10

Me senté en una de las mesas con sillones de escay del Meala-Minit, de cara a la puerta. El restaurante tenía sistema de refrigeración en verano, pero ahora el ambiente estaba cargado y el sudor que se formaba detrás de mis rodillas corría por mis pantorrillas, haciendo que se pegaran al asiento. Metí el dedo en un agujero de cigarrillo que había en el escay rojo y contemplé cómo giraba el ventilador del techo, dejando que mi vista se desenfocara con el giro de las aspas. Willie había enviado a uno de sus matones llamado Sonny, que estaba sentado en una mesa frente a mí, leyendo un periódico. Dudaba mucho que Cincinnati acompañase a Madre, pero no podía estar segura. Llegué con diez minutos de antelación a la cita. Madre se presentó veinte minutos tarde. Lo habitual.

Jesse Thierry estaba en una mesa de enfrente. Dejó unas monedas en la mesa.

—Gracias, guapo —dijo la camarera—. Dale recuerdos a tu abuela de mi parte.

Jesse asintió. Por el rabillo del ojo, observé cómo se ponía su chaqueta de cuero para marcharse. Se dio cuenta de que lo estaba mirando y sonrió.

—Feliz año nuevo, Motor City —dijo Jesse, y salió del local.

Un tipo rechoncho con la cara sonrosada pasó al lado de mi mesa y se detuvo.

—¡Vaya! ¿Qué tal, Josie? ¿Te acuerdas de mí?

Walter Sutherland. Era contable en una fábrica de cerillas y uno de esos hombres que a veces pasaban la noche en casa de Willie. Me lo había cruzado un par de veces por las mañanas. Tenía una forma de mirarme que hacía que me entraran ganas de llevar puesto un abrigo.

—Hola —dije, evitando mirarlo directamente a los ojos.

—¿Estás sola? —me preguntó.

—He quedado con mi madre —le contesté.

—Vaya. ¿Ya estás… —bajó la voz— trabajando?

—No —le dije, volviéndome para mirarlo directamente.

Me miró, ajustándose el cinturón mientras se mordía el labio inferior.

—Avísame si empiezas, ¿vale? Quiero ser el primero —me susurró.

—No pienso trabajar para Willie.

—Bueno, no tiene que ser para Willie. Sé que las cosas deben de ser difíciles para ti, Josie. Si alguna vez necesitas dinero, dímelo. Podríamos llegar a un buen acuerdo. Te pagaría muy bien por ser el primero. —Se secó su frente sudorosa—. Y no se lo contaría a nadie. Sería nuestro secreto, Josie.

—Piérdete, gordinflón —dijo Sonny desde la mesa de detrás.

Walter salió disparado como una ardilla asustada, cruzándose con Madre, que entraba en el local.

Madre llevaba un vestido rojo nuevo con pedrería que no le había visto antes. Se sentó en mi mesa, riéndose.

—Walter Sutherland. Menudo cerdo patético. Se lo hace lento como una tortuga y luego quiere que lo abraces toda la noche mientras llora. Me alegro de que nunca me haya elegido. Eso sí, está forrado. Por lo general se lo monta con Sweety. Ha sacado una pasta con él.

Asentí.

Madre se miró la muñeca, admirando su nuevo brazalete de diamantes.

—Has cambiado de peinado, niña. Te queda muy bien.

—Gracias. Tú también estás guapa. ¿Vestido nuevo?

—Sí. Cinci va a llevarme a cenar a Antoine’s esta noche. Ya sabes cuánto me gusta Antoine’s. Llevo años sin poder ir.

La saliva se me amargó en la boca. La idea de que Madre tuviera una cena de lujo con Cincinnati en Antoine’s me daba asco. ¿Y si alguno de los clientes se fijaba en que Madre llevaba las joyas que le habían robado?

—Esta Nochevieja ha sido toda una fiesta. ¿Te divertiste?

Madre le había dicho a Willie que no se sentía bien en Nochevieja. Ahora me decía que fue toda una fiesta.

—Sí —contesté—. Me quedé en casa y terminé un libro.

Madre puso los ojos en blanco.

—Más te valdría dejar de esconderte detrás de esos libros y vivir un poco, Jo. En un par de años, se te habrá pasado la flor de la vida. Si te pusieras algo más de maquillaje y un sujetador mejor, la gente se volvería para mirarte. A tu edad, yo era todo un bombón… hasta que te tuve.

La camarera se acercó a nuestra mesa. Madre pidió un té helado. Desde mi asiento podía ver a Sonny detrás de Madre; seguía enfrascado en su periódico. Su cenicero ya estaba a rebosar de colillas.

—Madre, me estaba preguntando… ¿por qué me pusiste Josie en lugar de Josephine?

—Pero ¿qué dices? Ella no se llamaba Josephine.

—¿Quién? —pregunté.

Madre sacó una polvera del bolso para comprobar su pintalabios en el espejito.

—Además, ¿no te alegra que no te pusiera Josephine? Suena a nombre de lavandera vieja y gorda. Josie es mucho más sexy.

Mucho más sexy. Lancé una mirada a mi alrededor y vi a una madre sentada junto a su hija en una mesa, ayudándola a leer el menú. Acariciaba el pelo de la pequeña y le puso una servilleta en el regazo.

—¿Quién se llamaba Josie? —pregunté.

—Josie Arlington. Era la madame con más clase de Storyville hace años. Tenía una casa en Basin. Willie hablaba todo el rato de ella, decía que murió el día de San Valentín. Por eso, cuando naciste, que era el día de San Valentín, me acordé de Josie Arlington y decidí ponerte Josie en su honor.

—¿Me pusiste el nombre de una madame?

—No de una madame cualquiera, la madame con más clase que ha existido jamás. Era una mujer inteligente. Lista como tú, Jo. Tú podrías ser una buena madame.

—No tengo ningún interés, Madre.

La humillación bullía en mi interior. Pensé en explicarle a Charlotte Gates que no me habían puesto mi nombre por un personaje virtuoso de Mujercitas, sino por una mujer que vendía rameras de a cinco dólares en Basin Street. Y mi madre pensaba que debía sentirme orgullosa por ello.

—No empieces con tus humos, Jo. ¿Qué te piensas, que eres como la Cenicienta? —Echó la cabeza hacia atrás y se rio de forma desagradable—. ¿Crees que tu vida va a ser un cuento de hadas, cariño, como esos que cuentan en tus libros?

La camarera trajo el té helado de Madre. Sabía lo que tenía que hacer. Tendría que haber puesto fin a la conversación allí mismo. Tendría que haberme marchado. Sin embargo, me quedé sentada en la mesa, mirándola, deseando que pudiera ser como las demás madres, deseando que fuera distinta. Madre nunca se redimiría. Lo sabía.

—Bueno, ¿qué querías contarme? —pregunté.

—Nos marchamos —dijo Madre.

—¿Qué quieres decir?

—Cincinnati y yo. —Madre se apoyó sobre la mesa para acercarse a mí—. Nos vamos a California. Necesito que se lo digas a Willie de mi parte, pero espera a mañana, que ya nos habremos ido.

—Os vais a California.

Por algún motivo, no me sorprendía.

—Ya es hora de pirarse de aquí —dijo Madre, revolviéndose el pelo—. Esta podría ser mi oportunidad, ahora que me voy a Hollywood.

Mi madre era patética.

—Madre, no creo que sea inteligente irse a ningún sitio con Cincinnati. Es un tipo peligroso. Te pegará. No quiero que eso vuelva a pasar.

—Oh, mi niña, ya no es el mismo. Mira qué pulsera más elegante me ha comprado —dijo, extendiendo el brazo.

—¿A quién le importa, Madre? Probablemente será robada.

—No sabes lo que dices.

—Puede que no, pero sé que eres demasiado mayor para triunfar en Hollywood.

El golpe tuvo su efecto. Había levantado el pie del freno e íbamos disparadas hacia la oscuridad. No tardaríamos en montar un cisco espantoso. Madre se estiró encima de la mesa y me agarró de la muñeca.

—No soy demasiado mayor —dijo entre dientes—. Solo estás celosa, y lo sabes. Tienes suerte de que no te tiré a un cubo de basura, pequeña ingrata. Lo sacrifiqué todo por ti, así que no me digas lo que soy.

Respiré hondo e intenté hablar sin levantar la voz.

—No lo dices en serio, Madre. ¡Para! Estás montando un numerito. —Intenté soltar mi brazo—. Me estás haciendo daño.

—¿Que te hago daño? Vaya, qué pena. Tú arruinaste mi cuerpo y me tuviste atada de manos durante los mejores años de mi vida. Podría haber sido famosa. ¿Y ahora dices que te estoy haciendo daño? —Madre soltó mi brazo, apartándolo de ella. Reclinó la espalda en el sillón y comenzó a hurgar en su bolso. Sacó una petaca y dio un trago—. Por fin ha llegado mi oportunidad, Jo, y pienso aprovecharla.

—De acuerdo, aprovéchala.

—Creo que no lo entiendes. No esperes que vuelva.

—Lo entiendo. Solo querría que hubieras encontrado a alguien distinto a Cincinnati. Es un inútil y un criminal. No querrás verte envuelta en esos asuntos.

—No sabes nada de él —dijo, sacando un enorme fajo de billetes del bolso y tirando uno sobre la mesa—. Toma. Esta la pago yo.

¡Qué generosa! Yo no había pedido nada.

Madre se levantó y se alisó el vestido.

—No te olvides de decírselo a Willie. Intentaré escribir, pero seguramente estaré muy ocupada. —Se puso una mano bajo los rizos y los movió ligeramente—. ¡Igual dentro de poco lees sobre mí en los periódicos!

Soltó un beso al aire en mi dirección y luego se marchó.

Cerré los ojos y apreté los dientes, con la esperanza de detener cualquier lágrima que pudiera estar formándose. Tarareé la melodía de Rajmáninov de Patrick y sentí que se relajaban los músculos de mi espalda. Me lo imaginé, balanceando el torso sobre las teclas de marfil, con su padre sano como antes, en pie y escuchando desde el umbral. Vi en mi mente a Charlotte sonriéndome y saludándome desde la calle y, de repente, la imagen de Forrest Hearne, frenético, pronunciando mi nombre y agitando el ejemplar de Keats que se había comprado. Solté un grito ahogado ante el recuerdo de Hearne y abrí los ojos. Sonny me estaba mirando. Las luces fluorescentes zumbaban y el ventilador del techo crujía por encima de nuestras cabezas.