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La isla de la Perla desapareció en el horizonte y la larga canoa, con tus veinte remeros, un capitán y una pasajera se quedó sola en alta mar. Las gaviotas ya habían dejado de seguirles, ya no oían el sonido de las olas contra las rocas. El eterno silencio de mar abierto los envolvía, interrumpido únicamente por el rítmico sonido de los remos. Tonina estaba arrodillada en la proa, con el rostro hacia el temible oeste, y miraba con los ojos entrecerrados a causa del reflejo del sol sobre las aguas agitadas.

El sol caía sobre las espaldas de los remeros; la espuma salada les salpicaba el rostro. Yúo y sus hombres, remeros natos, no conocían placer mayor que el de impulsar una embarcación a mar abierto. Sin embargo, mientras marcaba el ritmo con el tambor, Yúo se sentía lleno de pesar. Porque solo él sabía que la misión era un engaño, que debían abandonar a la nieta de adopción de su tío en la Costa Firme.

La gran canoa, cubierta de símbolos mágicos y bendecida por Lokono, el espíritu de todas las cosas, surcaba unas aguas que no tenían nombre pero que algún día se conocerían como canal del Yucatán. El viento venía del norte, la corriente del sur, y el mar se estaba encrespando. Pero Yúo y sus hombres eran fuertes y capaces, y remaron con destreza entre el oleaje. La embarcación, hecha con el tronco de un poderoso árbol que habían ahuecado con ayuda de las hachas y el fuego, era sólida y estaba preparada para recorrer grandes distancias. Pero en aquellas aguas eran frecuentes las tormentas repentinas, formadas por nubes oscuras que llegaban de pronto acompañadas de vientos huracanados que requerían toda la atención de los remeros. Así que Yúo estaba atento, y escrutaba el mar, toda la línea del horizonte.

De pronto lo vio…

Sus ojos se abrieron. Otra embarcación.

¡Guay! —exclamó, asustado.

Los veinte remeros miraron al sur con nerviosismo. ¿Sería una canoa de guerra de la Costa Firme? Todos tenían en la cabeza los relatos sobre los feroces guerreros mayas que rondaban aquellas aguas, y remaron con todas sus fuerzas sin apartar los ojos de la canoa que se acercaba.

Entonces vieron con asombro que venía de la dirección de la isla de la Perla.

Cuando Tonina vio al capitán de la canoa, más pequeña que la suya, de pie en la proa y saludando, el corazón le dio un vuelco. ¡Macu!

Las islas de la Perla y de la Media Luna hacía tantos años que eran amigas que intercambiaban bienes y esposas, y Macu sabía que los hombres de la canoa de Tonina no esperarían un ataque. Macu saludó con gesto amistoso a la otra embarcación, mientras su hermano Awak y sus amigos permanecían ocultos en el vientre de la canoa, dejando a la vista solo a cuatro remeros. Estudió el viento y la corriente, y la velocidad de su canoa frente a la de la otra. Antes de colisionar, daría la señal para que sus hombres se levantaran y arrojaran sus flechas y lanzas.

Macu sonrió. Era un plan perfecto. Los veinte remeros de Tonina estarían muertos antes de que les diera tiempo a reaccionar. Y Macu asestaría personalmente el golpe fatal a la joven. Después, se adueñarían de las provisiones de la otra canoa, la hundirían y pondrían rumbo hacia la Costa Firme, donde la flor mágica les esperaba.

Yúo, que reconoció al joven de la canoa que se acercaba a gran velocidad, también saludó. A Tonina el corazón se le aceleró. ¿Qué hacia Macu allí? ¿Iba a escoltarla a la Costa Firme?

Cuando la pequeña canoa casi les había alcanzado, Yúo dio orden a sus hombres de que levantaran los remos. Macu sonrió, y dio la señal secreta para que los suyos se prepararan.

—¡Venimos a desearos buena suerte! —gritó Macu cada vez más cerca.

—Gracias —contestó Yúo, enseñando unos dientes blanquísimos en un rostro marrón oscuro—. Que los dioses nos bendigan a todos en este viaje.

Los dos grupos de hombres dejaron de remar y el día quedó en silencio. Solo se oían las olas que lamían los costados de las canoas. Cuando su embarcación se estaba alineando con la otra y estuvo lo bastante cerca para saltar, Macu se volvió para dar la orden de atacar. Pero, cuando abrió la boca, sintió un golpe en el muslo.

Bajó la vista sorprendido. Una flecha de fuego estaba clavada en su pierna.

En cuestión de segundos, una lluvia de flechas incendiarias cayó sobre la pequeña canoa. Los hombres de Macu se incorporaron, y contestaron con sus propias flechas y lanzas.

Tonina observaba la escena, desconcertada.

No sabía que su abuela había mantenido una conversación en secreto con Yúo antes de que partieran.

—No confío en ese joven que se llama Macu. Cuando Tonina le salvó la vida y sus amigos se lo llevaron de la playa, vi que miraba atrás. Sus ojos estaban llenos de maldad.

—Estaremos preparados —le había asegurado Yúo.

Sí, ya sabía lo que había que hacer. Tonina, que iría en la proa oteando la orilla occidental, no se daría cuenta de que en la popa de la larga embarcación los hombres de Yúo estaban preparados para defenderse con flechas incendiarias. Las flechas estaban empapadas en savia inflamable, y las encenderían con las ascuas que llevaban para acampar en la Costa Firme. Una vez cayeran en la otra canoa, sería difícil apagarlas.

Cuando la canoa de Macu se acercaba, Yúo había estudiado la postura del joven, los rostros nerviosos de sus remeros, y vio que solo había cuatro, aunque era una embarcación para doce. Entonces vio a los hombres que se escondían; por eso pudo atacar primero.

Mientras en la canoa de Macu no dejaban de encenderse pequeños fuegos y algunos de sus hombres trataban de apagarlos con agua del mar, otros saltaron a la canoa de Tonina con cuchillos y hachas. De pronto los hombres luchaban cuerpo a cuerpo, gritando, golpeando, apuñalando. La canoa se tambaleaba peligrosamente. Tonina se aferró a los lados y sintió que un grito le desgarraba la garganta.

La corriente arrastró la pequeña canoa humeante, mientras los hombres que estaban atrapados trataban desesperadamente de apagar el fuego.

A través del humo Tonina vio el rostro de Macu, crispado por la ira, mientras golpeaba la cabeza de Yúo con un palo y le partía el cráneo. El sobrino de Huracán cayó y Macu pasó por encima, con la vara en alto, listo para golpear la cabeza de otro isleño.

Llena de horror, Tonina vio que la refriega era cada vez más furiosa y brutal, y el aire se llenaba de gritos de dolor. Había cuerpos flotando en la corriente, y la sangre se esparcía en todas direcciones.

La canoa de Tonina empezó a balancearse peligrosamente bajo los pies de tantos hombres que luchaban. Y entonces ocurrió lo impensable: la embarcación osciló peligrosamente y volcó, y Tonina y los hombres cayeron al agua.

Aunque Tonina se sujetó a la canoa, los demás nadaron frenéticamente hacia la otra canoa. Ya habían sofocado el fuego, y todos trataban de subirse. Olvidando el combate, los hombres ayudaban a subir a sus compañeros y a sus enemigos.

Mientras la corriente arrastraba la canoa de la isla de la Media Luna y los gritos de ayuda llenaban el aire, Tonina permaneció junto a la canoa volcada, agitando las piernas desesperadamente, tratando de ver si podía salvar a alguien. Era una buena nadadora y se sentía como pez en el agua, pero jamás había nadado cargando tanto peso. Aunque el fardo que llevaba a la espalda flotaba, las fibras de su ropa de hamac se habían hinchado y pesaban tanto que apenas podía mover las piernas. Se sujetó a la canoa con una mano y con la otra deshizo el nudo de la cintura; la pesada falda se soltó.

Primero nadó hacia un hombre de la isla de la Perla y lo llevó hacia la canoa. Pero cuando quiso poner su mano sobre el casco se dio cuenta de que estaba muerto. La mano cayó con flacidez y la corriente lo arrastró, con el rostro hundido en el agua.

Tonina nadó hacia otro hombre, y vio que, aunque aún estaba vivo, había perdido un brazo en la refriega. Mientras trataba de ayudarle a llegar a la canoa volcada, oyó gritos de pánico y, al volverse, vio que la canoa más pequeña se estaba hundiendo. Había demasiados hombres encima; gritaban, trepaban los unos encima de los otros. Tonina agitó los brazos tratando de llamar su atención. Su canoa era más grande y fuerte. Si lograban ponerla del derecho…

Entonces vio a los tiburones.

Oyó más gritos de los hombres que trataban de llegar a la canoa de Tonina, y gritos de terror, cuando las aletas empezaron a moverse entre ellos. El día estaba tomando un cariz terrorífico, los hombres agitaban brazos y piernas desesperados, chillaban, las aguas se teñían de rojo.

Cuando Tonina vio a Macu flotando inconsciente sobre la espalda, lo cogió y tiró de él. Con gran esfuerzo logró salir del agua y encaramarse a la canoa. Y subió a Macu con ella. Se quedó sentada, temblando, pendiente del casco inestable, abrazando con fuerza a Macu.

La canoa quedó entonces atrapada entre dos corrientes que la alejaron de los tiburones, y de la muerte. Llena de incredulidad, Tonina vio cómo la escena de la carnicería se alejaba y los supervivientes no podían llegar a ella. De treinta y un hombres, solo Tonina y Macu estaban sobre el casco de la canoa, a la deriva.

Tonina empezó a sollozar. Seguía sujetando a Macu, que estaba inconsciente, y los brazos le dolían. ¿Qué había pasado? ¿Por qué Macu y sus amigos les habían atacado? ¿Por qué, una vez más, tenía la vida de Macu en sus manos? Pegó el rostro contra el pelo frío y mojado del joven y lloró. No sabía si podría seguir agarrándolo mucho más. Las fuerzas empezaban a fallarle. Se notaba los músculos muy doloridos. Escrutaba las aguas por si aparecían tiburones.

Y entonces apareció uno. Uno pequeño. Joven. Se acercaba con rapidez. Con un movimiento, sus mandíbulas se abrieron desmesuradamente y arrancó la pierna de Macu por debajo de la rodilla. El agua se tiñó de rojo. Tonina gritó. Mientras trataba de mantener las piernas fuera del agua, luchaba con todas sus fuerzas para subir a Macu más arriba.

Vio que la aleta giraba, que regresaba. Tonina sujetó a Macu con fuerza, pero en vez de pasar junto a la canoa, el tiburón se lanzó contra ella. El golpe hizo que Tonina se soltara. Macu cayó al agua y Tonina vio con horror que su cabeza se hundía en el agua y el tiburón lo cogía y se lo llevaba, dejando una estela de sangre.

Tonina se quedó mirando, aturdida. Estaba sola en el inmenso mar, bajo un cielo azul sin nubes, sin tierra a la vista, sin tan siquiera los cuerpos de los otros hombres. Sintió que sus músculos se relajaban; luego, la oscuridad cayó sobre ella.