3. TIENES UN EMAIL

—Hola, preciosa. ¿Cómo te llamas?

—Angustias.

—¡Bonito nombre!

Reconozco que soy bastante experta en la comunicación a través de redes sociales. Esto se debe a que paso mucho tiempo sola trabajando en casa y es una forma de conectar con el mundo exterior. Aunque si lo que yo llamo «mundo exterior» resulta que también está metido en casa relacionándose con otros individuos metidos en casa, me temo que mucho mundo exterior no llegamos a abarcar.

No digo nada nuevo si os cuento que limitarnos a las relaciones a través de Internet no hace más que aislarnos y sumergirnos en una especie de ficción emocional. Uno llega a creerse que toda esa gente con la que se comunica forma parte de su extenso grupo de amigos, e incluso llega a pensar que esa persona con la que tan bien se entiende por chat será también afín en la vida física. Ambas cosas son, a menudo, falsas. Pero el problema está sobre todo en sustituir la relación con una persona por la relación con un teclado. Y encima, cuanto menos experimentas el cara a cara, más pereza empieza a darte hacer una llamada en vez de escribir un mensaje o tomar un café en lugar de expresarte en Facebook. ¿Que estamos mucho más expuestos en una conversación real que en una conversación por escrito? No hay duda. ¿Que un encuentro físico es más imprevisible que un encuentro virtual? Desde luego. ¿Que ahí está precisamente la gracia del contacto humano? Esto también.

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

El día que por fin me lancé a hacerme un perfil en una web de encuentros estaba tan nerviosa como si me dispusiera a dar una conferencia ante tres mil personas. O como si fuera a mostrarme desnuda por las calles de mi ciudad… O a dar una conferencia desnuda por las calles de mi ciudad ante tres mil personas. Y eso que lo hice sin demasiada convicción, por eso de probar, por eso de tener otras experiencias, por eso de abrir un nuevo foco de obsesión en mi vida y así complicármela un poquito más. Porque hay una cosa que debéis saber: la búsqueda de hombres por Internet crea adicción. Sí, ahora pensáis que a vosotras no os va a pasar, pero contad con que durante el primer mes, que es justo el tiempo que me duró la broma, no piensas en otra cosa más allá de EL HOMBRE. (No entraré en detalles escabrosos, que los tengo, por si hay niños leyendo esto o, peor aún, MIS PADRES).

Tras hacerme un perfil con una foto de referencia que por supuesto no era yo, y añadir mis gustos musicales, lecturas y películas favoritas, en las que suele mentir todo el mundo, pasé a filtrar a los candidatos.

Existe un método para localizar usuarios a un número determinado de kilómetros a la redonda. Al principio, y con un ridículo exceso de confianza, comienzas a buscar lo más cerca posible de tu barrio. Cinco kilómetros a la redonda. Sí, con un par, «quiero encontrar el amor y además que me pille en el barrio». Lo intentas, pero como que no. Allí encuentras al raro que dice cosas que no entiendes, el que sale demasiado feo en la foto, el que sale sospechosamente guapo, el que ha elegido como foto de perfil una en la que aparece tumbado en una cama con peluches, el que hace chistes que no te hacen gracia y el misterioso, que en otras circunstancias te parecería interesante pero en este caso has decidido, muy comedida, que podría asesinarte tranquilamente.

Luego ya amplías a diez kilómetros… Nada… Veinte… Pues no. Treinta… Y así, poco a poco, te ves buscando a tu alma gemela en algún pueblo remoto de la geografía de España. Y si tras estas decepciones te quedan fuerzas, buscas de nuevo a cinco kilómetros, no vaya a ser que se te haya pasado ese gran hombre que te cambiará la vida… Pues oye, la vida ya me la está cambiando, pero a peor. Porque, bien pensado, ¿qué leches hago aquí sola metida en casa buscando a un tipo que probablemente no exista?

Y hay un momento en el que te convences de que eres más flexible, pero lo único que ha cambiado es que estás bajando el listón. Una vez que has asumido que el hombre de tu vida probablemente no sea ningún tío bueno, pasas a los siguientes requisitos, no sé si con sabiduría o con resignación:

«Igual no es tan guapo, pero el físico no lo es todo».

(Hasta aquí bien, aunque la cosa va degenerando).

«Vale que no está muy equilibrado, pero ¿quién lo está hoy en día?».

«Quizá no sea muy listo, pero seguro que tiene un gran corazón…».

«¿Para qué nos vamos a engañar? Tampoco es que sea una gran persona, pero oye, si tiene sentido del humor…».

«Yo reírme no me río, pero donde esté la química…».

«Bien, ¿dónde está la química? ¡Porque aquí no!».

«Bah, el sexo está sobrevalorado, lo sabe todo el mundo…».

«Sí, tiene antecedentes penales, pero él no quería, en todo caso la culpa la tiene la sociedad».

Exactamente lo mismo sucede con el filtro de edades:

De 30 a 40. Tampoco me voy a volver loca, más joven que yo o de mi edad, sin más. Nada.

De 30 a 45. Tampoco me voy a volver loca, más joven que yo o un poco mayor, sin más. Nada.

De 30 a 50. Igual un poco loca sí que me estoy volviendo, más joven que yo o bastante mayor que yo, sin más. Pues tampoco.

De 20 a 70. Anda, mira, pues al final sí me he vuelto loca…

Te levantas obsesionada para comprobar quién te ha escrito. Te acuestas obsesionada recordando quién te ha escrito. Escribes obsesionada a quien te escribe. Miras perfiles obsesionada de forma compulsiva durante horas… No sé si os he comentado el tema OBSESIÓN. Sí, ¿no?

Los primeros días te detienes en cada perfil para conocer al candidato con algo de dedicación. Al cabo de una semana, ya vas pasando con el ratón de uno a otro sin terminar de leer las biografías y con todos los prejuicios del mundo:

«Me llamo Ramón y…». Ramón no, no me veo yo con un Ramón.

«Vivo en las afueras de…». No, eso está muy lejos.

«Me gusta mucho el golf». Me aburro.

«Busco una mujer guapa que…». Demasiado superficial (NO COMO YO).

«Soy un chico muy divertido». Porque tú lo digas.

«Me gusta salir de fiesta y…». Pues que te diviertas.

«Soy un chico muy normal…». Peor para ti.

«Todas dicen que soy un buen partido». Todas: tu madre, tu hermana, tu vecina… Todas.

«Sólo busco relaciones esporádicas». Yo no. Yo busco un marido.

«Busco una mujer con la que formalizar una relación». Yo no. Yo busco una relación esporádica.

Éste no. SIGUIENTE. Tampoco. SIGUIENTE. SIGUIENTE. SIGUIENTE. Así hasta que descubres que has pasado unos mil perfiles en cinco minutos.

Durante aquella época, no fui la única que se entregó a las webs de encuentros; tres amigas mías cayeron también en la tentación y un día quedamos para cenar y contarnos nuestras respectivas experiencias.

Una de ellas contaba cómo en la misma tarde había dado de alta y de baja un perfil al menos tres veces. Se animaba y se arrepentía de forma compulsiva, porque si te metes en esto tiene que ser muy compulsivo todo. Si no, no funciona (y si sí, a menudo tampoco).

Otra recordaba el momento más humillante de su búsqueda, cuando empezó a hablar con un tipo que no se parecía nada a los demás; inteligente, divertido, atractivo y simpático, hasta que ella le propuso quedar y él se reveló como un ANIMADOR de la web, que se dedicaba a dinamizar a los usuarios y estaba felizmente casado. A mi amiga no la animó nada, más bien todo lo contrario, aunque ahora son amigos en Facebook.

La otra quedó con un chico indio guapísimo una tarde y al día siguiente él le dijo que había conocido a otra y que se iban a casar. EN UN DÍA.

Entre todas llegamos a la conclusión de que el hombre que frecuenta estas webs es, la mayoría de las veces, un hombre calvo que cuelga fotos de sí mismo acariciado por el sol en un acantilado vestido con un polo verde o rosa de los noventa metido a conciencia por dentro del pantalón y que siempre saluda con un «hola, preciosa». (Quiero aclarar aquí que a mí me gustan los calvos, el problema es todo lo demás).

El tema fotos es un tema. A todos nos preocupa que nos vea gente conocida porque en el fondo no estamos orgullosos de buscar novio por Internet. ¿Qué es lo que nos preocupa tanto de esto? Que se nos note la desesperación, porque parece que si has decidido abrirte un perfil en una web de encuentros es porque ya has intentado todo lo demás, y eso te convierte en una mujer desesperada. Bien, esto no tiene por qué ser así, aunque en los casos que relato coincida completamente.

Y entonces dudas si poner una foto tuya en la que se te reconozca. Así que pones la foto de UN OJO. Bueno, no, que se me vea un poco más o nadie querrá conocerme. Un ojo y un mechón de pelo, así, sexy, huidiza… O sea, rara que te cagas. No, foto de «mira qué simpática soy». No, nadie quiere simpáticas, las quieren misteriosas. Vale, foto de un hombro… ¿Quién quiere quedar con un hombro? Nadie. Bien, foto entre tinieblas… No, así parecerá que escondo algo porque soy terriblemente fea. Pues nada, foto de Marilyn Monroe, que al fin y al cabo tenemos mucho en común.

Lo grave de todo esto es que uno llega a creerse que, más allá del primer impacto físico, las afinidades intelectuales son garantía suficiente para establecer un vínculo emocional. Falso. «Me gusta la lectura, tomar cañas con mis amigos, viajar, el cine, la música…». ¿Qué me dices? ¡A mí también! Ya está, esto tiene que funcionar. Pero claro, ¿qué iba a poner? «Abstemio solitario y casero que no sabe quién es Cortázar o Billy Wilder». Pues no. Por eso el 90 por ciento de los que dicen que les gusta leer se refieren a las instrucciones de uso de cualquier aparato electrónico o a la etiqueta del champú mientras están sentados en el retrete.

Existen otros filtros interesantes para encontrar a tu media naranja, como las medidas, el color de pelo (en caso de tenerlo), los ingresos (en caso de tenerlos), si es o no fumador, la religión, si tiene hijos o no, el peso o, atentos, si está casado o soltero.

Pero hay un momento en el que ya has buscado tanto que llegas a pensar que igual no deberías ser tan exigente, que ese hombre podría estar escondido en cualquier perfil que de primeras no te ha llamado la atención y que el amor se presenta esquivo tras un fumador empedernido muy gordo de noventa años superreligioso sin dinero parado casado con diez hijos sin pelo y bajito. ¿Acaso no puede ser amor? ¿EH?

APASIONADOS Y CANALLAS

Hay un perfil que me hace desconfiar. El de ese que tiene sólo fotos hechas por sí mismo. Suele coincidir con el que tiene como foto de perfil una de torso desnudo frente al espejo con un flashazo: yo en la playa conmigo mismo. Yo en el coche. Yo en mi casa. Yo en una terraza del centro solo. Yo en el parking (sí, sí, esto es real). Yo fumando. Yo bebiendo. Que sólo falta una de «yo hablando solo». Si no tienes amigos que te hagan fotos, lo siento, no me queda más remedio que desconfiar.

Y vas viendo cómo el tiempo corre y la esperanza se diluye entre candidatos que se hacen llamar Apasionado36, Muylatino o Canalla31. Sólo puedo entender que te pongas estos nombres si lo haces bajo algún tipo de amenaza (de ser éste el caso, disculpad mi insensibilidad. Os envío mucho ánimo desde aquí).

Os aseguro que me rechazaron más en un mes que en toda mi vida adulta. Pero lo llevo bien (sólo deseo que se cojan todos ellos de la mano y sean atropellados juntitos por un camión de mercancías peligrosas). Chateas, «conectas» y, de repente, Canalla31 desaparece para siempre. Porque yo puedo ser maja, pero es que la siguiente además de maja tiene las tetas más grandes, o es más lista, o más graciosa (o es una ingeniera nuclear superchistosa con una talla cien).

Es peligroso creer que de verdad estás conociendo a alguien por el hecho de pasar la tarde chateando. Esto es engañoso, aunque saberlo no te evita el trago de la decepción por escrito:

—Hola, preciosa. ¿Cómo te llamas?

—Angustias.

—Bonito nombre. —Nueve de cada diez hombres dicen esto.

—Gracias. —Nueve de cada diez mujeres contestan esto otro.

—He visto que te gustan los Beatles… A mí también, ¿sabes? —Que es como decir: «He visto que te gusta beber agua cuando tienes sed. ¡A mí también!»—. La verdad es que pareces distinta a las demás. —La verdad es que pareces distinta a las otras cien a las que les he dicho que parecen distintas a las demás.

—Hola, ¿tomamos algo?

—Un poco pronto, ¿no?

—No sé, haber si nos gustamos.

INCISO: ¿PERDONA? ¿HABER? Será A VER, ¿no? Esto no se lo digo porque tampoco es plan de humillar a nadie, pero es suficiente para que mi libido desaparezca ipso facto.

Ola q tal?

—Bien, gracias, aquí esforzándome en poner todas las letras donde corresponden. Adiós.

—¡Hola! Bonita foto, ¡que ojazos tienes!

—Puede ser, pero la de la foto es Diane Keaton, se lo diré de tu parte.

—¿¿¿???

—[…] Yo soy un hombre con muchos reflejos.

—¿Sí? Pues yo soy más de mechas.

—¿Eh?

hola, q tal?

—Bien.

a q te dedicas?

—A ligar por Internet.

en serio?

PUES OBVIAMENTE, NO.

[…]

—No te lo tomes a mal, pero creo que utilizas la ironía para defenderte.

—No te lo tomes a mal, pero creo que utilizo la ironía porque puedo.

Luego, cuando ya llevas un tiempo en esto pasas a la acción mucho más rápido porque se te está acabando la paciencia. Y el primer paso la mayoría de las veces es la llamada de teléfono. En este terreno tengo tres grandes experiencias:

Una, me da su teléfono, le llamo y se pasa hora y cuarto hablando él solo (consultar el capítulo «Cincuenta primeras citas», apartado «Hablemos de mí»). ¡Y pagaba yo!

Dos, me llama, nos ponemos a charlar y al cabo de menos de media hora estamos teniendo una discusión de pareja que termina con un «esto no va a salir bien, es mejor que lo dejemos aquí».

Tres, hablamos por Skype:

—Hola…

—Hola, Bárbara —dice una voz de pito distorsionada aparentemente por el ordenador.

Carcajada.

—Ay, que no sé qué le pasa a esto pero te oigo como con voz de pitufo, es muy gracioso.

Silencio tenso.

—Mi voz es así.

Silencio más tenso aún.

—Ah… —Tierra trágame y disimula—. Ah, no, ahora ya sí, ahora se oye mejor…

La gente te dice que estás loca y que en las webs de contactos sólo encuentras locos. Un momento, yo estoy en una web de contactos, ¿qué insinúas? ¿Quiere decir esto que soy una loca? ¿No estoy yo aquí? ¿Y por qué no puede entonces estar gente como yo? ¿Por qué no puede estar aquí mi alma gemela?

TU ALMA GEMELA

La idea de enamorarte de tu alma gemela, además de sonar un poco incestuoso, creo que nos ha hecho mucho daño. Por culpa de esta idea de exclusividad afectiva, esa certeza de que existe uno para ti, y nada más, nos pasamos la vida intentando descubrir en cada hombre si «es él». Pobre. Y al terminar las relaciones se escucha a menudo esta inquietante frase: «Pues no era él». Mujer, alguien sería…

Pero en caso de que existiera un solo ser humano dispuesto para nosotras (uno para cada una digo, si hay uno para todas lo llevamos claro), ¿qué se supone que hay que hacer? ¿Buscarlo? ¿Esperarlo? ¿Esperar buscando? ¿Buscar esperando?

¿Y si ese ser humano está en otro continente? Porque es bastante ilógico creer que hay uno para ti, pero lo es bastante más, ya puestos, pensar que hay uno para ti y que además vive en tu barrio o trabaja en tu edificio.

¿Cabe la posibilidad de que alguien nos diseñara de dos en dos y luego tuviera la mala leche de esparcirnos por el mundo confiando en que nos encontremos a través de las webs de contactos? ¿Cómo se puede ser tan cruel?

Lo malo de pensar así es la limitación que nos imponemos nosotros solos. Es como creer en el destino a niveles, diría, nocivos. Ese creer que todo es por algo puede volverte loco, y ese creer que estás predestinado a encontrarte con una persona en concreto que por el momento se mantiene de incógnito, es igualmente peligroso.

¿Pensarán ellos que la mujer de su vida está escondida tras perfiles de Internet? ¿O se lo toman menos en serio y simplemente se divierten quedando con unas o con otras?

Claramente, hay perfiles femeninos que triunfan y que nunca tienen que ver con el tuyo. Tú te esfuerzas en poner que te gusta Saramago y otras no han pasado de leer el Cosmopolitan, pero tienen bastantes más visitas que tú.

Existen varios perfiles de mujer que tienen un éxito indiscutible entre los hombres:

La mujer Campanilla

Es aquella que hace tartas de arándanos los sábados por la mañana vestida con un delantal de encaje que ha bordado ella misma. Le gusta escuchar las reflexiones profundas e intelectuales del hombre mientras le mira con expresión infantil postrada a sus pies o tocando el arpa (las hay sin arpa, pero el concepto es el mismo). Se trata de chicas etéreas y estilizadas que parecen estar a punto de quebrarse en cada paso. Jóvenes inocentes a las que rescatar, necesitadas de la presencia masculina para seguir adelante. La mujer Campanilla trabaja con niños, es pintora o escultora o se dedica a la jardinería (o todo a la vez, porque encima la desgraciada se organiza muy bien el tiempo).

Suelen ponerse nicks de animales como gata15 o gacela84… De animales delicados, se entiende, no se ponen vaca28, cerda001 o lagarta66.

La quitaquevoy

Se encarga de escribir la palabra SEXO en su perfil y, además, de llenarlo de fotos en bikini. No quedará con nadie nunca porque ése no es su objetivo, simplemente le divierte la popularidad conseguida en las redes y constatar el poder de su cuerpo. Puede incluso que tenga a su novio de toda la vida en la habitación de al lado… ligando también por Internet. Hay gente para todo.

Su nick es un diminutivo algo infantil que contrasta con su sensualidad de mujer: Anita, Susi o Angie.

La esquiva

Está bastante desequilibrada y ahí, supuestamente, radica su encanto. Es una sensible bailarina de ballet y en sus ojos se intuye un oscuro pasado del que nunca te hablará. Mujeres con graves conflictos emocionales que ellos confían en resolver con su protección de macho alfa. Te arrastran a situaciones imposibles porque son muy espontáneas y no han perdido la frescura (eufemismo de «inconsciencia») de la infancia. Sus hits son: patinar sobre un lago helado, aun a riesgo de acabar ahogada, saltar la valla de una propiedad privada, aun a riesgo de morir devorada por los perros, o sacar medio cuerpo por la ventanilla de un Cadillac, aun a riesgo de ser arrollada por un camión.

En su perfil habrá una foto de Audrey Hepburn y su nick estará relacionado con el cine de los años cincuenta.

La psicópata

Ha sufrido una adolescencia de acoso escolar y se ha pasado la vida sola defendiéndose de la agresividad de los más populares de su clase. Su perfil es falso, pero lo necesita para relacionarse desde un personaje inventado un poco más feliz que su persona real. Se dedica a poner fotos de otras chicas simulando ser ella, pero a menudo se trata de chicas cuyo único rasgo común es que son rubias o morenas y que recopila en «imágenes» de Google. Esto es fácil detectarlo, a no ser que seas un hombre y tus ojos estén más pendientes del fastuoso escote que de la evidente estrategia para captarte. No quiero ponerme dramática, pero si quedas con ella, te acabará matando.

A ésta la llamaremos Carrie.

CARA A CARA

Nos seguimos creyendo que lo que nos enamora del otro es todo aquello que vemos o conocemos. Sus criterios musicales, ideológicos, los libros que le gustan… Pero aquí te das cuenta de que por mucho que hayas conectado por escrito, luego entra en juego lo verdaderamente importante. La voz, la mirada, los gestos, la forma de caminar y de mover las manos, la piel, el trato, el saber estar. Todo eso sólo puedes verlo cara a cara, cuando a menudo ya es demasiado tarde, ya tienes tu cerveza delante y no te queda más remedio que entablar una conversación con alguien que sabes que no te interesa.

Situaciones reales:

Nos encontramos en una esquina. Nos saludamos. Nos sentamos. El dice:

—Lo primero que tengo que decirte es que soy de ultraderecha.

—Bien, ¿y no podías haber comentado esto ANTES de pedirme una cerveza doble y no DESPUÉS?

Estoy sentada a la barra de un bar. Se sienta un hombre junto a mí y me saluda amablemente.

—Perdona —tanteo—, estoy esperando a Pepe…

—Yo soy Pepe.

—No, tú no te pareces nada a Pepe… —que en la foto está que se rompe de bueno—. No eres Pepe.

Pues oye, ¡era Pepe!

(Yo prefiero mil veces salir fea en la foto y que la sorpresa sea que soy mucho más mona a tener una foto estupenda y que la sorpresa sea que soy espantosa. Aguantar la mirada de profunda decepción del otro al comprobar lo poca cosa que eres comparada con la foto de tía buena que había en tu perfil).

Espero sentada en la terraza en la que hemos quedado, veo a lo lejos a alguien que podría ser él y empiezo a pensar «que no sea, por favor, que no sea, que no se…».

HOLA, ¿QUÉ TAL?

Sí que es.

Viene a buscarme a la boca del metro un señor muy bajito con sombrero de cowboy. Y yo que he venido en metro, qué tonta, cuando podrías haberme pasado a buscar a caballo, ¿verdad?

Uno que me dice que llega tarde porque ha discutido con SU MUJER. Sin comentarios.

Otro que, con la cerveza todavía a medias, me dice animado que a ver si conozco a sus dos hijos… Un momento, apuesto a que ni recuerdas mi nombre. «Mirad, niños, ésta es vuestra nueva mamá, se llama… esto…».

El que se justifica cuando ve mi cara de sorpresa al conocerlo:

—Es que la foto de mi cuenta es de hace unos años…

Sí, unos veinticinco.

El lanzado, al que le da igual ocho que ochenta:

—¿Nos vamos a tu casa?

—Hola, no me has dado tiempo ni a sentarme.

VISTO Y NO VISTO

Es cierto que algunas de estas citas no han salido del todo mal. Concretamente una (o ninguna). Pero mis amigas y yo coincidíamos, al hablar sobre este tema, en que apenas encontramos hombres interesados en tener una segunda cita (con nosotras, aclaro; una segunda cita con otras digo yo que tendrán). Tras escuchar algunos clásicos de consolación, tipo «hay tantos hombres como peces en el mar» (¿está esto científicamente demostrado?, ¿se ha dedicado alguien a hacer el recuento y comparar ambos censos?), concluimos que muchas veces nosotras tampoco deseamos esa segunda cita. Pero es muy distinto que tú no quieras volver a verle a él a que él no quiera volver a verte a ti. ¡Dónde va a parar!

Hoy en día, las relaciones sentimentales son como Twitter: cortas, rápidas y, en su mayoría, superficiales. Pasamos de una historia a otra con facilidad y la sensación es que nos basta con el titular de una noche. Para profundizar hay que hacer el esfuerzo de pinchar el enlace adjunto, y no siempre apetece. Es más fácil seguir leyendo otros tuits a cada vez mayor velocidad, con cada vez menos atención, con cada vez más ansiedad. Esta dinámica se traduce en que los hombres desaparecen tras el primer encuentro sin dejar rastro.

Estuvimos intentando encontrar una explicación coherente a este comportamiento y decidimos que sólo podía deberse a tres cosas:

Una: no les gustamos.

Dos: tienen miedo al compromiso (con nosotras en particular).

Tres: existe un agujero negro que se los va tragando según salen de nuestras casas y que les impide volver a llamar o contestar nuestras llamadas. No es que no quieran, es que están vagando sin rumbo en el limbo de los amantes esporádicos, lamentándose muchísimo por no tener cobertura. Porque estaréis de acuerdo conmigo en que es absolutamente lógico que no tengan cobertura en un agujero negro. Esto sí que debe de estar científicamente demostrado, no como lo de los peces.

Y nos quedamos con esta tercera explicación porque, puestas a especular, mejor acabar concluyendo lo que nos dé la gana.

Hace poco asistí al cumpleaños del hijo de una amiga. Le habíamos regalado tantas cosas que el pobre se encontraba aturdido. No le daba tiempo a valorar cada juguete porque inmediatamente después de recibirlo ya le estaban entregando otro. Era tal la saturación y la ansiedad que acabó jugando en un rincón con un trozo de papel de regalo. Imagino que todos corremos ese riesgo. No detenernos en nada, pasar de inmediato al siguiente estímulo, olvidar lo esencial, banalizar encuentros y seguir buscando compulsivamente.

En estos tiempos, el amor de tu vida puede durar unas horas. Vamos a ponerle al menos un poco de cariño.

EL TEST DE LAS SOLTERAS

¿Compensa todo el tiempo que pasamos en las redes el resultado de nuestras citas? ¿Qué buscamos realmente «ligando» por Internet? ¿Estamos preparadas para esta actividad o sólo obsesionadas?

1. ¿Cuánto tiempo puedes pasar alejada de Internet?

A. Un montón; siete, ocho horas… Todas las que esté durmiendo.

B. El que haga falta, no tengo problema.

2. ¿Qué piensas justo antes de acudir a una cita a ciegas?

A. Que no le voy a gustar y seré testigo de su gesto de decepción al verme.

B. Que le voy a encantar y que a ver si esta vez hay suerte y él también me gusta a mí.

3. ¿De qué hablas en una primera cita?

A. Intento encontrar un tema interesante, que suele ser: yo y mis cosas.

B. Le hago preguntas sobre su vida e intento acercarme a conocerlo mejor.

4. Abres un perfil en un portal de citas…

A. Me hago pasar por una mujer que no soy y luego me estreso por si me desenmascaran.

B. Intento ser sincera y confío en que ellos lo sean también.

5. ¿Cuánto tiempo dedicas a ligar por Internet?

A. Lo que dura mi vigilia… Y luego sueño con todos los perfiles que he visto durante el día.

B. Poco, desde la obsesión no se consigue nada.

6. ¿Qué buscas en las relaciones por Internet?

A. Que me hagan caso.

B. Conocer gente interesante.

7. ¿Qué es lo que más valoras de una primera cita?

A. Que me haga caso.

B. Que sea un hombre interesante.

8. ¿Por qué no funcionó tu última cita?

A. Porque no me hizo caso.

B. Porque no me pareció un hombre interesante.

Como soy muy perspicaz, tengo la sensación de que si has elegido la opción A en las últimas preguntas, lo que estás buscando no es el «amor» sino la atención del género opuesto (o del mismo si te gustan las chicas). Yo te entiendo, pero si ése es tu principal objetivo es mejor que sepas que no suele salir bien.

Y ahora corre, ¡ya puedes volver a Internet!