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Después de ponerle una cinta de tinta nueva, la máquina de escribir de Charlie funcionaba como la seda. Charlie la miraba fijamente, sentado frente a mí en la mesa de la cocina, con su camiseta interior llena de manchas. Yo le hablaba como si entendiera todo lo que le decía. Mi mayor temor era que el viejo Charlie estuviera ahí metido, en alguna parte, intentando comunicarse, pero una desconexión sináptica hubiera provocado que su comportamiento se volviera errático. Todavía respondía a algunos estímulos. Si lo ponías delante de las escaleras, subía o bajaba. Pero luego costaba hacer que se detuviera. Había momentos en los que sus ojos brillaban con lucidez, o volvía la cabeza al escuchar una conversación. Pero estos fogonazos desaparecían tan rápido como venían.

—Este Lockwell es un auténtico personaje, Charlie. Se piensa que es la repera solo porque tiene dinero. Hasta tiene una foto enmarcada de sí mismo en su despacho. Si no fuera porque su familia tiene pedigrí, sería el típico timador del Barrio Francés. Ya conoces a ese tipo de gente.

Aporreé las teclas de la máquina de escribir.

—Bueno, esto es lo que tenemos. —Giré el carrete para sacar el papel—. ¿Estás preparado, Charlie?

Charlie contemplaba la máquina, en silencio.

A la atención del director del Comité de Admisiones:

Tengo el placer de escribir esta carta de recomendación para la señorita Josephine Moraine.

Lancé una mirada a Charlie.

—He puesto Josephine porque él me conoce por ese nombre. Es una larga historia. En la solicitud de verdad pondré Josie.

He tenido el privilegio de conocer a la señorita Moraine a través de mi sobrina, Charlotte Gates, que actualmente es una alumna destacada del Smith College. La señorita Moraine posee una afilada inteligencia, una fuerte fibra moral y una impresionante ética profesional. La mayoría de las chicas de su edad realizan actividades extraescolares que, en el fondo, no son más que parte de su vida social. La señorita Moraine, por el contrario, se ha dedicado a la búsqueda del conocimiento y la ilustración por medio de la literatura.

Charlie emitió un gorjeo. Miré su cara pero no logré descifrar si su expresión era de risa o de dolor.

—Ya lo sé, ya lo sé. La palabra «ilustración» queda un poco grandilocuente, pero estoy intentando hacer que Lockwell suene como un ser evolucionado.

Desde su temprana adolescencia, la señorita Moraine ha dedicado su tiempo y su talento a dirigir una de las librerías más reputadas del Barrio Francés de Nueva Orleans, propiedad del conocido autor Charles Marlowe.

Guiñé un ojo a Charlie.

En su empleo en la librería, la señorita Moraine ha desarrollado un sistema de catalogación e inventariado, ha colaborado en tareas de compras comerciales, adquisiciones de libros de viejo y anticuario, y restauración de ejemplares. Además de su cargo en la librería, tengo entendido que la señorita Moraine trabaja como asistenta personal de una familia del Barrio Francés.

La silla de Charlie crujió a modo de comentario.

—¿Qué? La casa de Willie es una especie de familia, ¿no? Espera, ya casi he terminado.

Teniendo en cuenta sus méritos académicos y profesionales, he ofrecido un puesto de trabajo a la señorita Moraine en mi empresa. Sin embargo, me ha comunicado que prefiere estudiar una carrera universitaria en una institución tan excelsa como el Smith College, de cuyo ambiente de integración y enseñanza podría beneficiarse. En conclusión, ruego al Comité de Admisiones que tenga en cuenta la solicitud de la señorita Josephine Moraine, pues creo que será un auténtico valor para su centro.

Reciba mis más sinceros respetos

John Lockwell

Presidente de The Lockwell Company, S. A.

Nueva Orleans, Luisiana

—No es perfecta, pero creo que está bastante bien. —Saqué el papel de la máquina de escribir, lo doblé y lo metí en el sobre que llevaba en mi bolso.

Charlie seguía mirando la máquina.

—Eh, ¿te apetece escribir algo? —Metí un folio en blanco en la máquina y la moví sobre la mesa hasta dejarla frente a Charlie. Su mirada iba de la máquina a mi rostro.

—Venga, Charlie, escribe algo. ¿Quieres que te ayude? —Me arrodillé a su lado y acerqué su mano a la máquina. Cuando la solté, tembló cerniéndose por un momento sobre el teclado, para terminar cayendo sobre su regazo.

—Casi. Vamos a intentarlo otra vez. —Alcé su mano de nuevo, pero esta vez se desplomó directamente sobre sus rodillas.

Llevé mi vaso a la cocina, y entonces fue cuando lo oí. Un golpe rápido e intenso sobre el teclado. Una letra, con convicción. Me giré y regresé corriendo a la habitación. Charlie estaba sentado, inmóvil, frente a la máquina de escribir. Miré por encima de su hombro.

A

—¡Sigue!

No se movió. Me planté delante de él para mirarlo a la cara. Había tristeza en su silencio.

—Vamos, Charlie Marlowe. Sé que estás ahí. Escribe otra letra.

Algo estaba provocando un cortocircuito, haciendo que las luces de su interior parpadearan como las bombillas en una tormenta. ¿Sería el medicamento? La medicina lo alelaba del todo y lo hacía entrar en un estado casi comatoso. Decidí retrasar un poco la toma de su medicación para ver si esas débiles luces brillaban con algo más de intensidad.

Permanecimos alrededor de una hora sentados a la mesa. Yo leía un libro. Charlie no hacía nada, pero me fijé en que se revolvía en la silla y miraba a su alrededor. Patrick se estaba retrasando. Había dicho que para esta hora ya estaría en casa. ¿Dónde se había metido? Cerré el libro de golpe.

—¿Sabes qué? Voy a cortarte el pelo.

Encontré unas tijeras en la cocina y cubrí los hombros de Charlie con una toalla grande. Levantó las manos y se la quitó.

—Vaya, así que ahora te mueves. No tendría que haber llevado la máquina de escribir a tu cuarto. Igual podía haberte sacado otra carta a ti también.

Volví a poner la toalla sobre sus hombros y me dirigí a la cocina para coger el peine de mi bolso.

—¿Sabes? —le pregunté en voz alta—. Tendría que haber hecho esto hace tiempo. Tú nunca te habrías dejado el pelo tan largo. —Llené un tazón con agua para mojar el peine y me serví otro té helado—. Y también me encantaría afeitarte esa barba blanca. Tú nunca llevabas barba.

Regresé al salón.

—Te sentirás como nuevo, ya lo…

Sangre. Por todas partes.

En la mesa. En el suelo. Por encima de Charlie.

Su cara estaba cubierta de sangre. Movió las tijeras de su cara a su antebrazo y empezó a abrirse un tajo.

Dejé caer el tazón de agua y corrí hasta él, cortándome los dedos mientras forcejeaba para quitarle las tijeras de las manos.

—¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Oh, no! —No podía parar de decir eso. Charlie reaccionó ante el miedo en mi voz y comenzó a revolverse en la silla. La sangre manaba a borbotones de un corte en su frente. Cogí la toalla y limpié la sangre para ver las heridas. La frente, la oreja, a un lado del cuello… Charlie seguía resistiéndose a mis esfuerzos con la toalla. Nos peleamos. En mi cabeza, sonó la voz de Willie: «No seas idiota y te dejes llevar por el pánico. Cálmate».

Respiré hondo y retrocedí un paso. Me puse a tararear una canción. Charlie dejó de revolverse. Seguí canturreando y volví a recoger la toalla del suelo. Me coloqué detrás de Charlie y lo abracé, tarareando en su oído mientras exploraba las heridas. Apliqué presión a su frente y su cuello mientras lo abrazaba. Si perdía más sangre, estaríamos metidos en un buen lío.

Oí una llave en la puerta.

Antes de que Patrick entrara en la sala, exclamé:

—Patrick, verás, parece peor de lo que es. Solo son un par de cortes.

Patrick gritó. Muy alto. Ese tipo de grito que brota de tu interior cuando ves a un ser querido envuelto en sangre. Perdió el color del rostro, que rápidamente fue reemplazado por una sombra que yo no reconocía.

—¡Silencio! —le ordené—. ¿Quieres que vengan los vecinos? Iba a cortarle el pelo, y cuando me alejé para traer un peine, agarró las tijeras.

—Hay… mucha sangre —dijo Patrick.

—Viene del corte en la cabeza. Estoy apretándoselo. ¿Tienes un botiquín?

Patrick meneó la cabeza.

—Dale a Charlie su medicamento.

Patrick se quedó paralizado, mirándome.

—¡Patrick! Escúchame. Dale el medicamento a Charlie.

—¿Más medicamento? —dijo Patrick.

—No se lo he dado todavía.

—¿Qué? ¿Cómo has podido olvidarte?

—No me he olvidado. Solo quería ver si se volvía más lúcido al no tomarlo.

—Oh, Jo, ¿cómo has podido ser tan idiota? —Patrick corrió a la cocina y regresó con la medicina de Charlie. Le temblaba la mano mientras le daba a su padre sus pastillas.

—Tiene que tomarse el medicamento, o se vuelve loco. Básicamente, por eso se lo damos.

—Lo siento, pero me pareció de verdad que estaba saliendo de esa niebla en la que vive. Iba a preguntarte si podía hacerlo, pero has llegado más de dos horas tarde. ¿Dónde estabas?

—No juegues a ser la doctora, Jo. Necesita su medicación —dijo Patrick—. Gracias a Dios que no se ha cortado una arteria.

—Va a necesitar puntos —dije. Miré a Charlie. ¿Qué había hecho?

—No podemos llevarlo a un médico. Lo internarían directamente en el sanatorio mental. ¿Cómo les iba a explicar que mi padre se ha cortado entero con unas tijeras?

—Willie tiene contactos, la llamaré. En la casa pasan cosas de estas, y siempre las soluciona.

Llevamos a Charlie al sofá. Llamé a Willie, y me dijo que enviaría a Cokie con el botiquín de primeros auxilios. Dijo que el doctor Sully no estaba en la ciudad, pero que conocía a un médico del ejército que había visto mucha acción durante la guerra. Le ofrecería crédito en la casa, y probablemente vendría corriendo a darle puntos a Charlie.

Así que esperamos.

Patrick miraba alternativamente al reloj y a Charlie. Yo lavé los cortes de mis dedos e intenté limpiar la sangre de la silla y el suelo. La sangre hay que frotarla rápido, a poder ser con agua oxigenada, antes de que se seque. Me puse de rodillas a cepillar con fuerza las manchas. Puede que desaparecieran con el tiempo. De todos modos, la mayoría de las casas del Barrio Francés tenían manchas de sangre.

Cokie llegó en menos de una hora. Me miró y tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.

—Josie bonita —dijo, recuperando el aliento—. ¡Señor! Pareces una carnicera. ¿Estás bien?

Me miré la blusa y los pantalones. Cokie tenía razón. Toda yo era una enorme mancha de sangre.

—Estoy bien. Deprisa, trae el botiquín.

Cokie ahogó un grito al ver a Charlie.

—Pero señor Charlie, ¿qué se ha hecho? Jo, esto tiene mala pinta. Willie va a enviar a un médico del ejército que conoce. Igual es mejor que esperes a que llegue. —Cokie miró a Patrick—. ¿Estás bien, amigo?

—Por lo menos puedo vendarle la cabeza —dije—. Es lo que más está sangrando.

Me puse manos a la obra con la venda.

Veinte minutos después, llamaron a la puerta.

—Los vecinos seguramente estarán todos mirando por las ventanas, intentando ver el espectáculo —se lamentó Patrick.

—No te preocupes por los vecinos —dijo Cokie.

Randolph era un joven médico del ejército que había visto mucha acción en Francia durante la guerra. Además de eso, estaba borracho.

—¿Quiere un café? —le pregunté.

—No, el café me pone nervioso. Eso no es bueno para coser. Me echaré algo de agua fría en la cara —dijo, y se fue a la cocina.

—Oh, genial —masculló Patrick.

Randolph volvió y abrió su maletín.

—¿Tiene usted licencia para ejercer? —preguntó Patrick.

—Si lo que quiere es elegir al médico que más le guste, podría haber llevado a este viejales al hospital. Dado que no está usted en un hospital, creo que no tiene muchas opciones. Lo más probable es que, ahora mismo, yo sea su mejor elección. Deme una torta.

—¿Disculpe? —dijo Patrick.

—Ya me ha oído. Que me dé una bofetada en la cara. Fuerte. Me ayudará a espabilarme.

Patrick titubeó. Cokie los miraba atentamente.

—Oh, ¡por el amor de Dios! ¿Me voy a tener que pegar yo mismo? —gritó Randolph.

Le crucé la mejilla, como había pedido. Me dolió la mano del bofetón que le di.

El médico se sacudió como un perro mojado y se puso manos a la obra, preguntándonos qué medicación tomaba Charlie. Sacó un frasco de cloroformo.

Patrick tenía razón. Los vecinos estarían comentando lo que pasaba. ¿Podríamos decirles que en el reparto de la obra de teatro de Charlie había un médico del ejército, un taxista mulato y una chica cubierta de sangre? Charlie Marlowe nunca había escrito novelas de terror pero, en cierto modo, el terror estaba escribiendo a Charlie Marlowe.