Cuando el fuego exterior se retira por la noche, el fuego interior se encuentra separado de él; entonces, si sale de los ojos, cae sobre un elemento distinto, se modifica y extingue, toda vez que deja de tener una naturaleza común con el aire que lo rodea, que ya no tiene fuego. Cesa de ver, y lleva al sueño. Esos aparatos protectores de la visión dispuestos por los dioses, los párpados, cuando se cierran frenan la fuerza del fuego interior. Éste, a su vez, calma y apacigua los movimientos internos. Y, así que se han apaciguado, sobreviene el sueño; y, si el reposo es completo, un sueño casi sin ensueños se abate sobre nosotros. Por el contrario, cuando subsisten en nosotros movimientos más notables, según su naturaleza, y según el lugar en que se hallen, resultan de ellos visiones de diversa naturaleza, más o menos intensas, semejantes a objetos interiores o exteriores, y de las que conservamos algún recuerdo al despertar.
Platón, Timeo, XLV.