Percival Archer era miembro del Consejo Legal de la Corona, hermano del teniente Archer, y había prestado asesoramiento legal a muchos oficiales de la Themis durante el consejo de guerra al que se los había sometido. Escuchó las últimas palabras del relato de Hayden con el desinterés de un juez que juzga a alguien por asesinato, y ni una vez durante la explicación del capitán su semblante inexpresivo acusó alteración alguna. Al concluir, Archer lo miró sumido en un silencio inquietante y cargado de reproche, que bastó para que Hayden se sintiera aún más estúpido.
Tras respirar hondo, se pronunció:
—El agente que gestiona el dinero de sus presas, el señor Reginald Harris, fue objeto de un engaño y faltó a sus principios, claramente expuestos en ocasiones anteriores, para adelantar fondos aún no recibidos del tribunal de presas. No creo que la justicia pueda hacerle a usted responsable de semejante estupidez. De inmediato, esta misma mañana a ser posible, debe usted notificar tanto a su agente como al tribunal de presas que este caballero ya no representa sus intereses y no tiene derecho alguno a recabar dinero en su nombre. Debe usted hacerlo por escrito. Esta medida se justifica por la insensatez de Harris al efectuar pagos a cuenta de usted, sin su permiso expreso, a perfectos desconocidos. En lo que respecta a las deudas de madame… ¿cuál era el apellido?
—Bourdage.
—En lo que respecta a las deudas contraídas por madame Bourdage y su hija… aún ignoramos el alcance de las mismas. Por lo visto son cuantiosas y numerosas, y podrían no conocerse hasta pasado un tiempo. Tiene usted que publicar una nota en el Times y en el Chronicle que advierta a comerciantes y tenderos que mademoiselle Bourdage no es su mujer, y que usted no responderá de ninguna deuda que ella o su madre puedan contraer en su nombre. Yo mismo lo ayudaré a redactarla. Me temo, no obstante, que se verá obligado a acudir a juicio para responder a las denuncias que interpongan los diversos comerciantes engañados por los encantos de estas mujeres, los cuales, según parece, son muy considerables.
—También a mí me engañaron.
—Por no mencionar que lograron confundir a un caballero intachable como sir Gilbert Elliot, si eso sirve para que se sienta menos dolido. —Con cara avinagrada, añadió—: Creo que ganará usted todos esos pleitos, pero me temo que los honorarios y costas alcanzarán un considerable monto si son varios los tenderos que se empeñan en litigar.
—Prefiero darle a usted mi dinero que pagar las deudas de esas mujeres, aunque está claro que me compadezco de sus víctimas, entre las cuales me cuento.
—Es evidente que lo han puesto a usted en una situación muy delicada, pero nos encargaremos de los acreedores a medida que vayan interponiendo sus demandas, y con el tiempo lograremos solventarlas todas, o al menos la mayoría. No voy a mentirle asegurándole que el proceso será sencillo y agradable, pero al final saldremos victoriosos. En ese aspecto debe estar tranquilo. —Intentó sonreír—. ¿Me permite que le formule una pregunta sobre una materia totalmente distinta? —Y alzando la mano, añadió—: Claro está, siempre y cuando podamos dar por concluido el asunto que lo ha traído aquí.
—Sí, por supuesto.
—¿Cómo procede la carrera de mi hermano menor? Se lo pregunto porque siento una honda preocupación por su bienestar y su futuro.
A Hayden le sorprendió un poco que su situación legal, que a él le parecía insostenible y compleja, hubiese sido despachada con tal celeridad. Las garantías del abogado, aun siendo bien recibidas, habían servido de poco para aliviar la consternación que sentía.
—Creo que la carrera del señor Archer progresa adecuadamente. He observado un renovado interés por parte de su hermano desde que el capitán Hart abandonó el mando del barco. Debo decirle que en estos últimos meses ha demostrado muy buena aptitudes. Pienso que con el tiempo se convertirá en un oficial ejemplar.
—Sospecho que antes no tuvo usted esa opinión…
—Las situaciones cambian, tanto como los hombres. Su progreso me complace mucho.
—Me alegra oírlo. Supone un gran alivio. Hace tiempo que me tiene preocupado. Quizá Ben le haya contado que soy su tutor legal… o al menos, que lo fui.
—No lo sabía.
—Sí, desde la muerte de su madre. Verá usted, Ben y yo somos hermanastros. Nuestro padre falleció hace unos años, y poco después murió su madre, cuando él era aún muy joven. Soy unos quince años mayor que él, así que me convertí en su tutor. No daba la impresión de que se convertiría en un hombre de provecho, a menos que la lectura de novelas de aventuras pueda considerarse una vocación, así que lo presioné para que tomara un camino más pragmático. Para mi sorpresa escogió enrolarse en la Armada. A mi modo de ver, fue una decisión equivocada, pues en aquel momento se me antojó que no podía haber nada más contrario a su naturaleza que someterse a semejante disciplina, pero él soñaba con la idea romántica de hacerse a la mar, así que al final di mi consentimiento. Siempre he creído que hay que permitir a los jóvenes que cometan sus propios errores —sentenció con una sonrisa fugaz—, y luego recurrir a un abogado para sacarlos del brete. Le busqué un puesto con el capitán Hart gracias a la mediación de unos amigos. Ahora comprendo que fue una grave equivocación. Mi hermano siempre se había mostrado introvertido, condición que no hizo más que agudizarse. Me pareció sumamente infeliz, y esperaba que abandonara en cualquier momento. Aún me tiene asombrado que no lo hiciera. Y ahora viene usted y dice que podría convertirse en un buen oficial. Me imaginaba que lo vería convertido en escritor de esas indecentes novelas de aventuras, en un holgazán bienintencionado. Al cabo de unos años de este oficio, llega uno a pensar que los seres humanos ya no guardan secretos para él, pero ya ve que acaba de sorprenderme mi propio hermano.
—No ha perdido su condición de lector, eso se lo confieso, claro que a bordo del barco no era el único. Nuestros guardiamarinas formaron un club de debates y leían toda suerte de libros y panfletos, para luego debatir sus méritos y deméritos. Su hermano se unió a este club movido por un gran entusiasmo. Yo no opino que la lectura resulte perjudicial, a menos que uno se crea cuanto figura en letra impresa.
Por un momento la máscara inexpresiva del abogado pareció a punto de ceder a una fugaz emoción.
—Bien, vamos a redactar adecuadamente la nota que publicará usted en la prensa, así como las cartas que debe remitir a su agente y al tribunal de presas —propuso al cabo, sacando del escritorio papel y pluma—. Repítame los nombres de esas dos mujeres.
Antes de que pudiera responder, a Hayden le gruñeron las tripas.
—Disculpe —se excusó.
—¿Bourdon? —preguntó Archer sin levantar la vista del papel.
—Bourdage.