Me encantaba el taxi de Cokie.
Pero no estábamos en el taxi de Cokie. Íbamos en Mariah, y Cokie sonreía de oreja a oreja.
—Ponme otro cafecito de ese termo, Josie bonita. ¿Ves? Así da gusto conducir. Un día me compraré un Cadillac grande y negro como este, con ruedas de banda blanca y todo. ¡Sí señor!
—Este coche llama mucho la atención. Tendríamos que haber usado tu taxi. Me encanta tu taxi. Es tan cómodo.
—Mi taxi es una buena chica. Si pudiera hablar… ¡Madre! Las cosas que ha visto. Pero bueno, esta no es la ruta hasta Northampton. Eso será rumbo al norte cruzando Misisipi y luego por Alabama. Mazorca dice que es mejor conducir en cuanto sale el sol, y parar antes de que se ponga. Yo pienso lo mismo. Te quedarás con el primo de Mazorca en Georgia, y también tiene una tía en Virginia si necesitáis parar allí.
—Es muy amable por tu parte tenerlo todo planeado, Cokie, pero todavía no me han aceptado.
—Te aceptarán. Lo sé. —Cokie asintió repetidamente—. Tienen que aceptarte.
Se volvió hacia mí desde el volante.
—Tienes que salir de aquí, Josie. Nueva Orleans está bien para algunos, muy bien para unos pocos. Pero no para ti. Llevas demasiado equipaje, y te impedirá volar. Tú tienes sueños y el potencial para hacerlos realidad. Apuesto a que ese ricachón de Memphis te atraía porque encajaba en la idea que tienes de cómo sería tu papi. Y estoy contigo, es imposible que hayas salido tan buena a menos que la otra mitad fuera cosa fina. Así que te aceptarán, y conseguirás que todos nos sintamos orgullosos de ti. Seguro que me harás sentir orgulloso.
Nos pasamos las tres horas charlando. Cokie me contó historias de su familia. Su padre era un blanco de Canadá que se instaló en Nueva Orleans. Tenía mujer e hijos, y aparte se lo montaba con la madre de Cokie. Murió antes de que él cumpliera los tres años. Al contrario que yo, Cokie había estado muy unido a su madre y se le saltaban las lágrimas con solo mencionarla. La amaba profundamente y decía que siempre se portó bien con él. Falleció cuando él tenía dieciséis. Me contó que por eso le resultaba imposible encontrar una esposa, porque quería una mujer con las mismas cualidades que tuvo su madre. Fue rechazando a cualquier mujer que yo le sugería como posible pareja, entre burlas y comentarios que me hacían reír tanto que casi me hice pis encima.
—Está bien, y Bertha, ¿por qué no? —le pregunté.
—Bueno, Bertha es maja, pero está muy mayor. Me gustan las chicas a las que no les queda grande la talla de piel.
—¿Y Tyfee? —seguí.
—¿Tyfee? ¡Lo dirás en broma! Solo tiene tres dedos en el pie, y suda como un chucho cagando pepitas de melocotón. Además siempre está tiñéndose ese pelo gris que tiene con posos de café. Parece que se echa barro encima. No, gracias.
Tyfee solo tenía tres dedos en los pies. ¿Qué le habría pasado?
Cokie era exigente a la hora de elegir compañera, pero parecía saber exactamente lo que quería en una mujer. Me hizo pensar en Patrick y en nuestra incómoda despedida. Me había abrazado fuerte durante un buen rato, como si no fuera a volver a verme más. Pero no me había besado. Solo se quedó mirándome, con los ojos llenos de silencio. No sabría decir si estaba molesto porque me marchaba o molesto por lo de Charlie.
Llegamos justo antes de la hora de comer. Cokie se detuvo ante la casa de Ray y Frieda Kole. Posó la mano sobre el capó del coche del matrimonio.
—Está frío. Llevarán un buen rato dormidos —dijo Cokie.
Pobres Ray y Frieda. Me pregunté por qué le tendrían tanto miedo a la oscuridad.
Cokie dejó en su porche una caja de parte de Willie. Contenía una cazuela del gumbo de Sadie, un cartón de cigarrillos, una botella de moscatel y una carta de Willie ordenándoles que me tuvieran vigilada.
Tomamos el largo camino flanqueado de árboles que conducía a Shady Grove.
—Mira, Jo, asegúrate de tener los oídos bien abiertos. Este sitio es bonito y apartado, pero eso también puede convertirse en un problema. Por mucho que grites, nadie te oirá. Ni siquiera Ray y Frieda. Están a más de un kilómetro.
—Lo dices como si hubiera osos por aquí o algo así.
—No estoy hablando de animales, estoy hablando de criminales.
Me reí.
—Nadie quiere robar en Shady Grove. Aquí no hay nada más que muebles y platos viejos.
Shady Grove era la viva imagen de la paz. Una pequeña cabaña criolla con un gran porche rodeada de robles cubiertos de musgo.
Cokie echó el freno de mano.
—Mira, Josie, no estoy de broma. Este asunto de tu mami es cosa seria. Hay mucha gente que no quiere verla de vuelta en Nueva Orleans. Willie ha sido lista alejándote del jaleo, pero incluso aquí, tienes que estar atenta. Algunos podrían ser tan estúpidos como para pensar que pueden llegar hasta tu madre a través de ti.
Me bajé del coche y saqué mi maletita y una caja llena de libros del asiento trasero. Cokie abrió el maletero. Estaba lleno de embalajes y cajones.
—Cokie, esto es la mitad de la despensa. Creía que me iba a quedar una semana como mucho.
—Sadie se ha pasado toda la noche cocinando para ti. Tendrás suficientes víveres. —Sacó la bolsa de golf de Willie del maletero—. Toma esto. Sabes que no soporto las armas.
Miré dentro de la bolsa.
—¿Las ha metido todas?
—Con cargadores de repuesto en el bolsillo delantero. Me dijo que te había pedido que trajeras tu pistola.
—¿No es un poco exagerado?
—Bueno, nunca te has quedado aquí sola. ¿Y si viniera alguien?
—¿Como quién? ¿Frieda Kole?
—Como Cincinnati.
Ya lo había soltado y no podía echarse atrás. Un escalofrío me recorrió el cuello. Oí su voz: «Ya te pillaré, Josie Moraine». Saqué una de las escopetas para examinar lo que había enviado Willie.
Cokie se rascó la frente.
—No debería haber dicho eso. Mira, Josie, no estoy diciendo que Cincinnati vaya a presentarse aquí. A Willie le preocupa que tu madre y él te quieran usar para testificar a favor de tu madre, y bueno, Cincinnati se relaciona con gente bastante mala.
—¿Como Carlos Marcello?
Cokie parecía a punto de echarse a llorar. Entonces me acordé de Patrick abrazándome tan fuerte que casi me hacía daño, como si estuviera despidiéndose para siempre. Cokie se sorbió la nariz y empezó a dejar cajas en el porche. Lo agarré del brazo.
—¿Qué está pasando aquí, Cokie?
—Tu mami se ha metido en un lío gordo, Jo. Un ricachón ha muerto por un Mickey, y alguien dijo que ella estaba con él.
—¿Quién se chivó a la Policía?
—No lo sé. Si pasa algo gordo, saldrá en los periódicos. Cuando vayas a la tienda, puedes comprártelos. Pero asegúrate de llevar la pistola encima y cierra bien la casa. Y cuidado cuando vuelvas. Deja algunas señales para saber si ha entrado alguien mientras estabas fuera.
Abrí los postigos de las ventanas y recogí las cortinas. Cokie dejó los víveres en la cocina.
—Mira, no te comas el coco. Willie solo está tomando precauciones. Pásalo bien por aquí. Aprovecha para descansar y leerte todos tus libros. En un periquete volveré a recogerte.
Mariah se marchó por el camino, levantando polvo a su paso. Me quedé en el porche contemplando el horizonte, aferrando el rifle de Willie.