ESCENA VII

Los mismos y los SMITH.

La señora y el señor SMITH entran por la derecha, sin cambio alguno en sus vestidos.

SRA. SMITH:

¡Buenas noches, queridos amigos! Discúlpennos por haberles hecho esperar tanto tiempo. Pensamos que debíamos hacerles los honores a que tienen derecho y, en cuanto supimos que querían hacernos el favor de venir a vernos sin anunciar su visita, nos apresuramos a ir a ponernos nuestros trajes de gala.

SR. SMITH (furioso):

No hemos comido nada durante todo el día. Hace cuatro horas que los esperamos. ¿Por qué se han retrasado?

La señora y el señor SMITH se sientan frente a los visitantes. El reloj subraya las réplicas, con más o menos fuerza, según el caso.

Los MARTIN, sobre todo ella, parecen turbados y tímidos. Es porque la conversación se entabla difícilmente y a las palabras les cuesta salir al principio. Un largo silencio incómodo al comienzo y luego otros silencios y vacilaciones.

SR. SMITH:

¡Hum!

Silencio.

SRA. SMITH:

¡Hum, hum!

Silencio.

SRA. MARTIN:

¡Hum, hum, hum!

Silencio.

SR. MARTIN:

¡Hum, hum, hum, hum!

Silencio.

SRA. MARTIN:

Oh, decididamente.

Silencio.

SR. MARTIN:

Todos estamos resfriados.

Silencio.

SR. SMITH:

Sin embargo, no hace frío.

Silencio.

SRA. SMITH:

No hay corriente de aire.

Silencio.

SR. MARTIN:

¡Oh, no, por suerte!

Silencio.

SR. SMITH:

¡Ah, la la la la!

Silencio.

SR. MARTIN:

¿Está usted disgustado?

Silencio.

SRA. SMITH:

No. Se enmierda.

Silencio.

SRA. MARTIN:

Oh, señor, a su edad no debería hacerlo.

Silencio.

SR. SMITH:

El corazón no tiene edad.

Silencio.

SR. MARTIN:

Es cierto.

Silencio.

SRA. SMITH:

Así dicen.

Silencio.

SRA. MARTIN:

Dicen también lo contrario.

Silencio.

SR. SMITH:

La verdad está entre los dos.

Silencio.

SR. MARTIN:

Es justo.

Silencio.

SR. SMITH (a los esposos MARTIN):

Ustedes que viajan mucho deberían tener, no obstante, cosas interesantes que relatarnos.

SR. MARTIN (a su esposa):

Diles, querida, lo que has visto hoy.

SRA. MARTIN:

No merece la pena, no me creerían.

SR. SMITH:

¡No vamos a poner en duda su buena fe!

SRA. SMITH:

Nos ofenderían si pensaran eso.

SR. MARTIN (a su esposa):

Les ofenderías, querida, si lo pensaras.

SRA. MARTIN (graciosa):

Pues bien, hoy he presenciado algo extraordinario, algo increíble.

SR. MARTIN:

Apresúrate a decirlo, querida.

SR. SMITH:

Nos vamos a divertir.

SRA. SMITH:

Por fin.

SRA. MARTIN:

Pues bien, hoy, cuando iba al mercado para comprar legumbres, que son cada vez más caras…

SRA. SMITH:

¡Adonde va a ir a parar eso!

SR. SMITH:

No debes interrumpir, querida, malvada.

SRA. MARTIN:

Vi en la calle, junto a un café, a un señor, convenientemente vestido, de unos cincuenta años de edad, o ni siquiera eso, que…

SR. SMITH:

¿Quién? ¿Cuál?

SRA. SMITH:

¿Quién? ¿Cuál?

SR. SMITH (a su esposa):

No hay que interrumpir, querida; eres fastidiosa.

SRA. SMITH:

Querido, eres tú el primero que ha interrumpido, grosero.

SR. MARTIN:

¡Chitón! (A su esposa.) ¿Qué hacía ese señor?

SRA. MARTIN:

Pues bien, van a decir ustedes que invento, pero había puesto una rodilla en tierra y estaba inclinado.

SR. MARTIN. SR. SMITH, SRA. SMITH:

¡Oh!

SRA. MARTIN:

Sí, inclinado.

SR. SMITH:

No es posible.

SRA. MARTIN:

Sí, inclinado. Me acerqué a él para ver lo que hacía…

SR. SMITH:

¿Y?

SRA. MARTIN:

Se anudaba las cintas de los zapatos que se le habían soltado.

Los OTROS TRES:

¡Fantástico!

SR. SMITH:

Si no lo dijera usted, no lo creería.

SR. MARTIN:

¿Por qué no? Se ven cosas todavía más extraordinarias cuando se circula. Por ejemplo, hoy he visto yo mismo en el subterráneo, sentado en una banqueta, a un señor que leía tranquilamente el diario.

SRA. SMITH:

¡Qué extravagante!

SR. SMITH:

¡Era quizás el mismo!

Llaman en la puerta de entrada.

SR. SMITH:

Llaman.

SRA. SMITH:

Debe de ser alguien. Voy a ver. (Va a ver. Abre y vuelve.) Nadie. (Se sienta otra vez.)

SR. MARTIN:

Voy a citarles otro ejemplo…

Suena la campanilla.

SR. SMITH:

Llaman otra vez.

SRA. SMITH:

Debe de ser alguien. Voy a ver. (Va a ver. Abre y vuelve.) Nadie. (Vuelve a su asiento.)

SR. MARTIN (que ha olvidado dónde está):

¡Oh!

SRA. MARTIN:

Decías que ibas a citar otro ejemplo.

SR. MARTIN:

Ah, sí…

Suena la campanilla.

SR. SMITH:

Llaman.

SRA. SMITH:

Yo no voy más a abrir.

SR. SMITH:

Sí, pero debe de ser alguien.

SRA. SMITH:

La primera vez no había nadie. La segunda vez, tampoco. ¿Por qué crees que habrá alguien ahora?

SR. MARTIN:

¡Porque han llamado!

SRA. MARTIN:

Ésa no es una razón.

SR. MARTIN:

¿Cómo? Cuando se oye llamar a la puerta es porque hay alguien en la puerta que llama para que le abran la puerta.

SRA. MARTIN:

No siempre. ¡Lo acaban de ver ustedes!

SR. MARTIN:

La mayoría de las veces, sí.

SR. SMITH:

Cuando yo voy a casa de alguien llamo para entrar. Creo que todo el mundo hace lo mismo y que cada vez que llaman es porque hay alguien.

SRA. SMITH:

Eso es cierto en teoría, pero en la realidad las cosas suceden de otro modo. Lo has visto hace un momento.

SRA. MARTIN:

Su esposa tiene razón.

SR. SMITH:

¡Oh, ustedes, las mujeres, se defienden siempre mutuamente!

SRA. SMITH:

Bueno, voy a ver. No dirás que soy obstinada, pero verás que no hay nadie. (Va a ver. Abre la puerta y la cierra de nuevo.) Ya ves que no hay nadie. (Vuelve a su sitio.)

SRA. SMITH:

¡Ah, estos hombres quieren tener siempre razón y siempre se equivocan!

Se oye llamar otra vez.

SR. SMITH:

Llaman de nuevo. Tiene que ser alguien.

SRA. SMITH (con un ataque de ira):

No me mandes a abrir la puerta. Has visto que era inútil. La experiencia nos enseña que cuando se oye llamar a la puerta es que nunca está nadie en ella.

SRA. MARTIN:

Nunca.

SR. MARTIN:

Eso no es seguro.

SR. SMITH:

Incluso es falso. La mayoría de las veces, cuando se oye llamar a la puerta es que hay alguien en ella.

SRA. SMITH:

No quiere desistir.

SRA. MARTIN:

También mi marido es muy testarudo.

SR. SMITH:

Hay alguien.

SR. MARTIN:

No es imposible.

SRA. SMITH (a su marido):

No.

SR. SMITH:

Sí.

SRA. SMITH:

Te digo que no. En todo caso, ya no me molestarás inútilmente. ¡Si quieres ver quién es, vete tú mismo!

SR. SMITH:

Voy.

La señora SMITH se encoge de hombros. La señora MARTIN menea la cabeza.

SR. SMITH (va a abrir):

¡Ah! How do you do? (Lanza una mirada a la señora SMITH y a los esposos MARTIN, quienes manifiestan su sorpresa.) ¡Es el capitán de los bomberos!