—Ahora mismo vuelvo —le dije a Patrick cuando bajé a la tienda.
—Oh, vamos. ¡Que es Nochevieja! —protestó.
—Solo es la una.
—Pero tengo cosas que hacer —dijo.
—Será solo un minuto —le dije, y salí por la puerta a toda prisa.
Crucé corriendo la calle hacia el restaurante de Sal. Willie era una buena clienta, y Sal me dejaba usar su teléfono cuando lo necesitaba. La verdad es que Willie era buena clienta en muchos sitios y, por fortuna, esos privilegios me incluían a mí.
—Hola, Maria —saludé a la camarera y señalé el teléfono del fondo. Ella asintió.
Descolgué el aparato y marqué HEmlock 4673.
Dora contestó tras un solo tono con su falsa voz sedosa.
—Soy Jo. Necesito hablar con Willie.
—Mira, cariño, ahora está descansando.
¿Descansando? Willie nunca se echaba la siesta.
—Despiértala.
Dora dejó el auricular y oí sus pasos resonar sobre los tablones del suelo y perderse mientras iba a buscar a Willie. Por el modo en que los tacones rebotaban contra sus tobillos, pude adivinar que llevaba las sandalias de plumas rojas que se compró por catálogo de Frederick’s, en la Quinta Avenida. Retorcí el cable del teléfono, que se resbalaba entre mis dedos. Me sudaban las manos. Me sequé la humedad en la falda.
—«Buttons and Bows» —dijo Willie, sin molestarse en decir hola.
—¿Qué?
—La canción que estabas tarareando. Es «Buttons and Bows». Mira, necesito un poco de paz antes de que las paredes empiecen a temblar. ¿Qué demonios tienes que decirme que es tan importante?
—Cincinnati.
La línea se quedó en silencio en el lado de Willie. Oí el clic y el encendido de su mechero de plata y luego una larga respiración mientras inhalaba y exhalaba el humo.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Frankie —respondí—. Lo encontré después de salir de tu casa. Iba de camino a la librería.
—¿Cuándo llega? —preguntó Willie.
—Dijo que no lo sabía, solo que Cincinnati estaba de camino y que podría estar ya aquí. ¿Dónde está Madre? —pregunté.
—Arriba. Lleva toda la mañana soltando risitas como una idiota —dijo Willie.
—¿Crees que lo sabe?
—¡Pues claro que lo sabe! Ya sabía yo que algo pasaba. Dora me dijo que tu madre recibió una llamada hace dos días. Se ha comportado como una auténtica imbécil desde entonces.
Oí la larga toma de aire, la retención, y luego el aleteo de la nariz de Willie mientras expulsaba las volutas de humo.
—Cokie lo sabe. Me ha dejado una nota —dije.
—Bien. Cokie tiene programadas unas cuantas entregas esta noche. Me mantendrá informada. ¿Estás en el restaurante de Sal?
—Sí. Cokie me dijo que los Dukes of Dixieland tocaban esta noche en el Paddock, así que pensé que…
—De ningún modo. No quiero que te dejes ver por el barrio —me ordenó Willie.
—Pero Willie, es Nochevieja —protesté.
—Me importa un comino. Te quedarás en casa, encerrada. ¿Lo entiendes? —dijo.
Vacilé, preguntándome hasta dónde podría llegar.
—He oído que Cincinnati está ahora con Carlos Marcello.
—No te metas en lo que no te llaman —me espetó Willie—. Pásate por aquí mañana por la mañana.
—Es solo… que me preocupa Madre —dije.
—Preocúpate por ti misma. Tu madre es una zorra estúpida.
Hubo un clic en la línea y la llamada se cortó.