Lo que V. M. me escribe me anima a relatar un sueño que tuve en la primavera de 1863, cuando la gravedad de la política había llegado a su punto máximo y no se vislumbraba salida ninguna practicable. Así las cosas, soñé esa noche (y a la mañana siguiente lo conté a mi mujer y otras personas) que iba a caballo por una angosta senda alpina, bordeada a la derecha por un abismo y a la izquierda por una roca perpendicular. La senda fue haciéndose cada vez más estrecha, hasta el punto de que el caballo se negó a seguir adelante, resultando también imposible, por falta de sitio, dar la vuelta o apearme. En ese apuro, golpeé con la fusta que empuñaba con mi mano izquierda la roca vertical y lisa, invocando el nombre de Dios. La fusta se alargó infinitamente, cayó la roca y apareció ante mis ojos un amplio camino, al fondo del cual se extendía un bello paisaje de colinas y bosques, semejante al de Bohemia, por el que avanzaba un ejército prusiano con sus banderas desplegadas. Al mismo tiempo, me preguntaba cómo podría comunicar rápidamente tal suceso a V. M. Desperté contento y fortificado. El sueño llegó a cumplirse[8].
Bismarck a Guillermo I, 18 de diciembre de 1881.