Yo iba por la nieve, creo, en un carro arrastrado por caballos. La luz era ya sólo un punto; me parecía que se acababa. La tierra se había salido de la órbita y nos alejábamos más y más del sol. Pensé: es la vida que se apaga. Cuando desperté, mi cuerpo estaba helado. Pero hallé consuelo porque un piadoso cuidaba de mi cadáver.
Gastón Padilla, Memorias de un prescindible (1974).