué no esperar al día siguiente? ¿Por qué no disfrutar del festín?
Lo que Un Ojo no sabía era que, mientras él farfullaba y echaba a andar tras ella, la propia Tonina no se explicaba aquella repentina necesidad que sentía por llegar al jardín real y abandonar Mayapán. Era mucho más que el deseo de salvar a su abuelo y a los suyos. La necesidad de salir de la casa de la dama Cielo de Jade brotaba de un nuevo y temible sentimiento, aún impreciso y sin forma, pero que la llenaba de inquietud y aprensión.
Y tenía relación con Kaan. Sí, de pronto Tonina sentía la necesidad de alejarse de él.
En la casa de la dama estaban de celebración, pero Tonina y sus amigos llegaron antes de que los demás repararan en su ausencia. No habían logrado acceder al jardín del palacio, por lo que Tonina tendría que pensar en una nueva estrategia.
Como esposa del jugador ganador, la dama Cielo de Jade debía ofrecer regalos a sus amigas: brazaletes de plumas que ella misma había hecho. Mientras las damas se exclamaban con asombro y levantaban la muñeca para admirar aquellos hermosos adornos, Cielo de Jade expresó su deseo de que Tonina le dijera la fortuna, a pesar de que ya lo había hecho por la mañana.
Aquélla era la oportunidad que Tonina buscaba para poder entrar en el jardín del palacio, por eso aclaró que, aunque la copa profética solo se pronunciaba una vez al día, debido a la gran victoria obtenida en el campo de juego podría hacer otra lectura.
De nuevo, se detestó por mentir. Mientras agitaba el agua y miraba en su interior trató de pensar en algo que fuera cierto y a la vez pareciera una profecía. De repente, algo le vino a la cabeza:
—Un extraño visitará pronto esta casa. Y preguntará por ti, señora.
Por un momento Un Ojo la miró con sorpresa, luego tradujo.
—¿Un extraño?
—Un jorobado.
Las damas se exclamaron, complacidas. Los jorobados eran los más afortunados de los hombres. Además, eran tan escasos que, si alguno lograba llegar a adulto se consideraba que contaba con la bendición especial de los dioses.
«¿Por qué he dicho esto? —pensó Tonina—. No es una mentira, pero ¿cómo sé que vendrá un jorobado?»
—¿Hay algo más? —preguntó la dama Cielo de Jade.
Tonina miró el agua con intensidad.
—Oscuridad… —dijo.
Cielo de Jade dio una palmada con sus pequeñas manos.
—¡Eso es que vendrá de noche!
Y Tonina pensó: «No, se trata de otra clase de oscuridad».
—¿Cuál es la recompensa que pides, honorable adivina?
—Deseo visitar el jardín del palacio.
Cielo de Jade cruzó una mirada divertida con sus amigas.
—Es una extraña petición.
—Busco una extraña flor. Es para mi abuelo, que está enfermo. Y quiero ayudar a mi amigo a recuperar sus recuerdos.
Cielo de Jade miró con expresión compasiva a Águila Brava y dijo:
—En el jardín de palacio hay todo tipo de plantas medicinales. Pregunta por la cuidadora, a la que llamamos la h’meen.
Y, con gran generosidad, le dio a Tonina un pase, escrito en papel, y asignó un guardia para que les acompañara.
Una vez más, Un Ojo propuso que Águila Brava le acompañara al mercado para que pudiera comprarle un manto y cortarse el pelo.
—No podemos presentarlo ante un personaje tan importante como una h’meen con este aspecto.
¿Estarían todavía en Mayapán los cazadores de águilas? ¡Otra pérdida de tiempo!
Y una vez más, Tonina preguntó a Águila Brava qué quería hacer y él volvió a elegir ir con ella. Cuando se retiraron a los alojamientos de la servidumbre para pasar la noche, Tonina le susurró a su joven compañero una promesa:
—Mañana encontraremos la flor y nos iremos de este lugar.