El coche saltó hacia delante cuando Rachel salió del callejón y se dirigió al sur por Cahuenga.
—Voy a llevarte al Queen of Angels para que la doctora Garner pueda echarte un vistazo —dijo—. Aguanta, Bosch, hazlo por mí.
Harry sabía que esas muestras de cariño de llamarlo por el apellido probablemente terminarían pronto. Señaló el carril de giro a la izquierda que llevaba a Barham Boulevard.
—Olvídate del hospital —dijo—. Llévame a la casa de los Kent.
—¿Qué?
—Me revisarán después. Ve a la casa de los Kent. Gira aquí. ¡Vamos!
Ella se situó en el carril de giro a la izquierda.
—¿Qué está pasando?
—Estoy bien. Me siento bien.
—¿Qué me estás diciendo, que este desmayo era…?
—Tenía que apartarte de la escena del crimen y de Brenner para poder comprobar esto y hablar contigo. Solos.
—¿Comprobar qué? ¿Hablar de qué? ¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? Pensaba que te estaba salvando la vida. Ahora Brenner o uno de nuestros chicos se llevará los laureles por la recuperación del cesio. Muchas gracias, capullo. Era mi escena del crimen.
Bosch abrió la chaqueta y sacó el póster enrollado y doblado de yoga.
—No te preocupes por eso —dijo—. Puedes llevarte los laureles por las detenciones. Aunque quizá no lo quieras.
Abrió el póster, dejando que la mitad superior se desdoblara sobre sus rodillas. Sólo estaba interesado en la mitad inferior.
—Dhanurasana —dijo.
Walling lo miró a él y luego al póster.
—¿Vas a empezar a decirme qué está pasando?
—Alicia Kent practica yoga. Vi las colchonetas en la sala de ejercicio de la casa.
—Yo también las vi. ¿Y qué?
—¿Viste la decoloración por el sol en la pared donde había habido una foto o un calendario, o quizá un póster, que habían quitado?
—Sí, lo vi.
Bosch sostuvo el póster.
—Apuesto a que cuando entremos allí este encajará perfectamente. Es un póster que Gonzalves encontró con el cesio.
—¿Y qué significará eso, si encaja perfectamente?
—Significará que era casi un crimen perfecto. Alicia Kent conspiró para matar a su marido y, de no ser porque Digoberto Gonzalves encontró las pruebas que tiraron, se habría salido con la suya.
Walling negó con la cabeza desdeñosamente.
—Vamos, Harry. ¿Estás diciendo que conspiró con terroristas internacionales para matar a su marido a cambio del cesio? No puedo creer siquiera que esté haciendo esto. He de volver a la escena del crimen.
Walling empezó a mirar por los retrovisores, preparándose para hacer un giro de ciento ochenta grados. Estaban subiendo por Lake Hollywood Drive y llegarían a la casa en dos minutos.
—No, sigue, ya casi hemos llegado. Alicia Kent conspiró con alguien, pero no era un terrorista; el cesio arrojado a la basura lo demuestra. Tú misma has dicho que no hay modo alguno de que Moby y El-Fayed robaran este material sólo para tirarlo. Entonces, ¿qué te dice eso? No era un robo. Fue un asesinato. El cesio sólo era una pista falsa, igual que Ramin Samir, Moby y El-Fayed. Eran parte del engaño. Este póster ayudará a probarlo.
—¿Cómo?
—Dhanurasana, el Arco.
Sostuvo el póster y lo giró para que ella pudiera mirar la postura de yoga de la esquina inferior. Mostraba a una mujer con los brazos detrás de la espalda, sosteniéndose los tobillos y creando un arco con la parte delantera de su cuerpo. Parecía que estuviera atada.
Walling volvió a mirar a la calle serpenteante y luego echó otra larga mirada al póster y la pose.
—Entramos en la casa y vemos si encaja en ese espacio en la pared —dijo Bosch—. Si encaja, significa que Alicia Kent y el asesino lo sacaron de la pared porque no querían arriesgarse a que pudiéramos verlo y relacionarlo con lo que le ocurrió a ella.
—Es un salto, Harry. Un salto largo.
—No cuando lo pones en contexto.
—Lo cual por supuesto tú ya has hecho.
—En cuanto lleguemos a la casa.
—Espero que aún tengas la llave.
—Cuenta con ello.
Walling torció por Arrowhead Drive y pisó el acelerador. Sin embargo, cuando había recorrido una manzana, levantó el pie, redujo y negó con la cabeza.
—Esto es ridículo. Nos dijo el nombre de Moby. No hay ninguna forma de que hubiera sabido que estaba en este país. Y luego en el mirador tu propio testigo dijo que el asesino invocó a Alá al apretar el gatillo. ¿Cómo pudo…?
—Empecemos por ver si encaja el póster en la pared. Si encaja, te lo explicaré todo. Te lo prometo. Si no encaja, entonces dejaré de… incordiarte con esto.
Walling cedió y condujo lo que le quedaba de manzana hasta la casa de los Kent sin decir ni una palabra más. Ya no había ningún coche del FBI delante. Bosch supuso que estarían todos en la escena de la recuperación del cesio.
—Gracias a Dios que no he de tratar con Maxwell otra vez —dijo.
Walling ni siquiera sonrió.
Bosch salió con el póster y la carpeta que contenía las fotos de la escena del crimen. Usó las llaves de Stanley Kent para abrir la puerta de la casa y entraron en el gimnasio. Tomaron posiciones a ambos lados de la marca rectangular descolorida por el sol y Bosch desenrolló el póster. Cada uno cogió una punta. Sostuvieron la parte superior del cartel en la parte superior de la marca. Bosch puso su otra mano en el centro del póster y lo aplastó contra la pared. El póster encajaba a la perfección en la marca; aún más, las marcas de cinta adhesiva de la pared coincidían con las del póster. Para Bosch no cabía ninguna duda: el cartel encontrado por Digoberto Gonzalves en un contenedor cerca de Cahuenga había salido del cuarto de yoga de la casa de Alicia Kent.
Rachel soltó su lado del póster y salió del cuarto.
—Estaré en la sala. No puedo esperar a que me lo expliques.
Bosch enrolló el póster y la siguió. Walling se sentó en la misma silla en la que Bosch había puesto a Maxwell unas horas antes. Él permaneció de pie a su lado.
—Tenían miedo de que el póster los delatara —dijo—. Algún agente o detective listo vería la postura del Arco y empezaría a pensar: esta mujer hace yoga, quizá podría aguantar estar atada así, quizá fue idea suya, quizá lo hizo para vender mejor la pista falsa… así que no podía asumir el riesgo. El póster tenía que desaparecer. Fue a parar al contenedor con el cesio, la pistola y todo el resto de las cosas que usaron, salvo los pasamontañas y el plano falso que colocaron con el coche en la casa de Ranun Samir.
—Es una maestra del crimen —dijo Walling con sarcasmo.
Bosch siguió impertérrito. Sabía que la convencería.
—Si envías a tu gente a comprobar esa hilera de contenedores encontraréis el resto, el silenciador hecho con una botella de Coca-Cola, el primer conjunto de bridas, todo…
—¿El primer conjunto de bridas?
—Exacto. Ya llegaré a eso.
Walling continuó sin impresionarse.
—Será mejor que llegues a muchas cosas, porque hay grandes agujeros en esto, tío. ¿Y el nombre Moby? ¿Y la invocación a Alá por el asesino? Qué…
Bosch levantó una mano.
—Espera —dijo—. Necesito agua. Tengo la garganta seca de tanto hablar.
Fue a la cocina, recordando que había visto botellas de agua fría en la nevera al registrar la cocina ese mismo día.
—¿Quieres algo? —dijo en voz alta.
—No —respondió ella—. No es nuestra casa, ¿recuerdas?
Abrió la nevera, sacó una botella de agua y se la bebió mientras permanecía de pie delante de la puerta abierta. El aire frío también le sentó bien. Cerró la puerta, pero la abrió inmediatamente. Había visto algo: en el estante superior había una botella de plástico de zumo de uva. La sacó y la miró, recordando que cuando había visto la bolsa de basura en el garaje había encontrado toallas de papel manchadas con zumo de uva.
Otra pieza del puzzle que encajaba. Volvió a meter la botella en la nevera y regresó a la sala de estar donde Rachel estaba esperando para escuchar la historia. Una vez más, él permaneció de pie.
—A ver, ¿cuándo grabasteis en vídeo al terrorista conocido como Moby en el puerto?
—¿Qué tiene…?
—Por favor, responde la pregunta.
—El 12 de agosto del año pasado.
—Vale, el 12 de agosto. Luego, ¿qué? ¿Corrió algún tipo de alerta por el FBI y Seguridad Nacional?
Walling asintió.
—Pero hubo que esperar —dijo—. Hicieron falta dos meses de análisis de vídeo para confirmar que se trataba de Nassar y El-Fayed. Yo escribí el boletín. Se publicó el 9 de octubre como un avistamiento confirmado en territorio nacional.
—Por curiosidad, ¿por qué no lo hicisteis público?
—Porque tenemos… En realidad, no puedo decírtelo.
—Acabas de hacerlo. Teníais bajo vigilancia a alguien o algún lugar en el que estos dos podrían aparecer. Si lo hacíais público, podrían esconderse y no volver a aparecer más.
—¿Puedo volver a tu historia, por favor?
—Claro. El boletín se publicó el 9 de octubre, y ese fue el día en que empezó el plan para matar a Stanley Kent.
Walling dobló los brazos por encima del pecho y se limitó a mirarlo. Bosch pensó que quizás estaba empezando a ver adónde iba a ir a parar con la historia y no le gustaba.
—Funciona mejor si empiezas por el final y vas hacia atrás —dijo Bosch—. Alicia Kent os dio el nombre de Moby. ¿Cómo pudo haber conocido ese nombre?
—Oyó a uno de ellos llamando al otro por ese nombre.
Bosch negó con la cabeza.
—No, ella os dijo que lo oyó, pero estaba mintiendo, ¿cómo podía conocer el nombre para mentir sobre él? ¿Pura coincidencia que dé el apodo de un tipo cuya presencia en el país, en el condado de Los Ángeles, nada menos, se confirmó seis meses antes? No lo creo, Rachel, y tú tampoco. Las probabilidades de esto no pueden ni calcularse.
—Vale, entonces estás diciendo que alguien del FBI o de otra agencia que recibió el boletín del FBI que yo escribí le dio el nombre.
Bosch asintió y la señaló.
—Exacto. Él le dio el nombre para que pudiera sacarlo a relucir cuando fuera interrogada por el maestro interrogador del FBI. Ese nombre, junto con el plan de dejar el coche delante de la casa de Ramin Samir, serviría para poner todo este asunto por el camino equivocado, con el FBI y todos los demás buscando a terroristas que no tenían nada que ver con esto.
—¿Él?
—Estoy llegando a eso. Tienes razón. Cualquiera que viera ese boletín podría haberle dado ese nombre. Mi idea es que podría ser mucha gente (mucha gente sólo en Los Ángeles), así que ¿cómo lo reducimos a uno?
—Dímelo.
Bosch abrió la botella y bebió el resto del agua. Sostuvo la botella vacía en la mano mientras continuaba.
—Lo reduces si continúas yendo hacia atrás. ¿Dónde se cruzó la vida de Alicia Kent con la de una de esas personas de las agencias que sabían de Moby?
Walling torció el gesto y negó con la cabeza.
—Podría haber sido en cualquier sitio con esa clase de parámetros. En la cola del supermercado o cuando estaba comprando fertilizante para sus rosas. En cualquier sitio.
Bosch la tenía justo donde quería.
—Entonces estrechemos los parámetros —dijo—. ¿Dónde se habría cruzado con alguien que sabía de Moby, pero también sabía que su marido tenía acceso a algún tipo de material radiactivo en el que podría estar interesado Moby?
Ahora ella negó con la cabeza de manera desdeñosa.
—En ningún sitio. Haría falta una monumental coincidencia para…
Se detuvo cuando lo comprendió. Fusión. Iluminación. Y asombro al comprender plenamente adónde estaba yendo Bosch.
—Mi compañero y yo visitamos a los Kent para advertirles hace un año. Supongo que estás diciendo que eso me convierte en sospechosa.
Bosch negó con la cabeza.
—Es él, ¿recuerdas? No viniste aquí sola.
Los ojos de Rachel Walling llamearon cuando registró la implicación.
—Eso es ridículo. No hay manera. No puedo creer que…
No terminó porque su memoria se enganchó con algo, algún recuerdo que minó su confianza y lealtad a su compañero. Bosch captó la duda y se acercó.
—¿Qué? —preguntó.
—Nada.
—¿Qué?
—Mira —insistió ella—, sigue mi consejo y no le cuentes a nadie esta teoría tuya. Tienes suerte de habérmela contado a mí primero, porque esto podría hacerte sonar como una especie de chiflado vengativo. No tienes pruebas, móvil, afirmaciones incriminatorias; nada. Sólo tienes esta cosa que has hecho girar de un póster de yoga.
—No hay ninguna otra explicación que encaje con los hechos. Y yo te estoy hablando de los hechos del caso, no de que al FBI y a Seguridad Nacional y al resto del gobierno federal le encantaría que esto fuera un acto de terrorismo para poder justificar su existencia y desviar las críticas de otros fracasos. Al contrario de lo que queréis pensar, hay pruebas y hay afirmaciones incriminatorias. Si sometemos a Alicia Kent a un detector de mentiras, descubrirás que todo lo que me dijo a mí, a ti y al maestro interrogador es mentira. La verdadera maestra era Alicia Kent. Maestra de la manipulación.
Rachel se inclinó hacia delante y miró al suelo.
—Gracias, Harry. Resulta que ese maestro interrogador del que te encanta burlarte era yo.
Bosch se quedó un momento boquiabierto antes de hablar.
—Oh…, bueno, lo siento, pero no importa. La cuestión es que es una mentirosa magistral. Mintió respecto a todo y ahora que conocemos la historia será fácil dejarla al descubierto.
Walling se levantó de su silla y se acercó a la cristalera delantera. Las persianas verticales estaban cerradas, pero las separó con un dedo y miró a la calle. Bosch vio que ella estaba repasando la historia, desmenuzándola.
—¿Y el testigo? —preguntó ella sin volverse—. Oyó que el asesino gritó Alá. ¿Estás diciendo que forma parte de esto? ¿O estás diciendo que ellos sabían que estaba allí y gritaron Alá como parte de esta magistral manipulación?
Ahora Bosch se sentó y suavemente trató de aclararse la garganta. Le ardía y tenía dificultad para hablar.
—No, sobre eso, creo que es sólo una lección de los peligros de oír lo que quieres oír. Me declaro culpable de no ser tampoco yo un maestro interrogador. El chico me contó que oyó que el asesino lo gritaba al apretar el gatillo. Dijo que no estaba seguro, pero le sonó como Alá y eso, por supuesto, encajaba con lo que yo estaba pensando entonces. Oí lo que quise oír.
Walling se apartó de la ventana, volvió a sentarse y plegó los brazos. Bosch se sentó en una silla justo enfrente y continuó.
—Pero ¿cómo sabía el testigo que fue el asesino y no la víctima quién gritó? —preguntó—. Estaba a más de cincuenta metros. Estaba oscuro. ¿Cómo podía saber que no era Stanley Kent gritando su última palabra antes de la ejecución? El nombre de la mujer que amaba y por la que iba a morir, sin saber siquiera que le había traicionado.
—Alicia.
—Exactamente. Alicia seguido de un disparo se convierte en Alá.
Walling relajó los brazos y se inclinó hacia delante. Por lo que respectaba a lenguaje corporal, era una buena señal. Le decía a Bosch que estaba convenciéndola.
—Antes has mencionado el primer juego de bridas —dijo—. ¿De qué estabas hablando?
Bosch asintió y le pasó a ella la carpeta que contenía las fotos de la escena del crimen. Se había guardado lo mejor para el final.
—Míralas —dijo—. ¿Qué ves?
Walling abrió la carpeta y empezó a mirar las fotos. Mostraban el dormitorio principal de la casa de los Kent desde todos los ángulos.
—Es el dormitorio principal —dijo—. ¿Qué me estoy perdiendo?
—Exactamente.
—¿Qué?
—Es lo que no ves. No hay ropa en la foto. Nos dijo que le ordenaron que se quitara la ropa y se metiera en la cama. ¿Qué se supone que hemos de creer, que le dejaron guardar la ropa antes de atarla? ¿Le dejaron que la pusiera en la cesta de la ropa sucia? Mira la última foto. Es la foto del mensaje de correo que recibió Stanley Kent.
Walling miró por la carpeta hasta que encontró la foto del mensaje de correo. Ella la miró con intensidad. Bosch vio el reconocimiento apareciendo en sus ojos.
—Ahora, ¿qué ves?
—El albornoz —dijo con excitación—. Cuando la dejamos que se vistiera, fue al armario a coger el albornoz. ¡No había ningún albornoz en el sillón!
Bosch asintió y empezaron a repasar la historia.
—¿Qué nos dice eso? —preguntó Bosch—. ¿Que estos considerados terroristas colgaron el albornoz en el armario después de tomar la foto?
—O que quizá la señora Kent fue atada dos veces y movieron el albornoz entre tanto.
—Y mira otra vez la foto. El reloj de la mesita está desconectado.
—¿Por qué?
—No lo sé, pero quizá no querían preocuparse por tener ninguna impresión de tiempo en la foto. Quizá la primera foto ni siquiera se tomó ayer. Quizá es de hace dos días o dos semanas.
Rachel asintió y Bosch sabía que la había convencido definitivamente.
—La ataron una vez para la foto y luego otra vez para el rescate —dijo.
—Exactamente. Y eso le dio libertad para ayudar con el plan en el mirador. Ella no mató a su marido, pero estaba allí, en el otro coche. Y una vez que Stanley estuvo muerto, tiraron el cesio y aparcaron el coche delante de la casa de Samir, ella y su compañero volvieron a la casa y él la volvió a atar.
—Entonces no se había desmayado cuando llegamos allí. Era una actuación y parte del plan. Y mojar la cama fue un bonito detalle que ayudó a que nos lo tragáramos todo.
—El olor de orina también disimulaba el olor de zumo de uva.
—¿Qué quieres decir?
—Los hematomas en las muñecas y los tobillos. Ahora sabemos que no estuvo atada durante horas, pero aun así tenía moratones. Hay una botella abierta de zumo de uva en la nevera y toallas de papel empapadas con eso en el cubo de basura. Usó el zumo de uva para simular los moratones.
—Oh, Dios mío, no puedo creerlo.
—¿Qué?
—Cuando estuve en la sala de interrogatorios con ella en Táctica. Ese espacio reducido… Me pareció oler a uva en la sala. Pensé que alguien había estado allí antes que nosotros y había estado bebiendo zumo de uva. ¡Lo olí!
—Ahí está.
Ya no había duda. Bosch la había convencido. Pero entonces la sombra de preocupación y duda apareció en la cara de Walling como una nube de verano.
—¿Y el móvil? —preguntó ella—. Estamos hablando de un agente federal. Para actuar sobre esto necesitamos todo, incluso un móvil. No podemos dejar nada al azar.
Bosch estaba preparado para la pregunta.
—Viste el motivo. Alicia Kent es una mujer hermosa. Jack Brenner la quería y Stanley Kent estaba en medio.
Los ojos de Walling se abrieron de asombro. Bosch insistió con su tesis.
—Ese es el móvil, Rachel. Tú…
—Pero él…
—Déjame acabar. Funciona así: tú y tu compañero aparecéis aquí el año pasado para advertir a los Kent de su ocupación. Algún tipo de vibración se intercambia entre Alicia y Jack. Él se interesa, ella se interesa. Quedan para tomar café o una copa y una cosa lleva a la otra. Empieza una aventura, y dura. Y luego se prolonga hasta el punto de hacer algo. Dejar al marido, o deshacerse de él porque hay un seguro y media compañía en juego. Eso es suficiente motivo, Rachel, y de eso trataba el caso. No se trata de cesio ni de terrorismo ni de ninguna otra cosa. Es la ecuación básica: sexo y dinero igual a asesinato. Nada más.
Walling frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No sabes de qué estás hablando. Jack Brenner está casado y tiene tres hijos; por eso lo quería de compañero. Es estable, aburrido y no interesado. No era…
—Todos los hombres están interesados. No importa que estén casados ni cuántos hijos tengan.
Ella habló lentamente.
—¿Puedes escuchar ahora y dejarme hablar a mí? Te equivocas con Brenner. No conocía a Alicia Kent antes de esto. No era mi compañero cuando llegué el año pasado y nunca te he dicho que lo fuera.
Bosch se sintió sobresaltado por la noticia. Había supuesto que su actual compañero lo era también el año anterior. Había tenido la imagen de Brenner cargada en su mente mientras relataba la historia.
—Entonces, ¿quién era tu compañero el año pasado? —preguntó.
—Cambié de compañero y me uní con Jack al empezar el año. Básicamente, estaba cansada de que el otro me acosara. Quería seguir adelante.
—¿Quién era, Rachel?
Ella le sostuvo la mirada un buen rato.
—Era Cliff Maxwell.