23

Las puertas se abrieron y entré.

—Al octavo, por favor.

La ascensorista se volvió lentamente hacia mí.

Se me helaron las manos.

—¿Madre?

Su rostro parecía gris y macilento, su boca estaba rodeada de costras. Meneó la cabeza muy despacito y se rio. Con esa risa que yo tanto odiaba.

—No, cariñito, no —bisbiseó—. No hay octavo para ti.

Agarró la manivela del ascensor y tiró de ella hacia delante. Sentí que la cabina se descolgaba y se precipitaba con violencia. Estábamos cayéndonos y Madre se reía como una loca. Las postillas de su boca se abrieron y comenzaron a sangrar. Hilos de sangre bajaban de sus labios y corrían por su cuello, empapando su uniforme color crema de acrílico. Chillé.

Y así fue como me desperté. Chillando.

Los gritos todavía resonaban en mi cabeza mientras limpiaba la casa de Willie. Seguían retumbando en mis oídos cuando regresé a la librería. Cada pocos minutos, los gritos se mezclaban con el tictac del reloj de Forrest Hearne. Lo había devuelto a su escondite en la tienda.

Y Madre. No podía borrar la imagen de su rostro macabro, la sangre. Me preocupó que le hubiera pasado algo en la carretera. Deseé que escribiera y luego me pregunté por qué. Las cosas serían más sencillas sin Madre en Nueva Orleans, más sencillas sin mí envuelta en las sombras de su corazón negro y su mente infantil. Pero, de todos modos, anhelaba tener noticias suyas.

Me cambié la ropa de limpiar y bajé las escaleras hasta la tienda. La puerta estaba abierta, y Patrick desembalaba un paquete de libros en el mostrador. Se movía muy despacio, con los hombros caídos.

—¿Cómo está Charlie? —pregunté.

—Igual.

—Y tú, ¿estás bien?

—Sí, algo cansado. ¿Te encontraron ayer los policías? —preguntó Patrick.

—Pues claro. Les dijiste que estaría en Gravier Street. ¿Por qué les contaste dónde estaba?

Patrick me miró, confuso.

—Supuse que querrías colaborar. Sé que el señor Hearne te parecía un tipo simpático, como a mí. ¿No quieres ayudar a descubrir qué le sucedió en realidad?

—No es asunto mío. ¿Qué sé yo del señor Hearne? Solo me interesaba por curiosidad.

Patrick se encogió de hombros.

—¿Y? ¿Qué tal te fue con el señor Lockwell?

—Le dije que iba de tu parte, que querías pedir la mano de su hija.

—Claro, y luego tú te casarás con el asesino de gatitos que tiene por hermano, y todos juntos formaremos una familia feliz. Ahora en serio, ¿qué pasó?

—Me tuvo esperando más de una hora, así que le dije a la recepcionista que mejor lo visitaba en su casa. Entonces se presentó al instante y me acompañó a su despacho que, por cierto, es más grande que esta tienda y tiene hasta un bar dentro.

—Seguro —asintió Patrick.

—Así que le preparé un par de martinis y, tras una breve conversación incómoda, aceptó escribirme una carta.

—¡Vaya! Así que lo has conseguido. ¡Genial! —dijo Patrick.

Asentí y me acerqué a las cajas sobre el mostrador.

—¿Qué hay aquí?

—Ha muerto Yves Beaufort. Charlie siempre anduvo detrás de su enorme colección de Victor Hugo. Tengo que volver a por el resto, pero me da un poco de miedo. Cuando llegué esta mañana a su casa, la viuda llevaba un picardías negro. Me dijo que era su ropa de luto, y que me haría un descuento si le desatascaba las cañerías del lavabo.

—¡Aah! ¿La señora Beaufort no tiene ochenta años?

—Ochenta y dos, pero aparenta unos noventa y cinco. ¿Y qué sé yo de fontanería? Las cosas que tengo que hacer por Victor Hugo, ¿eh?

La puerta se abrió y Frankie entró con parsimonia en la tienda. Se llevó las manos a las caderas y miró a su alrededor.

—¡Frankie! Por fin te decides a comprar un libro.

—¿Qué tal, chica yanqui? —Se metió una barrita de chicle rosa en la boca, olisqueando el envoltorio de celofán antes de hacer una bola con él y guardárselo en el bolsillo—. No he venido a por libros, vengo a buscarte. —Saludó a Patrick con la cabeza—. ¿Qué tal, Marlowe? ¿Cómo le va a tu viejo?

—Le va bien, gracias —contestó Patrick.

—Pues eso, Jo, me he enterado de que ayer estuviste con la bofia. ¿Todo bien? —preguntó Frankie.

—¿Te lo ha contado Darleen?

—No he dicho cómo me he enterado. ¿Todo bien?

—Sí, todo bien, Frankie.

—¿Te preguntaron por tu mami?

—No, ¿por qué iban a preguntarme por Madre? —dije.

—Le preguntaron por el tipo que murió en Nochevieja —explicó Patrick. Lo miré frunciendo el ceño. No hacía falta que soltara la información a la primera de cambio.

Frankie nos observó a Patrick y a mí mientras su mandíbula moldeaba el chicle.

—El tipo de Memphis. Es verdad. ¿La pasma estuvo también aquí? —le preguntó a Patrick.

Patrick no respondió. Frankie me miró.

—Forrest Hearne compró dos libros en la tienda el día que murió. Me preguntaron si parecía enfermo cuando estuvo en la tienda. Les dije que tenía buen aspecto. Eso es todo.

Frankie se apoyó en el mostrador y dio la vuelta a uno de los libros.

—Victor Jugo.

—Se pronuncia Hugo —dijo Patrick. Tuve que contener una carcajada. La mala pronunciación era una de las cosas que a Patrick lo sacaban de quicio.

—Ah, ¿sí? Yo conocía a un tipo que se llamaba Hugo. Todavía me debe diez pavos. —Frankie abrió el libro y comenzó a pasar las páginas.

—Por favor, cuidado con el lomo. Es muy antiguo —dijo Patrick, quitándole con cuidado el libro de las manos—. ¿Puedo ayudarte a encontrar algún título?

—No —dijo Frankie, levantándose y haciendo crujir sus nudillos—. Entonces, Jo, ¿tienes algo que Willie debería saber?

Me miró con ese gesto típico de Frankie. Era imposible descifrar lo que sabía, pero tenía que asumir que le contaba a Willie todo lo que descubría, pues le pagaba una buena cantidad por ello. De nuevo me invadió un sentimiento de culpa. Debería haberle contado a Willie lo del reloj. Nunca le había ocultado algo así. Pero Frankie no podía saber que el reloj estaba en mi poder. Lo único de lo que estaba segura era de que Frankie sabía más cosas que yo.

—No, no tengo nada para Willie. Si me entero de algo, ya te contaré —le dije.

—¿En serio? —Sonrió e hizo una pompa con su chicle—. ¿Y me contarás también cuánto tiempo llevas saliendo con Jesse Thierry?

—¿Estás saliendo con Jesse Thierry? —dijo Patrick, dándose media vuelta.

—No estoy saliendo con Jesse Thierry —protesté.

Frankie soltó una risita.

—¿No? Pues en la calle se dice que anoche estuviste sentada encima de sus rodillas y que él te contaba cositas al oído.

Odiaba esa ciudad. ¿Quién se dedicaba a vigilarme? Miré fijamente a Frankie. ¿Se lo habría contado a Willie?

—¿Dónde fue eso? —preguntó Patrick.

—No soy un cotilla, Marlowe, soy un comerciante de información —respondió Frankie, y extendió la mano para recibir su pago.

—¡Ya basta! —dije—. No vas a vender información sobre mí. Fue en la barra de la heladería Dewey’s, y solo era una broma. Jesse es un amigo.

—Yo no tengo ningún problema —dijo Frankie, levantando las manos como quien se rinde—. Jesse es un buen chico. Las chicas se vuelven locas por él. Nos vemos, chica yanqui. —Frankie se encaminó hacia la puerta. Lo seguí y salí a la calle tras él. No podía soportarlo. Necesitaba saber.

—Esto… Frankie, ¿sabes algo de mi madre?

—La han visto por aquí y por allá. ¿Sabes qué, Jo? Deberías ser fiel a Willie.

—Ya soy fiel a Willie.

—Ella siempre te ha apoyado, y tú deberías hacer lo mismo. —Frankie hizo otra pompa con el chicle, me saludó con su larga mano y se marchó por Royal Street abajo.

Sabía que Willie era la principal benefactora de Frankie. Por eso, tenía sentido que él le fuera fiel y le llevara información. Pero ¿qué insinuaba al decir que yo debería ser fiel a Willie? Patrick me hizo un gesto desde el escaparate para que regresara a la tienda.

—Sabes, ahora todo encaja —dijo Patrick—. Jesse se pasa bastante por la tienda, pero nunca compra nada. Solo se dedica a pringar los libros de grasa. ¿No es de un pueblo de paletos de Arkansas?

—De Alabama, y no pringa los libros de grasa. Eso te lo estás inventando.

—Bueno, parece bastante majo, supongo. Siempre está sonriendo. ¿Te habías dado cuenta? —dijo Patrick.

—No, no me había dado cuenta.

—¿Te gusta?

—Solo es un amigo —dije.

Patrick asintió con la cabeza.

—Y tiene unos dientes bonitos. —De repente, cambió de tema—. ¡Eh! Ayer me crucé con la señora Paulsen.

La señora Paulsen daba clases en Loyola y era un ligue de Charlie. Yo no la conocía, pero Charlie me confesó una vez que le parecía que la señora Paulsen tenía intención de llevar su buena amistad hacia un compromiso más a largo plazo. Contrató a Patrick como ayudante en el Departamento de Inglés durante un año.

—La señora Paulsen estudió en el Smith College —dijo Patrick.

—¿En serio?

—Sí, me había olvidado por completo. De todos modos, le hablé de ti, y dijo que estaría encantada de contestar a cualquier pregunta que tengas. Se pasará por la tienda a finales de esta semana para recoger un libro que ha encargado. Podrás hablar con ella —dijo Patrick.

—Vaya, Patrick, ¡gracias!

Hice un intento torpe de abrazarlo porque parecía lo apropiado. Se quedó sorprendido, luego me rodeó entre sus brazos y descansó la barbilla en mi hombro.