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No tenemos elección. El abogado de Willie nos ha citado. Tiene unas cuestiones que tratar con nosotros —dije.

—Bueno, me pone nervioso —dijo Cokie—. No me apetece quedar con ningún abogado para cotorrear sobre Willie. A ella no le hacía gracia que nadie hablara de sus negocios, y no pienso empezar a hacerlo ahora, aunque ella ya no esté. Así que no pienso decir nada. Dejaremos que Sadie se encargue de hablar.

Sadie estiró la mano desde el asiento trasero del taxi y soltó un coscorrón a Cokie. Sadie también estaba nerviosa. Cokie y ella se habían puesto su ropa de misa y llevaban discutiendo desde que nos montamos en el taxi. Yo estaba más que nerviosa, pero no por lo del abogado. El despacho legal estaba en el edificio del Banco Hibernia, justo debajo de las oficinas de John Lockwell. Solo de pensar en él la bilis me subía hasta la garganta. Llevaba dos semanas posponiendo la reunión con el abogado, pero ya no podía retrasarla más.

Entramos en la recepción y rebusqué la carta en mi bolso. Cokie la leyó por encima de mi hombro.

—Lic. Edward Rosenblatt. Suena a tipo con pasta. Willie no haría tratos con un abogado lujoso.

Le chisté y nos montamos todos en el ascensor.

Una vez dentro, sentí lo mismo que Cokie. Willie no hacía tratos con bancos, así que seguramente no haría negocios con un abogado rico. Había hecho una promesa. No iba a revelar nada sobre Willie. Ya podían torturarme o amenazarme, que no lo haría. No te preocupes, Willie, no dejaré entrar a los buitres.

Llegamos a la séptima planta. Cokie se quitó la gorra y empezó a sobarla con las manos. Sadie y él permanecieron detrás, cerca del ascensor. Yo me acerqué al mostrador y le dije a la recepcionista que teníamos una cita. Al cabo de unos minutos, se presentó una mujer.

—El señor Rosenblatt los recibirá dentro de poco.

Hice un gesto a Cokie y Sadie para que se acercaran. Recorrimos un laberinto de mecanógrafos. Los ojos de Sadie estaban abiertos como platos, asimilando el ambiente de trabajo de la clase alta. La mujer nos condujo a un despacho. Había tres sillas dispuestas frente a una gran mesa de escritorio.

—El señor Rosenblatt estará con ustedes ahora mismo. Por favor, pónganse cómodos.

Cokie no quiso sentarse. Lo fulminé con la mirada, indicándole la silla con un gesto. La oficina era encantadora, revestida de paneles de roble y con una pared repleta de estanterías con colecciones impresionantes de tomos de leyes. Sadie me dio un codazo y señaló dos fotos en marcos de plata, una de una mujer mayor, la otra de una gran familia.

—Siento haberles hecho esperar.

Un elegante caballero de pelo canoso entró en la sala y cerró la puerta tras él. Llevaba unas lentes redondeadas y parecía del tipo que fumaba en pipa mientras veía partidos de polo. Me pareció reconocerlo del funeral.

—Soy Ed Rosenblatt. Usted debe de ser el señor Coquard. —Ofreció la mano a Cokie para que se la estrechara—. Y ustedes deben de ser la señorita Moraine y la señorita Vibert. Es un placer conocerlas. —Se situó tras su mesa y se sentó en la silla de cuero con copete. Colocó una carpeta delante de él—. Empecemos entonces, ¿les parece?

Alzó la vista para mirarnos y sonrió. Parecía sincero, cercano.

—En primer lugar, señorita Vibert, soy consciente de su incapacidad verbal, por lo que intentaré que nuestros diálogos sean lo más directos posible. Me gustaría expresar mis condolencias a todos ustedes. Estoy seguro de que se encontrarán muy afligidos por la pérdida de Willie.

—Sí, señor, lo estoy —dijo Cokie—. Por eso, no quiero faltarle al respeto, pero no me apetece que me hagan preguntas sobre la vida privada de Willie. A ella no le haría gracia. —Sadie movió la cabeza con énfasis.

El señor Rosenblatt miró a Cokie y a Sadie, y finalmente, a mí.

—Willie era una persona muy reservada, y nos gustaría respetar eso —expliqué.

—Creo que su lealtad es exactamente el motivo por el cual están ustedes aquí hoy. Dejen que les cuente algo. Conozco a Willie desde que tenía cuatro años. Crecimos juntos en el Barrio Francés, junto al doctor Sully y otros cuantos. De hecho, con solo cinco años, decidí que quería casarme con Willie, pero ella no estaba por la labor. Me llamaba Rosie y decía que yo era un fanfarrón. Me dijo que en vez de casarse, prefería hacer negocios conmigo porque le parecía que yo era listo. Pueden imaginársela a los cinco años, con una mano en la cadera y apuntándome con el dedo mientras hacía este trato comercial, ¿se lo imaginan?

Sonreí. Claro que podía imaginármelo, la niñita pícara que vi en la foto escondida en Shady Grove.

—Así éramos. Willie, Sully y Rosie, una versión de los tres mosqueteros en el Barrio Francés. —El abogado posó las manos sobre su mesa—. Pero algo sucedió cuando teníamos alrededor de doce años. Willie cambió. Procuraba por todos los medios no tener que volver a casa. Sully y yo sospechábamos de su padre.

Recordé a Willie diciéndome que los padres estaban sobrevalorados, que el mío probablemente sería algún lameculos cualquiera.

El señor Rosenblatt continuó:

—Empezó a salir con malas compañías. Nos fuimos alejando a medida que nos hacíamos mayores. Sully se fue a estudiar Medicina, yo a estudiar Derecho, y Willie se lanzó a hacer negocios. Perdimos el contacto durante una temporada, principalmente porque a Sully y a mí nos asustaba el camino que estaba tomando Willie. Luego, hace veinticinco años, una Nochevieja, Sully y yo estábamos cenando con nuestras esposas. Willie se presentó a la mesa y preguntó a Sully si todavía conservaba su tirachinas. Dijo que lo necesitaba para disparar a un idiota en el restaurante. Fue como si todos volviéramos a tener diez años. —El señor Rosenblatt sonrió, pensativo—. Hay algo en los vínculos de la niñez, supongo. Desde entonces, he trabajado para Willie.

Todos lo miramos sorprendidos.

—Soy el administrador de sus bienes —añadió a modo de explicación—. Comprendo que esto es mucha información para asimilar.

—Supongo… que no me puedo imaginar a Willie de niña —dijo Cokie.

El señor Rosenblatt sacó un archivador del cajón inferior de su escritorio. Nos entregó una foto descolorida de tres niños posando en Jackson Square. Willie estaba en el medio, sacando músculo con su brazo derecho.

Cokie soltó un silbido entre sus dientes.

—¡Vaya, mira esto! Parece que pudiera meteros una buena somanta de palos a los dos.

—Lo hacía —dijo el abogado—. Conservo cicatrices que lo demuestran. —Guardó la foto—. Como bien sabrán, Willie era una mujer inteligente y organizada. Disfrutó de su dinero en vida y gastó gran parte de lo que ganó. No era ahorradora y no confiaba en los bancos, así que su herencia no es muy grande. No voy a hacerles perder el tiempo leyendo páginas de jerga legal. Es bastante sencillo. Willie designó a la señorita Moraine su albacea, y los bienes se repartirán del siguiente modo: la casa de Conti Street se convertirá en propiedad conjunta del señor Coquard y la señorita Vibert…

Sadie soltó un gemido y agarró el brazo de Cokie.

—¿Disculpe? —dijo Cokie.

El señor Rosenblatt asintió con la cabeza y añadió:

—Primero leeré la lista y luego contestaré a las preguntas que tengan. Como les he dicho, la casa de Conti Street y el mobiliario que contiene serán propiedad conjunta del señor Coquard y la señorita Vibert. La hipoteca ya está pagada. La vivienda y los terrenos conocidos como Shady Grove se convertirán en propiedad exclusiva de la señorita Moraine. Esta propiedad también está libre de toda deuda. El vehículo, conocido familiarmente como Mariah, así como todas las armas de fuego, se convertirán en propiedad exclusiva de la señorita Moraine. Todas las joyas y efectos personales de Willie pasarán a ser propiedad compartida de las señoritas Moraine y Vibert. Todas las sobrinas y los informadores que trabajaban para Willie recibirán cien dólares por cada año de servicio. Una vez que se paguen todas las deudas pendientes, el dinero que quede se dividirá equitativamente en cinco partes, entre ustedes tres y los dos mosqueteros que quedamos con vida, el doctor Sully y yo.

Se hizo el silencio en el despacho. Sadie estaba sentada con la espalda muy recta y la boca abierta. Cokie se echó a llorar.

—Señor Coquard —comenzó a decir el abogado.

—Cokie —le corrigió.

—Cokie, usted trabajó para Willie durante más de veinte años. Ella valoraba mucho su amistad y su lealtad. Esto es lo que ella quería —explicó el señor Rosenblatt.

Cokie habló muy bajito entre lágrimas.

—Pero nada de esto sirve para nada. ¿No lo entiende? Nada va a compensar que Willie ya no esté.

Los ojos del señor Rosenblatt se inundaron de lágrimas.

—Tiene razón. Nada conseguirá devolvernos a Willie.

Nos explicó los siguientes pasos y el proceso a seguir. Nos recomendó presupuestos y servicios de administración de finanzas. Insistió en que no contáramos absolutamente a nadie lo de la herencia de Willie, pues a ella le preocupaba que nos convirtiéramos en el blanco de estafadores y gorrones.

—Pues mira, eso está bien dicho —dijo Cokie—. Esta Josie nuestra tiene el corazón como una alcachofa. Una hojita para todos. Así que no se lo cuentes a nadie, Jo. Además, tienes tus planes. —Cokie asintió con la cabeza y sonrió al abogado—. Josie va a ir a la universidad.

Todos se giraron para mirarme, esperando que les contara que me habían aceptado en Smith y que me largaba de Nueva Orleans. Pero no era así.

Willie. La universidad. Madre. Buitres. Un ruidoso ventilador zumbaba en lo alto de mi cabeza. En un momento dado, alcé la vista y me fijé en que todos se estaban levantando.

—¿Hay algo más que desee saber, señorita Moraine? —El abogado, Cokie y Sadie se quedaron mirándome.

—Sí —dije, todavía aturdida—. Willie quería que me cambiara el apellido.