En Nápoles, la noche que descendí del Vesubio, fiebre de las emociones del día me daba pesadillas horribles, en lugar del sueño que mis agitados miembros reclamaban. Las llamaradas del volcán, la oscuridad del abismo que no debe ser oscuro, se mezclaban qué sé yo a qué absurdos de la imaginación aterrada, y al despertarme de aquellos sueños que querían despedazarme, una idea sola quedaba tenaz, persistente como un hecho real… ¡Mi madre ha muerto!… Por fortuna, téngola aquí a mi lado, y ella me instruye en cosas de otros tiempos, ignoradas por mí, olvidadas de todos. ¡A los setenta y seis años de edad, mi madre ha atravesado la cordillera de los Andes, para despedirse de su hijo antes de descender a la tumba! Esto sólo bastaría a dar una idea de la energía moral de su carácter.
D. F. Sarmiento, Recuerdos de provincia (1851).