Los mismos y el CAPITÁN DE LOS BOMBEROS.
EL BOMBERO (lleva, por supuesto, un enorme casco brillante y uniforme):
Buenos días, señoras y señores. (Los otros siguen un poco sorprendidos. La señora SMITH, molesta, vuelve la cabeza y no responde a su saludo.) Buenos días, señora Smith. Parece usted enojada.
SRA. SMITH:
¡Oh!
SR. SMITH:
Es que, vea usted… mi esposa se siente un poco humillada por no haber tenido razón.
SR. MARTIN:
Ha habido, señor capitán de Bomberos, una controversia entre la señora y el señor Smith.
SRA. SMITH (al señor MARTIN):
¡Eso no es asunto suyo! (Al señor SMITH) Te ruego que no mezcles a los extraños en nuestras querellas familiares.
SR. SMITH:
Oh, querida, la cosa no es muy grave. El capitán es un viejo amigo de la casa. Su madre me hacía la corte y conocí a su padre. Me había pedido que le diera mi hija en matrimonio cuando tuviera una. Entre tanto murió.
SR. MARTIN:
No es culpa de él ni de usted.
EL BOMBERO:
En fin, ¿de qué se trata?
SRA. SMITH:
Mi marido pretendía…
SR. SMITH:
No, eras tú la que pretendías.
SR. MARTIN:
Sí, es ella.
SRA. MARTIN:
No, es él.
EL BOMBERO:
No se enojen. Dígame qué ha sucedido, señora Smith.
SRA. SMITH:
Pues bien, oiga. Se me hace muy molesto hablarle con franqueza, pero un bombero es también un confesor.
EL BOMBERO:
¿Y bien?
SRA. SMITH:
Se discutía porque mi marido decía que cuando se oye llamar a la puerta es porque siempre hay alguien en ella.
SR. MARTIN:
La cosa es plausible.
SRA. SMITH:
Y yo decía que cada vez que llaman es que no hay nadie.
SRA. MARTIN:
Eso puede parecer extraño.
SRA. SMITH:
Pero está demostrado, no mediante demostraciones teóricas, sino por hechos.
SR. SMITH:
Es falso, puesto que el bombero está aquí. Ha llamado, yo he abierto y él ha entrado.
SRA. MARTIN:
¿Cuándo?
SR. MARTIN:
Inmediatamente.
SRA. SMITH:
Sí, pero sólo después de haber oído llamar por cuarta vez ha aparecido alguien. Y la cuarta vez no cuenta.
SRA. MARTIN:
Siempre. Sólo cuentan las tres primeras veces.
SR. SMITH:
Señor capitán, permítame que le haga, a mi vez, algunas preguntas.
EL BOMBERO:
Hágalas.
SR. SMITH:
Cuando he abierto la puerta y lo he visto, ¿era usted quien había llamado?
EL BOMBERO:
Sí, era yo.
SR. MARTIN:
¿Estaba usted en la puerta? ¿Llamó para entrar?
EL BOMBERO:
No lo niego.
SR. SMITH (a su esposa, victoriosamente):
¿Lo ves? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar es porque hay alguien. No puedes decir que el capitán no es alguien.
SRA. SMITH:
No puedo, ciertamente. Pero te repito que me refiero únicamente a las tres primeras veces, pues la cuarta no cuenta.
SRA. MARTIN:
Y cuando llamaron la primera vez, ¿era usted?
EL BOMBERO:
No, no era yo.
SRA. MARTIN:
¿Ven ustedes? Llamaron y no había nadie.
SR. MARTIN:
Era quizás algún otro.
SR. SMITH:
¿Hacía mucho tiempo que estaba usted en la puerta?
EL BOMBERO:
Tres cuartos de hora.
SR. SMITH:
¿Y no vio a nadie?
EL BOMBERO:
A nadie. Estoy seguro de eso.
SRA. MARTIN:
¿Oyó usted que llamaban por segunda vez?
EL BOMBERO:
Sí, pero tampoco era yo. Y seguía no habiendo nadie.
SRA. SMITH:
¡Victoria! Yo tenía razón.
SR. SMITH (a su esposa):
No tan deprisa. (Al BOMBERO) ¿Qué hacía usted en la puerta?
EL BOMBERO:
Nada. Estaba allí. Pensaba en muchas cosas.
SR. MARTIN (al BOMBERO):
Pero la tercera vez, ¿no fue usted quien llamó?
EL BOMBERO:
Sí, fui yo.
SR. SMITH:
Pero al abrir la puerta no lo vieron.
EL BOMBERO:
Es que me oculté… por broma.
SRA. SMITH:
No se ría, señor capitán. El asunto es demasiado triste.
SR. MARTIN:
En resumidas cuentas, seguimos sin saber si cuando llaman a la puerta hay o no alguien.
SRA. SMITH:
Nunca hay nadie.
SR. SMITH:
Siempre hay alguien.
EL BOMBERO:
Voy a hacer que se pongan de acuerdo. Los dos tienen un poco de razón. Cuando llaman a la puerta, a veces hay alguien y a veces no hay nadie.
SR. MARTIN:
Eso me parece lógico.
SRA. MARTIN:
También yo lo creo.
EL BOMBERO:
Las cosas son sencillas, en realidad. (A los esposos SMITH.) Abrácense.
SRA. SMITH:
Ya nos abrazamos hace un momento.
SR. MARTIN:
Se abrazarán mañana. Tienen tiempo de sobra.
SRA. SMITH:
Señor capitán, puesto que nos ha ayudado a ponerlo todo en claro, póngase cómodo, quítese el casco y siéntese un instante.
EL BOMBERO:
Discúlpeme, pero no puedo quedarme aquí mucho tiempo. Estoy dispuesto a quitarme el casco, pero no tengo tiempo para sentarme. (Se sienta sin quitarse el casco.) Les confieso que he venido a su casa para un asunto muy distinto. Cumplo una misión de servicio.
SRA. SMITH:
¿Y en qué consiste su misión, señor capitán?
EL BOMBERO:
Les ruego que tengan la bondad de disculpar mi indiscreción. (Muy perplejo.) ¡Oh! (Señala con el dedo a los esposos MARTIN.) ¿Puedo… delante de ellos…?
SRA. MARTIN:
No se preocupe.
SR. MARTIN:
Somos amigos viejos. Nos cuentan todo.
SR. SMITH:
Hable.
EL BOMBERO:
Pues bien, sea. ¿Hay fuego en su casa?
SRA. SMITH:
¿Por qué nos pregunta eso?
EL BOMBERO:
Porque… discúlpenme, tengo orden de extinguir todos los incendios de la ciudad.
SRA. MARTIN:
¿Todos?
EL BOMBERO:
Sí, todos.
SRA. SMITH (confusa):
No sé… no lo creo… ¿Quiere que vaya a ver?
SR. SMITH (husmeando):
No debe de haber fuego. No se siente olor a chamusquina.
EL BOMBERO (desolado):
¿No lo hay absolutamente? ¿No tendrán un fueguito de chimenea, algo que arda en el desván o en el sótano? ¿Un pequeño comienzo de incendio, por lo menos?
SRA. SMITH:
No quiero apenarlo, pero creo que no hay fuego alguno en nuestra casa por el momento. Le prometo que le avisaremos en cuanto haya algo.
EL BOMBERO:
No dejen de hacerlo, pues me harán un favor.
SRA. SMITH:
Prometido.
EL BOMBERO (a los esposos MARTIN):
Y en la casa de ustedes, ¿tampoco arde nada?
SRA. MARTIN:
No, desgraciadamente.
SR. MARTIN (al BOMBERO):
Las cosas marchan mal en este momento.
EL BOMBERO:
Muy mal. Casi no sucede nada, algunas bagatelas, una chimenea, un hórreo. Nada serio. Eso no rinde. Y como no hay rendimiento, la prima por la producción es muy magra.
SR. SMITH:
Nada marcha bien. Con todo sucede lo mismo. El comercio, la agricultura, están este año como el fuego, no marchan.
SR. MARTIN:
Si no hay trigo, no hay fuego.
EL BOMBERO:
Ni tampoco inundaciones.
SRA. SMITH:
Pero hay azúcar.
SR. SMITH:
Eso es porque lo traen del extranjero.
SRA. MARTIN:
Conseguir incendios es más difícil. ¡Hay demasiados impuestos!
EL BOMBERO:
Sin embargo hay, aunque son también bastante raras, una o dos asfixias por medio del gas. Una joven se asfixió la semana pasada por haber dejado abierta la llave del gas.
SRA. MARTIN:
¿La había olvidado?
EL BOMBERO:
No, pero creyó que era su peine.
SR. SMITH:
Esas confusiones son siempre peligrosas.
SRA. SMITH:
¿No fue a averiguar a la tienda del vendedor de fósforos?
EL BOMBERO:
Es inútil. Está asegurado contra incendios.
SR. MARTIN:
Entonces, vaya a ver de mi parte al vicario de Wakefield.
EL BOMBERO:
No tengo derecho a apagar el fuego en las casas de los sacerdotes. El obispo se enojaría. Apagan sus fuegos ellos mismos o hacen que los apaguen sus vestales.
SR. SMITH:
Trate de ver en casa de los Durand.
EL BOMBERO:
Tampoco puedo hacer eso. Él no es inglés. Sólo se ha naturalizado. Los naturalizados tienen derecho a poseer casas, pero no el de hacer que las apaguen si arden.
SRA. SMITH:
Sin embargo, cuando ardió el año pasado bien que la apagaron.
EL BOMBERO:
Lo hizo él solo, clandestinamente. Oh, no seré yo quien lo denuncie.
SR. SMITH:
Yo tampoco.
SRA. SMITH:
Puesto que no tiene usted mucha prisa, señor capitán, quédese un ratito más. Nos hará un favor.
EL BOMBERO:
¿Quieren que les relate anécdotas?
SRA. SMITH:
¡Oh, muy bien, es usted encantador! Le abraza.
SR. SMITH, SRA. MARTIN, SR. MARTIN:
¡Sí, sí, anécdotas! ¡Bravo! Aplauden.
SR. SMITH:
Y lo que es todavía más interesante es que las anécdotas de bombero son todas ellas auténticas y vividas.
EL BOMBERO:
Hablo de cosas que yo mismo he experimentado. La naturaleza, nada más que la naturaleza. No los libros.
SR. MARTIN:
Exacto: la verdad no se encuentra en los libros, sino en la vida.
SRA. SMITH:
¡Comience!
SR. MARTIN:
¡Comience!
SRA. MARTIN:
Silencio, comienza.
EL BOMBERO (tosiquea muchas veces):
Discúlpenme, pero no me miren así. Hacen que me sienta incómodo. Ya saben que soy tímido.
SRA. SMITH:
¡Es encantador! Le abraza.
EL BOMBERO:
Procuraré comenzar a pesar de todo. Pero prométanme que no me escucharán.
SRA. MARTIN:
Pero si no le escuchamos no le oiremos.
EL BOMBERO:
¡No había pensado en eso!
SR. MARTIN, SRA. SMITH:
Ya les he dicho: es un niño.
SR. SMITH:
¡Oh, el niño querido! (Le abrazan).
SRA. MARTIN:
¡Valor!
EL BOMBERO:
Pues bien, comienzo. (Vuelve a tosiquear y luego comienza con una voz a la que hace temblar la emoción.) «El perro y el buey», fábula experimental: una vez otro buey le preguntó a otro perro: ¿por qué no te has tragado la trompa? Perdón, contestó el perro, es porque creía que era elefante.
SRA. MARTIN:
¿Cuál es la moraleja?
EL BOMBERO:
Son ustedes quienes tienen que encontrarla.
SR. SMITH:
Tiene razón.
SRA. SMITH (furiosa):
Otra.
EL BOMBERO:
Un ternero había comido demasiado vidrio molido. En consecuencia, tuvo que parir. Dio a luz una vaca. Sin embargo, como el becerro era varón, la vaca no podía llamarle «mamá». Tampoco podía llamarle «papá», porque el becerro era demasiado pequeño. Por lo tanto el becerro tuvo que casarse con una persona y la alcaldía tomó todas las medidas promulgadas por las circunstancias de moda.
SR. SMITH:
De moda en Caen.
SR. MARTIN:
Como el mondongo.
EL BOMBERO:
¿Lo conocían ustedes, entonces?
SRA. SMITH:
Lo publicaron todos los diarios.
SRA. MARTIN:
Eso sucedió no lejos de aquí.
EL BOMBERO:
Voy a relatarles otra. «El gallo». Una vez un gallo quiso pasar por perro, pero no pudo, pues lo reconocieron en seguida.
SRA. SMITH:
En cambio, al perro que quiso pasar por gallo no lo reconocieron.
SR. SMITH:
Yo, a mi vez, voy a contarles una: «La serpiente y la zorra». Una vez una serpiente se acercó a una zorra y le dijo: «Me parece que te conozco». La zorra le contestó: «Yo también». «Entonces —dijo la serpiente— dame dinero». «Una zorra no da dinero», respondió el astuto animal que, para escaparse, saltó a un valle profundo lleno de fresas y de miel de gallina. La serpiente le esperaba allí y reía con una risa mefistofélica. La zorra sacó su cuchillo y le gritó: «¡Voy a enseñarte a vivir!». Y huyó, dándole la espalda. No tuvo suerte. La serpiente fue más rápida, asestó a la zorra un puñetazo en plena frente, que se rompió en mil pedazos, mientras gritaba: «¡No! ¡No! ¡Cuatro veces no! ¡Yo no soy tu hija!».
SRA. MARTIN:
Es interesante.
SRA. SMITH:
No está mal.
SR. MARTIN (estrecha la mano al SR. SMITH):
Le felicito.
EL BOMBERO (celoso):
No es gran cosa. Además, yo la conocía.
SR. SMITH:
Es terrible.
SRA. SMITH:
Pero eso no sucedió en realidad.
SRA. MARTIN:
Sí, por desgracia.
SR. MARTIN (a la SRA. SMITH):
Es su turno, señora.
SRA. SMITH:
Sólo conozco una. Se la voy a decir. Se titula: «El ramillete».
SR. SMITH:
Mi esposa ha sido siempre romántica.
SR. MARTIN:
Es una verdadera inglesa.
SRA. SMITH:
Hela aquí: Una vez un novio llevó un ramillete de flores a su novia, quien le dijo gracias; pero antes que ella le diese las gracias, él, sin decir una palabra, le quitó las flores que le había entregado para darle una buena lección y, diciendo las tomo otra vez, le dijo hasta la vista, tomó las flores y se alejó por aquí y por allá.
SR. MARTIN:
¡Oh, encantador! (Abraza o no abraza a la SRA. SMITH.)
SRA. MARTIN:
Tiene usted una esposa, señor Smith, de la que todos están celosos.
SR. SMITH:
Es cierto. Mi mujer es la inteligencia misma. Hasta es más inteligente que yo. En todo caso es mucho más femenina.
SRA. SMITH (al BOMBERO):
Otra más, capitán.
EL BOMBERO:
¡Oh, no, es demasiado tarde!
SR. MARTIN:
Dígala, no obstante.
EL BOMBERO:
Estoy demasiado cansado.
SR. SMITH:
Háganos ese favor.
SR. MARTIN:
Se lo ruego.
EL BOMBERO:
No.
SRA. MARTIN:
Tiene usted un corazón de hielo. Nosotros estamos en ascuas.
SRA. SMITH (se arrodilla, sollozando, o no lo hace):
Se lo suplico.
EL BOMBERO:
Sea.
SR. SMITH (al oído de la señora MARTIN):
¡Acepta! Va a seguir fastidiándonos.
SRA. MARTIN:
¡Bah!
SRA. SMITH:
Mala suerte. He sido demasiado cortés.
EL BOMBERO:
«El resfriado»: Mi cuñado tenía, por el lado paterno, un primo carnal, uno de cuyos tíos maternos tenía un suegro cuyo abuelo paterno se había casado en segundas nupcias con una joven indígena cuyo hermano había conocido, en uno de sus viajes, a una muchacha de la que se enamoró y con la cual tuvo un hijo que se casó con una farmacéutica intrépida que no era otra que la sobrina de un contramaestre desconocido de la marina británica y cuyo padre adoptivo tenía una tía que hablaba corrientemente el español y que era, quizás, una de las nietas de un ingeniero, muerto joven, nieto a su vez de un propietario de viñedos de los que obtenía un vino mediocre, pero que tenía un resobrino, casero y ayudante, cuyo hijo se había casado con una joven muy linda, divorciada, cuyo primer marido era hijo de un patriota sincero que había sabido educar en el deseo de hacer fortuna a una de sus hijas, la que pudo casarse con un cazador que había conocido a Rothschild y cuyo hermano, después de haber cambiado muchas veces de oficio, se casó y tuvo una hija, cuyo bisabuelo, mezquino, llevaba anteojos que le había regalado un primo suyo, cuñado de un portugués, hijo natural de un molinero, no demasiado pobre, cuyo hermano de leche tomó por esposa a la hija de un ex médico rural, hermano de leche del hijo de un lechero, hijo natural de otro médico rural casado tres veces seguidas, cuya tercera mujer…
SR. MARTIN:
Conocí a esa tercera mujer, si no me engaño. Comía pollo en un avispero.
EL BOMBERO:
No era la misma.
SRA. SMITH:
¡Chitón!
EL BOMBERO:
Continúo: cuya tercera mujer era hija de la mejor comadrona de la región y que, habiendo enviudado temprano…
SR. SMITH:
Como mi esposa.
EL BOMBERO:
… se volvió a casar con un vidriero, lleno de vivacidad, que había hecho, a la hija de un jefe de estación, un hijo que supo abrirse camino en la vida…
SRA. SMITH:
Su camino de hierro…
SR. MARTIN:
Como en los mapas.
EL BOMBERO:
Y se casó con una vendedora de hortalizas frescas cuyo padre tenía un hermano que se había casado con una institutriz rubia cuyo primo, pescador con caña…
SR. MARTIN:
Con caña rota.
EL BOMBERO:
… se había casado con otra institutriz rubia llamada también María, cuyo padre estaba casado con otra María, asimismo institutriz rubia…
SR. SMITH:
Siendo rubia, no puede ser sino María.
EL BOMBERO:
… y cuyo padre fue criado en el Canadá por una anciana que era sobrina de un cura cuya abuela atrapaba a veces, en invierno, como todo el mundo, un resfrío.
SR. SMITH:
La anécdota es curiosa, casi increíble.
SR. MARTIN:
Cuando se resfría hay que ponerse condecoraciones.
SR. SMITH:
Es una precaución inútil, pero absolutamente necesaria.
SRA. MARTIN:
Discúlpeme, señor capitán, pero no he comprendido bien su relato. Al final, cuando se llega a la abuela del sacerdote, uno se enreda.
SR. SMITH:
Siempre se enreda entre las zarpas del sacerdote.
SRA. SMITH:
¡Oh, sí, capitán, vuelva a empezar! Todos se lo piden.
EL BOMBERO:
¡Ah!, no sé si voy a poder. Estoy en misión de servicio. Depende de la hora que sea.
SRA. SMITH:
En nuestra casa no tenemos hora.
EL BOMBERO:
¿Y el reloj?
SR. SMITH:
Anda mal. Tiene el espíritu de contradicción. Indica siempre la contraria de la hora que es.