—¡Cállate, Robbie, joder!
Krystal había llevado a Robbie hasta una parada de autobús, varias calles más allá, para que ni Obbo ni Terri pudieran encontrarlos. No sabía si tenía suficiente dinero para el billete, pero estaba decidida a ir a Pagford. La abuelita Cath había muerto, el señor Fairbrother había muerto, pero Fats Wall todavía estaba allí, y ella necesitaba fabricar un bebé con él.
—¡¿Qué hacías en mi habitación con él?! —le gritó a Robbie, que lloriqueó y no contestó.
Al móvil de Terri le quedaba muy poca batería. Krystal marcó el número de Fats, pero le salió el buzón de voz.
En Church Row, Fats comía tostadas y escuchaba a sus padres, que tenían una de aquellas extrañas conversaciones en el estudio, al otro lado del recibidor. Agradecía tener algo que lo distrajera de sus pensamientos. El móvil que llevaba en el bolsillo vibró, pero no contestó. No había nadie con quien quisiera hablar. No podía ser Andrew, después de lo ocurrido la noche anterior.
—Ya sabes lo que tienes que hacer, Colin —estaba diciendo su madre. Parecía extenuada—. Colin, por favor…
—El sábado por la noche cenamos con ellos. La noche antes de su muerte. Cociné yo. ¿Y si…?
—Colin, no pusiste nada en la comida. Por el amor de Dios, ya estoy otra vez… No debería hacer esto, Colin, sabes perfectamente que no debería meterme. Quien habla es tu trastorno obsesivo compulsivo.
—Pero podría ser, Tess. De pronto se me ocurrió. ¿Y si puse algo…?
—Entonces, ¿cómo es que Mary, tú y yo estamos vivos? ¡Le hicieron una autopsia, Colin!
—Nadie nos comentó el resultado. Mary no nos dijo nada. Creo que por eso ya no quiere hablar conmigo. Sospecha de mí.
—Colin, por el amor de Dios… —Tessa redujo la voz hasta convertirla en un susurro apremiante.
Fats ya no pudo oír lo que decía su madre. Entonces, el teléfono volvió a vibrar. Lo sacó del bolsillo. Era el número de Krystal. Contestó.
—Hola —dijo ella; al fondo se oía gritar a un niño—. ¿Quieres quedar?
—No sé —respondió él al mismo tiempo que bostezaba. Tenía intención de acostarse.
—Estoy en el autobús camino de Pagford. Podríamos hacer algo.
La noche anterior, Fats había apretujado a Gaia Bawden contra la verja del centro parroquial hasta que ella se había apartado de él y había vomitado. Luego Gaia había vuelto a hacerle reproches, y él la había dejado allí y se había marchado a casa.
—No sé —repitió. Estaba muy cansado y desanimado.
—¿Qué? —insistió ella.
Fats oyó a Colin en el estudio.
—Eso lo dices tú, pero ¿y si no lo detectaron? ¿Y si…?
—Colin, no deberíamos hablar así. Sabes que no debes tomarte en serio esas ideas.
—¿Cómo puedes decirme eso? ¿Cómo quieres que no me las tome en serio? Si soy responsable de…
—Vale, sí —le dijo Fats a Krystal—. Dentro de veinte minutos delante del pub de la plaza.