La grandeza de un género literario no radica sólo en sus ocho o diez «obras maestras», sino también en otros cuatro centenares de «buenas novelas»… y —ya que nos ponemos— hasta en un par de millares más de novelas de «agradable lectura»… y en los otros cuatro millares de narraciones que simplemente «se dejan leer». Quizá Hondo no sea una de esas ocho obras maestras que haya aportado el Western a la historia de la Literatura pero, desde luego, es una novela insoslayable para este género y su autor, Louis L’Amour, el novelista más popular e influyente en la literatura western de la segunda mitad del siglo XX y alguien básico en la incorporación del mismo a la cultura popular contemporánea.
Cuando en 1952 John Wayne y Robert Fellows compran los derechos de El regalo de Cochise, un relato aparecido en ese mismo año en la revista Collier’s, su autor, un tal Louis L’Amour, es casi un perfecto desconocido. John Wayne es ya una leyenda del cine y del western. Ha triunfado con La diligencia, Fort Apache, Río Grande o, fuera del western, con El hombre tranquilo. Por aquellos años iniciales de la década de los 50, desmintiendo ese lugar común de que estaba apegado a lo tradicional y era contrario a cualquier innovación, Wayne está tremendamente ilusionado por aplicar el sistema de proyección en 3D que se está probando en aquellos días a su género favorito: el western. Y elige ese relato, El regalo de Cochise, para ponerlo en manos de uno de sus guionistas de cabecera, James Edward Grant, y rodar una película muy especial: Hondo (1953). Wayne será el productor y, en buena parte, la película responderá a sus deseos, puesto que su director John Farrow —no es Ford, no es Hawks— no es alguien con quien mantener un pulso o ganar un duelo. Y aunque Hondo no es la mejor película de Wayne, sí es de aceptación bastante extendida que es el mejor de los western de John Wayne no dirigido por Ford o Hawks, y suele aparecer con regularidad en la lista de los 25 mejores westerns de todos los tiempos.
Lo que ya era más difícil imaginar, allá por el año 1952, cuando aparece El regalo de Cochise y se compran sus derechos en 4.000 $, es que acaban de cruzarse las estelas de dos de los mayores mitos que el Western ha dado en toda su historia. El más famoso de sus actores, John Wayne (1907-1979), y el más famoso de sus escritores, Louis L’Amour (1908-1988). Por aquellos días Louis L’Amour es un escritor incipiente, un admirador y aprendiz de Jack London, de ascendencia francesa por parte de padre e irlandesa en su rama materna, que ha sido marino mercante en los mares de Indochina, boxeador profesional por necesidad, soldado en la división de tanques del ejército de Patton durante la II Guerra Mundial en Europa y que, tras todas esas ocupaciones y algunas más, se intenta abrir paso como escritor en las revistas de relatos. Hasta ese El regalo de Cochise publicado en Collier’s cuyos derechos compran Wayne y Fellows, L’Amour no ha conseguido demasiado. Ha publicado un juvenil libro de poemas, un puñado de relatos —algunos ya de western— y ha sido elegido por Clarence Mulford, el escritor del popular personaje de western Hopalong Cassidy, como el candidato para continuar escribiendo las aventuras de su personaje, tarea que L’Amour empezará a realizar bajo el seudónimo de Tex Burns. Tiene la formación conseguida mediante la amplia biblioteca familiar, donde ha leído, junto a los libros de poesía a los que era aficionado su padre, a Dickens, Scott o Thackeray y, más tarde, en la biblioteca de Oklahoma, descubriría a Dumas, Victor Hugo, Fielding y muchos de los librillos de divulgación cultural —Little Blue Books— que circulaban entre las clases populares por aquel entonces. Y pensando, en buena lógica, que si los editores rechazan los muchos cuentos que él les envía es porque algo hace mal, lee y analiza los relatos de sus admirados Maupassant y Stevenson intentando averiguar por qué los de ellos son buenos relatos y los suyos aún no lo son. Cuando empezaron a aceptárselos y pagárselos, dejó de darle vueltas a esa cuestión. Contar una historia de la forma más clara posible, confiesa, que ha sido siempre su objetivo.
No, desgraciadamente Louis L’Amour no es un nuevo Jack London o Robert Louis Stevenson, ni —es mi opinión— tiene la calidad literaria de Dorothy M. Johnson. Sin embargo, algo sí tiene. Sus cifras e influjo son espectaculares… Desde su primer cuento de éxito, El regalo de Cochise, que él mismo decidió extender a novela y publica en 1953 con el título de Hondo, L’Amour ha vendido más de 200 millones de ejemplares de sus libros, y 45 de sus novelas o relatos han sido llevados al cine o convertidos a series de televisión. Ha publicado cerca de un centenar de novelas, casi todo western, y más de 400 relatos llevan su firma. Súmenle a todo esto que debe ser el único autor específicamente de western que ha colocado, ya en los años 80, tres de sus libros entre los 10 más vendidos en todo el año en Estados Unidos, compitiendo para ello con los mejores escritores contemporáneos de best-sellers, y que de Hondo, su segunda novela y su mayor éxito, lleva vendidos ya más de millón y medio de ejemplares en todo el mundo… Y si aún no se hacen cargo de quién y qué es Louis L’Amour para el western y la cultura popular de los Estados Unidos, pueden ustedes buscar en Youtube y allí encontrarán a los Highwaymen, pura leyenda, el más famoso supergrupo que ha dado la música Western & Country —nada menos que Waylon Jennings, Willie Nelson, Johnny Cash y Kris Kristofferson— prestando sus voces a la dramatización de Riding for the Brand de Louis L’Amour para una caja de 4 cd’s que recoge siete de sus audionarraciones. Aparte de todo esto, debe ser el único escritor de western en posesión de la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos (1982) y la Medalla Presidencial de la Libertad (1984). Se podría continuar hablando de su erigida «Western Town», a la que se ha llamado Shalako; de su proyectada «Biblioteca americana», y de otro montón de incursiones de L’Amour en la cultura popular estadounidense, pero supongo que a efectos de subrayar su imponente presencia en el mundo del western, lo contenido en las anteriores líneas de este párrafo sitúa ya la dimensión de su figura.
¿Es un gran escritor? Sí por unos conceptos. No por otros. La inmensidad de su producción juega en su contra. En 1955 se compromete con la editorial Bantam a entregar dos novelas por año y, más tarde, el contrato sube la cifra a tres novelas por año. Y mientras, decenas de relatos siguen brotando de su pluma. Digamos —es una opinión personal— que es el más grande de los escritores de western y el más imperfecto de los grandes. Tiene un enorme número de buenas, o muy buenas, novelas —Hondo; Ruta Kiowa; Shalako…—, pero otras son bastante flojas —omitiremos nombres…—. En todo caso, raras veces suele alcanzar el rango de «excelente», aunque en cualquiera de sus narraciones hay grandes momentos. En ocasiones puede resultar realmente frustrante comprobar cómo cuando L’Amour está a punto de firmar una narración redonda, se queda a centímetros de la meta. Si en esas diez páginas finales de Shalako no se le hubiera ido la mano… ¡qué grandísima novela! En fin, L’Amour urde, crea grandes historias que luego plasma sobre el papel con una habilidad técnica quizá a menor nivel que el de su fecunda inventiva. En buena parte, esos fallos se deben a apresuramiento. En otras ocasiones esa fascinación por la épica, el pasado y los sentimientos fuertes puede hacer que, para un europeo, sin esas claves de resonancia tradicional de frontera, esas apelaciones al empuje, el honor, la fortaleza y el orgullo de los pioneros, suenen a tópico tradicionalista, o a tosquedad e ingenuidad. Pero sería injusto y limitado quedarse sólo en eso. En novelas como Ruta Kiowa, por ejemplo, es capaz de montar, en tan sólo 150 páginas, estructuras narrativas muy complejas, con flashbacks paralelos a la línea argumental, en forma de pequeñas historias, y crescendos dramáticos con auténticos aires de tragedia griega. También es muy capaz de elaborar diálogos sofisticados, concisos e inteligentes:
«Un mexicano alto y bien parecido miró el cadáver y luego me miró a mí.
—Nunca me gustó ese tipo —dijo—. Pero… —se encogió de hombros y añadió—: Si no tiene usted un caballo rápido yo puedo prestarle uno.
Fue una sugerencia llena de tacto que le agradecí.
—¿Puedo invitarle? —dije.
El hombre parpadeó levemente.
—En otra ocasión…, cualquier día que nos encontremos al norte de la divisoria.
En otras palabras, que no estaría mal que me diera prisa».
Ruta Kiowa. Cap. VIII
Es preciso y con frecuencia poético describiendo los paisajes en los que desarrolla sus tramas —tiene a gala haberlos recorrido a conciencia y son siempre algo importante en sus novelas—. Sus ambientaciones históricas son cuidadosas y documentadas. Siempre le gustó conversar con la gente que conoció aquellos tiempos… Deluvina Maxwell, que estuvo con Billy the Kid el día de su muerte; Bill Tilghman, que fue Marshal en Dodge City, Emmett Dalton, miembro de la famosa banda de los Dalton… De ellos y de muchos otros recibe anécdotas, detalles concretos, costumbres, modos de realizar tareas, etcétera, que ayudan a que las actitudes y hábitos de sus personajes transmitan verosimilitud. Pero, sobre todo, imagina historias que a sus lectores les gustaría conocer. Y en ellas utiliza muy diferentes registros: el humor, el drama, lo bélico, el romance… Esa capacidad creadora le ha convertido en un auténtico filón argumental para el cine y la televisión. Además de Hondo, se han basado en narraciones suyas El jinete misterioso (Jacques Tourneur, 1955); El pistolero de Cheyenne (George Cukor, 1960); Shalako (Edward Dmytryk, 1968); Catlow (El oro de nadie, Sam Wanamaker, 1971); Parada de postas (serie de televisión de 3 temporadas, 1983-1985); The Sacketts (serie de televisión, 1979) o Conagher (Reynaldo Villalobos, 1991), sólo por mencionar un puñado de esas películas y series que toman algún relato o novela de L’Amour como punto de partida.
Curiosamente, teniendo en cuenta que de quien hablamos es de alguien que ha escrito casi 100 novelas y 400 relatos, aún perdura como su más celebrado título Hondo. Ciertamente, las diecisiete novelas que ha dedicado a la familia Sackett y que le sirven para pasar revista a la historia de los Estados Unidos desde inicios del siglo XVII hasta el XIX, se han constituido en acontecimiento, con serie de televisión propia; calendario anual Sackett y todas las bendiciones económicas del éxito multitudinario. Sin embargo, ni los Sackett han conseguido desplazar a Hondo de su situación central en el escudo heráldico de Louis L’Amour. Si se tratara de un deportista, de un saltador de longitud o un lanzador de jabalina, nos resultaría raro que su mejor salto, su disparo más largo, se hubiera producido en su primer intento y no hubiera conseguido mejorarlo en los cien intentos posteriores… Bien, a veces ocurre y es posible que Estudio en escarlata sea la más importante aventura de Sherlock Holmes, y Tarzán de los monos, la primera y mejor de esa extensa serie que firmó Edgar Rice Burroughs… Con Hondo, si no ante la mejor novela de L’Amour —aunque pudiera serlo—, sí estamos ante la más relevante. Además de sus indudables méritos, la génesis de la novela ayudó a su difusión. Cuando L’Amour vende los derechos de El regalo de Cochise a Wayne y Fellows, el autor se reserva el derecho de novelar el guión que va a hacer James Edward Grant para el film. Y lo hace. Y en 1953 aparecen simultáneamente, justo el mismo día, la película Hondo, protagonizada por John Wayne, y la novela de Louis L’Amour Hondo, con una frase promocional de John Wayne en la que afirma que Hondo es el mejor western que ha leído nunca. Y Hondo perduró y siguió teniendo lectores y espectadores, como película, como novela y hasta como serie de televisión para la ABC desde 1967.
El guión novelado por L’Amour, es decir, lo que acaba siendo la novela Hondo, no se limita a expandir los hechos narrados en El regalo de Cochise, sino que, manteniendo lo básico, introduce cambios muy sustanciales en la historia. En principio, el relato corto cuenta cómo Ches Lane decide socorrer a una joven mujer que ha quedado aislada en pleno territorio apache y… —no revelaremos más del relato—. En Hondo, la novela que deriva de él, los elementos románticos, bélicos e históricos —aunque con alguna licencia— se han acentuado notablemente. Por de pronto y respecto al relato previo, ya no se trata de Cochise y hacia 1872; la acción se ha retrasado casi diez años, hasta la campaña contra Victorio. En ese turbulento escenario, Hondo Lane, correo y explorador del general Crook, llega al rancho donde Angie Lowe espera el retorno de su marido ausente. La tensión sensual establecida entre Hondo, un explorador rudo y con mala fama, y Angie, que se siente atrapada en un matrimonio desgraciado; la dureza extrema de la vida en un desierto hermoso y hostil ya de por sí, pero que recorrido por los apaches en pie de guerra es una pesadilla, y los esfuerzos de las tropas yanquis por controlar la situación, conforman el núcleo de la narración. Se suele decir de montones de historias que «en el fondo son una historia de amor». Con frecuencia esta afirmación es un topicazo aplicado con ligereza. En el caso de Hondo, realmente no es así, y por muy western de apaches que sea —que lo es—, se encontrará uno con que Hondo simultanea, en las fichas cinematográficas, las etiquetas «western» y «romance». Es un buen western y como novela romántica y «de pasiones» también funciona bien. Quizá hubiera sido mejor sugerir con sutileza que poner «negro sobre blanco», como si el lector no pudiera darse cuenta por sí mismo, los sentimientos que se van adueñando de los protagonistas, pero… ya lo dijo L’Amour: «intento contar las historias de la forma más clara posible…» Sin embargo, lo que además convierte en algo especial, muy especial a Hondo es su vertiente de, lo diremos así, «novela de guerra india contra apaches». Esa lucha en silencio, en un desierto cegador, donde tu permanente preocupación es no siluetearte contra el horizonte; donde si se quiere sobrevivir hay que permanecer inmóvil para no ser detectado y esperar la noche para seguir avanzando y se especula sobre quién causa une nube de polvo a ocho millas de distancia… Y el rancho destruido y los cadáveres calcinados y el terror a una muerte atroz. Esa especie de tablero de pesadilla en el que se practica un «juego del escondite» mortal, simplemente para conseguir entrar en batalla, es toda una temática en sí mismo. Ha dado cumbres literarias como La trompeta de la frontera de Haycox, y películas como La noche de los gigantes o la espléndida La venganza de Ulzana. Bien, en muchos aspectos, Hondo es una de las novelas que inician este apartado; una de las buenas, de las que marcaron el camino.
«Estudió el terreno con atención, comenzando en la lejanía y acercándose más y más, sin pasar por alto ninguna roca, ningún arbusto, ninguna cornisa rocosa de la ladera. No vio más polvo, ni oyó nada, ni detectó movimiento.
Continuó inmóvil. La paciencia en una situación como aquélla era más que una virtud, era el precio de la supervivencia. A menudo el primero en moverse era el primero en morir».
Hondo. Capítulo I
Louis L’Amour es uno de los autores western más traducidos al español. Quizá una veintena de sus novelas y relatos hayan visto la luz entre nosotros. Junto con Zane Grey, Oliver Curwood y Ernest Haycox, el más popular de los autores western norteamericanos aquí editados. Hondo ha sido traducida, al menos, cuatro veces al español, aunque la edición más reciente sea ya de hace más de veinticinco años. Creemos que la edición que ahora ponemos en tus manos es la más cuidada y veraz de las traducciones que se han hecho de Hondo al español. Además hemos decidido incluir en esta edición el relato El regalo de Cochise que estuvo en el origen de la novela. Lo hemos colocado al final de nuestra edición. Quizá el orden lógico hubiera sido abrir el tomo con él, puesto que fue escrito en primer lugar. Ese suele ser habitualmente nuestro criterio… Ahora bien, como hay un momento sustancial de la narración corta que se repite en la novela larga y se podría malograr alguno de los efectos de esta, hemos decidido preservar el bien mayor, la novela, y colocamos El regalo de Cochise al final del tomo. En todo caso, elección suya es si quieren empezar leyendo el relato que dio origen a la novela… Tienen esa opción. Decidan lo que decidan, que disfruten de ambos, del relato y de la novela.
ALFREDO LARA LÓPEZ