Tengo unas amigas que no me las merezco…, otras sí.
A mí tener pareja me angustia un poco, y dependiendo de quién sea él me puede angustiar incluso un mucho. Por eso, la idea del matrimonio me produce sarpullidos. Pero observo que hay gente bastante normal que decide casarse de forma voluntaria. Yo no lo puedo entender, pero ya os digo que no soy un buen ejemplo.
La primera boda a la que asistí fue la de una de mis mejores amigas. Como era la primera, no tenía vestido, ni zapatos, ni bolso, ni nada. Me prestaron un vestido de boda largo, bastante largo, y yo soy corta, bastante corta, así que para evitar ir pisándome el bajo me prestaron también unos zapatos de boda altos, bastante altos, y yo que voy siempre con zapato plano, bastante plano, necesité el brazo de un amigo para poder caminar dos pasos hasta el taxi.
También me hicieron un moño llamado «italiano» que me salió carísimo, y para no arruinar el esfuerzo de la peluquera me pasé la velada con el cuello muy tenso por miedo a que se deshiciera su obra de arte. Yo diría que esto ya es empezar mal. Porque se supone que una va a estas cosas a divertirse, y yo estaba tan pendiente de mi indumentaria que actuaba como si estuviera sufriendo una parálisis momentánea de cuello para abajo. «Mira, Bárbara, mira qué guapa está la novia». «No puedo girarme que se me cae el moño italiano, que venga ella».
Me disfracé de una persona que no soy y me fui para allá con total resignación. Porque no sólo siento rechazo a casarme yo, sino también a acudir a las bodas de los demás (así que, por favor, desde aquí os lo pido, no me invitéis. Gracias).
Pero si sólo fuera esto… No, antes de una boda existen dos situaciones que me desesperan también: el regalo y la despedida de soltera.
COGE EL RAMO
Bien, mira, si entramos en esto y nos vamos a gastar dinero en despedirte, tú deberás abonar la cantidad destinada en tu despedida cuando decidas separarte. Creo que es lo justo. Aunque ni siquiera hace falta que nos devuelvas el dinero una por una, pero sí que te gastes algo en hacer una fiesta de despedida de casada a la que nos invites a todas… siempre y cuando no hayas tenido que gastarte todos tus ahorros para tramitar el divorcio. En este último caso seremos comprensivas.
Por otra parte, ¿por qué no se te puede regalar algo normal? ¿Por qué las listas de boda convierten toda esta ceremonia en un despropósito? Si puedo regalarte un libro en tu cumpleaños, ¿qué hago teniendo que regalarte un electrodoméstico en tu boda?
Por eso existe la lista absurda de El Corte Inglés (anuncie aquí su publicidad gratuita), para comprar un regalo que a ti no se te habría ocurrido en la vida.
En aquella ocasión me hice a la idea de decidir rápidamente para poder salir lo antes posible, pero no fue tan fácil. Respetando los límites económicos que me había marcado, y entre las pocas cosas que quedaban ya para escoger, me encuentro con la siguiente lista de regalos, y juro que esto es real:
«Rabanera de 42 euros». Disculpad mi ignorancia, ¿qué es una rabanera? Lo primero que te viene a la cabeza es que se trata de un recipiente para guardar rábanos, pero yo no he visto a mis amigos comerse un rábano en la vida. Y vale, quizá ésas son cosas que se hagan en la intimidad, aunque tampoco les he oído mencionar el tema rábano. ¿Por qué se supone que mis amigos, hasta ahora personas normales, necesitan una rabanera? Y de necesitarla, ¿por qué no ha salido nunca en una conversación?
También dentro de lo que puedo gastarme, leo: «Cenicero, 90 euros». Para amortizar un cenicero de 90 euros hay que fumar mucho, pero mucho, y no seré yo quien someta a una pareja de recién casados a esa presión.
De repente, encuentro un práctico instrumento doméstico llamado «recogetodo de 95 euros». Por ese precio, espero que también recoja a los niños del colegio.
¿«Portavela» por 100 euros? No quiero ni pensar lo que costará la vela.
«Juego tú y yo desayuno», 150 euros. Yo lo llamaría mejor «juego tú y yo hemos arruinado a nuestros amigos para tener dos bandejitas que no usaremos nunca porque todo el mundo sabe que desayunar en la cama de forma romántica es un mito, se cae todo, el café se derrama y dejas migas en las sábanas».
El «osito soñador» cuesta 98 euros. ¿Qué es un osito soñador? Y otra cosa, con lo que me voy a gastar en él, creo que tengo derecho a saber por qué el osito está durmiendo. Por este precio no quiero que sueñe, quiero que trabaje y que se gane la vida con el sudor de su frente de osito.
Atención a «figura caballo», por la módica cantidad de 230 euros. Yo lo siento mucho, pero por un poco más les compro el caballo de verdad.
Así que finalmente opté por «espejo grande», porque eso sé perfectamente lo que es. Y se trata, lo traduzco por si el nombre os resulta demasiado críptico, de un espejo pero grande. No pequeño, no, no, uno grande. En fin.
Tras cumplir el objetivo del regalo, llega la despedida de soltera. La única desventaja de trabajar en casa es que cuando en mi grupo de amigos hay que organizar algo me lo encargan a mí. Hay que estar muy despistada para encargarme algo así, porque para mí el plan perfecto sería reunimos todas y convencer a la futura novia para que no se case. Pero me piden que prepare una despedida como Dios manda (no sé qué pensará Dios de las diademas en forma de pene, pero ya me entendéis).
Mi intención era organizar algo corto y que pase muy rápido. Pero la cosa se complica y en Internet me encuentro con propuestas de fin de semana con triciclos, galería de tiro, toro mecánico y capea con vaquillas. Yo me pregunto si esto no se trata más bien de una venganza de las amigas, que prefieren ver a la homenajeada antes muerta que casada. Para evitar posibles accidentes, descarto el plan de «matemos a nuestra amiga y así no tenemos que ir a la boda, ni comprarle un regalo, ni un vestido que sólo te puedes poner una vez» y continúo con mi investigación.
Entre las propuestas más populares de Internet descubro entrañables ofertas con striptease, magos, humoristas y enanos. Sí, como lo oís: ENANOS. Me dan ganas de llamar a los organizadores y decirles: «Hola, mira, es que la chica que se casa es enana, ¿no podríais contratar a uno muy alto para que ella se eche unas risas a su costa? Las personas altas le hacen una gracia…».
Otras bromas para la novia que no tienen desperdicio consisten en infiltrar a divertidos y peculiares personajes en la fiesta para tomarle el pelo a la protagonista. Por ejemplo, el boys yonqui (sí, sí, esto existe). Porque si hay algo divertido en esta vida es, sin duda, la adicción a la droga, eso sí que es para mearse de la risa. También existen las opciones de personajes que se hacen pasar por boys locos, fotógrafos borrachos o camareros mariquitas. Es evidente que ser homosexual es equivalente a estar loco o borracho, e igualmente desternillante.
Pero, por curiosidad, decido adentrarme en el mundo de las despedidas de solteros y me encuentro con que las bromas preparadas para ellos se basan también en contratar actrices que encarnen el papel de cleptómana, borracha o lesbiana (vamos, una cosa te lleva a la otra). Y tras varias horas de búsqueda, decido desistir y dejarlo en manos de una experta en estas horteradas. Y ella cumple con su papel y contrata a un boys para una cena en la que estamos todas cenando dignamente, como si nada, pero con nuestras diademas fálicas. El chico, disfrazado de Batman, comienza el striptease y a nosotras nos da la risa; una risa nerviosa por el surrealismo en el que nos vemos inmersas. Al terminar el espectáculo se sienta con nosotras y acabamos adoptándolo. Nos habla de su reciente ruptura, de su hijo, que vive con la madre, de su precaria situación económica, de que no va a poder pagar la hipoteca… y le compadecemos allí todas con actitud maternal… Todo muy erótico.
Tras haber superado «satisfactoriamente» el tema regalo y despedida de soltera, llegué con mi tensión de cuello a la ceremonia, en la que el cura hablaba con desgana por el cabreo que tenía por haber tenido que esperar a la novia. Sí, mi amiga es de las que llegan tarde.
Al final, ya fuera de la iglesia, alguien empieza a animar a las solteras a que nos pongamos en posición de coger el ramo. De repente, me da pavor ser la única soltera y presentarme sola a pelear por el ramo… Aunque pelear sola habría sido muy estúpido, por otra parte. Pero la vida no es tan cruel y poco a poco se van uniendo otras mujeres.
La novia lanza el ramo, saltamos, lo rozo y, finalmente, lo coge otra amiga. Yo admito mi derrota con deportividad (y casi con alegría), pero curiosamente los demás no. Mi amiga se acerca condescendiente y me cede el ramo. Yo le digo que no, que lo ha cogido ella. Me insiste, me niego: «Por compasión no, lo has cogido tú». Y ella: «Es para ti, cógelo». Todo el mundo empieza a participar y me gritan «¡cógelo, cógelo!». Hasta mi madre se acerca con los ojos fuera de las órbitas, y veo su boca a cámara lenta, con la voz distorsionada diciendo: «Coooogeeee eeeeel raaaamooo». En ese momento compruebo que la pobre ha depositado sus últimas esperanzas en su hija soltera y acepto el ramo coaccionada y sin ninguna ilusión.
La segunda y última boda a la que he acudido en mi vida fue la de mi prima. Se suponía que yo iba a aparecer con el que era mi novio por entonces, pero para complicarlo todo rompimos justo una semana antes (me gusta vivir al límite).
Al llegar allí comprobé que todos iban en pareja. Se iban sentando unos junto a otros donde aparecían sus nombres, que sólo faltaba que pusiera «señor y señora de». Yo estaba sentada junto a un sitio vacío con el nombre de mi ex, como dejando bien claro que iba allí SOLA.
Hace tiempo que no vivo las rupturas como un fracaso sino como la culminación de un intento, pero sería mucho pedir que el resto del mundo también lo viera así. Y yo estoy dispuesta a reconocer que mi situación no es la ideal si vosotros lo estáis a reconocer que la vuestra tampoco lo es. Y si todos reconocemos que la situación ideal no existe.
Familiares y amigos comenzaron a desfilar por delante de mí, como el que se pone a la cola para dar el pésame a la viuda: «Era un gran hombre», «ahora toca superarlo», «estamos aquí para lo que necesites». Hubo incluso quien llegó a decirme: «¿Ya no tienes novio? Vaya, pensábamos —así, en plural, para subrayar que eran dos— que eso ya lo tenías solucionado». Y miró cómplice a su amantísima esposa con gesto de «la hemos perdido». ¿Insinuáis que no tener pareja es un problema? ¿Para quién? ¡Para ellos! (Ellos, los otros, esos extraterrestres que viven a pares). A algunas parejas les resulta amenazante comprobar que el mundo no funciona sólo como ellos creen, que para muchos estar o no con alguien es circunstancial o que no todos perseguimos lo mismo.
¿POR QUÉ YO NO?
En algunos momentos, cuando tus amigas empiezan a casarse o a emparejarse, hay una parte de ti que se pregunta: «¿Por qué yo no?». Así, con cierto dramatismo: OH, DIOS, ¿POR QUÉ, POR QUÉ? Que sólo falta un plano cenital y una tormenta cayendo sobre nosotras para completar la escena épica.
A lo mejor nos estamos tomando demasiado en serio nuestra situación personal. A lo mejor, incluso, nos estamos tomando demasiado en serio a nosotras mismas en general. Parece como si hubiéramos trazado nuestra trama desde la infancia, con unos puntos de giro definidos y ahora, sobrepasando o rondando la cuarentena, resulta que el guión no está resultando como lo habíamos planeado. Ese guión en el que somos protagonistas indiscutibles, claro, que para eso es nuestra vida.
Lo malo de sentirnos tan protagonistas es que la vida real resulte decepcionante. Como protagonista que soy, ¿por qué yo no tengo un novio tan estupendo como mis amigas? ¿Acaso son ellas las protagonistas de mi historia? No, soy yo, así que lo merezco MÁS.
No os avergoncéis, todas hemos caído en estas mezquindades en algún momento… ¿NO? Si la respuesta es no, prefiero retractarme: YO TAMPOCO, conste.
A lo que voy (porque voy hacia algún sitio, lo prometo) es a que podemos sentirnos protagonistas de nuestra película pero tomarnos con un poco de humor nuestras escenas frustradas. Puede que no seamos Sandra Bullock, Jennifer López o Sarah Jessica Parker, pero siempre podemos elegir una versión femenina de Woody Allen.
Cuando por fin uno de mis ex y yo decidimos que podíamos ser amigos, quedamos para ir al cumpleaños de un amigo común que se celebraba en una casa de campo. El plan era que él me recogía en coche y nos íbamos para allá charlando de nuestras cosas y poniéndonos al día. El detalle que olvidó mencionar es que en el coche no iría solo, sino con su perro enorme en la parte de atrás y con su novia súper tía buena en el asiento del copiloto.
Así que mi ex nos presentó y yo me situé en el asiento trasero, con EL PERRO. Entonces el perro se me ponía encima y yo iba de blanco, lo apartaba mientras además apartaba trozos de periódico, botellas vacías y todo muy agobiante al mismo tiempo que ellos charlaban y reían con las ventanillas abiertas (y el melenón rubio de ella al viento), por lo que yo no escuchaba nada. Me pasé todo el viaje intentando entrar en la conversación, mantener la dignidad y quitarme un perro tamaño caballo de encima —«¿qué decís? No os oigo. QUITA, no, abajo. ¿CÓMO?»—, hasta que por fin llegamos al cumpleaños; ella impoluta y yo con babas y patas marcadas en mi camisa blanca.
Lo bueno de esta situación, que de entrada era algo humillante porque me sentí como la hija pequeña de una pareja perfecta, fue que acabó haciéndome gracia. Pensé que si yo era protagonista de mi película pero no guionista, porque hay infinidad de cosas que no dependen de mí, lo único que debía hacer era cambiar el género de la historia y elegir la comedia. Y cuando consigues vivir en un registro más cercano a la comedia, casi cualquier cosa, por incómoda que sea, tiene todo el sentido del mundo.
Aunque esto no impide que a veces nos genere cierto desasosiego comprobar que vivimos contracorriente. No tanto como antes, ahora somos muchas solteras y creo que está más aceptado, pero cada nueva amiga que comienza a convivir con su pareja o, peor aún, que SE CASA, agudiza el riesgo de que te sientas un poco más sola.
Desde hace unos años, tengo la costumbre de organizar cenas de mujeres cada dos o tres meses. Al principio la idea nació como «la fiesta del pijama», una reunión en mi casa un poco infantil en la que, entre otras cosas, hablábamos de chicos, pero ahora ya somos mayores y en vez de fiesta del pijama nos reunimos en una cita mucho más adulta en la que, entre otras cosas, hablamos de hombres.
A la última cena, a la que solían acudir ocho amigas, se presentaron tres. Yo al principio pensé que la ausencia del resto se debía al deterioro de mi poder de convocatoria, pero por lo visto es mucho peor que eso: el resto ya están en pareja y lo de hacer planes por su cuenta como que no les va. Así que me pregunto si estas reuniones femeninas acabarán convirtiéndose de aquí a unos años en una imagen que protagonizo yo sola en el sofá de mi casa, cenando en chándal frente a la televisión y pimplándome una botella de vino entera. Y claro, empiezo a sentir como una ráfaga de Diez negritos que me pone los pelos de punta. Del grupo de solteras quedamos tres, y no sé si me siento como una orgullosa y heroica superviviente que resiste con entereza en su independencia o todo lo contrario, como si estuviera en el Titanic durmiendo tranquilamente, ajena a la catástrofe, mientras todos los demás se ponen a salvo. Y hasta hace poco me daba miedo despertarme un buen día con unos cuantos años más y descubrir que sólo quedo yo y ya no hay botes para mí.
Pero ¿es eso realmente la pareja? ¿Un bote de salvación? ¿Todo el mundo encuentra a alguien con quien compartir su vida o hay una edad en la que empieza a entrarte el pánico y te agarras a quien pilles para no ahogarte?
Por si acaso, creo que deberíamos mejorar nuestra técnica en natación.
EL TEST DE LAS SOLTERAS
Y ya que estamos hablando de amistad, os propongo un test para descubrir qué tipo de amigas sois. Si suspendéis en las respuestas, lo más probable es que la gente que os rodea os abandone en algún momento y os quedéis solas para siempre, así que adelante, leed sin presión.
1. Un amigo en apuros te pide un préstamo y tú estás en condiciones de ofrecérselo.
A. ¿Es de más de diez euros?
B. Se lo presto sin dudarlo, y si mi situación económica me lo permite no se lo reclamaré en el futuro.
C. Se lo presto dudando bastante, haciéndole ver que no me viene bien, e intentaré sacar el tema cada vez que hablemos. «Buenos días». «Buenos para ti, claro, como tú no has tenido que prestar tu dinero…».
2. Le haces un gran favor a un buen amigo.
A. Me lo cobro en cuanto pueda, a ser posible con tono de pasiva agresiva.
B. Nada me hace más feliz que ayudar a los demás.
C. A ver, define «buen amigo».
3. Estás de fin de semana en una casa rural con un hombre que te encanta y una amiga te llama llorando.
A. Finjo no tener cobertura y luego desconecto durante varios días.
B. Escucho pacientemente sus problemas y si es necesario me acerco a donde esté.
C. Escucho resignadamente sus problemas y me ofrezco a acudir en su ayuda mencionando como de pasada que llueve, es de noche y las carreteras están heladas en el campo.
4. Una amiga acaba de romper con su novio.
A. ¿Está bueno?
B. Le doy la enhorabuena, éste podría ser el principio de una hermosa soledad.
C. Le digo que no se raye, tía, que ella merece algo mejor, que a vivir que son dos días, que no hay mal que por bien no venga, ni mal que cien años dure, que a quien buen árbol se arrima… Yo qué sé.
5. ¿Eres rencorosa con tus amigos?
A. ¿Te refieres a si recuerdo que una vez mi amigo no me llamó durante varios días aun sabiendo que yo tenía gripe cuando yo le estuve llamando todos los días mientras él sufría una gastroenteritis? No, para nada.
B. No, si algo me molesta prefiero decírselo en el momento y no acumular malos rollos. Somos humanos y cometemos errores.
C. Sí.
Si has elegido A, aunque sólo sea en una pregunta, recuérdame que me aleje de ti todo lo posible. Si has elegido B, recuérdame que te invite a un café y a lo que surja. Si has elegido, C recuérdame que no incluya una tercera opción en los siguientes test, porque se me han terminado las conclusiones.