—¿De verdad tienes que ir esta tarde? —dijo Patrick—. Había pensado que, como es tu cumpleaños, podías pasarte por casa a saludar a Charlie.
—Sí, tengo que ir. Me va a dar la carta de recomendación.
—¿Te acompaño? Igual parece más serio si estoy contigo.
Me gustaba la idea de que Patrick viniera. Pero luego pensé en lo que había dicho el señor Lockwell. Tacones altos. No le haría gracia la presencia de Patrick. Y más me valía que Patrick no se enterara de ese comentario.
—¿Por qué no quedamos después en el Paddock? Esta noche toca Smiley Lewis. ¿Podrás venir después de acostar a Charlie? —pregunté.
—El Paddock es un antro mugriento. Además, no puedo dejar mucho tiempo solo a Charlie. Lleva una temporada dando guerra. La señora Paulsen llamó y quería hablar con él. Dijo que se pasaría algún día. No le habrás contado cómo está, ¿no?
—Pues claro que no. Jamás haría algo así.
—Prométeme que no se lo contarás a nadie, Jo.
—¡Te lo prometo! Quiero a Charlie tanto como tú —le dije.
—Hay vecinos que sospechan algo. Les he dicho que está completamente absorto en escribir una obra de teatro y que a veces la lee en voz alta, metiéndose en los papeles.
—Muy inteligente. Una vez se pasó treinta y cinco días encerrado escribiendo —dije.
—Sí, pero no sé durante cuánto tiempo se lo tragarán. Me gusta la señora Paulsen, pero es bastante entrometida. Y su hermano es médico. Solo nos faltaba que se pasase a ver a Charlie y acabe pidiendo una camisa de fuerza.
—No digas eso. ¿Ya has escrito a tu madre? —le pregunté.
—Le he contado lo del robo y la paliza, pero no sabe lo mal que está. —Patrick ordenó unos papeles sobre el mostrador—. Esto… Jo, siempre me olvido de preguntártelo, ¿tienes listo ese inventario? El contable lo necesita para los impuestos.
—Tu contable pertenece a la cofradía Proteus del Mardi Gras. Ahora mismo no estará pensando en impuestos.
—Ya lo sé, pero quiero tenerlo adelantado. Estoy harto de dejar siempre las cosas para el último minuto. Y me duele pedírtelo, pero ¿crees que podrías hacerme un favor y quedarte un par de horas con Charlie mañana por la noche? Va a llegarme un pedido de libros a la hora de cenar, y quiero recogerlos y hacer las entregas. El dinero nos vendrá bien.
—Claro, me quedaré con Charlie.
—Gracias, Jo. ¡Vaya, ahora me siento mal! Tu Romeo pueblerino, Jesse, te compra flores por tu cumpleaños, y yo ni siquiera puedo ir contigo al Paddock.
—¿Flores?
—¿No las has visto? —Patrick puso los ojos en blanco—. Sal fuera y mira tu ventana.
Salí a la calle y alcé la vista hacia mi apartamento. Colgado de la jardinera de hierro de la ventana había un ramo de lilas rosas. ¿Cómo habría llegado Jesse hasta ahí arriba?
Nunca me habían regalado flores y no tenía un jarrón, así que las metí en un vaso y las puse en mi mesa. Su aroma rápidamente inundó el pequeño espacio. Al contemplar las lilas, sentía una mezcla de felicidad y aprensión. A menos que fueran de parte de Cokie, los regalos de los hombres no eran gratis.
Me puse el mismo vestido que llevé al despacho de Lockwell la otra vez. Era la única ropa bonita que tenía. Me até un pañuelo rojo al cuello, intentando dar un toque diferente, y me peiné el pelo con raya al lado para disimular los remolinos que me provocaba la humedad. Por algún motivo, mi pelo siempre tenía mejor aspecto justo antes de irme a la cama… ¿De qué me servía eso?
Me miré los pies. Zapatos bonitos a cambio de una carta. Sexo a cambio de un collar de perlas.
¿Había alguna diferencia?