El sueño de Mardoqueo

El año segundo del reinado del gran Artajerjes, el primero de Nisán, tuvo un sueño Mardoqueo, hijo de Jair, hijo de Semeí, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, judío que moraba en la ciudad de Susa, varón ilustre que servía en la corte del rey. Era de los cautivos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevado en cautiverio de Jerusalén con Jeconías, rey de Judá. He aquí su sueño: Soñó que oía voces y tumultos, truenos, terremotos y gran alboroto en la tierra, cuando dos grandes dragones, prestos a acometerse uno al otro, dieron fuertes rugidos, y a su voz se prepararon para la guerra todas las naciones de la tierra, a fin de combatir contra la nación de los justos. Fue aquel día, día de tinieblas, oscuridad, tribulación y angustia, de oprobio y turbación grande sobre la tierra. Toda la nación justa se turbó ante el temor de sus males y se disponía a perecer, pero clamaron a Dios; y a su clamor una fuentecilla se hizo río caudaloso de muchas aguas, y apareció una lumbrerita que se hizo sol, y fueron ensalzados los humildes y devoraron a los gloriosos. Mardoqueo, luego de haber visto lo que Dios se proponía ejecutar, se levantó y lo guardó en su corazón.

Ester, 11, 1-11.

Después pudo saber Mardoqueo por los hechos que verdaderamente el sueño le había venido del Señor: el río era Ester, los dos dragones, Mardoqueo y Amán; las naciones, las que se juntaron para acabar con el nombre judío; los que clamaron a Dios y fueron salvos, el pueblo de Israel.

Ester, 10, 5-9.