Me elevé como una cometa, a trompicones, atado al pellejo mortal de Grady Tripp por medio de un fino hilo nacarado. A mis pies se extendía Pittsburgh, con sus edificios de ladrillo, sus negros tejados y sus viaductos de hierro, con sus hondonadas cubiertas por la niebla y medio oculta por la lluvia. El viento me levantaba las solapas de la chaqueta y resonaba en mis oídos como los latidos de un corazón. Había pájaros en mi cabello. Me creció una puntiaguda barba de hielo en el mentón. No me lo invento. Oí que Sara me llamaba y miré hacia abajo, hacia la niebla y la lluvia de mi vida en la Tierra, y vi que se arrodillaba junto a mi cuerpo e insuflaba su aliento en mis pulmones. Era cálido y acre, repleto de vida y de aroma de tabaco. Lo bebí a grandes tragos. Me agarré al hilo opalescente y empecé a descender hacia mi cuerpo terrestre.