7. OLVÍDATE DE MÍ

Si te han plantado, tranquila. En breve empezarás a florecer.

Seamos claras: si acabas de romper con tu pareja, en este momento no le deseas la felicidad. No, escucha, ya sé que piensas que a ti eso no te ocurre, pero el primer paso para superarlo es la sinceridad. Y yo de sinceridad probablemente sepa menos que vosotras, pero no tengo la culpa de que me hayan pedido que escriba esto, así que apechugad.

Si de verdad quieres lo mejor para él, no debería importarte que unos días después de vuestra ruptura él ya se haya enamorado de otra.

—Oye, que quiero romper, he conocido a otra mujer que me gusta más que tú.

—Pues claro, mi vida, lo entiendo perfectamente. Haré las maletas y te dejaré la casa libre para que la disfrutéis los dos.

Pues no. En la primera etapa después de romper con tu novio sólo deseas que su actual y al parecer feliz relación fracase y se estanque en el fango de la rutina y la decepción. No pasa nada, no somos nosotras, es nuestro ego el que habla. Ya se le pasará.

Pero para que se le pase hay que reconocer primero que estás en ese momento y dejar de pretender que lo llevas fenomenal. Si tu novio te ha dejado por una amiga tuya, han decidido casarse, vivir en el campo y tener muchos hijos y tú te empeñas en decir que lo llevas bien, es difícil que realmente lo llegues a llevar bien. Sin embargo, si admites que lo llevas fatal, que les deseas el mal infinito en su nueva vida, que sus hijos sean muy feos y nazcan con sobrepeso y que la alergia conquiste sus bucólicos días en esa fastuosa casa con piscina, es posible que te encuentres mucho más cerca de la superación. Luego las cosas se ponen en su sitio, dejas de odiarlos e incluso puedes pasarte a tomar un café y a conocer a sus simpáticos niños gordos.

Al principio, el que era el hombre de tu vida te cae mal y te sientes abandonada, amargada, fracasada, vapuleada y humillada, PERO DE BUEN ROLLO. Y no importa que tú no quisieras continuar la relación, aquí estamos hablando de cómo impactan los ex al ego, y el ego no tiene actitudes lógicas. El ego es un caprichoso que se enrabieta en cuanto no le prestan atención… Y esto lo sé por una amiga.

Yo dejé a un novio duradero un domingo y al jueves siguiente él ya estaba con otra. ¿Cómo se puede llevar esto bien, por mucho que fuera yo quien zanjara la relación? De repente sientes que nunca exististe, que se ha saltado el luto necesario de una ruptura y que todo lo que ha vivido contigo lo está olvidando entre las sábanas de otra mujer. Pero la broma no acabó ahí. Esta chica trabajaba en la misma empresa que yo y teníamos que vernos cada día en el comedor (imaginad el infierno de las digestiones). Muy divertido todo.

Suena terrible decirlo, pero muchas veces terminar las relaciones me da más pereza que tristeza. (Ah, pues no suena tan mal). Al zanjar una historia se apodera de mí un bloqueo similar al que siento cuando cambio de teléfono móvil. Una vez que me acostumbro a un teléfono, me veo incapaz de familiarizarme con otro. Me da la sensación de que el siguiente no lo controlaré, de que perderé la destreza para manejarme y además me veré obligada a descifrar todos esos nuevos iconos que aparecen en la pantalla.

Reconozco que vivo las relaciones de pareja con escepticismo. Me di cuenta de este problema hace unos años, un día que salí de compras con quien entonces era mi novio. Me quería comprar el concierto de Woodstock y él sugirió que lo adquiriera en Blu-ray (formato de disco óptico de nueva generación de doce centímetros de diámetro para vídeo de alta definición, y no lo he mirado en Wikipedia). El Blu-ray podía verse en un aparato mágico que todo lo reproducía que le pertenecía a él, pero era incompatible con mi reproductor de DVD, que era mi aportación a la convivencia (junto con un fondo de armario que tenía intimidado a su escaso y humilde vestuario).

A partir de aquella inofensiva sugerencia, mi ex y yo entramos en un tenso subtexto. «Es que ese formato sólo se ve en tu reproductor» (y yo soy una mujer independiente). «Pero tenemos otro reproductor en casa que sí lo lee» (pero soy tu novio y vivimos juntos, ¿recuerdas?). «Ya» (por ahora). «¿Estás segura de que no quieres comprarlo en mejor calidad?» (¿no confías en que esta relación tenga futuro?). Silencio. Un inusual impulso de valentía me poseyó: «Vale, lo compramos en Blu-ray» (voy a darle una oportunidad a lo nuestro).

El futuro, cómo no, nos deparó la separación unos meses después, aunque quiero creer que para mí fue una lección importante de confianza y un paso necesario para superar mi miedo al fracaso de la pareja… Sí, puede ser, pero ¿quién tiene hoy el concierto de Woodstock y el aparato mágico que todo lo reproduce? ÉL.

CARIÑO, ¿HAS BAJADO LA BASURA?

Aun así, aquella convivencia fue una experiencia positiva durante años, y eso que no es fácil mantener viva la magia.

La parte más difícil de los primeros días de convivencia es absolutamente infantil. Se trata de ese día en el que tienes que ir al baño a evacuar. Bueno, sí, a cagar. Ya ves tú qué chorrada, pero es un momento de mucha intimidad y sólo saber que él está rondando el cuarto de baño, que entrará inmediatamente después o, simplemente, que sepa lo que estás haciendo, da como vergüenza. Ya os digo, es muy tonto. Yo he sido capaz de pasar días sin visitar el retrete con tal de no sufrir esa tensión. Oírle ahí fuera mientras yo intento ser silenciosa, hacer ruidos de despiste para que él crea que estoy haciendo otra cosa… Pero, a ver, ¿qué otra cosa? ¿No es casi peor que crea que te estás dedicando a una tarea supermisteriosa durante quince minutos en un cuarto de baño? ¿Y qué pretendo, que piense que mi cuerpo no funciona como los demás? ¿Que soy una extraterrestre? «Ya te dije que soy diferente a las otras mujeres. Lo que no te comenté es que la diferencia radica en que yo no tengo intestino».

En el día a día yo me levanto con el pelo como si fuera un champiñón, con legañas y las sábanas marcadas en la cara. Salgo de la cama y me planto mi camiseta de batalla; una que a King África le quedaría holgadita. Si vives sola y no hay testigos de la ausencia absoluta de glamour, no hay problema, pero si con este aspecto te diriges al salón, donde se encuentra tu novio, no sabes muy bien qué piensa al verte: «Mira qué mona y qué tierna, la quiero tanto…». O: «¿En qué hora le dije que podía venirse a vivir conmigo? ¿Y por qué no consigo recordar qué fue lo que vi en ella entonces?».

Porque hay días en los que tu pareja, directamente, no te gusta. Pero no hay que darle demasiada importancia, porque al día siguiente te encanta y no comprendes cómo es posible que todas las mujeres del mundo no vayan detrás de tu novio, que se ha convertido en el hombre más irresistible del planeta. Y entonces te sientes una mujer muy afortunada por estar junto a él. Pero unos días después tu autoestima se pasa tres pueblos y piensas que es él quien debería sentirse afortunado por estar con una mujer como tú. Te miras al espejo y piensas: «Mírame, molo un montón, yo podría estar con quien me propusiera».

Resulta curioso cómo una puede pasar de sentirse arrebatadora a verse insignificante en apenas unas horas. Cómo te levantas dispuesta a comerte el mundo y a media tarde te encuentras tan inapetente. Por eso las ciclotímicas (y sobre todo nuestras parejas) no sabemos lo que es la monotonía en la convivencia. Algo bueno tenía que tener este desequilibrio.

Con la convivencia las cosas cambian, no podemos negarlo. Una no acaba de saber en qué momento pasó de decirle «te quiero» a todas horas a preguntarle cada noche «¿has bajado la basura?». Y de repente, cuando estás en la cama, en lugar de acariciarle melosa y seductora y decirle «ven, cariño, acércate y hazme tuya», te apartas con movimientos bruscos y le dices: «Anda, échate pa’llá que me das calor».

Pero ésta no era mi primera convivencia con un novio, por eso me sorprendió el terror que les sigo teniendo a algunas cosas. Mi primera crisis de pareja (y digo mi porque la crisis la tuve yo sola, que por algo soy tan autosuficiente) llegó en cuanto me trasladé a su casa y comprobé que mi ropa no cabía en el armario. El pobre había apiñado todas sus cosas en una esquinita para dejarme espacio, pero NO ERA SUFICIENTE. Me tiré en la cama desesperada, como si acabaran de diagnosticarme una enfermedad terminal, mientras decía: «Déjalo, esto no va a funcionar, no me caben los abrigos».

Él no podía entender cómo tenía tanta ropa, y mientras seguía buscando huecos para todas mis prendas yo me iba sorprendiendo también. «Anda, no sabía que tuviera tres pares de botas de montaña…». (Teniendo en cuenta que voy a la montaña una vez cada tres años, no parece muy lógico). A todo le tenía que buscar una utilidad para demostrar que mi ropa bien valía un codiciado hueco del armario: «Necesito esta camiseta porque es la única que me pega con este bolso, por lo tanto necesito este bolso porque es el único que me pega con esta camiseta».

Y tras haber conseguido, por fin, reducir su vestuario a unos cuantos taparrabos y calcetines finos para tener más espacio, llegó el aparentemente inofensivo momento de colocar los libros. Él se puso manos a la obra mientras yo me peleaba con los zapatos. (Por cierto, ganaron ellos). Al principio no le di mayor importancia, pero cuando vi que mezclaba sus libros con los míos me empecé a tensar. No está mal que sus libros y los míos estén juntos, pero a mí me da cierta seguridad tener localizadas mis cosas para que cuando tenga que marcharme de casa pueda hacerlo rápido, sin pararme a separar libros en plena huida (a esto lo llamo yo confiar en una relación). Por esta regla también sería capaz de dejar la ropa dentro de las maletas, preparada para salir corriendo en cualquier momento, o dormir con el abrigo puesto por si el arrebato de independencia me da en plena madrugada.

Luego ya pasé a la actitud pasiva agresiva para intentar descolgar sus cuadros y colgar los míos: «Entonces…, esa foto tan triste te gusta AHÍ EN MEDIO del salón, ¿no?». El tono pasivo agresivo lo tengo por culpa de mi madre, que mientras cocino siento cómo me respira en la nuca vigilante y dice cosas como «… ah, que tú no le echas más aceite a eso… Ya…». (Consultar el capítulo «Arizona Baby», apartado «Madres»).

Y nuestras madres son un tema, sí, pero ¿qué me decís de las madres de ellos? Recuerdo una Nochebuena con unos suegros en la que además estaban allí los hermanos de mis suegros, los hermanos de mi novio, sus primas y un amigo. Estuve a punto de preguntarles por qué no habían invitado a cenar a todos los vecinos del bloque, ¡ya total! Como es ya un clásico en mi vida, se me cerró el estómago debido a la tensión. Y no tener hambre cuando estás en casa de tus suegros es lo peor que puede pasarte. Puedes ser una borde, maltratar a su hijo, aprovecharte de los recursos económicos de la familia o ser una exconvicta peligrosa; ahora, ¡como no comas! Por ahí no pasan.

La suegra me decía: «Cómete los mejillones rellenos, que me he pasado todo el día cocinando». ¿Y a mí qué me cuenta? Usted sabrá cómo administrarse su tiempo. Yo no me habría pasado un día entero rellenando mejillones, ella sí; pues nada, que se los coma ella.

Esta mujer decidió sabiamente que yo no le convenía a su hijo, y digo sabiamente porque unos meses después experimenté la liberación de romper aquella historia. Pero antes de sentirme liberada me sentí un poco humillada.

¿Y TÚ QUÉ TAL?

Era una época de ésas en las que piensas que nada puede ir peor hasta que descubres que sí, que si lo has dejado con tu novio todavía puedes quedarte sin trabajo, y que si te quedas sin trabajo quizá tengas que volver a vivir con tu madre. Y que el día que te encuentras con tu exnovio y su nueva novia, hay muchas posibilidades de que a ti te haya salido un grano en un lugar estratégicamente cabrón, como puede ser LA NARIZ.

Momentazo vital.

Salí de casa para comprar leche porque mi único y mayor objetivo al levantarme era desayunar (mis aspiraciones apuntan alto). Yo sólo quería entrar en el súper, coger la leche y subir a casa a autocompadecerme, entre otras cosas, por ese grano en la nariz que parecía tener vida propia e incluso reírse de mí cuando me miraba al espejo y comprobaba que ahí seguía el tío, haciéndose fuerte y sin intención alguna de desaparecer.

Total, que íbamos mi grano y yo (en ese orden) por la calle cuando divisé a mi reciente exnovio en la lejanía. Miré al suelo y me concentré mucho para hacerme invisible, pero algo debió de fallar en la técnica y, mientras yo intentaba escaquearme, él se acercó gritando mi nombre junto a una mujer despampanante, sin granos en la nariz.

Se acercaron DE LA MANO, paseando su complicidad por las calles con una amplia sonrisa de tontos enamorados. Ellos estaban en color, yo en blanco y negro, comenzaron a hablar animadamente, que ya ves tú lo que me apetecía a mí hablar animadamente, nada, nada en el horizonte me proporcionaba el más mínimo ánimo. Mi ex me preguntó muy interesado cómo me iba la vida, y yo por supuesto mentí mientras ellos me miraban el grano sin perder detalle. Con la seguridad que proporciona no tener granos en la nariz y estar enamorados y ser correspondidos, me propusieron tomar un café todos juntos. Yo miré el móvil con cara de «no sé yo, es que tengo un compromiso…» (desayunar, llorar y enviar currículos) y me metí en un jardín de explicaciones innecesarias sobre el exceso de trabajo que tenía, que me habían encargado un montón de trabajos aquí y allá, que mi vida era un no parar de trabajo, sí, metiendo la palabra «trabajo» en cada frase por no decir «ni de coña me voy a tomar algo con vosotros dos, vamos, ¿qué necesidad?».

Y allí estábamos los cuatro, él, ella, yo y mi grano a punto de terminar tan liviana conversación, cuando de repente aparece… tachán… ¡MI MADRE! A ver, yo a mi madre la quiero mucho, pero éste no era el momento más oportuno y el destino debería haberlo sabido. De hecho, era el momento para que aparecieran los protagonistas masculinos de «Melrose Place», pero con ropa de ahora, invitándome a una fiesta en un ático del Soho. ¿Qué broma era aquélla?

Así que en el momento en el que yo debía aparentar ser una mujer autosuficiente y superliada con una vida muy intensa, entra ella en escena y, PARA AYUDAR, le comenta a mi ex que a ver si me consigue un trabajo, que no tengo nada y que estoy fatal desde que me quedé EN PARO.

Silencio tenso en el que se evidencian las mentiras que llevo diez minutos relatando. Para afrontar la situación con valentía empiezo a repetirme mentalmente: «Esto no está pasando, esto no está pasando…». Pero sí, estaba pasando, y tanto.

Por fin nos despedimos y ellos se marcharon. Mi madre me miró perpleja sin saber qué había hecho mal y continuó su camino, no sin antes comentar que VAYA GRANO me había salido. Subí a casa humillada y me dispuse a prepararme un café y a beber para olvidar. Pero no, eso habría sido demasiado fácil.

Había olvidado comprar la leche.

Pues nada, café solo. Paradojas de la vida.

El último novio serio que tuve (no es que él fuera serio, más bien todo lo contrario y por eso fue mi novio) no quería tener hijos. Éste fue el detonante de la ruptura que acabó con nuestra relación, aunque desde entonces hemos conseguido mantener nuestra amistad. Hace un par de meses me contó que había conocido a una chica y que se había enamorado. Era la primera vez que le ocurría desde nuestra ruptura y me pilló desprevenida. Mi ego aprovechó el descuido y se lanzó sobre mí, devorando todo mi ser y dejando apenas unos jirones de piel sin engullir. Aquellos trozos de piel se derrumbaron en el sofá y se entregaron a la autocompasión. No era sólo que el hombre que tanto me había amado ahora amara a otra, sino que encima a mí no me amaba nadie en aquel momento (ni en éste, que yo sepa). Porque, si uno quiere, la comparación con la vida de los demás puede hundirte; no hay más que proponérselo. Siempre habrá alguien aparentemente más feliz que tú. Y si se trata de tu exnovio y su nueva novia, ya la autocompasión puntúa doble.

Una vez asumido esto, unos días después me contó, COMO DE PASADA, que se iban a vivir juntos. Esto ya es ensañamiento, pensé, ¿de verdad tiene que ir todo tan rápido? Cualquier persona que viva en otro planeta, o sea, cualquier extraterrestre, diría: «Pero ¿por qué, no te alegras por ellos?». Pues no. Para alegrarme por ellos tengo que estar yo muy bien y no era el caso. Que digo yo que por qué la gente no hace estas cosas estando yo bien y las tienen que hacer estando yo mal. ¿Se puede ser más egoísta? Yo estoy contenta bastante a menudo, ¿qué les costaba esperar? ¿No podían aguantar un poco y ser felices coincidiendo con uno de esos momentos? ¿Tan difícil es? ¿Tan centrados estaban en ellos mismos que no me tenían en cuenta a ?

Esta actitud miserable (la mía, digo) se me pasó en unos días, más que nada porque me dio la gana, y yo cuando me pongo me pongo para bien y para mal. Así que no me quedó más remedio que asumir en un mes su enamoramiento y su inminente mudanza, vale. Conseguido. Me relajo, se relaja, y una tarde nos ponemos al día sobre nuestras vidas. Él me habló de la casa que iban a alquilar, yo de que no sabía si podría pagar la mía en los siguientes meses… Él me habló de cómo iba su trabajo, yo de que iba a quedarme en paro en dos semanas… Él me habló de ELLA, yo le hablé de…

Todo un poco así.

El caso es que ayer me fui a comer con una amiga y me contó que alquilaban una casa de ensueño en su barrio; grande, luminosa, dividida en dos partes independientes, con un pequeño jardín en pleno centro de Madrid, plaza de garaje incluida y bastante barato. Las dos fantaseamos con cómo sería vivir en aquella casa ideal, pero de repente recordé los detalles que me había comentado mi ex sobre su nueva casa y todo encajaba… ¡VENGA YA! Ya está bien, una cosa es que te enamores, otra que os vayáis a vivir juntos en un mes, pero otra muy distinta es que te apropies de una casa perfecta que deseamos mi amiga y yo. ¿ESTO QUÉ ES? ¿Es que eres insaciable? Pues por lo visto sí, porque mi amiga llamó a la chica de la inmobiliaria, que resultaba ser amiga suya, y le preguntó si había alquilado el piso y a quién. Efectivamente, el nombre coincidía y además venía con información extra: se mudan a esa casa porque VAN A SER PADRES.

Shock. Mi amiga me interroga para descubrir cómo me ha sentado la noticia y yo me sorprendo a mí misma con una risa floja para afrontar inconscientemente el humor negro del destino.

Hoy me llama mi ex espontáneamente y, tras charlar un rato como si no pasara nada, no puedo evitar contarle la trama surrealista que me ha llevado a descubrir la noticia… Se queda todavía más en shock que yo, y finalmente alcanzamos cierta fluidez y armonía a lo largo de la conversación. Hablamos de la Navidad, de cómo pasaremos las fiestas y de qué planes tenemos para fin de año. Yo le cuento que cenaré con mi madre y él me dice que le han dejado una casa en NUEVA YORK para la ocasión.

BASTA.

¿POR QUÉ NO ME MATÁIS DIRECTAMENTE Y ACABAMOS CON ESTO?

Conclusión: no te compares. Tu vida tiene un valor individual al margen de la vida de los otros. Y además, al final nadie es tan feliz como parece… Vaya, aquí hay algo que no cuadra. ¡Viva la contradicción!

CÓMO SUPERAR UNA RUPTURA CON DIGNIDAD

Lo bueno de romper las relaciones es que se empieza una nueva etapa. Al principio esto no anima nada, no quieres una nueva etapa, quieres la de antes y que todo siga exactamente igual, aunque estuviera mal, pero al menos es un mal acogedor, una inercia cómoda, una insatisfacción familiar, como de «ay, qué bien estoy así de mal». Pero a menudo, por lo menos para mí, se siente cierto alivio pasado el luto inicial tras la ruptura.

Aun así, los primeros días, semanas y a veces incluso meses, sientes un dolor espantoso que no se parece a ningún otro.

Por si os sirve de algo, me dispongo a daros algunos consejos para superar una ruptura sentimental lo más dignamente posible.

1. Si de verdad quieres sentirte mejor tras la separación, empieza por no escuchar música que te recuerde a él; ni el tema con el que os conocisteis, ni aquella canción que te dedicó cuando todavía estaba enamorado de ti, ni la que sonaba en el restaurante cuando rompíais, ni la que sonaba en el coche cuando volvías a casa después de romper… Acabamos antes si no escuchas música durante un tiempo.

2. No veas Los puentes de Madison.

3. No le llames para ver cómo está si todavía no estás preparada para escuchar que se encuentra perfectamente.

4. No te engañes pensando que no va a encontrar a nadie como tú. No te engañes pensando que no vas a encontrar a nadie como él. No te engañes pensando que nadie te va a querer. No te engañes pensando que vas a ligar como en tu vida. No te engañes pensando, punto.

5. No salgas a ligar inmediatamente, sólo conseguirás acabar comparándole con todos los posibles candidatos o llorar en brazos de los desconocidos con un gin-tonic de más.

6. No hagas como que no pasa nada; sí que pasa y además no pasa nada. (Parece confuso, pero tiene sentido… Creo).

7. No intentes sacar el tema constantemente sin que venga a cuento. «¿A cuánto están los tomates? Es que me acabo de separar».

8. Si estás en Facebook y él también, date de baja; si le tienes en el Messenger, dale de baja; si le sigues en Twitter, deja de seguirle; si te sigue él, bloquéalo; si le tienes de vecino, cámbiate de casa; si todavía vivís juntos, haz como que no le ves.

9. No preguntes a los amigos comunes si saben algo de él, no vaya a ser que lo sepan.

10. No veas Los puentes de Madison.

11. No hables de él en pasado («era de Cáceres, era Capricornio»); sigue vivo, sólo que no está contigo. Es mejor asumirlo cuanto antes.

12. No llores más de media hora diaria.

13. No caigas en los tópicos. Comer helado de chocolate delante del televisor no va a suavizar el sufrimiento, sólo te va a dar gases y eso no ayuda.

14. No llames a tus amigas fingiendo estar interesada en cómo están ellas si lo que realmente quieres es hablar de cómo estás tú.

15. No te agobies cuando compruebes que desde tu ruptura todas tus amigas hasta ahora solteras están iniciando relaciones sentimentales. No lo hacen a propósito, esto va así.

16. No veas Los puentes de Madison.

17. Si te ves con más de cuarenta años y el deseo de ser madre, no desesperes y repítete: «Hay un montón de hombres interesantes dispuestos a tener hijos conmigo. Hay un montón de hombres interesantes con los que yo estaré dispuesta a tener un hijo. Hay un montón de donantes de esperma». Y luego ya lloras tu dosis de media hora.

18. No hagas caso a tu monólogo interior (excepto si éste te dice «no te tires por ese balcón», en ese caso sí). No lo escuches cuando te dice que eres la mejor, ni cuando te dice que eres una mierda. Lo más probable es que no seas ninguna de las dos cosas. Nadie lo es.

Si te han plantado, tranquila. En breve empezarás a florecer.

EL TEST DE LAS SOLTERAS

Es muy fácil decir que somos muy amigas de nuestros ex o que tenemos superadas las rupturas que nos empujaron a la soltería pero, a la hora de la verdad, ¿cuán cierto es eso?

1. ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando escuchas la palabra «exnovio»?

A. Una migraña.

B. Una migraña seguida de una descomposición intestinal.

2. ¿Volverías con un exnovio si se diera la ocasión?

A. Sí, claro, volvería con ellos para luego poder dejarlos yo.

B. Ni muerta.

3. ¿Alguno de tus exnovios es amigo tuyo?

A. A ver que haga memoria… Eeeeh… ¿Estamos locos?

B. Sí, aunque desde que empezó a salir con otra chica, se fueron a vivir juntos y tuvieron un hijo no hemos vuelto a hablar… Un momento, ¿he dicho que sí?

4. Un exnovio te envía una invitación a su boda. ¿Qué harías?

A. Responderle con una tarjeta en la que le doy el pésame.

B. Decirle que tengo gripe y además me he roto una pierna, y que al tener menos equilibrio me he caído por las escaleras rompiéndome la otra pierna, y claro, entre eso y que vienen unos familiares de muy lejos a visitarme, que justo estoy de obras en casa y que no me apetece una mierda asistir a su boda, pues que no, que no voy a ir.

5. Y si frieras tú la que se casa, ¿invitarías a algún exnovio?

A. Sólo si mi nuevo novio mola más que él y es algo muy evidente.

B. ¿Casarme yo? Por favor… Siguiente pregunta.

6. Tu reciente exnovio tiene una nueva novia.

A. Ya romperán.

B. Intento imaginarlos enfadados o aburridos en ese sofá que compré yo.

7. ¿Cuál es el principal motivo de tus rupturas?

A. Que ellos lo hicieron todo mal y yo lo hice todo bien.

B. La A, la A.

Sí, lo sé, no había opciones positivas en las respuestas. No me lo toméis en cuenta, es sólo una etapa.