Está viva. Si es así, es una muerte que me redime de todas mis cuitas.

Está viva. Si es así, es una suerte que me redime de todas mis cuitas.

WILLIAM SHAKESPEARE,

El rey Lear

Museo Imperial de la Guerra, Londres, 7 de mayo de 1995

«Logré cruzar y encontrar a Polly y Merope —pensó Colin—, pero llegué demasiado tarde para rescatarlas.»

—Llegué demasiado tarde, ¿verdad? —le preguntó a Binnie y, el efecto de sonido de las bombas cayendo se reanudó.

—No —repuso Binnie cuando el ruido disminuyó lo bastante para hacerse oír.

—¿Qué? ¿Saqué a Polly y al señor Dunworthy antes de su fecha límite?

—No lo sé. Sé que te marchaste con ellos al portal y que mamá… quiero decir, Eileen… dijo que teníais que haber regresado a Oxford, porque…

—Pero si me fui llevándomelos al portal, ¿por qué Merope… quiero decir, Eileen… no nos acompañó?

—Por nosotros. Por Alf y por mí. Nos había prometido no dejarnos y además tenía que estar aquí para decirte dónde estaban Polly y el señor Dunworthy.

Así que se había sacrificado y se había quedado… Pero seguramente había habido algún otro modo de…, sobre todo puesto que no era ella quien se lo había dicho: había sido Binnie.

Sin embargo, ya pensaría después en eso. Ahora tenía que enterarse de dónde estaban.

—Binnie —le dijo ansiosamente—. Tenemos que encontrar un momento en que los tres estén juntos en un mismo lugar. Dices que Eileen tomó la decisión de quedarse, lo que significa que estaba con los otros dos, así que tuvo que haber un momento en que los tres estuvieron juntos. Antes del primero de mayo, la fecha límite del señor Dunworthy. Supongo que el momento mejor para encontrarlos juntos es durante un bombardeo. ¿Iban a un refugio del metro durante las incursiones aéreas?

—Sí, pero…

—Y tienes que decirme dónde viven y cuándo es más probable que estén todos en casa. Sé lo de la pensión de la señora Rickett. ¿Siguen todavía en Kensington? Si siguen allí, tal vez el portal que Polly usaba se abra…

Binnie lo miraba con el ceño fruncido.

—Sé que hace mucho tiempo —dijo él—, que cuesta recordar exactamente dónde estaban en un determinado momento, pero es vital. Si no logras recordar una fecha exacta, entonces dime en qué refugio de metro y buscaré las fechas de los bombardeos y…

Binnie sacudió la cabeza, con el ceño todavía fruncido.

—¿Por qué no? —le preguntó él—. ¿No iban siempre a la estación de metro durante los bombardeos?

—Da igual si lo hacían o no —le explicó Binnie—. No estaban allí.

—No estaban…

—Cuando viniste. —Sonrió cuando vio su cara de desconcierto—. Olvidas que todo esto ya ha pasado. Hace más de cincuenta años. Mamá se quedó para poder hacerlo realidad, para decirte dónde estaban. Al ver que no podría…

—Te mandó a ti.

—Sí.

—¿Te contó quién era? —le preguntó, intentando asimilar todo aquello.

—Sí, pero nosotros lo dedujimos años antes de que lo hiciera. Cuando estábamos en la mansión la seguimos hasta el portal.

—¿La visteis cruzar?

Se suponía que el portal no se habría abierto de haber alguien cerca.

—No, pero la vimos justo después de su regreso y había montones de pistas, errores y otras cosas, y cuando tú llegaste y te llevaste a Polly y al señor Dunworthy, estuvimos completamente seguros, aunque había un montón de cosas que seguíamos sin saber, como por ejemplo por qué tardaste tanto en venir.

—Ningún portal de Inglaterra en 1940 se abría —le explicó él—. Cuando el señor Dunworthy no regresó, probamos cualquier posible localización espacio-temporal, pero ninguna funcionó. Al principio creíamos que eso afectaba a todos los portales, pero los que estaban en otros lugares y otras épocas no estaban afectados, solo los de Inglaterra y Escocia durante los tres primeros meses de 1941. Conseguimos que unos cuantos portales se abrieran en la segunda mitad de marzo, pero para entonces no teníamos ni idea de dónde estaban Dunworthy, Polly y Eileen. Polly había dejado Townsend Brothers y ninguno estaba en Notting Hill Gate.

—Por tanto, has venido aquí para encontrar a alguien que pudiera haberla conocido y te dijera dónde estaba.

—Sí. —No le mencionó todos los meses que había pasado investigando en los archivos del Servicio Nacional y Defensa Civil, buscando sus nombres después de que Michael le dijera que Polly y Eileen tenían intención de presentarse voluntarias, ni los años previos a eso que se había pasado sentado en bibliotecas y hemerotecas intentando enterarse de si seguían vivos y calculando coordenadas para un portal tras otro, ninguno de los cuales funcionaba, y esforzándose por convencer a Badri y Linna de que el rescate era posible, y reuniéndose con el doctor Ishiwaca y con cualquier otro teórico de los viajes en el tiempo al que podía acorralar. Intentando enterarse de qué demonios había ido mal.

—Alf decía que estaba seguro de que había sido en un aniversario —dijo Binnie.

—Un momento… —dijo Colin—. ¿No te dijo Eileen que yo estaría aquí hoy?

—No.

—No lo entiendo. ¿Por qué no?

—Porque no sabía dónde estarías. Lo único que sabía era que en algún momento te había dicho dónde estaban y que por eso habías sabido adónde venir.

—Pero…

—Dijo que no le hacía falta saberlo, que podría encontrarte porque ya te había encontrado —dijo Binnie, sonriendo—. Mamá fue siempre bastante optimista; incluso cuando se enteró de que tenía cáncer, nos dijo: «No os preocupéis. Al final todo saldrá bien.» Cuando murió temí que algo hubiera salido mal, pero Alf dijo que no podía haber salido mal, porque en tal caso tú no hubieras venido, así que nos tocaba a nosotros hacer posible tu venida. —Seguía sonriéndole—. Y eso hicimos.

—Sigo sin entenderlo. ¿Cómo sabíais tu hermano y tú que yo estaría aquí este día en concreto?

—No lo sabíamos. Te hemos estado buscando desde que murió mamá.

—Desde que murió…

Binnie asintió.

—Al principio nos centramos en la estación de metro de Notting Hill Gate y la de Oxford Street, además de, por supuesto, en la mansión Denewell, que ahora es un colegio, pero era un territorio demasiado extenso para cubrirlo enteramente, incluso contando con Michael y Mary…

—¿Con quién?

—Michael es mi hijo y Mary mi hermana… mi hermanastra, en realidad, aunque no la considero tal.

—¿Es hija de Eileen?

—Perdona. Es que se me olvida que no sabes todo esto. Mamá… Eileen… se casó con…

Se oyó un silbido estridente seguido de una explosión. Los muros del refugio temblaron. Destelló un fogonazo blanco que simulaba el resplandor de la bomba al estallar y que pasó al amarillo y finalmente al rojo, tiñendo el refugio y la cara de Binnie de una luz espeluznante.

—¿Eileen se casó con…? —le dio pie a continuar Colin, gritando para hacerse oír.

Binnie no le respondió. Lo estaba mirando de un modo extraño, como si acabara de darse cuenta de algo.

—¿Qué pasa? ¿Sucede algo? —le preguntó, pensando que tal vez los sonidos habían despertado en ella algún recuerdo traumático—. ¿Te encuentras bien?

—¡Qué raro! —murmuró Binnie—. ¿Y si ella…? Eso explicaría…

—¿Y si ella qué? ¿Quién? ¿Eileen?

Ella negó con un gesto, sacudiendo la cabeza como para aclararse las ideas.

—Nada. Olvidaba otra vez que tú no sabes nada de lo ocurrido. Eileen se casó poco después de la guerra y tuvo dos hijos. Aparte de Alf y de mí, quiero decir. Godfrey, su hijo, también nos ayudó, pero ni siquiera buscándote todos tuvimos suerte. Entonces Alf dijo: «Tenemos que planteárnoslo desde el punto de vista de Colin. ¿Dónde buscaría él?» Así fue como se nos ocurrió que irías a algún lugar donde fuese probable que encontraras a personas que habían vivido el Blitz. Afortunadamente, eso fue justo antes del quincuagésimo aniversario del comienzo de la guerra y…

—¿Lleváis así desde 1990?

—No. Llevamos así desde 1989. De hecho la guerra empezó en 1939, ¿sabes? Aunque no hubo combates hasta al cabo de casi un año. Pero hubo muchas reuniones de niños evacuados y luego, en primavera, una exposición sobre la batalla de Inglaterra, además de los desfiles anuales del Día de la Victoria. Estos últimos eran lo más difícil porque muchas ciudades tienen el suyo y todos se celebran el mismo día…

—¿Me estás diciendo que lleváis seis años yendo a los desfiles y a los aniversarios y a las exposiciones? Tienen que haber sido muchos, incluso cientos. ¿A cuántos habéis ido?

—A todos —dijo ella.

«A todos.»

—No es tan terrible. Podría haber sido peor —dijo Binnie—. Solo estamos a mayo. Como es el quincuagésimo aniversario del final de la guerra habrá celebraciones todo el año, incluso una misa especial en honor de los vigilantes de incendios de San Pablo el veintinueve de diciembre. —Le sonrió maliciosamente—. Al menos no has ido a esa misa.

«No, pero tenía planeado ir —pensó—, y a Dover, a la conmemoración de la evacuación de Dunkerque. Además del festival aéreo de Biggin Hill y a la exposición sobre la vida en los refugios del metro del Museo Metropolitano del Transporte.» Y si lo hubiera hecho, Binnie, Alf o uno de los hijos de Eileen habrían estado allí también. Se habían pasado casi tanto tiempo y habían dedicado casi tanto esfuerzo en buscarlo a él como en buscar a Polly.

—Binnie… —dijo.

—¡Anda! ¡Mira esto! —dijo una mujer a escasa distancia de ellos—. ¡Una máscara antigás! ¿Te acuerdas de que teníamos que llevarla encima siempre y hacer esos simulacros tan agobiantes?

—¡Vaya por Dios! Ya vuelven de comer —susurró Binnie, levantándose.

—Espera —le dijo Colin—. Todavía no me has dicho dónde están.

Binnie volvió a sentarse.

—No estoy segura de habértelo dicho. Creo que el señor Dunworthy tal vez…

—¿El señor Dunworthy? ¿No decías que estaban todos reunidos?

—Lo estaban, pero el señor Dunworthy fue quien te encontró. O tú le encontraste a él… eso no lo sé… y te llevó al lugar.

—Pero ¿dónde le encontré yo?

—En San Pablo.

¿En la catedral? Eso implicaba por tanto que había usado el portal del señor Dunworthy, un portal que llevaba sin funcionar desde la llegada del señor Dunworthy, aunque lo habían probado un millón de veces.

—¿Usé el portal de San Pablo? —le preguntó a Binnie.

—Eso tampoco lo sé. ¿Por qué?

—Porque no funciona.

—¡Ah! Entonces seguro que lo encontraste, o él te encontró, en otra parte. Todo lo que sé es que esa noche lo dejamos en San Pablo…

—¿Qué noche? Todavía no me has dicho la fecha.

—Me temo que tampoco la sé. Fue hace mucho y éramos unos críos. Fue un día de finales…

—¿Ya habéis estado en el refugio? —preguntó una mujer. La puerta se abrió y entraron Talbot, Camberley y Pudge.

—¡Aquí estás, Goody! —dijo Talbot, mirando a Binnie, que se puso de pie inmediatamente, y luego a Colin—. ¿Qué estáis haciendo?

—Le enseñaba el refugio —dijo Binnie.

—Eso ya lo vemos —dijo secamente Pudge. Miró a su alrededor—. Vaya… qué mono.

—Es mucho más bonito de lo que yo recuerdo —comentó Talbot.

—Te estábamos buscando, Goody. Tienes que ver la ambulancia. Tú conducías una.

—Voy enseguida —dijo Binnie—. El señor Knight y yo todavía no hemos terminado…

—Evidentemente —dijo Talbot.

—Solo tengo una o dos preguntas más —terció Colin, sacando el cuaderno—. ¿Les importaría si me quedo con la señora Lambert un ratito?

—Claro que no —le aseguró Talbot—. No queremos interponernos en el camino del amor verdadero.

—No seas cabeza de chorlito, Talbot —le dijo Binnie—. El señor Knight es periodista… y lo bastante joven como para ser mi nieto.

—Imposible —negó Colin, galante—. Además, siempre me han gustado las mujeres maduras.

—En tal caso —dijo Talbot, agarrándolo del brazo—, tiene que venir con nosotras a ver la ambulancia.

—Sí —dijo Camberley—. Es igualita que las que nosotras conducíamos.

—Hágale las preguntas por el camino —sugirió Talbot, dirigiéndolo, sin soltarle el brazo, hacia la zona de la exposición dedicada a la ambulancia.

Colin no tuvo ocasión de preguntarle nada a Binnie por el camino, porque media docena de mujeres la rodearon acosándola a preguntas y, cuando llegaron a la ambulancia, había media docena esperándola. Insistieron todas en que se subiera al vehículo y luego en que se sentara al volante. Colin asomó la cabeza por la ventanilla.

—Si pudiera aclararme algunos detalles, señora Lambert —le dijo—. Ha mencionado el bombardeo de la abadía de Westminster. ¿Cuándo fue?

—El diez de mayo —repuso Camberley antes de que Binnie tuviera tiempo de responderle.

«¡Una idea brillante!», pensó Colin.

—Lo recuerdo —añadió Camberley—, porque tenía que ir a cenar y a ver un espectáculo esa noche con un oficial de vuelo guapísimo. En cambio, me pasé toda la noche transportando víctimas. Nunca le he perdonado a Hitler que me arruinara el plan.

—¿Qué espectáculo ibais a ver? —le preguntó Binnie.

«No es el momento de hablar del teatro durante el Blitz», pensó Colin, angustiado.

—¿Era esa revista tan espantosa del Windmill? —sugirió Talbot.

—«Nunca cerramos» —citó Pudge.

—«Ni llevamos ropa» —añadió Talbot.

—¡Qué va! —dijo Camberley—. ¡Me llevaba al teatro! Y yo me había puesto…

—¿A ver qué obra? —le preguntó Binnie—. ¿Una comedia musical?

—¿Una comedia musical? ¡Eso es para críos!

—Yo vi una comedia de esas durante el Blitz —siguió diciendo Binnie como si no la hubiera oído—. La bella durmiente. En el Regent. El Hada Mala era sir Godfrey Kingsman.

—Hablando de dormir —dijo la mujer que había repartido las acreditaciones—, todas deben ver el montaje «Durmiendo durante el Blitz.» ¿Se acuerdan de Horlick’s? ¿Y de esos trajes «de sirena»? Por aquí —les indicó, y todas salieron al pasillo, llevándose a Binnie.

Colin las siguió, pero antes de llegar a la puerta otro grupo de señoras con la bandera del Reino Unido en la acreditación entró y, cuando por fin logró salir al pasillo, creía ya que Binnie habría desaparecido. No era así. Binnie estaba a mitad del pasillo solamente. Se había parado delante de una foto en blanco y negro de una iglesia con la torre en llamas.

—¿Eso no es St. Bride? —preguntó, señalándola—. Recuerdo la noche que se quemó. Los bombardeos fueron terribles. Fue a finales de abril…

—No, no fue a finales de abril —dijo Browne—. St. Bride se incendió en diciembre.

—¡Oh, es cierto! —convino Binnie—. La misma noche que estuvo a punto de arder San Pablo. —Miró a Colin—. Estaba confundida. Sé que pasó algo a finales de abril.

«Que encontré a Polly, Eileen y al señor Dunworthy», pensó Colin.

Le dio las gracias en silencio a Binnie, pero ella ya se había vuelto hacia la foto. Camberley le dijo algo y las otras se le acercaron. Ya no la veía. Las señoras de la bandera salieron al pasillo, haciendo comentarios.

—¡Harris! —gritó una que llevaba un sombrero verde chillón—. ¡Por fin! Creía que no te encontraría. Tenemos que marcharnos. Hora de irse.

«Hora de irse.» Colin se abrió paso por el pasillo y recorrió la exposición en sentido inverso hasta la salida.

«Ahora solo tengo que conseguir que se abra el portal del señor Dunworthy… eso si usé ese, sin que me pillen los vigilantes. O, si no se abre, encontrar otro que lo haga y luego encontrar al señor Dunworthy y llegar al teatro.» Sin embargo, sabía qué teatro y que no había llegado tarde, que Polly seguía viva.

La salida estaba flanqueada por una foto del rey y de la reina saludando a la multitud exultante el Día de la Victoria desde un balcón del palacio de Buckingham y una silueta recortada de Winston Churchill haciendo el signo de la victoria.

Mientras cruzaba la puerta, sonó triunfal el toque de «todo despejado». Colin se acercó rápidamente a la taquilla.

—¿Podría darle un mensaje a Ann Perry? —le preguntó al taquillero—. ¿Querría darle las gracias de mi parte y decirle que la exposición es tremendamente ilustrativa? Y dígale también que siento de verdad no ser quien ella creía.

—Claro, señor. —Anotó el mensaje y Colin se marchó, pensando en todo lo que tenía que hacer.

Tenía que enterarse de la dirección del Regent y de cómo llegar al teatro desde San Pablo. Además tenía que descifrar lo que significaba «a finales de abril»: ¿el veinte?, ¿el treinta? Esperaba que no fuera el treinta. La fecha límite del señor Dunworthy era el primero de mayo. El treinta tendría las horas contadas.

Binnie había dicho que los bombardeos habían sido masivos la noche de su llegada. Eso estrechaba el margen un poco, a menos que hubiera habido un bombardeo todas las noches de abril.

Bajó la escalinata.

Si conseguía enterarse de qué días se había representado La bella durmiente, eso…

Binnie estaba de pie junto al Lily Maid.

—¿Cómo has salido? —le preguntó Colin.

—He usado un truco que me enseñó Alf. —Miró por encima del hombro hacia el edificio.

—¿Incendiar el Museo Imperial de la Guerra?

—No, claro que no. Les he dicho que se me había caído una lentilla.

Colin se la quedó mirando sin entenderla.

—Las lentillas son lentes de contacto que se llevan directamente sobre el ojo. No son irrompibles. Están todas agachadas buscándola. Pero no tengo demasiado tiempo. Quería asegurarme de que lo has entendido todo.

—Sí. El teatro Regent. Durante una representación de La bella durmiente.

—No. Durante un ensayo —lo corrigió ella.

—Y no sabes la fecha…

—No. Alf y yo intentamos enterarnos. Fue después de que el transepto norte de San Pablo fuera alcanzado…

Eso había sido el dieciséis de abril.

—¿Hubo bombardeo esa noche?

—Sí, o al menos eso creo. Me cuesta acordarme. Hubo muchos bombardeos. Siento no poderte ser de más ayuda. —Le puso una mano en el brazo—. No te desanimes si no das enseguida con la fecha exacta.

—¿Te contó Eileen lo que pasó?

—No, y no estoy segura, pero pareces más joven que la noche que llegaste.

—¿Por eso me has mirado de esa manera en el refugio?

—¿En el refugio? —dijo ella. De repente parecía arrinconada.

—Sí. Estábamos hablando de Eileen y entonces hemos oído el efecto de sonido de la bomba, se ha iluminado el refugio, me has mirado de un modo raro y has dicho: «Me pregunto si ella… Eso explicaría…» ¿A qué te referías? ¿A que yo parecía más viejo?

—Puede ser. Lo peor de envejecer es eso: que una no recuerda lo que ha dicho hace cinco minutos. —Se rio—. No sé qué más habrá podido ser. ¡Oh, ya sé…! No se trataba de ti. La señora Netterton ha dicho que no recordaba que hubiera luces rojas en los refugios, y yo no tenía ni idea de a qué se refería. Está bastante mal, la pobre. Luego, cuando ha estallado la bomba y he visto que la luz era roja, me he dado cuenta de a qué podía estar refiriéndose.

Era una explicación plausible y Colin la habría creído de no haberle dicho aquella jefa del Comité de Evacuación: «Se quedaban allí mirándote con cara de no haber roto un plato y te contaban las mentiras más estrafalarias.» Pero ¿qué motivo podía tener para mentirle? Llevaba seis años de lugar en lugar para localizarlo y contarle la verdad, no para ocultársela. A menos que fuera terrible. Sin embargo, Binnie parecía contenta, no inquieta. Tal vez había sucedido algo esa noche en el teatro que hasta aquel momento no había entendido. Fuera lo que fuese, estaba claro que no tenía intención de contárselo.

—Tengo que volver dentro antes de que se den cuenta de que no estoy —le dijo Binnie, mirando hacia el museo—. Creerán que nos hemos fugado juntos.

—¡Ojalá pudiéramos! —dijo él—. Gracias. Gracias por todo lo que habéis hecho. —Le besó la mejilla, sin tener en cuenta lo que podía suponer el beso para su reputación—. Habéis ido mucho más allá del deber.

Binnie cabeceó.

—Era lo mínimo que podíamos hacer después de lo que ella hizo por nosotros. Nos acogió, nos alimentó, nos vistió, nos mandó a la escuela. Solo ella «era amable con nosotros», como diría mi hermano. —Le sonrió—. No creo que hubiéramos sobrevivido hasta el final de la guerra sin ella y, aunque lo hubiéramos hecho, yo habría acabado en el arroyo y Alf… no quiero ni pensar dónde.

—Pero si… Yo creía que… ¿No has dicho que estaba en Old Bailey?

—Cierto. ¡Ah! Como he dicho que estaba retenido has creído que él era el acusado. —Soltó una carcajada—. ¡Oh, madre mía! Esto tengo que contárselo a Alf. No. Lo que pasa es que tiene un caso muy importante esta semana y el jurado tarda más de lo esperado en llegar a un veredicto.

—¿Es abogado? —Colin no cabía en su asombro.

—¡No! —Volvió a reírse—. Es juez.