32

Llegaba tarde. Dormir dos horas era peor que no dormir. Me sentía mareada, y la presión en mis ojos de tanta lágrima se había convertido en dolor de cabeza. Estuve llorando por Charlie y porque mi negligencia casi lo mata. Estuve llorando por haber fallado a Patrick. Estuve llorando por haber mentido a Willie, por haber manipulado al señor Lockwell, por no haber sido sincera con Charlotte. Estuve llorando por la muerte del señor Hearne y por el patético hecho de que me aferraba al reloj de un muerto solo porque una persona respetable había pensado que yo era alguien decente y no una inútil. Estuve llorando por mentir. Si arrojase al Misisipi todas las mentiras que había contado, el nivel del río subiría tanto que inundaría la ciudad. Estuve llorando por haberme olvidado de darle las gracias a Jesse por las flores y estuve llorando aún con más fuerza porque él pensaba que me gustaba. ¿Me gustaba? A veces, parecía como si yo intentara con todas mis fuerzas no sentirme atraída por él. Todo era peor que malo.

El Mardi Gras estaba cerca. La casa de Willie sí que iba a ser un desastre de los gordos. Solo de pensar en que tenía que barrer y limpiar el pecado hacía que la cabeza me reventara de dolor. Entré en la casa y lo olí al instante. Bourbon. A alguien se le había caído por el suelo. No una copa, sino la botella entera. Eso me llevaría media hora. Había algo más. Vino. Deseé que no fuera tinto. Eso costaría tres cuartos de hora, quizá más. No estaba segura. Ya no podía estar segura de nada, solo de que Nueva Orleans era una amiga infiel y que quería abandonarla.

Sadie me agarró del brazo, tirando de mí y apretándome contra su cuerpo enjuto en cuanto puse un pie en la cocina. Sollozaba, soltando gruñidos en mi hombro. Entonces, comenzó a desabrocharme la blusa.

—Sadie, para. ¿Qué haces? —La aparté, con fuerza.

Me miró, con las cejas alzadas de la confusión y el rostro abotargado de llorar. Se dirigió al fregadero y sacó mi camisa de la noche anterior.

Me había olvidado la ropa ensangrentada en el coche de Cokie. Él se la había dejado a Sadie. La pobre mujer seguramente habría pensado que estaba muerta.

—Ay, Sadie, no. Estoy bien, de verdad. —Me abrí el cuello de la blusa y levanté los brazos, enseñándole ambos costados—. No estoy herida.

Sadie se derrumbó en una silla y besó la cruz que llevaba colgada del cuello.

Me senté en la mesa e intenté calmarla. Estaba sumida en un remanso tan profundo de oración que ni siquiera respondió. Entonces fue cuando me fijé en el titular del periódico que había sobre la mesa.

LA MUERTE DEL TURISTA DE MEMPHIS

FUE UN ASESINATO

Agarré el periódico.

Agentes del estado de Tennessee han declarado que fueron unas gotas de somnífero administradas en el local Sans Souci de Bourbon Street lo que mató al turista de Memphis, la exestrella de fútbol, Forrest Hearne. El inspector Martin Langley, de la comisaría de Jefferson, declaró al Times Picayune de Nueva Orleans que una autopsia en Memphis había confirmado la causa de la muerte. Hearne, un querido y exitoso vecino de Memphis, falleció en el Sans Souci en las primeras horas de la madrugada del día de Año Nuevo. En un principio se atribuyó la muerte a un ataque al corazón, pero la esposa de la víctima sospechó al comprobar que a su esposo le faltaban varios efectos personales, entre los que se contaba dinero y un reloj muy valioso. Un forense de Memphis realizó un nuevo análisis al cadáver en Tennessee y sus resultados fueron confirmados más adelante por un farmacéutico del estado de Luisiana. Ambas pruebas revelaron muestras inconfundibles de hidrato de cloral. Esta droga, a menudo conocida como «Mickey Finn», es insípida, incolora e inodora, y letal en grandes dosis. El jefe de la investigación de Memphis criticó amargamente a la ciudad de Nueva Orleans por la falta de diligencia mostrada por las autoridades locales al declarar la causa de la muerte en una primera instancia. El Memphis Press-Scimitar informó también de que la administración de gotas de somníferos a turistas que demuestran opulencia es una práctica muy extendida en el Barrio Francés, donde se encuentra el club Sans Souci. Todas las pruebas del caso serán reenviadas al departamento de Policía de la ciudad de Nueva Orleans.

Forrest Hearne no murió de un ataque al corazón. Le habían echado un Mickey Finn en la bebida.

Llamé a la puerta de Willie, deseando que estuviera en el baño o demasiado cansada para hablar.

—Pasa.

Willie parecía tan agotada como yo. Sostenía un cuaderno de papel cebolla en equilibrio sobre las rodillas. Siempre anotaba las ganancias de la noche en papel cebolla. Se podía quemar, tragar o tirar por el retrete si se presentaba la Policía.

—Dios, necesito ese café. Me siento como una mierda pinchada en un palo.

Su voz sonaba como si se hubiera tragado un puñado de clavos oxidados.

—Willie, lo siento. Esta mañana he llegado tarde. Todavía no he hecho los cuartos de arriba. Ahora mismo voy.

Dejé la bandeja en la cama.

—Siéntate, Jo.

Coloqué la silla del escritorio de Willie mirando hacia la cama y me senté.

—Cokie me contó lo que pasó anoche. Estaba muy orgulloso de ti, dijo que te comportaste como una campeona, que fuiste muy valiente. Randolph me contó lo mismo, dijo que aquello prácticamente parecía un matadero, que Patrick se quedó como un pasmarote, pero que tú tomaste el control de la situación. Vi la marca del tortazo que le soltaste a Randolph. —Willie se rio.

—Estaba borracho. Dijo que necesitaba una bofetada para espabilarse. Y el pobre Charlie estaba ahí tirado, cubierto de sangre. Estaba tan asustada, Willie.

—Normal. ¡Demonios! Yo también lo estaría. Cokie me ha contado que piensas que ha sido culpa tuya. Eso es lo más estúpido que he oído en mi vida. Es evidente que Charlie está más zumbado de lo que suponíamos. He llegado a un acuerdo con Randolph. Se pasará a ver a Charlie cada dos días a cambio de una línea de crédito con Dora.

—Gracias, Willie.

—Eso sí, Randolph no puede recetar medicamentos, él también tiene sus problemas. Todavía tendré que conseguirlos de Sully. Pero al menos Randolph podrá seguirlo e informarnos de lo que necesita.

—Los vecinos probablemente sospechen algo —dije.

—Diles que Charlie está en Slidell visitando a un amigo. No quiero que acabe en el manicomio con todos esos tarados —dijo Willie—. Charlie es un hombre digno. Siempre me ayudó cuando lo necesité. Randolph dice que se le pasarán los arrebatos y se tranquilizará.

—¿Quieres decir que se le pasarán los ataques?

Willie dio otro sorbo a su café.

—Cokie también me contó que arreglaste el coche de Lockwell.

—No fui yo. Lo hizo Jesse Thierry.

Willie asintió con la cabeza.

—Bueno, seguro que hiciste quedar a Jesse como un héroe. Pero supongo que por eso lo hiciste. Os han visto juntos por la ciudad. Ese chico te gusta.

Lo expresó como si fuera un hecho, exactamente lo mismo que hizo Jesse. Aquello me molestaba. ¿Y quién le habría contado que me había visto con Jesse? Tenía que ser Frankie.

—Jesse es un amigo, Willie, nada más que eso. Solo sabe hablar de coches y circuitos de carreras.

—Ah, es verdad, que tú vas camino de convertirte en una Rockefeller. Lo había olvidado.

—No he querido decir eso.

—Bueno, no te preocupes. Hay un montón de chicas guapas que estarán felices de quedarse con el plato que tú desprecias. ¡Demonios! A las mujeres de la zona alta se les cae la baba con él como si fuera sexo en estado puro. Jesse es un buen chico, aunque para ti sea un paleto.

Willie conseguía hacer que me avergonzara de mí misma sin siquiera proponérselo. Observé cómo abría el periódico. Echó un vistazo al titular, luego me miró a mí, y después otra vez al titular. Tosió y siguió leyendo.

—Vaya, así que alguien se pasó con el Mickey y se lo cargó, ¿eh?

Asentí.

Willie leyó en voz alta:

—«El Memphis Press-Scimitar informó también de que la administración de gotas de somníferos a turistas que demuestran opulencia es una práctica muy extendida en el Barrio Francés, donde se encuentra el club Sans Souci». Serán mierdosos. ¡Nos pintan a todos como ladrones! Lo siguiente será votarnos como la ciudad más peligrosa, y eso acabará arruinando el turismo.

Willie arrojó con rabia el periódico al suelo. Se levantó, prendió un cigarrillo y comenzó a pasearse de un lado para otro delante de la cama; su bata de seda negra se movía formando ondas alrededor de su cuerpo.

Me apuntó con su pitillo ardiente.

—Esto se va a poner feo, Jo. La gente pedirá que limpien el Barrio Francés. Ese tipo era canela fina. Todas las esposas de la zona alta leerán esto y pensarán en sus maridos. Los encerrarán en casa. La Policía aumentará la presión. Se echarán sobre la casa como perros encima de un hueso. El negocio lo sufrirá.

—¿Crees que encontrarán a la persona que lo hizo?

Willie no respondió. Seguía paseándose, aspirando nicotina. Se detuvo y se volvió hacia mí.

—No hables con nadie. Si alguien viene a hacerte preguntas, diles que no sabes nada. Acude directamente a mí.

—¿Quién iba a hacerme preguntas?

—La pasma, idiota.

Bajé la vista al suelo.

—¿Qué? ¿Ya lo han hecho?

Asentí con la cabeza y respondí:

—Como te dije, el señor Hearne estuvo en la tienda y compró dos libros el día que murió. La Policía quería saber qué había comprado y si parecía indispuesto. Les dije que se llevó obras de Keats y Dickens y que tenía buen aspecto.

—¿Qué más?

Willie dio una larga calada a su cigarrillo. Contemplé cómo se consumía el papel.

—Eso es todo.

—Bueno, es bastante. Podrían llamarte para testificar. —Se giró hacia mí—. ¿Patrick estaba allí? ¿Vio a Hearne?

—Sí.

—Entonces será Patrick quien suba al estrado. Tú, no.

—Willie, ¿de qué estás hablando?

—¡A callar! Sal de aquí y ponte a trabajar. Vas con retraso. Las citas empezarán a llamar a la puerta dentro de poco, en busca de su dosis antes del Mardi Gras. Y refréscate la cara con agua. La tienes hinchada de tanto lloriquear. Pareces Joe Louis en el duodécimo asalto.