MAX AUB, ESCRITOR CONCEPTISTA

Si se entiende el aforismo como una manifestación de la inteligencia, del ingenio, de la sabiduría y de la belleza, que responde con tanta brevedad como intensidad y precisión a un pensamiento profundo que comunica una visión del mundo y de la vida, sin duda Max Aub fue un escritor de aforismos. Y lo fue aunque no cultivara deliberadamente esa forma más que en unas cuantas ocasiones. Sin embargo, basta leer con detenimiento los textos aubianos —novelas, relatos, dramas, diarios, ensayos o poesía— para que salten a los ojos del lector furioso los aforismos de modo tan natural como abundante y generoso. A este tipo de aforismos, que llegan incluso a independizarse del texto del que provienen, se refería Pedro Salinas cuando comentaba los aforismos de José Bergamín:

Hay una especie de jurado popular a lo largo del tiempo que sabe distinguir en una obra de estructura discursiva algunas frases donde la concentración del pensamiento y la felicidad de expresión son tan coincidentes que las hacen desprenderse, por así decirlo, de lo demás del texto y tomar calidad independiente[1].

Para quien conozca la obra de Max Aub, algunos de los textos aquí recogidos le serán muy familiares, no sólo por el contexto al que pertenecen, sino porque han sido citados en tantas ocasiones que se han convertido, casi, en textos autónomos.

Hay en la obra literaria de Max Aub una notable densidad conceptual, que se filtra a través de las rendijas que su autor le abre: una conversación al socaire de un paseo nocturno por las calles de una ciudad en guerra, una reflexión de quien ve los límites a su esperanza en las alambradas de un campo de concentración, el sueño en el que se refugia un exiliado que contempla el prodigio del amanecer en tierra ajena, el desamparo de quien advierte las carencias de la inteligencia y la ineficacia de las palabras para expresar las ideas y los sentimientos. Toda esa complejidad de temas y de ideas se resuelve, a menudo, en la obra aubiana, en una innegable tendencia a la prosa conceptista, a la concentración expresiva tan cercana a la sentencia y al aforismo. Sabe, el lector de la obra de Max Aub, que hay en su estilo una inclinación manifiesta hacia el barroquismo, tanto en lo que se refiere al nivel metafórico como al contenido significativo. Podemos decir de Max Aub, volviendo a citar a Pedro Salinas, lo mismo que el poeta dice de Bergamín: «Es un espíritu culto, refinado, de una agudización conceptista muy a lo siglo XVII»[2].

Durante el tiempo en que Aub estuvo recluido en los campos de concentración del sur de Francia y del norte de Argelia al terminar la guerra civil española, sólo tuvo como libros de lectura un tomo de las obras de Quevedo y un diccionario de la lengua española. No es exagerado decir, por consiguiente, que esa experiencia, tan dolorosa en su vertiente humana, tuvo un reflejo literario claro: contribuyó a acrisolar la tendencia de Aub hacia una prosa conceptista, barroca, llena de juegos de palabras y cuya riqueza léxica nadie pasará por alto. Naturalmente, esa inclinación de Aub a expresarse en frases breves preñadas de carga significativa, a veces tajantes y rotundas, que nutre su literatura y que la acerca tanto en ciertos pasajes al aforismo, proviene de sus años de aprendizaje literario en la época del vanguardismo. Aunque luego, influenciada por las circunstancias históricas, su literatura evolucionara hacia lo que se llamó el realismo trascendente y la vertiente mimética se impusiera, sin ocultarla nunca, a la faceta imaginativa; en lo que se refiere al estilo, la riqueza metafórica y conceptual tiene evidente continuidad y con el paso de los años se acentúa y se hace más patente.

Aub utiliza la forma aforística en libros como Jusep Torres Campalans, cuya fecha de composición hay que situar en torno a 1955, o en Campo de los almendros, su última gran novela, con la que cerró en 1968 el ciclo narrativo El laberinto mágico treinta años después de haberlo iniciado con la publicación del relato «El cojo» en la revista Hora de España en 1938. Si bien en el «Cuaderno verde» de Jusep Torres Campalans utiliza la forma aforística para reflexionar, a través de ese personaje, pintor imaginario, sobre el arte —meditaciones en las que no es difícil advertir la influencia de los aforismos de Juan Ramón Jiménez contenidos en Colina del alto chopo e Ideología lírica[3]—, en el «Cuaderno de Ferrís», personaje en el que Francisco Caudet quiere ver, con indudable acierto, un álter ego del propio Aub[4], el aforismo se emplea para manifestar, a través de una suerte de diario íntimo, pensamientos y observaciones sobre los más variados temas.

La tendencia a la concisión, a la brevedad, a reducir al máximo las palabras empleadas en el aforismo es lo que caracteriza a los textos que integran la segunda parte: «Paremiología particular». Los aforismos en ella recogidos fueron publicados en revistas, entre ellas Los Sesenta, en 1965, aquel proyecto dirigido por el propio Aub y en el que no podían colaborar los escritores que tuvieran menos de esa edad. Por su parte, Signos de ortografía se publicó en México en la Revista de Bellas Artes, en 1968. Por la fecha de publicación se observa que esta tendencia a la esencialidad, que desemboca en el empleo del aforismo, se acentúa en la última etapa de la obra del escritor.

Una de las características implícitas y naturales del aforismo literario es la brevedad; fue José Bergamín quien escribió: «Ni una palabra más: aforismo perfecto»[5]. Parece Aub, cuando escribe deliberadamente en forma aforística, hacer suya esa máxima. El lector lo podrá comprobar en los textos de la segunda parte. Este querer decir mucho con las mínimas palabras posibles se pone de manifiesto cuando se quiere dotar al aforismo de contenido narrativo: «Lo maté porque era de Vinaroz»[6]. Este hecho lleva a una cierta confusión genérica, sobre todo en lo que se refiere a Crímenes ejemplares y Signos de ortografía: ¿qué son realmente estos textos: aforismos, sentencias, historias mínimas? En un artículo titulado «El microrrelato español: el futuro de un género»[7], Fernando Valls y Rebeca Martín escriben: «Las concomitancias del microrrelato con el poema, la fábula, el aforismo, el artículo o incluso el mensaje publicitario son a veces evidentes, pero éste exige algo que no siempre aparece en textos como los mencionados: la narración de una historia».

El carácter narrativo es el que predomina en Crímenes ejemplares, que ya se editó en forma de libro, y por ello no hemos incluido ninguno en nuestra edición. No está tan claro, sin embargo, en los «Suicidios»[8], en los «Epitafios» y desde luego en los «Signos de ortografía»[9], donde la influencia de las greguerías ramonianas se hace más evidente, aunque a veces el humor negro los haga una continuación de los Crímenes. Sea como fuere, hemos decidido incluirlos en la segunda parte, bajo el amplio epígrafe de «sentencias, aforismos, historias mínimas», y estamos seguros de que, más allá de la discusión genérica, el lector sabrá apreciar el sentido del humor, la ironía y el ingenio del escritor.

En 1955 publicó Max Aub, en la Imprenta Robredo de México[10], dos libros de cuentos con portada idéntica titulados, según se leyera al derecho o al revés, Cuentos ciertos y Ciertos cuentos. Ponía así el propio Aub de manifiesto las dos tendencias de su prosa: la mimética o testimonial y la imaginativa o fantástica. Es decir, como si dos Aub convivieran en el escritor conceptista Max Aub: uno pegado de cerca a la realidad, que se erige en testimonio de cuanto vio y vivió, y otro que deja volar libremente la imaginación y se dispara desde lo real hacia lo maravilloso y lo fantástico[11]. Nada más alejado de la verdad. Como las dos caras de Jano, ambos escritores, el mimético y el fantástico, se funden en un único y poliédrico escritor que es Max Aub. Incluso en los aforismos esas diferencias existen y no hay por qué negarlas, basta con comparar estos textos: «El hombre es un ser perdido, prendido del azar e impotente», «No se puede saber a dónde vamos, ni siquiera a qué venimos. A cada momento hundimos el vacío a codazos y cabezazos», en los cuales la hondura existencial es manifiesta, con estos otros: «Dormir en un prado de comas, bajo un viento oscuro de acentos», «Suicidarse en seco», en los que el tono y el lenguaje son completamente diferentes. Sin embargo, unos y otros surgen de la misma sensibilidad, que para no morir asfixiada de trascendencia y soportar con estoicismo las limitaciones de la inteligencia, busca refugio en el humor y en el ingenio y elogia el lado vitalista de la existencia.

Aforismos en el laberinto

«Perdidos en el laberinto» reúne aforismos en los cuales predomina la reflexión existencial. El uso que hace Aub del símbolo del laberinto como metáfora de la existencia humana está presente como idea central en varios aforismos; el laberinto tiene un único límite, nuestros cinco sentidos; en el laberinto el hombre se siente perdido y desorientado; no hay otra salida del laberinto que no sea la muerte:

Nos metieron en un laberinto, al salir del Paraíso. Y se me perdió el hilo: estoy perdido. Estamos perdidos. No saldremos, ni con los pies por delante.

Entre Dios y la razón, a despecho del determinismo, Aub defiende en el hombre la capacidad de escoger, el empeño de buscar un camino de libertad de acuerdo a sus ideas, codo con codo con los demás, en la dignidad y en la conciencia de ser libres:

Determino en contra del determinismo. No me manda nadie. Me echaron al mundo, me educaron, pero cuando tuve uso de razón, pude disponer[12].

Las lagunas de la razón, los límites insalvables de la inteligencia, las carencias en definitiva del ser humano son tantas, que el sinsentido y el pesimismo hacen mella en la capacidad que tenemos para buscar nuestro propio destino y, así, a cada paso asoma el vacío y luchamos contra él a «codazos y cabezazos»; pareciera como si al ser desterrados del Paraíso, hubiésemos sido arrojados a un laberinto de tinieblas, donde todo es incertidumbre y confusión, donde sólo nos ilumina la perdida nostalgia de la luz:

Mundo sombrío, sin más esperanza que la comprensión y la solidaridad, y el amor. Todos dejados de la mano de Dios.

En «La libertad y la igualdad» hemos recogido aforismos de tipo social y político. Conviene recordar la turbulenta y conflictiva época que vivió Max Aub: la primera guerra mundial, la crisis económica del 29, el ascenso del fascismo, la guerra civil española, la segunda guerra mundial, el exilio, el franquismo, en fin, la guerra fría. Aub fue siempre un socialista liberal, partidario de una especie de tercera vía: un mundo que conjugara la libertad —lo que se entiende como libertades democráticas— y la igualdad, es decir, la socialización de los medios de producción que garantice un estado del bienestar para todos. No desdeña el escritor el juego conceptista y los paralelismos antitéticos para expresar con ironía y lucidez las desigualdades sociales:

Todo el sentido del mundo de hoy cabe en dos frases dichas o mejor desdichas: Ganarse la vida, dicen los pobres. Matar el tiempo, dicen los ricos.

Tiene Aub un sentido moral de la política: «Para mí, un intelectual es aquel para quien los problemas políticos, son, ante todo, problemas morales». Como buen humanista sabe que nada vale la pena al precio de traicionar y arrinconar al ser humano: «La revolución, al precio de abandonar lo humano, no vale la pena».

Los aforismos contenidos en «La literatura: ese gran cementerio» son en su mayoría un conjunto de consideraciones sobre la escritura y la literatura en general. No son los aforismos de un pensador, sino los de un artista que cavila en ellos sobre su arte. Uno de los primeros de esta sección es revelador de la concepción estética de Aub: la obra como un proceso en marcha cuyo sentido se revela al tiempo que se va escribiendo: «Escribir es ir descubriendo lo que se quiere decir». Medita acerca de las limitaciones del lenguaje y de la propia inteligencia:

No es que no sepamos lo que quieren decir las palabras. Es que las palabras, en el fondo, no dicen gran cosa. La inteligencia tiene tales límites que dan ganas de llorar.

La literatura no es para Aub un arte puramente estetizante, sino que «debe tener razón». Fue Aub un escritor responsable, comprometido con su tiempo y con un claro sentido testimonial:

A nosotros, novelistas y dramaturgos, sólo nos queda dar cuenta de la hora en crónicas más o menos verídicas.

A esa labor testimonial dedicó Aub muchos esfuerzos, muchos años de trabajo y miles de páginas. Buena parle de ese quehacer constituyó una meditación sobre España y los españoles, sobre su pasado, sobre la guerra civil y sus consecuencias, sobre el exilio y sobre el imposible retorno. Esos son los temas de los aforismos que hemos recogido en «La sola y desdichada España»; en ellos reflexiona, con ecos lejanos del noventayochismo y el institucionismo, con brevedad y brillantez sobre el carácter de los españoles, sobre sus virtudes y sobre sus defectos:

Eso ha sido siempre lo español: aguantar.

En España, la ignorancia nunca fue considerada como un defecto ni un mal.

En España no hay más motor que la envidia.

Fiel a su poética de escribir para su tiempo, defiende Aub la España republicana y los valores que aquella esperanza colectiva, aquel sueño de libertad, encarnó:

Lo cierto es que el pueblo español fue el único que se alzó, con armas en la mano, contra el fascismo, y se mire como se mire, eso no lo borrará nadie.

Ofrecemos al lector en «Cuaderno verde» una selección de los aforismos que constituyen la parte así titulada en la novela Jusep Torres Campalans. Hemos escogido aquellos en los que el autor profundiza, a través de su personaje, en el hecho artístico en general y en la pintura en particular. Es fácil entrever en ellos muchas de las ideas estéticas de Aub convenientemente adaptadas a un arte que practicó, sobre todo el dibujo y la caricatura, en varias ocasiones; por ejemplo, la idea de alcanzar la inmortalidad a través de la obra artística; no cuenta ni la biografía ni quién se fue, sino lo que se hizo, la obra:

No importará quién fui, sino lo que hice. Apréndelo: no importará quién fuiste sino lo que hiciste. Sólo lo que se hace se deja; quién eres no cuenta mañana.

El progresivo distanciamiento de las teorías estéticas del vanguardismo aparece aquí cuestionando, desde la paradoja y la ironía, uno de sus presupuestos angulares, el arte por el arte, o lo que es lo mismo, un arte alejado de lo real, un arte artístico exclusivamente:

Arte: la inteligencia, la trascendencia, la penetración, la vida convertida, para que la huelan, la adivinen, la recreen los que lo merecen. Y nada del arte por el arte, sino el arte por la vida, tras dar la vida por el arte. Decir lo que no se puede decir. El arte: creación o no es.

Como en tantas ocasiones, recurre a los juegos conceptistas de palabras: «Vender es venderse»; a la concentración expresiva resuelta en lenguaje coloquial: «No dejar lugar a dudas»; a la paradoja desconcertante: «¡Tanta cosa hermosa muerta!» y «¡Tanta cosa fea viva!»; a definiciones apasionadas y llenas de sentido sobre la esencia del hecho artístico: «El arte arde no es»; en fin, a la economía lingüística, con elipsis verbales: «La belleza, dentro».

Que el teatro fue una de las pasiones de Aub es cosa sabida y declarada por él en innumerables ocasiones. Bajo un título que supone una confesión de principios estéticos, la de un teatro ligado a la vida y a las circunstancias de cada época, recogemos en «No hay más que teatro de circunstancias» algunos aforismos que tienen como motivo central el teatro. Algunos definen el concepto que Aub tenía del teatro: ante todo, literatura:

Mi concepto del teatro contemporáneo se sostiene sobre la afirmación de que el teatro es ante todo literatura.

No pierde Aub nunca de vista que el teatro es, además de un género literario, un espectáculo en el que participan «el actor, la obra y el público». Como fenómeno comercial, el teatro no debe depender «exclusivamente de intereses materiales que lo sometan y rebajen». Aub sabe muy bien que el público tiene un papel muy importante en el teatro:

El teatro es el público: tiene el teatro que quiere: Ve y va al teatro que quiere. Sin público no hay teatro.

Para Aub el teatro, reflejo de la circunstancia del momento, no debe agotarse en la mera diversión —«El teatro que apunta a ser exclusivamente diversión se funde, después de su suceso, en el olvido. Lleva en sí su castigo»— sino que ha de aspirar a poner encima del escenario los problemas sociales y existenciales, los conflictos y las frustraciones, el ansia de libertad y la aspiración a un mundo mejor sin por ello caer en el teatro propagandístico y panfletario:

Nunca tuve por necesario falsear un drama para hacer propaganda.

Los aforismos del «Cuaderno de Ferrís» constituyen una suerte de diario personal. Domina en ellos el tono meditativo no sólo sobre los acontecimientos que le toca vivir al personaje, los últimos días de la guerra civil en el puerto de Alicante y en el improvisado campo de concentración de los almendros, sino también sobre la condición humana, la escritura y la literatura. La imagen de la enorme ballena negra muestra cierta tendencia a considerar el mundo como un lugar imperfecto, injusto, en reparación:

Seguramente nos equivocamos de puerta al nacer. Es difícil, lo reconozco, pero así fue: nos equivocamos de puerta al nacer, éste no es el Mundo, es otro, en reparación, varado en la orilla del mar. Una enorme ballena negra, ¡oh, Melville!

Del mismo modo, cabe destacar, la defensa de la libertad de conciencia, libertad que tan maltratada ha sido por los nocivos efectos del catolicismo más rancio; la crítica de Ferrís–Aub está llena de inteligencia y de acierto:

El catolicismo, he aquí el enemigo. No por el clero ni el lujo ni el arte: por tener al hombre en tan poco. Ningún pueblo como el español bebió esa ponzoña; quedó menguado, paralítico del lado izquierdo.

Aub habla abiertamente de sí mismo, sin hacerlo a través de personaje interpuesto, en los aforismos que liemos recogido en «Creo en el progreso». Tras definirse como «un liberal, un socialista liberal» y reconocer que «la amistad» es para él «una de las razones de vivir», muestra su profundo humanismo y su solidaridad con los más débiles como base de lo que bien podríamos considerar su «ideología»:

Mi socialismo nace de un sentimiento de solidaridad, de un deseo de que los que no tienen vivan mejor. No es eso una idea, sino un anhelo tan viejo como la sociedad.

Observamos en Max Aub, y llama la atención en una persona como él educada en el agnosticismo, una dialéctica antinómica entre Dios y la razón, entre el pesimismo existencial, con cierta insistencia nihilista en el sinsentido del mundo, y el progresismo optimista. Su fe en el hombre y en la lucha por un mundo más justo y más solidario hace que nunca pueda ser considerado estéril el sacrificio entero de generaciones de hombres y mujeres que dieron su vida en esa lucha por la libertad y la dignidad:

O la historia tiene sentido, o no lo tiene. O el hombre, por el hecho de serlo, tiende y va hacia su fin por medio del progreso o, por el contrario, las generaciones se siguen sin fin y sin fin alguno. Creo, con toda razón, en lo primero, base indestructible de mi optimismo y de mi repudio de esa filosofía existencialista que tuvo tantos capitanes y a Spengler por profeta. Creo, lo repito una vez más, en el progreso, en el arte y en la amistad.

Confiesa Aub que escribe «para permanecer en los manuales de literatura, para estar ahí, para vivir cuando haya muerto»; sin embargo, no sacraliza nunca su labor como escritor y concibe la literatura como una forma de explicarse a sí mismo y a cuanto le rodea: «Escribo para explicar y para explicarme cómo veo las cosas».

Aunque no son aforismos propiamente dichos, sino más bien opiniones e impresiones, los textos recogidos en «Para decir lo que me parece» adoptan la forma aforística con gran brillantez y originalidad, también con cierta dosis de bondadosa maldad y con una acerada y afilada pluma en la mejor tradición satírica. Nos hemos ceñido a autores del siglo XX, más o menos contemporáneos de Aub. Parece proyectar sobre los autores sus propios sentimientos; así, al hablar de Unamuno, de la soledad y de la inmortalidad, bien pudiera estar hablando de sí mismo:

Unamuno ha recurrido a todos los medios de expresión para clamar su soledad y su ansia de sobrevivir.

Reconoce Aub en Baroja, y antes en Galdós[13]. al gran novelista:

Su independencia y su agnosticismo aunados a su gran talento de escritor hacen de Baroja, todavía hoy, el novelista más importante de nuestro siglo.

La brillantez y el ingenio, un punto malicioso, dominan en la imagen que Aub quiere dar de Gómez de la Serna; la metáfora que cierra el aforismo es realmente digna de una greguería. En algunos de los textos de la segunda parte la influencia de Ramón está más presente de lo que tal vez le gustaría al propio Aub:

Ramón Gómez de la Serna escribe a borbotones; mana por mil ojos. Se da. No tiene tiempo de escoger, ni pulir, ni pensar. Allá va, bomba. Como si tuviera estilográficas en la punta de cada dedo y ninguna se enterara de lo que escribe su vecina.

Tras dedicar una serie de aforismos en verso a los poetas del 27 —resulta brillante la imagen de Bergamín como «cortapapeles de Dios» y divertida y vital la de Altolaguirre mirando «el culo a San Pedro»—, compañeros suyos de generación, se fija Aub, y al mismo tiempo le rinde homenaje, en su amigo Francisco Ayala, elogiando la inteligencia y el arte literario del escritor granadino:

Las obras de Francisco Ayala están escritas con precisión regocijante, con una inteligencia y un arte que para sí quisieran muchos[14].

Toda la tragedia del exilio queda reflejada en el aforismo que Aub dedica a la muerte de su amigo Paulino Masip[15]:

Murió de pena Paulino Masip, viéndose olvidado. Cinco losas le cubren. Dios perdone a los que nos echaron.

Salvando la calidad de su obra literaria, arremete Aub contra Alejandro Casona, contra su regreso a la España de Franco, contra su éxito entre la burguesía de entonces, y lo hace evocando su pasado republicano; esta postura, de intransigencia ética de Aub, le valió bastantes enemistades y una inmerecida fama de rígido moralista en algunos círculos:

Casona se convirtió en el autor preferido de la actual burguesía española. Nada tiene que ver esto con su obra, que ahí está para quien quiera juzgarla. Pero es triste para los que le conocimos firme, resuelto, llevando las Misiones Pedagógicas por los lugares donde el teatro más falta hacía.

En fin, a pesar de lo prematuro en el tiempo de algunos de estos juicios e impresiones, no puede negarse el buen ojo literario de Aub al destacar el valor literario de la figura de Jaime Gil de Biedma, que el tiempo no ha hecho más que confirmar y acrecentar:

Jaime Gil de Biedma es, sin duda, el más complejo de estos jóvenes poetas y de los que más se puede fiar.

Paremiología particular: sentencias, aforismos, historias mínimas

Los textos de «Paremiología particular», tan cercanos formalmente al aforismo, fueron publicados, en 1965, en el número 3 de la revista Los Sesenta. Se trata de un conjunto de escritos breves en los que Aub se sitúa en el ámbito del refrán. Recurre a la paradoja y al ingenio para darle la vuelta a algunos de los lugares comunes de los refranes tradicionales; de modo que en ellos hay una suerte de mundo al revés, un ir contracorriente: si el que espera desespera, para Aub «El que espera no desespera»; si las cosas nunca son lo que parecen, para nuestro escritor «Siempre se acaba siendo lo que se parece»; si el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija, quiere Aub «Hacer sombra y no estar en otra»; si se recomienda abstenerse en la duda, Aub dice: «En la duda no te abstengas nunca»; en fin, si al principio fue el verbo, para Aub «Primero fue el silencio».

Se repiten aquí, expresadas con la máxima concisión, ideas de los aforismos de la primera parte. Por ejemplo: «Se escribe para vivir»; «Todo nace de la ignorancia»; «Del azar nace lo definitivo»; en fin, «Sólo el que se declara vencido perece». Recurre Aub al lenguaje coloquial y al sentido del humor para mostrar su lado más vitalista: «Pasarse en todo y de todo»; «Ser puente: todo ojos y buenos espolones».

También en la parte final de «Signos de Ortografía» aparecen refranes. Casi todos ellos son juegos conceptuales apurando la capacidad de relacionar los elementos de la edición y sus imágenes: «La orla, esa enagua»; otras veces se resuelve en juegos de palabras: «El medianil, desmedido»; establece insinuadoras relaciones a partir de los nombres y de los sonidos: «Esa versalita tan cachonda»; cae, también, en el chiste fácil: «Este tipómetro pedorrero».

«Signos de Ortografía» contiene textos en los que se mezclan varios géneros: el aforismo, la sentencia y el microrrelato. La relación con Crímenes ejemplares se pone de manifiesto en el primero de ellos:

Puntos, comas, guiones, paréntesis, asteriscos: ¡Cuántos crímenes se cometen en vuestro nombre!

No puede negarse, sin embargo, el carácter narrativo de algunos de ellos, por ejemplo: «Y le hundió el guión hasta la empuñadura». La historia está implícita y se manifiesta sólo, a través de un narrador omnisciente, en su desenlace. Las desavenencias entre dos personajes desembocan en una muerte violenta. La metáfora es taurina y el estoque del toreo es sustituido, por coherencia contextual, por un elemento tipográfico, el guión.

Sin embargo, muchos de estos textos, que tanto explotan las posibilidades semánticas y metafóricas de la tipografía y el mundo de la imprenta y la edición, devienen en aforismos alejados de lo narrativo y más cercanos a la greguería ramoniana. Es difícil ver el elemento narrativo en aforismos como éste: «La Tierra, esa errata errante…», en el que predomina, en lo formal, la aliteración y un cierto trasfondo existencial al considerar la Tierra como un planeta perdido en el universo.

Otros aforismos se construyen desde la literaturización:

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de Garamond, mustio Baskerville, fueron un tiempo Itálica famosa.

Aub recrea, con ingenio no exento de ironía, los versos iniciales de la «Canción a las ruinas de Itálica» de Rodrigo Caro: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa». El empleo de nombres de tipos de letra relaciona el aforismo con el contexto tipográfico. Otro caso de literaturización, también barroca, es éste: «Murió en el duro banco de las galeras». El eco de los versos del famoso romance de Góngora es evidente: «Amarrado al duro banco / de una galera turquesca». Aub basa su aforismo en el derivado connotativo de galeras, galeradas, es decir, pruebas de imprenta de un libro, cuya corrección es trabajo duro, lento y laborioso.

El sentido del humor aubiano se manifiesta abiertamente en estos textos. No duda en utilizar expresiones tomadas del acervo coloquial para relacionarlas semánticamente con los signos ortográficos: «Era un punto filipino», «Todo es según el cuerpo con que se lee».

La sensualidad tampoco deja de estar presente en estos aforismos: «Tenía debilidad por las negritas», «Negrita y cursiva ¡cómo me gustaba!». La base del aforismo es la relación de las «negritas» con el nombre afectivo y coloquial que se da a las mujeres en ciertos países de América Latina, sobre todo en Cuba, a la vez que es voz de cariño entre quienes se quieren bien; por su parte, «cursiva» se relaciona con curvas, con la letra curvada que se usa para resaltar en un texto títulos de obras literarias. Todo hace pensar, no obstante, que ha habido un desplazamiento semántico desde bastardilla hasta cursiva, ya que la letra bastarda «la de mano, inclinada hacia la derecha y rotunda en curvas» es la que se denomina habitualmente, sobre todo en los programas informáticos, cursiva, cuando el significado de ésta es: «la de mano que se liga mucho para escribir deprisa». Aub sabe bien el significado de las palabras y juega con los conceptos: «Si subrayas, ten mucho cuidado, estás insultando a tus padres, bastardilla».

Otras veces el erotismo y la sensualidad suben de tono: «Foliar es no perderse una», «Por fin, le dieron por el colofón, tal como tantas veces lo soñó». Ironiza, en fin, Aub con el concepto de virginidad: «Quedó inédita»; con la sonoridad de las palabras, estableciendo relaciones entre arisco y asterisco: «¡Asterisco! No me insultes»; con tilde y atildado: «Tilde, tan femenina»; con sangría médica y espacio en la línea: «Murió de tanta sangría»; con el nihil obstat que iba al frente de la ediciones antiguamente y es usado como metáfora de libertad, de una vida sin impedimentos: «¡Mi vida por un nihil obstat!».

En «Suicidios» el vitalismo de Aub estalla en ironía sobre un tema en apariencia tan dramático como el suicidio. Recurre Aub, nuevamente, al lenguaje coloquial, tan expresivo en este caso: «Voy a ver qué pasa». También busca los dobles sentidos de las frases hechas, de modo que «matarse a trabajar» se convierte en «Trabaja uno hasta matarse». La actitud de burla irreverente hacia los lugares comunes, literarios y filosóficos, es patente en aforismos como éste: «Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo». En fin, seguro que provocará alguna sonrisa en el lector el que cierra esta brevísima cata de aforismos situados también en la estela de Crímenes ejemplares: «¡Adivinen, jóvenes, ya que son tan listos!».

Los «Epitafios» ponen fin a esta selección de aforismos. En ellos sigue Aub explorando las posibilidades del lenguaje, buscando las relaciones inesperadas, sacando todo el partido posible a los términos que elige. Por ejemplo metiche, palabra que se usa en México para designar al entrometido, le permite variaciones semánticas con el verbo meter: «Del metiche: Se metía en todo. Aquí está metido».

La sátira política también está presente al referirse a los dictadores, a los tiranos, como rapiñadores; la oposición suyo–tuyo es suficientemente expresiva: «De un tirano: Fue a lo suyo. Por lo tuyo».

Existe la palabra no y también debe usarse; Aub lo recuerda con crudeza: «De un imbécil: A todo dijo que sí». También, en el llamado «Contraepitafio», asoma una veta filosófica amarga y nihilista; la antinomia no es entre sueño y vida, sino entre sueño y nada; Aub remata el texto irónicamente, tal vez para burlarse de su propia trascendencia, con el empleo del lenguaje coloquial; cambia el ahí del dicho por el aquí, referido al nicho: «Contraepitafio: Sueño o nada. Aquí queda eso».

Cerramos la selección con el que podríamos llamar autoepitafio. «Miro mi obra y me tengo en menos por no haber hecho más […], mi amargura es no ser mejor escritor»[16], escribe, en un momento de desaliento, Aub; sin embargo, basta con echar una ojeada a su extensa obra literaria para darse cuenta de que en este autoepitafio hay mucho del viejo tópico retórico latino de la captación de la benevolencia: «Mío: No pudo más».

Las tinieblas del olvido

Fue Max Aub un escritor que se lamentó a menudo de la falta de lectores; en la «Nota preliminar» a Mis páginas mejores, escribía: «De hecho soy un escritor desconocido en España». Del mismo modo, le preocupaba no haber sido entendido después de haber escrito tanto; así, en la «Explicación» que sirve de prólogo a Hablo como hombre dice: «Lo que más me ha gustado es escribir; seguramente para que se supiera cómo soy, sin decirlo. Creí que lo adivinarían. Una vez más me equivoqué»[17]. Ambas quejas se repiten, sobre todo, en sus diarios. En 1972, el último año de su vida, reseña el 27 de febrero, después de saber que sólo se habían vendido cincuenta ejemplares de La gallina ciega en México: «¿No me voy a convencer, de una vez, que soy un escritor sin lectores? Me alaban sin leerme». Consciente de los graves problemas de recepción de su obra, le asaltan dudas acerca de su labor literaria; así, al terminar de corregir las pruebas de su Teatro completo, escribe el 19 de marzo de 1968: «No voy a contar nada dentro de nada». El desarraigo del destierro, la falta de público lector que se interesase por sus obras, sobre todo por las testimoniales, contribuyó en no poca medida a acrecentar el pesimismo con respecto a su obra. Pero los momentos de desesperanza del escritor se alternan con otros en los que muestra su orgullo de artista que se sabe llamado a permanecer; así, el 13 de julio de 1954, escribe en su diario: «Con seguridad tardarán todavía muchos años en darse cuenta de que soy un gran escritor. ¿Lo siento? Sí, lo siento, pero no puedo llorar»[18]. La posteridad ha dado a Max Aub la razón. Baste sólo un ejemplo. En 1996 el suplemento literario del diario El Mundo, La Esfera, publicó un listado con las mejores novelas sobre la guerra civil, en el sesenta aniversario de su inicio. Las novelas que integran El laberinto mágico, de Aub, ocuparon el primer puesto[19]. Sin duda, la obra de Aub ocupa ya de modo definitivo el lugar que le corresponde en el panorama histórico de la literatura española. Esta selección de aforismos que pretende acercamos, a través de las propias palabras del escritor, a su manera de ver y entender el mundo, a su concepción del ser humano, del arte y de la literatura, verá la luz en 2003, año del centenario de su nacimiento. Buen momento para retomar la obra de Aub y dejar que la fuerza de su palabra, siempre viva, disipe las tinieblas del olvido:

Celebremos los centenarios. Son obligados puntos de referencia que nos fuerzan a volver sobre los males del tiempo. Disipan por un momento las tinieblas del olvido como cuando, de pronto, luce el sol entre oscuras y corredoras nubes[20].

JAVIER QUIÑONES

Barcelona, diciembre de 2002