Ya no me preguntaba por qué Ray y Frieda temían a la oscuridad. Ahora yo también le tenía miedo.
Todas las noches, al caer el sol, recorría el camino hasta su casa y me unía a ellos en el coche. Me tumbaba en el asiento trasero y dormía mientras ellos fingían conducir hasta Birmingham, Montgomery y algún sitio nuevo cada noche. Les preparaba un buen desayuno al amanecer y luego deshacía andando el kilómetro y pico de regreso a Shady Grove con la almohada debajo del brazo. Cada día, a la hora de comer, iba hasta la tienda para ver si tenía correo o algún mensaje.
Me encantaba Shady Grove y no echaba de menos Nueva Orleans lo más mínimo. Pero extrañaba a Patrick y le escribía todos los días para que me contara cómo estaba Charlie. Al cabo de una semana, no había recibido ni una sola carta de respuesta. Cuando llamé a Willie desde la tienda, me contó que Randolph se pasaba a diario para ver a Charlie, que estaba más tranquilo y que dormía un montón. No me contó demasiado sobre Madre, solo que había vuelto, que había pagado la fianza y que se estaba quedando en el motel Town and Country. Eso significaba que estaba con Cincinnati. Carlos Marcello era el propietario del Town and Country. Willie me dijo que había mandado a Cokie a Slidell para echar al correo una carta escrita a máquina dirigida a la señora Paulsen que le había dado Patrick.
Intenté llamar a Patrick desde la tienda, pero nadie contestó.
Acababa de terminar de lavarme el pelo cuando oí el ruido. Sonaba como el runrún de un motor, pero luego desapareció. Corrí a la cocina y agarré la escopeta. Me acerqué con sigilo a la parte delantera de la casa y me asomé por la ventana. Nada. Con cuidado, abrí la puerta con mi pie desnudo. Las bisagras protestaron, traicionando mi silencio. Salí lentamente al porche, apuntando al camino con el cañón del rifle. Algo crujió a un lado del porche. Me giré a mi izquierda con el dedo en el gatillo.
—¡Ostras! Tranquila, tía.
Jesse Thierry estaba junto a su moto a un lado del porche.
—Apagué el motor al acercarme y he hecho andando el final del camino porque no quería asustarte. Ya veo que no lo he conseguido —dijo.
Bajé el rifle y respiré aliviada.
—Mírate, lista para liarte a tiros, como la Mae West de Motor City.
Costaba enfadarse cuando Jesse se ponía gracioso.
—Me sorprende verte por aquí, eso es todo —dije.
—Y, por casualidad, ¿es una sorpresa agradable?
—Pues claro. ¿Has venido en moto todo el camino?
Jesse se quitó la chaqueta de cuero y la colgó en el respaldo del asiento de su moto.
—Hace buen tiempo, así que ha estado bien. Me encontré con Willie ayer en el Barrio Francés y me dio la dirección. También dijo que a la vuelta tendría que pasarle un informe sobre cómo estabas. —Jesse sonrió—. Bueno, ¿me invitas a pasar a ese porche o todavía estás debatiéndote entre dispararme o no?
—No…, digo, sí. Pasa.
En cuanto las palabras salieron de mi boca, Jesse se aupó a mi lado de un salto.
—No sé cómo puedes moverte con esos vaqueros —le dije.
—¿Estos? No son ajustados, solo los he encogido para que me queden bien. Mira, cuando uno se compra unos vaqueros nuevos, nunca le quedan bien, así que hay que darse un baño de agua caliente con ellos puestos.
—¿Te metes en la bañera con ellos? —me reí.
—Pues sí. El agua caliente hace que se ajusten a tu cuerpo y así te quedan perfectos.
—Pero tienes que andar por ahí todo el día con unos vaqueros mojados.
—Solo es un día. —Jesse señaló mi pelo—. Parece que tú también acabas de darte un baño. —Se sentó en una silla en el porche.
—Estaba lavándome el pelo, pero he tenido que salir a pegar un tiro a alguien. ¿Quieres tomar un refresco?
Cuando volví, Jesse estaba leyendo mi libro de Keats. Nos sentamos en el porche a jugar a las cartas y beber té helado. Me contó que había visto a Madre en Bourbon Street y que parecía más delgada y cansada.
—Ese tipo con el que está tu madre parece un bruto, Jo.
—¿Cincinnati? Es peor que bruto. Debería estar en la cárcel. Hace trabajitos para la banda de Marcello. Y esa ramera estúpida que tengo por madre lo adora.
Jesse robó otra carta.
—Veo a la ramera estúpida de tu madre y subo la apuesta con un padre alcohólico y temerario. Tan temerario que estampó su coche contra un árbol, matando a mi madre, rompiéndome el pie y dejándome una cicatriz en la cara. —Jesse enseñó sus cartas—. Gin.
—Vaya, Jesse, lo siento. No lo sabía.
—No es culpa tuya. No es culpa mía. Así son las cosas. Ahora mi pie está bien. No me he quedado como Tyfee Tresdedos ni nada de eso. Pero ya no podré entrar en el ejército. ¿Y si echamos una partida de póquer?
—Pues claro.
Observé a Jesse barajando las cartas mientras me sonreía. Había dicho que no era culpa suya. Ojalá pudiera sentir lo mismo con Madre. Sabía que yo no había hecho nada malo, pero por algún motivo, siempre me sentía culpable. Jesse repartió las cartas, e intenté recordar todas las jugadas del póquer.
—Vamos a ver —dije—, si junto a mi madre con tu padre, eso es un full.
Jesse dio un trago a su vaso, sin apartar los ojos de mí.
—Yo más bien diría un ful de Estambul. —Seguía mirándome fijamente—. Si la pasma consigue cargar a tu mami con el muerto, la acusarán de asesinato, Jo.
—Lo sé. A Willie le asusta que quieran que yo declare a su favor. Por eso me está escondiendo aquí.
—¿Te sientes segura?
—Estoy bien. —Algo en mi interior quería admitir ante Jesse que me pasaba las noches en el asiento trasero de un Buick herrumbroso en un recorrido imaginario a ninguna parte.
Jesse se recostó en la silla y contempló el paisaje.
—Hay que reconocer que es un sitio bonito para esconderse. No me importaría nada perderme por aquí. ¿Qué hay carretera abajo?
—¿Quieres que te lo enseñe?