4. SEXO EN NUEVA YORK

Papá, mamá, aquí es donde vosotros dejáis de leer.

El sexo: esa actividad tan necesaria, sobrevalorada, maravillosa, decepcionante, traumatizante, estimulante, adictiva, prescindible, divertida, claustrofóbica, liberadora, estresante, hueca y enriquecedora.

Encontrar un buen compañero de cama es tan complicado como acertar con un buen plan de Nochevieja. Todo parece perfecto en la especulación; te vistes, te arreglas, te animas tú sola y acudes al plan con ilusión, pero a la hora de la verdad acabas estrellándote contra tus propias expectativas. Finalmente, nada acaba de encajar, no te estás divirtiendo y a las tres de la mañana empiezas a pensar que hubiera sido mejor quedarte en casa viendo una película de Woody Allen en el sofá (si no sois fans de Allen podéis sustituirlo por cualquier otro director y el ejemplo seguirá funcionando).

Para mí, la decepción no tiene nada que ver con no haber alcanzado un orgasmo, sino con la falta de espontaneidad que me encuentro a menudo. Estamos tan preocupados intentando demostrar algo que olvidamos lo esencial de una relación sexual: la comunicación. Y en multitud de ocasiones me descubro inmersa en una secuencia pornográfica en la que el protagonista se esfuerza en enseñarme sus supuestas habilidades y yo en estar a la altura. Aunque a veces este despropósito funciona exactamente al revés.

A ver, que no nos está grabando nadie, que no vivimos del porno, que podemos detenernos de vez en cuando, preguntarnos qué nos gusta o cómo nos encontramos, que podemos reírnos, tomarnos menos en serio nuestras coreografías eróticas y fracasar tranquilamente.

Y esto ahora lo tengo muy claro, es parte de la gracia de cumplir cuarenta años, pero lo que se complica es transmitirles mis inquietudes y deseos a mis amantes (¡ja!, como si tuviera muchos…, ¡ja!, como si tuviera uno) sin que piensen que soy una excéntrica. Por eso os lo cuento a vosotras, que sé que me entendéis… Sí, ¿no?

Yo he conocido tipos aparentemente normales que cuando se meten en la cama se transforman de forma radical, porque para hablar de sexo, inevitablemente, debemos hablar de la pornografía, que tiene a muchos demasiado despistados.

Un estudio de la Universidad de Middlesex (Reino Unido) alertaba hace unos meses sobre la imagen distorsionada que los jóvenes obtienen del sexo debido a la pornografía. Por otra parte, la experta de la Federación de Planificación Familiar Estatal comentaba en un artículo que «cuando se aprende sobre el sexo a través de lo que los medios mayoritariamente difunden, o del porno, lo que se recibe es la reproducción de estereotipos machistas, de relaciones violentas y basadas en falsas expectativas. Se reproduce un modelo de sexualidad reducida al coito que además deja fuera las prácticas de cuidado mutuo». Y lo terrible es que en apenas un año, de 2011 a 2012, los procesos judiciales por violencia machista en adolescentes se han incrementado un 30 por ciento.

La presidenta de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres aseguraba que «entre los jóvenes se reproducen roles que creíamos superados. Patrones en los que el chico es el dominante y ejerce esa dominación a través del control, y la chica adopta una actitud sumisa o complaciente».

Lo peligroso es que además existen multitud de películas dirigidas a público adolescente que fomentan la sumisión femenina y la dominación masculina. Y la forma de relacionarnos está calando más profundamente de lo que podamos imaginar. Nuestra actitud con el sexo podría ser incluso el germen o el reflejo de cómo funciona el mundo: individualismo, utilitarismo, sometimiento, poder y agresividad.

Encuentro varios problemas en la emulación de la pornografía, y muchos de ellos tienen que ver con el miedo a fracasar.

Por eso existe el temor a la comunicación verbal, a darse indicaciones: «Ahí no, más suave, se me ha dislocado la cadera, mejor ponte así, así no me gusta ponerme…». Y a hablarse más allá de: «¿Te gusta así, eh? ¿Te gusta? ¿Te gusta?». ¡Me gustaba antes de que me lo preguntaras quince veces! Es como ir al cine y tener a alguien al lado preguntando: «¿Te está gustando la película? ¿Te gusta? ¿Y eso te ha gustado? ¿Qué es lo que más te ha gustado hasta el momento?». ¡Si quieres te hago un comentario de texto ahora mismo y acabamos antes!

Cuando un hombre entra por la puerta de mi casa, que es por donde intento que entren siempre porque soy muy convencional, sé perfectamente todos los pasos que se dispone a dar. Y la responsabilidad de esto no la tiene él, la tenemos ambos.

Existe una logística casi militar en el acto sexual que se intenta no abandonar por miedo a que la improvisación nos exponga en exceso. Pero en la improvisación podríamos descubrir que no tenemos tan claro qué estamos haciendo, y ése es un buen paso para liberarnos de tanto corsé psicológico. Otros pasos que podrían orientarnos son los siguientes:

DOCE CONSEJOS PARA CONSEGUIR QUE NUESTRO ENCUENTRO SEXUAL SE MANTENGA EN EQUILIBRIO ENTRE «NUEVE SEMANAS Y MEDIA» Y «SUEÑOS DE UN SEDUCTOR»

1. Si no te está gustando algo, dilo. Pretender que todo va bien cuando lo estás pasando mal es un fracaso mucho mayor que interrumpir para expresar por qué no te está gustando o cómo podrías disfrutarlo… A ser posible dilo con delicadeza, no con un: «¡PERO ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO, TARAO?! ¡¿NO VES QUE EL CLÍTORIS NO ESTÁ AHÍ?!». Esto no.

2. Ya que sacamos el tema, el clítoris no es un timbre dispuesto para el cartero comercial (a no ser que vuestro compañero de cama trabaje como cartero comercial, en ese caso sí, claro; un saludo a todos los carteros comerciales). Y por lo que he podido comprobar con los años, el glande (sí, he dicho glande) no es una palanca de cambio de marchas. SENSIBILIDAD.

3. Si quieres darme alguna indicación mientras me encuentro sumergida entre tus piernas, intenta no hablar al mismo tiempo que me acaricias las orejas. Es imposible que te escuche si estás taponando mis oídos, y acaban dándose diálogos tipo: «Tócame el [ininteligible]». «¿Qué has dicho?». «Cuidado con los [ininteligible]». «Es que no te he oído…». «No me [ininteligible]». «¿Me lo puedes repetir?».

4. Si vas a preguntarme muchas veces si me gusta tu miembro (no encuentro otra forma de escribirlo sutilmente, lo siento), recuerda que esto no es una peli porno y que podría darme la risa o decirte que no, que tampoco es para tanto. Debes estar preparado para una reacción inesperada.

5. Si quieres que me dé la vuelta para ponerme de espaldas, hazlo con cariño o dímelo, no me cojas de los tobillos para girarme, no soy un animalillo.

6. No es un drama que no tenga un orgasmo (si lo fuera, Otelo parecería una comedia romántica comparada con mis experiencias sexuales). Tu virilidad no está en juego por eso; lo está por otras cosas que no tienen que ver estrictamente con echar un polvo. Tú tranquilo… SIN PRESIÓN.

7. Desengáñate, que me apoye en tu pecho al terminar el coito (sí, he dicho coito) no quiere decir que desee ser tu novia. Quiere decir que hemos tenido un momento de intimidad y que, como mínimo, podríamos compartir unas caricias poscoitales (y ahora he dicho poscoitales).

8. Si no consigues una erección debido al nerviosismo, la presión psicológica, el exceso de alcohol o porque he dejado de gustarte de golpe (¿PERDONA?) y te digo que «no te preocupes, no pasa nada», no lo tomes como condescendencia, es que de verdad no debes preocuparte porque de verdad no pasa nada.

9. En la vida real hay un momento en el que uno tiene que detenerse para ponerse el preservativo. Es un bajón, pero es necesario, así que ejecutémoslo con naturalidad. No hace falta que lo hagas con la rapidez con la que Superman se cambia de traje. Los dos sabemos que no eres Superman… y que yo a ratos tampoco soy Superwoman.

10. Llamarme «zorra» o similares en momentos de calentón sólo evidencia tu necesidad de sometimiento, y es lo menos sexy que una mujer se puede echar a la cara. Evítalo. Yo a cambio prometo no llamarte «acomplejado», «pusilánime» o «chapero».

11. Si grito «te quiero», «te amo» o «casémonos» en el momento del orgasmo, no computa como sentimiento real.

12. Cuando se pregunta «¿qué piensas?» tras el acto sexual, existe un subtexto a tener en cuenta: «de mí». A nadie le importa qué piensa el otro en realidad, sino sus reflexiones ACERCA DE TI, DE TI. Recuerdo una noche con un exnovio en la que descansaba apoyada en su pecho después de una apasionada noche de sexo; él fumaba un cigarro y miraba al techo con media sonrisa. Yo pensaba «este chico me gusta, creo que podría enamorarme de él, podría ser mi alma gemela» y otras reflexiones desmesuradas debidas al agotamiento que produce fingir que eres multiorgásmica. Y entonces le pregunto: «¿Qué piensas?». Él me mira tierno, le brillan los ojos, hace una pausa dramática y contesta: «En un amplificador que vi ayer. Estaba de oferta». ¿CÓMO? ¿Yo estoy pensando en que puede que seas el hombre de mi vida y tú estás pensando en un amplificador? ¿En qué momento dejamos de entendernos?

HOMBRES, NO ROBOTS

Y ya que yo misma he sacado el tema, me veo obligada a confesar (que esto no salga de aquí) que he fingido orgasmos (no con vosotros, con vosotros nunca. Sólo con los otros que no sois vosotros).

Una mujer nace, crece, aprende, ríe, llora, se alimenta, lee, viaja, se compra ropa, se enamora, cree que se enamora, charla con amigos, ejerce una profesión, hace planes, evoluciona… Y un día se encuentra a sí misma a cuatro patas sobre una cama con un amenazante cabecero a unos centímetros de su cráneo y un tipo empujando detrás. Ya sabéis de lo que estoy hablando.

En el sexo consentido todo vale, no seré yo la que se ponga monja con las posturas que uno debe o no practicar, sobre todo porque el problema no está en la postura, sino en la actitud. Pero oye, más de una vez me he encontrado en esa situación pensando: «¿Por qué estoy haciendo esto?», «¿Qué he hecho mal para estar aquí a punto de estrellar mi cabeza contra el gotelé?», «¿Por qué me siento como castigada mirando a la pared?», «¿Y éste por qué no termina de una santa vez y se va a su casa?». Y ahí es donde entra el fingimiento del orgasmo, que lleva implícito un «ACABA YA, POR DIOS».

Entiendo que esto a los hombres les haga sentirse inseguros, entiendo que por nuestra parte hacerlo es una gilipollez… Yo entiendo muchas cosas a estas alturas, pero sólo relato cómo funciona, no cómo me gustaría que funcionara.

En el sexo uno puede llegar a sentirse muy vulnerable. Estás desnudo, a menudo junto a alguien a quien apenas conoces y con la tensión del primer encuentro, en el que todo suele salir bastante mal. A mí la vulnerabilidad me parece un buen estado para conocerse, sin defensas ni ataques, sólo dos personas investigando sus cuerpos y descubriéndose entre ellas.

Es innegable que el sexo pertenece al terreno de nuestra intimidad, y detecto que tenemos un problema para manejar lo que consideramos «íntimo» y por eso acabamos convirtiéndolo en un anacrónico y estúpido tabú.

No sé si habéis observado que hay quien a estas alturas sigue comprando preservativos con actitud clandestina, como si se tratara de un espía intercambiando información confidencial en una guerra mundial.

—Ponme unas tiritas, un cepillo de dientes, enjuague bucal y unos preservativos…

NO TE HE OÍDO.

Entonces el destino se encarga de que la farmacia se vaya llenando de clientes que, según tú, escuchan atentamente tus palabras.

—Unos preservativos, digo…

—¿Qué tipo de PRESERVATIVOS quieres?

—Me da igual.

(Acabemos con esto).

La farmacia ya cuenta con tres o cuatro personas que forman una inquietante cola detrás de ti, aunque en tu cabeza son muchas más y sientes que de repente aquello se ha transformado en una discoteca ibicenca en una noche de agosto.

—Extra, Placer Máximo, Sensibilidad Extrema, Adictos al Chocolate, Mutuo Clímax, Frescor, Natural…

—Natural, Natural.

(Como diciendo «no soy un pervertido»).

Y sales de allí con la cabeza gacha, sintiendo que todos te escudriñan, cuando en realidad a nadie le importa lo más mínimo tu vida sexual.

Está claro que las que hemos optado por amantes en vez de novios nos la jugamos con más facilidad. Y es verdad que algunas también hemos optado por filtrar nuestros encuentros y no conformarnos con lo primero que se nos pone delante, pero expuestas lo estamos igualmente.

Necesitamos hombres que actúen como hombres, no como robots, capaces de improvisar, de tratarnos con cariño, de descubrirnos con sus caricias, de acariciarnos con sus palabras; hombres dispuestos a dejarse llevar, a dejarse conocer y, a ser posible, a no dejarse el cepillo de dientes en nuestra casa.

COSAS A EVITAR

Hay más cosas que conviene evitar en una relación sexual. Me dispongo a enumerarlas por si os sirvieran de algo:

Muñeca hinchable

Sí, ya sabéis, esa actitud masculina en la que sientes que si te intercambiaran por una muñeca hinchable tu compañero de cama ni se percataría. Y así, sometidas a lo que les apetece a ellos estrictamente, vamos pasando por las clásicas posturas de:

«Me está dando un tirón», y a ver cómo le digo que me está dando un tirón con lo entusiasmado que está.

«Me caigo», estoy al borde de la cama y acabaré en el suelo en dos minutos.

«Me asfixio», su cara está tan cerca de la mía que no me llega el aire. SOCORRO.

«Me aburro», ¿cuánto tiempo necesita para terminar?… ¿A qué día estamos ya?

Chantaje

Irte con él a la cama porque «ahora no te vas a echar atrás». Esto te lo dice algún listo cuando llevas una hora magreándote en el portal pero decides que no quieres ir más allá. Pues mira, me echo atrás cuando me dé la gana. Hablan como si les pusieran un chuletón delante y justo cuando están a punto de cortar el primer trozo se lo retiraran de la mesa. Pues sí, te jode, pero por un día que no comas tampoco te va a pasar nada, así que no me seas agonías.

Al grano

Han aprendido cuáles son las zonas erógenas femeninas y allá que van. «Te toco aquí, luego aquí y tú te excitas, que esto lo he visto yo en Internet». Bueno, en Internet también has visto a gente volar y no por eso te vas a tirar por el balcón moviendo mucho los brazos para mantenerte en el aire, ¿no?

A ver si lo entendéis algunos: en Internet ellas gimen de placer porque son ACTRICES, no porque estén disfrutando, esto lo primero.

Segundo, no somos todas iguales.

Tercero, progresión y delicadeza, por favor. Lo que no puede ser es que te abra la puerta y antes de decir «hola» tú estés retorciéndome un pezón porque te han contado que eso es erótico.

Y el problema no está en que un tío no sepa lo que te gusta, que no tiene por qué, el problema está en que crea que lo sabe y no esté dispuesto a salir de su obcecación. Ya lo dice la frase aquélla: «No hay mujeres frígidas, sino hombres ineptos». ¿Que nosotras también somos unas ineptas en infinidad de ocasiones? No lo niego, pero en eso que profundice otra en otro libro, que yo bastante tengo ya.

A LA MAÑANA SIGUIENTE

Todos hemos pasado ese momento en el que, tras salir la noche anterior, despiertas un sábado por la mañana y decides que no volverás a beber nunca más. Pero hay una resaca todavía peor para mí; el momento en el que despiertas un sábado por la mañana con un hombre al lado y decides que no volverás a acostarte con nadie nunca más.

Hay una fase en la vida en la que ya no sólo te importa con quién te acuestas sino con quién te levantas. Y muchas veces este hombre que ronca a tu lado desnudo no es el mismo por la noche que por la mañana. Hablo de ese paso abrupto en el despertar. Él abre los ojos y parece estar diciendo: «¿Tú quién eres?». Tú le miras en silencio pensando: «¿Qué haces aquí?».

Tras la enajenación en la que te sumergen las hormonas, de repente descubres que este tipo no te interesa demasiado y que tú a él, me temo, tampoco.

«Bueno, sólo ha sido un polvo, no tiene mayor importancia». Pues si compartir fluidos, respirarse cerca, fundir pieles y juntar lenguas, entre otras cosas, no tiene mayor importancia, ¿qué la tiene?

Imagino que todavía bebemos de tendencias muy extremas que surgieron para desmarcarse de las ataduras impuestas. Quizá frivolicemos el sexo para escapar del yugo de la moral, de la idea de que el sexo es sólo justificable para la procreación, del tabú, del miedo a lo que mueve en nosotros. Puedo entender que se haya llegado a esto, pero estaría bien encontrar, al menos para mí, un término medio entre la banalización, la idealización y la penalización. No me vale pensar que el sexo no es importante o que es un ejercicio gimnástico sin más consecuencias que alguna agujeta aquí y allá.

Has tenido a un tipo dentro de ti, que luego con suerte se va o con suerte se queda, eso ya depende de la elección que hayamos hecho. ¿Cómo pensar que eso no es importante? ¿Acaso no os han entrado ganas de llorar tras una relación sexual? ¿Acaso no os han entrado ganas de reír o de tener muchos hijos tras una relación sexual? (Si habéis osado verbalizarlo, el tipo probablemente todavía esté corriendo). ¿No os habéis deprimido durante varios días u os habéis sentido absolutamente felices? Una relación sexual tiene repercusión, queramos verla o no, queramos investigar en lo que nos genera o no, pero la tiene.

Creo que cualquier contacto humano tiene consecuencias. Hay quien te pone contento y hay quien te pone triste. Hay quien te succiona toda tu energía y vuelves a casa con las neuronas derretidas y hay quien te contagia un ánimo excelente con el que convives el resto del día. Si sabemos que esto es así, ¿por qué pretendemos rebajar la importancia cuando se trata de sexo? Porque nos hemos creído que uno es más libre si no se plantea estas cosas. Porque quizá sea más fácil no planteárselas. Y porque este discurso parece asemejarse al de aquellos que reprimen sus instintos sexuales creyendo además poder juzgar la promiscua actitud de los demás. No es el caso. Desde mi experiencia personal puedo decir que el sexo utilitario sienta mal, así como cualquier relación utilitaria sienta mal. Lo complicado es discernir entre las conexiones que te impulsan o las que te lastran.

Seamos sinceras. ¿Cuántas veces hemos seguido adelante con una relación sexual que no nos estaba gustando? ¿Cuántas veces, incluso, nos hemos acostado con un tipo porque se daba por hecho que era lo que tenía que ocurrir? ¿En cuántas situaciones nos hemos visto inmersas en las que ahora saldríamos corriendo y en su día las aguantamos por no decepcionar? POR NO DECEPCIONAR. Es que algunas hemos sido muy gilipollas.

No se puede sufrir el sexo, esto es un disparate, pero nos han inculcado que si no despertamos interés sexual en los hombres somos unas fracasadas. Esto, que sabemos que es injusto y estúpido, nos lo están metiendo en la publicidad constantemente.

Seguimos viviendo en un patriarcado. Y nosotras seguimos emulando el rol masculino para poder escalar profesionalmente, para pedir cierto respeto y para protegernos. «Si vosotros sois así de bestias, nosotras también podemos». Claro que podemos, pero la solución no consiste en silenciar nuestra feminidad, sino en dejar de avergonzarnos de ella. Consiste, entre otras cosas, en asumir nuestros cambios anímicos y en aceptar la complejidad de nuestro funcionamiento cerebral, sin pretender allanarlo para adaptarnos socialmente.

Ser femenina no tiene nada que ver con depilarnos las ingles o comprar lencería; ser femenina no tiene nada que ver con disfrazarnos para resultar sexualmente apetecibles. En esto, como en tantas cosas, nos la han vuelto a colar.

A muchos les resulta anacrónico hablar de la liberación de la mujer. Insinúan que ese tema ya está superado y que si alguna se queja de machismo es porque se trata de una feminista histérica. «Votáis, trabajáis, podéis ir en minifalda, viajáis sin permiso de vuestros maridos… ¿De qué os quejáis ahora?». Pero la liberación consiste en dejar de disimular lo que creemos que nos hace débiles (y en evitar levantarnos al cuarto de baño ocultando el tampax, como si intentáramos pasar cocaína por el arco de seguridad de un aeropuerto). No somos hombres, no sentimos como ellos, ni vivimos nuestra sexualidad como ellos, ni nos comunicamos como ellos, ni afrontamos los problemas como ellos. Y sin embargo, a veces nos sentimos orgullosas por actuar como ellos, como si fuera un paso necesario en nuestra evolución, como si nuestra condición femenina tuviera que ser superada en algún momento. Pero no tiene que ser superada, todo lo contrario; tiene que ser reivindicada.

Y da igual si nos gusta o no ser mujeres; simplemente es lo que somos, así que intentemos llevarlo con dignidad. Dejemos de disculparnos por nuestras diferencias.

Dice el zen que la clave está en apuntar, pero no disparar la flecha hasta saber con certeza que darás en la diana. No estaría mal intentar afinar el tiro en nuestros encuentros sexuales. Igual nos depara alguna sorpresa.

EL TEST DE LAS SOLTERAS

Para disfrutar del sexo hay que conocerse bien. Vamos a ponerte a prueba.

1. ¿Qué opinas de tu cuerpo?

A. Creo que estoy bastante buena.

B. ¿Cuando dices «cuerpo» te refieres a este engendro?

C. No es perfecto pero es el mío y debo quererlo y respetarlo.

2. ¿Qué esperas de un encuentro sexual?

A. Que nos lleve a enamorarnos y a tener una relación de pareja algún día.

B. Que se acabe.

C. Que nos ayude a conocernos y a disfrutar a ambos.

3. ¿Qué pensamientos recurrentes te visitan tras una relación sexual?

A. Ojalá volvamos a vernos, ha sido una experiencia inolvidable.

B. Ojalá no pretenda quedarse a dormir, tiene pinta de roncar mogollón.

C. Ojalá cualquier cosa distinta a las otras cosas.

4. ¿Qué piensas durante la relación sexual?

A. ¿Qué tal me quedará esta luz?

B. ¿Cuál era el río este que pasa por Teruel? En cuanto acabe pongo un lavavajillas. Tengo que llamar a mi madre. Se me está desconchando el techo, a ver si le doy una manita de pintura.

C. Intento no pensar en nada y entregarme al momento.

5. ¿Qué sueles decir al terminar?

A. Cariño, has estado estupendo.

B. Hazle un nudo al preservativo y mételo en el congelador junto a los otros.

C. ¿Tu nombre era…? Ja, ja, tranquilo, es una broma, sé perfectamente que te llamas Fernando. «Armando». Bueno, eso.

6. ¿Cómo te describirías a ti misma en la cama?

A. Espontánea, segura, divertida, curiosa.

B. Acomplejada, torpe, cansada, mayor.

C. Si te digo la verdad, no lo sé, hace tiempo que dejó de importarme la imagen que proyecto.

Si la mayoría de tus respuestas han sido A, no sé qué haces leyendo este libro. Si has elegido B, estás fatal y lo sabes. Si has elegido C, estás preparada para disfrutar del sexo sin ataduras (a no ser que te vaya el sadomaso) y sin prejuicios absurdos.

Si en unas has elegido A, en otras B y en otras C, sólo puedo decirte que eres una persona de lo más desconcertante. ¡Enhorabuena!