Recorrí con prisas las bulliciosas calles a primera hora de la mañana para llegar a tiempo a casa de Willie. Había escrito varias notas para Sweety y finalmente me decidí por «Gracias por las perlas. Jo».
Vi a Jesse en la esquina de Conti con Bourbon. El carrito de flores de su abuelo rebosaba chispazos de color. Me detuve a comprar dos lilas rosas.
—Eh, Motor City, estás guapa esta mañana.
—Oh, venga ya, Jesse —dije, señalando mis ropas de limpiar y me reí.
—Mejor que yo, con este delantal de flores —comentó él, sonriendo.
Jesse y yo fuimos juntos a algunos cursos en el colegio y el instituto. Vivía con sus abuelos en Dauphine pero pasó unos años con parientes en Alabama. Cuando estaba en Nueva Orleans, ayudaba a su abuelo, que vendía flores en el Barrio Francés. Una vez, cuando tenía once años, Madre estaba de mal humor y me dio una bofetada en la calle. Jesse se acercó a ella, le tiró un cubo de agua encima y se marchó. Me pregunté si se acordaría de aquello.
A veces se pasaba por la tienda para echar un vistazo a libros de ingeniería, pero raramente compraba algo. Se pasaba casi todo el tiempo arreglando coches.
—¿Qué tal están las sobrinas de Willie? —preguntó, tomando las dos flores que había elegido.
«Sobrinas» era el término que empleaba Willie para referirse a sus chicas.
—Todas están bien. —Sonreí—. ¿Y tú?
—Acabo de empezar mi primer semestre en la universidad pública de Delgado. No es Tulane, pero estoy emocionado.
¿Jesse Thierry iba a la universidad?
—Oh, Jesse, eso es genial.
—Gracias —dijo, y asintió—. Y tú, ¿qué vas a hacer? No finjas que no eres la chica más lista de Nueva Orleans. —Un mechón solitario color canela oscura cayó por detrás de su oreja. Bajó la voz y, mirándome fijamente, añadió—: Y ahora que tu madre se ha marchado, igual dispones de más tiempo para tus cosas.
Levanté la vista de mi monedero. ¿Cómo se había enterado de lo de Madre? Pagué las flores, procurando evitar su mirada, y le di las gracias ya alejándome.
Madre y Cincinnati tenían planeado hacerse a la carretera después de su cena en Antoine’s. Antes de acostarme, hojeé un atlas en la librería, preguntándome cuánto les llevaría el viaje hasta California. Si no se paraban a ver nada en el camino, calculé que tardarían cuatro días en llegar. Cincinnati, por su parte, tardaría menos de cuatro días en empezar a pegarle.
Entré en la cocina de la casa. Sadie ya había preparado la bandeja con el café y el periódico de Willie. La señaló con urgencia en cuanto entré.
—¿Willie está ya despierta?
Sadie asintió. Le entregué una de las lilas.
—Gracias por plancharme la blusa, Sadie. Y por preparar la bandeja de Willie.
Sadie miró la flor y luego a mí, sonriendo, casi avergonzada. Su sonrisa se rompió y apuntó con énfasis hacia la habitación de Willie.
Me puse el delantal, tomé la bandeja y recorrí el salón, esquivando una corbata que colgaba de la lámpara de araña del techo. Mientras me acercaba a la puerta de Willie, eché un vistazo al periódico.
EL TURISTA DE MEMPHIS FALLECIÓ
DE UN ATAQUE AL CORAZÓN
Me detuve justo ante los aposentos de Willie para leer el artículo, pero no tuve oportunidad.
—¿Piensas quedarte ahí fuera, o vas a traerme mi café? —gruñó la voz de Willie al otro lado de la puerta.
—Buenos días, Willie —dije, y entré a su cuarto.
Willie llevaba un peinado y maquillaje perfectos. Vestía un elegante traje color beis y estaba sentada en su mesa, escribiendo.
—Quiero mi café.
—Hoy te has levantado pronto. ¿Todo va bien?
—¿Es que no puedo madrugar? —me espetó.
—Pues claro que sí, es solo que… no sueles estar en pie, y mucho menos vestida, a estas horas. ¿Adónde vas?
—No es asunto tuyo, pero tengo una cita con mi abogado.
—¿Un abogado, tan temprano? ¿Todo va bien?
—¿Por qué vuelves a hacer esa pregunta? —Willie siguió escribiendo sin levantar la cabeza—. En lugar de hacerme preguntas estúpidas, ¿por qué no me cuentas cuándo se marchó tu madre a California?
Posé la bandeja en la mesa de Willie.
—¿La has visto?
—No, no la he visto. Pero un montón de gente me contó que la habían oído jactándose por ahí de que se iba a Hollywood con ese zopenco. De hecho, todo el mundo me lo ha contado —Willie se giró y me miró fijamente—, menos tú.
—Me pidió que esperara hasta la mañana para contártelo… —dije, jugueteando con mi delantal—, para que no afectara al negocio de anoche.
—¿Sabes qué? —aulló Willie, tirando su bolígrafo—. ¡Tu madre es una puta muy estúpida! No te atrevas a seguir sus pasos de mentirosa, y jamás se te ocurra pensar que soy tan idiota como para no saber cuándo me estás mintiendo. Conozco a tu mamita mucho mejor de lo que crees, y de ningún modo podrá burlarse de mí.
Willie estaba gritando a viva voz. Su barbilla sobresalía y su rostro se encendió, todo colorado.
—Willie, ¿qué ha pasado? ¿Madre te ha robado?
—¿Qué? Tu madre me importa una mierda, ¡eso es todo! ¡La única persona a la que ha robado en su vida es a ti! Y, Dios mediante, se ha marchado para siempre. Por mí, puede juntarse con el resto de perdedoras fracasadas y mentirosas en Hollywood. Y tú tienes que dejarla ir, Jo. No se te ocurra ir a buscarla o permitirle que vuelva. Ya no eres una niña. Ella ahora está sola. Deja que Cincinnati la acribille a balazos.
—Willie, para ya.
—Mira esta habitación. ¡Llegas tarde y está todo hecho un desastre! Llevo tres días pidiéndote que limpies mis pistolas y, ¿lo has hecho? ¡No! Te dedicas a salir y pavonearte por ahí, dejando que la gente se ría de ti en fiestas en la zona alta.
Willie agarró su bolso de la cama, volcando la taza de café, que se cayó de la bandeja y se rompió con estruendo en el suelo. Salió dando un portazo tan fuerte que pensé que la puerta se rompía. Sweety y Evangeline estaban fuera con sus batas, escuchando a hurtadillas con ojos legañosos.
—¿Qué estáis mirando? —vociferó Willie—. ¡A la cama!
Evangeline se apartó para dejarle paso.
—¡Las peores putas que he tenido! —bramó Willie desde el vestíbulo trasero.
Dio un portazo a la puerta de atrás, y en unos segundos oímos el motor de Mariah al arrancar.
Me agaché para recoger los trocitos de la taza rota.
—Ey, pendeja —dijo Evangeline apoyándose en el marco de la puerta—. Lleva mis cosas al cuarto de tu mami. Y asegúrate de fregarlo bien primero. No quiero que se me pegue su peste.
—Para —dijo Sweety, tiró de Evangeline y cerró la puerta.
Me senté en la cama de Willie, con los trozos de porcelana en la mano, todavía con restos de café. Willie había dicho que la gente se reía de mí. ¿Sería cierto?
Tenía que salir de Nueva Orleans. Tenía que entrar en Smith.