De la naturaleza de los sueños

Cuando el sueño por fin los miembros ata

con un dulce sopor, y cuando el cuerpo

en profundo en reposo está tendido,

entonces nos parece estar despiertos,

y hacer también de nuestros miembros uso;

podemos ver el Sol y la luz del día

en medio de la noche tenebrosa:

y en una pieza estrecha y bien cerrada

mudar de climas, mares, montes, ríos,

y atravesar a pie llanuras grandes;

y en el profundo y general silencio

de la noche parece oír sonidos,

y el silencio responder acordes.

Vemos, en algún modo sorprendidos,

semejantes fenómenos, que tienden

todos a destruir la confianza

debida a los sentidos, pero en vano;

el engaño proviene en nuestra parte

de los juicios del alma que nosotros

pintamos con aquellas relaciones

de los sentidos, suponiendo visto

aquello que los órganos no vieron;

porque la distinción de relaciones

evidentes de inciertas conjeturas

que el ánimo de suyo nos asocia

es la cosa más rara y excelente.

Ora con brevedad decirte quiero

qué cuerpos dan al alma movimiento

y de dónde le vienen sus ideas.

Digo que vagan muchos simulacros[3]

en toda dirección con muchas formas,

tan sutiles, que se unen fácilmente

si llegan a encontrarse por los aires

como el hilo de araña y los panes de oro;

porque aun exceden en delicadeza

a las efigies por las cuales vemos

los objetos, supuesto que se meten

por todos los conductos de los cuerpos,

y dan interiormente movimiento

del alma a la sustancia delicada,

y la ponen en juego sus funciones.

Los centauros, Escilas y Cerberos

y fantasmas de muertos así vemos,

cuyos huesos abraza en sí la tierra,

pues la atmósfera hierve en simulacros;

de suyo unos se forman por el aire,

otros emanan de los varios cuerpos,

de dos especies juntas constan otros.

La imagen de un centauro no se forma

seguramente de un centauro vivo:

no ha criado jamás Naturaleza

semejante animal: es un compuesto

de simulacros de caballo y hombre

que el acaso juntó; y cual dicho habemos,

su tejido sutil y delicado

la reunión al momento facilita:

como esta imagen se combinan otras,

que por su extraordinaria ligereza

el alma afectan al primer impulso,

porque el ánimo mismo es delicado,

y de movilidad extraordinaria.

Es una prueba cierta de lo dicho

parecerse en un todo los objetos

que el alma mira, a los que ven los ojos,

porque nacen del mismo mecanismo:

si enseñé que veía yo leones

con el auxilio de los simulacros

que llegando nos hieren en los ojos,

se infiere que igualmente el alma mueven

los demás simulacros de leones,

que ve tan bien como los mismos ojos.

No de otro modo el alma está despierta

cuando se extendió el sueño por los miembros

porque llegan al alma tan de veras

los simulacros que de día hieren,

que nos parece ver aquel desierto,

a quien la muerte y tierra ya dominan.

A esta ilusión Naturaleza obliga;

porque reposan todos los sentidos

en un profundo sueño, las verdades

no pueden oponer a los errores,

porque está adormecida la memoria,

y con el sueño lánguida no pugna;

que aquel que el alma cree ver con vida,

despojo es de la muerte y del olvido.

Por lo demás, no es una maravilla

el movimiento de los simulacros,

y agitación de brazos y de miembros

según las reglas, pues durante el sueño

deben tener lugar las apariencias;

como que si el primero se disipa

y viene a sucederlo otro distinto,

parece que es el mismo simulacro

que ha mudado de gesto en un instante.

Muchas cuestiones hay sobre este asunto,

y muchas dudas que poner en claro,

si deseamos profundizar las cosas.

La primera cuestión que se propone

es por qué el alma en el instante tiene

las ideas del objeto que le gusta:

¿miran la voluntad los simulacros?

¿Viene la imagen luego que queremos?

Si mar, si tierra, si, por fin, el cielo,

los congresos, la pompa, los banquetes,

si los combates, si otro objeto agrada,

¿no crea y guarda la Naturaleza

las efigies de todo a cualquier seña,

mientras que en la región y sitio mismo

profundamente están las almas de otros

de ideas muy distintas ocupadas?

¿Qué diré cuando vemos en el sueño

ir bailando a compás los simulacros,

cuando mueven sus miembros delicados,

y cuando tienden sus flexibles brazos

alternativamente con destreza,

y vuelven a hacer con pie ligero?

¿Estudiaron acaso reglas y arte

para poder de noche divertirse?

Tengo yo por más cierto y verdadero

que percibimos estos movimientos

en un instante solo, como cuando

se da una sola voz, y sin embargo,

pasan muchos instantes, que distingue

la razón solamente: ésta es la causa

de presentarse muchos simulacros

en cualquier tiempo, y en cualquiera parte:

¡tanta es su muchedumbre y ligereza!

Y siendo tan delgado su tejido,

no puede el alma verlos claramente

sin recogerse dentro de sí misma:

si ella no se dispone a recibirlos

con grande aplicación, todos perecen,

y lo logra por medio de esperanza

de ver aquello que realmente mira.

¿No adviertes tú también cómo los ojos

no pueden distinguir aquel objeto

poco sensible, porque se tendieron

sin recogerse y prepararse mucho?

Aun los cuerpos expuestos a la vista

son para el alma, si ella no se aplica,

como si a cien mil leguas estuvieran:

¿a qué viene admirarse de que el alma

deje escapar los simulacros todos

menos los que la tienen ocupada?

Tal vez abulta el alma simulacros

y nos lleva al error y nos engaña:

también transforma el sexo de la imagen

y en vez de una mujer, sólo tocamos

un hombre transmutado en un instante,

y otro cualquier objeto que su pos viene,

de semblante y edad muy diferentes:

esto proviene del olvido y sueño.

Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas, Libro IV (s. I a. C.). [Traducción de José Marchena Ruiz de Cueto (1768 1821), llamado «El Abate Marchena»; lleva la fecha de 1791]