Guama cogió la pequeña canasta, que estaba sujeta al techado de la choza, en el mismo sitio donde había estado durante veintiún años, y la dejó con delicadeza en el suelo.
Había llegado el momento de decir adiós.
El problema era: ¿cómo lograr que Tonina abandonara la isla de la Perla?
Guama sabía que podía ordenarle que se fuera, pero eso sería tan triste como la muerte. Y cuánta desdicha para la joven…, tener que abandonar su hogar, expulsada sin saber muy bien por qué, por mucho que ella le explicara que ésa era la voluntad de los espíritus de los delfines.
Tenía que inventar una excusa, algo que mitigara el dolor de Tonina por tener que partir.
Miró la pequeña canasta que había surcado los mares, la tela doblada del interior, y tuvo una idea. Un engaño…
La anciana se estremeció. Sabía que la isla de la Perla no era el límite del mundo, ni siquiera el centro del mundo. Por el norte, el este y el sur, cientos de islas salpicaban el mar. Muchos de los suyos habían partido hacia estas islas, donde la gente vivía de forma muy parecida, con pocas variaciones en la vestimenta, la lengua y la religión. Sin embargo, hacia el oeste…
Volvió a estremecerse y rezó en silencio a Lokono, el espíritu de todas las cosas.
Hacia el oeste estaba lo que llamaban la Costa Firme. La gente decía que no era una isla, sino una extensión de tierra que no tenía fin. Otros decían que en aquel lado oculto había otro mundo, en el que la gente vivía en los árboles, caminaba cabeza abajo o paría por la boca.
Si bien era cierto que los dioses del mar habían llevado a Tonina hasta ella, y aunque su parte supersticiosa y religiosa quería creer que la niña era hija de los dioses, su práctica mentalidad de mujer le decía que Tonina había nacido de una mujer. El amuleto y la tela que la envolvían lo demostraban. Pero ¿por qué esa madre había dejado al bebé al cuidado de los dioses del mar? Aquello era un misterio que no lograba entender. ¿La pequeña era un sacrificio? Y, de ser así, ¿qué le sucedería a Tonina si regresaba?
¿La sacrificarían una segunda vez?
Guama cerró los ojos y rezó en silencio. «Gran Lokono, guíame.»
—Guama —dijo una voz suave.
A la mujer el corazón le dio un vuelco, porque pensó que era un dios quien le hablaba. Pero cuando abrió los ojos, vio a Tonina en la entrada.
—¡Estás aquí! Ya sabes que no debes salir sola por la noche, niña —le dijo.
Nadie se aventuraba a salir cuando oscurecía, porque los espíritus y los fantasmas rondaban por doquier.
Las facciones de Tonina estaban recién pintadas, como las del resto de isleños, con símbolos y hermosos dibujos. Pero las pinturas no podían ocultar su fealdad. Sí, pensó Guama con resignación, sin duda los dioses la habían hecho así a propósito, para que no atrajera la mirada de ningún hombre. Por eso aún estaba sola y era libre de volver al mar.
Era el momento de decir su mentira.
—Tonina, tu abuelo está enfermo. Muy enfermo, aunque lo oculta a los demás.
Tonina miró a su alrededor en la amplia choza y a la luz de una antorcha vio a su abuelo dormitando en su hamac. Los ojos de Tonina se abrieron por el miedo.
—¿Se está muriendo?
Guama bajó la voz.
—No ahora, no hoy. Gozará de buena salud hasta que un día sus ojos no vuelvan a abrirse.
—¿No puedes curarle?
Guama era famosa por su conocimiento de las hierbas curativas y los amuletos.
—No tenemos en la isla la medicina que necesita. Pero he oído hablar de una planta… una flor roja con los pétalos así. —Formó una flor con las manos, uniendo las muñecas y curvando los dedos hacia dentro. La flor miraba hacia el suelo—. La flor no crece hacia arriba, hacia el sol —dijo Guama—, sino hacia abajo, hacia la tierra, como el platanillo que crece en nuestra isla.
—Quizá crece en un árbol —aventuró Tonina.
Guama sintió que la garganta se le secaba, porque aquel deseo de Tonina de ayudar la conmovió. En el exterior de la choza, la vida del poblado seguía como siempre, las familias se reunían en torno a las hogueras, los niños correteaban y jugaban, el grueso disco de la luna se desplazaba por el cielo.
—Dicen que sus pétalos contienen poderosos espíritus capaces de curar cualquier mal, de hacer desaparecer cualquier pesar.
—¿Y dónde se encuentra esa flor?
—En la Costa Firme.
Tonina calló. La Costa Firme era algo de lo que solo oían hablar en mitos y en historias temibles.
—¿Cómo la conseguiremos? —preguntó, y se imaginó al jefe de la tribu eligiendo un grupo de fuertes remeros y enviándolos en sus canoas más resistentes.
Guama cogió a Tonina de las manos.
—¿Has visto los delfines que jugaban en el agua, más allá del arrecife?
Tonina sonrió. Había nadado hacia ellos, para hablarles y nadar a su lado.
—No están aquí por azar, Tonina. Traen un mensaje: que tú partas hacia la Costa Firme, que encuentres la flor mágica y la traigas contigo.
Tonina la miró perpleja.
—¿Yo, abuela? ¿Estás segura?
—El mensaje es muy claro.
Guama clavó sus ojos cansados en aquella joven que le sacaba una cabeza y a quien los demás consideraban fea, aunque a ella le parecía hermosa.
—Cuando regreses, todos te querrán por lo que has hecho. Salvar la vida de Huracán significa salvar a la gente de la isla —dijo en voz baja—. Se hablará de esta hazaña durante años. Tu nombre será elogiado en torno a cada fuego. Este año se conocerá como el año en el que Tonina salvó la isla de la Perla.
Este año se conocerá como el año que Tonina regresó al mar.
Guama estiró el brazo para tocar el rostro de aquella joven a la que quería más que a su vida, aquella niña que tantas alegrías le había dado cuando era una madre con el corazón destrozado.
—Y entonces los hombres te mirarán y te dirán que eres hermosa.
Tonina trató de no demostrar miedo. ¡La Costa Firme! Le aterraba la idea de marcharse de la isla, viajar por el ancho mar y poner pie en aquella tierra desconocida. Pero su abuelo la necesitaba.
—Iré —dijo.
Aunque Guama ya sabía que Tonina aceptaría el desafío, su corazón se partió en pedazos. Por siempre más, aquella noche quedaría en su memoria como la peor de su vida.
—Como bien sabes, las grandes tormentas descansan entre el solsticio de invierno y el de verano. Es entonces cuando debes volver, Tonina. Cuando celebremos el equinoccio de primavera esperaremos tu regreso, antes de que se inicien las grandes tormentas.
Faltaba solo un mes para el solsticio de invierno y Tonina supo que el tiempo apremiaba. Apretando las manos viejas de su abuela, dijo con apasionamiento:
—Te prometo que regresaré con la flor curativa. Rezaré para que los espíritus de los delfines me ayuden.
—¡Hermano! —exclamó Awak, que llegó corriendo al campamento de la pequeña ensenada y despertó a sus amigos—. Ha pasado algo.
Todos se restregaron los ojos y escucharon mientras Awak hablaba de la flor roja mágica y de la misión de Tonina.
—Se están congregando en torno a la laguna; la gran canoa partirá pronto.
Macu vio enseguida su oportunidad. Demostraría a todos que él era superior. Él regresaría con la flor mágica. Y su humillación en la laguna quedaría olvidada.
Y Tonina. Porque ella no regresaría.