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El sol caía a plomo desde el mediodía. Estiré las piernas y me masajeé la nuca.

—Tienes un bonito coche —dijo un hombre que fumaba un cigarrillo en la acera.

—Gracias.

El hombre dio una vuelta al vehículo, admirándolo. Pensé en Cokie y en cómo lloró cuando insistí en regalarle a Mariah.

—Debe de tirar como la seda. ¿Lo conduces mucho? —preguntó el hombre.

Sacudí la cabeza.

—Es de mi novio. Está todo el día con él.

Jesse salió de la oficina de correos, sonriendo.

—Déjame adivinar —dijo el hombre del cigarrillo a Jesse—. Tú eres el novio.

—Es un poco duro, pero alguien tenía que llevársela, ¿no? —Jesse me miró y sonrió.

—¿Vais muy lejos? —preguntó el hombre.

—Sí, señor. Me llevo a mi chica de viaje.

La esposa del hombre salió de la oficina de correos. Nos deseó un buen viaje.

—¿Y bien? —pregunté.

Jesse me envolvió entre sus brazos y me susurró al oído:

—Un reloj Lord Elgin va de camino hacia la señora Marion Hearne en Memphis. Con matasellos de Alabama.

—Gracias. —Lo abracé.

Dio una palmadita.

—Bueno, déjame el mapa de Cokie. Le prometí que seguiría la ruta de Mazorca por Georgia.

Jesse extendió el mapa sobre el capó del coche. Su coche. El coche que había construido con sus propias manos partiendo de nada más que un montón de chatarra para el desguace. No sé muy bien cómo, pero había conseguido juntar todas las piezas, sacarles brillo y convertirlas en algo hermoso, totalmente irreconocible de su anterior ser.

Miré la caja de cartón que llevábamos en el asiento trasero. Contenía la caja de San Valentín de Charlie con las bellotas gemelas, la página de su máquina de escribir, una postal de Cuba y tres fotos con marcos de plata: la de Willie de niña que encontré en Shady Grove, una de Jesse y su coche, y otra de Cokie y Sadie delante de su casa en Conti. La tristeza volvió a filtrarse por mi cuerpo. Nos montamos en el coche.

—¿Qué pasa? —preguntó Jesse.

Me encogí de hombros.

—Quería escapar desesperadamente de todo, pero en cierto modo me preocupa que se evapore todo, que pierda a Cokie, la librería, a ti.

—Es un comienzo, Jo. Un comienzo seguro.

Asentí, deseando aferrarme al plan.

—La parte más dura es salir. La señora Paulsen te consiguió una entrevista en Smith. Tienes un lugar seguro donde quedarte en Northampton, en casa de tu amiga. Un sitio donde jamás te encontrarán tu madre y Cincinnati. Cuando estés allí, sacarás algo rápido. Entrarás en Smith, estoy seguro. Nada va a cambiar en Nueva Orleans. Si alguna vez vuelves, encontrarás el mismo bullicio y las mismas broncas. Todo igual que como lo dejaste. Y a mí no vas a perderme.

Se arrimó a mí. Lo miré.

—Voy a terminar mis estudios y luego, ¿sabes qué? Volveré por ti, Josie Coquard. —Jesse sonrió—. Josie Mae West de Motor City Moraine Coquard. Todavía me debes una ventana. Apúntaselo en la carta a tu amiguita.

Estaba escribiendo una postal para Charlotte desde Alabama. Ante la insistencia de Jesse, le había enviado una carta de doce folios a un solo espacio. Le solté toda mi historia, hasta el último detalle desagradable, incluyendo que era la tocaya de una madame y que la señora Paulsen había movido los hilos para conseguirme una entrevista en Smith. Me costó meter todos los folios en el sobre y tuve que cerrarlo con celo. El empleado de correos me dijo que hacían falta más sellos.

Y me puse a esperar, segura de que no recibir respuesta sería la respuesta. Pero entonces llegó una carta, un único folio de color rosa con una breve contestación:

«No hay belleza perfecta que no tenga alguna rareza en sus proporciones».

Sir Francis Bacon

¡Me muero de ganas de verte!

Tu amiga fiel, Charlotte

La decisión estaba tomada.

Josie se va a Northampton, así que no te burles de mí.

Di un trago del termo de Cokie, y salimos a la carretera.