Póngame una mesilla de noche.
Tras mi ultima separación me mudé a la casa en la que vivo ahora. No tenia nada y debía empezar de cero a amueblar mi nuevo hogar; metáfora inevitable de lo que empezaba a ser mi vida.
Recorrí los pasillos de una tienda de muebles de mi recién estrenado vecindario buscando dos mesillas de noche. Era el último toque que me faltaba para poder llamar «hogar» a mi nuevo apartamento.
Por fin localicé un diseño que me gustaba, pero sólo tenían una mesilla y yo quería dos, como todo el mundo, como la gente normal que confía en encontrar a alguien a lo largo de su vida, y ese alguien merece su propia mesilla de noche… Y si no merece una mesilla de noche es evidente que tampoco me merece a mí como novia.
Así que me fui a casa y quedaron en avisarme cuando les llegara la pareja, porque las parejas de los muebles llegan con mucha más facilidad que las parejas de algunos seres humanos (tipo yo).
No había pasado ni una semana cuando recibí la llamada del encargado de la tienda. Mis mesas gemelas me estaban esperando. Llegué allí, comprobé que estaban en buenas condiciones y, cuando me encontraba a punto de pagar, tuve un momento de lucidez (porque esto a veces me pasa). Ya no quería dos mesillas de noche. ¡Quería sólo una!
¿Por qué? ¿Y por qué no? ¿Por qué tengo que planear mi vida basándome en un futuro en pareja? ¿Por qué tiendo a repetir el estereotipo? ¿Por qué no empezar la aventura rompiéndome los esquemas?
Esta nueva etapa la afrontaría sola. No estaba dispuesta a condicionar mi destino con la búsqueda de un hombre. Ya no.
Desde entonces vivo con una sola mesilla de noche.
Pero no ha sido sencillo llegar hasta aquí…