Muchos de los sucesos relatados en este libro se produjeron realmente, y varios de los personajes son históricos. He sido fiel a estas personas y sucesos en la medida en que me lo ha permitido la escritura de la novela. No obstante, a menudo en la escritura de un libro de este tipo se alcanza el punto en que uno debe decidir si es novelista o historiador. La respuesta, y no sin cierto pesar, es que soy novelista.
Muchos lectores reconocerán la huida emprendida por Hayden del puerto de Tolón como un suceso real que tuvo por protagonista a la fragata Juno. He procurado describirlo con la mayor fidelidad posible, inventando únicamente el diálogo entre los personajes (aunque las palabras de los franceses fueron transcritas, y no las he alterado lo más mínimo). Esta huida, espléndido ejemplo de marinería y nervio, se presta perfectamente a la ficción y pude resolverla con la sola alteración del nombre de la nave, además de intercambiar a los oficiales auténticos por los ficticios. Rara vez coopera de este modo la historia.
No fue fácil encarar el relato de lo sucedido al cabo de dos semanas en la isla de Córcega. Los eventos principales descritos en el libro son ciertos: el transporte de las piezas de artillería a las colinas, la toma de la torre de punta Mortella y el reducto de la Convención; incluso la rivalidad entre los dos servicios, sobre todo las diferencias entre Dundas y Hood, es fiel a la realidad. El oficial responsable de llevar los cañones fue el capitán Cooke (también he encontrado su apellido escrito «Cook», y de hecho creo que su nombre de pila era George). Me disculpo ante sus descendientes por apropiarme de su papel y atribuírselo a Charles Hayden. Aunque Hood y Dundas no se aguantaban mutuamente, el mayor Kochler (cuyo nombre he encontrado a veces escrito como «Koehler») se mostró, hasta donde he podido averiguar, muy cordial con la Armada, con la que cooperó de buena gana, tanto como pudo hacerlo sir John Moore. Puesto que Hood y Dundas rara vez aparecen en la novela, necesitaba un oficial que personificase la animosidad que había entre ejército y Armada, razón por la cual lamentablemente le tocó pagar el pato a Kochler. Los marineros halaron de dos grupos de cañones hasta la cima, piezas pequeñas para empezar; después cayeron en la cuenta de que no servirían enfrentadas a piezas mayores. En un principio, describí ambas operaciones y luego comprendí que el texto pecaba de repetitivo, así que decidí cortar la parte en que arrastraron las piezas menores.
Para la descripción del proceso de llevar a la cima los cañones de dieciocho libras, así como la parte corsa de la obra, dependí mucho de los diarios de sir John Moore y de sir Gilbert Elliot. Lo que ninguno de estos maravillosos diarios describía adecuadamente era lo escarpado del terreno. Tuve la suerte de visitar el lugar en que tuvieron lugar estas acciones en la isla de Córcega, y puedo asegurar que transportar un simple escritorio por semejante terreno, colina arriba, sería más de lo que muchos de nosotros podríamos soportar. Imaginen quitarle las ruedas a una furgoneta norteamericana, y tirar de ella por una pendiente inclinada, cubierta de rocas del tamaño de coches; sólo así podrán hacerse una idea aproximada de lo que lograron esos marineros. Publicaré algunas fotografías de la zona en mi página web —sthomasrussell.com en Estados Unidos, y sean-thomasrussell.com en el Reino Unido—, para que cualquier persona interesada pueda verlo por sí misma. Hay que tener en cuenta que las colinas son mucho más pronunciadas de lo que se diría mirando las fotos.
He procurado trazar el personaje de Paoli, quien admito es uno de mis héroes, con la mayor honestidad posible. Fue una figura trágica que dedicó la vida a procurar la libertad para su pueblo, y que al final se vio empujado a emprender el exilio mientras su sueño se hacía trizas. Hay una hermosa estatua suya en una plaza de la vieja capital de Corte.
Es relativamente simple traducir a la ficción algunos personajes históricos, pero no puedo decir que sir John Moore sea uno de ellos. El problema radica en que parece casi perfecto. Era un hombre culto, dominaba con fluidez diversas lenguas, le sobraban agallas y era un excelente oficial, querido y respetado. Incluso se menciona su atractivo. En su diario anticipó muchos de los bretes en los que se metieron en Córcega los ingleses por culpa de su propia ceguera, y da la impresión de haber alcanzado una comprensión más profunda de la situación y las gentes que habitaron la isla de la que alcanzó en su vida sir Gilbert Elliot, a quien llegaría a enfrentarse con el tiempo. Describir en una novela a este santo guerrero es harto difícil, porque la verdad es que los héroes con defectos resultan mucho más interesantes. Me he esforzado en la medida de lo posible por dar un retrato humano de él.
El abordaje nocturno de la Fortunée y la Minerve no sucedieron históricamente, así que me disculpo por haberme tomado semejante licencia. Ambas fragatas existieron y fondearon en la bahía Fornali, pero los franceses las hundieron para evitar que cayeran en manos enemigas, y tan sólo la Minerve fue reflotada por los ingleses. Preferí no adjuntar a Hayden a la compañía mandada por Moore durante la toma del reducto de la Convención, puesto que la riña fue breve y la ejecutó el ejército (hubo marineros presentes, pero en labores de apoyo: dudo mucho que tomasen parte en la lucha). No quise buscar cualquier excusa para involucrar a Hayden, por lo que decidí cambiar el detalle del hundimiento de la Minerve.
Córcega casi se convirtió en un personaje más del libro. Disfrutamos de nuestra estancia allí. La isla es hermosa y variopinta, y sus habitantes demostraron ser gente acogedora y amable, por no mencionar que la cocina es extraordinaria. Espero poder volver algún día.
Romeo Moat está basado en un actor real apellidado Coates, alguien tan poco considerado que no tuvo la cortesía de coincidir con las fechas del libro, así que tuve que reinventarlo, aunque no fue grande la licencia que me tomé: si bien se conservan las descripciones de las funciones de Coates, que yo sepa no ha sobrevivido ninguna de las reescrituras de las obras de Shakespeare, tarea que en parte me vi obligado a asumir.
Otro capítulo, cuya intención es puramente cómica, es el del encuentro de golf. En él me tomé alguna que otra licencia en aras del humor, y espero que los historiadores de este deporte no me envíen demasiadas cartas de protesta.
Tal como he señalado anteriormente, no soy historiador y, sin duda, habrá errores en este libro. He hecho lo posible por ser fiel a la época, sobre todo en lo relativo a las descripciones de la vida a bordo. De vez en cuando he alterado mínimamente acontecimientos y personajes para lograr, creo, una novela más redonda. Nunca debemos olvidar que a menudo los propios historiadores discrepan entre ellos. ¿Quién puede saber con certeza qué separa los hechos de la verdad?